Por: Alejandro Iturbe. LIT-CI. 27/03/2020
A partir del inicio de la pandemia de coronavirus, a finales de 2019 e inicios de 2020, el mundo parece vivir una situación casi apocalíptica: la economía se derrumba, los gobiernos y las personas entran en pánico y se aíslan o bloquean ciudades, países y casas. Se han suspendido las actividades deportivas, culturales y religiosas; se disminuye la frecuencia del transporte público y hasta se ha suspendido una parte de la atención de salud en otros rubros. No se sabe cuándo retornará la “normalidad” y a qué costo.
La vida de los trabajadores, ya de por sí muy dura, es, cada vez más, un infierno: gran parte de ellos, arriesgándose al contagio, debe continuar yendo a trabajar a fábricas y empresas en transportes públicos saturados, y pagar de su bolsillo los elementos familiares de prevención, como barbijos y alcohol en gel, cuyos precios se fueron a las nubes. En muchos casos, además, las empresas ni siquiera les proveen esos elementos de cuidado en los lugares de trabajo.
En medio de la catástrofe, la burguesía y los gobiernos burgueses buscan continuar la explotación de los trabajadores a toda costa, manteniendo incluso la fabricación de productos tan prescindibles, como los autos de lujo de la planta de la FCA en Pomigliano (Italia). Otras, como Swiss Medical de Argentina, se niegan a pagar las licencias obligatorias que había determinado el gobierno para aquellos empleados que debían cuidar a sus hijos por el cierre de escuelas [1].
Pero los ataques no terminan allí. En Brasil, el gobierno Bolsonaro vuelve a la carga con una vieja aspiración empresarial y amenaza con reducir el salario a la mitad para “evitar despidos”[2], mientras otras ya han comenzado a despedir, como la terminal automotriz de origen chino Caoa Chery, en São José dos Campos[3].
Mientras atacan a los trabajadores, los gobiernos burgueses, como siempre, ayudan a las empresas: el gobierno de Donald Trump acaba de anunciar un paquete de 800.000 millones de dólares en esta dirección[4].
La burguesía y los gobiernos tratan de descargar el costo de la crisis económica que ya existía, y que ahora se ve agudizada por los efectos de la pandemia del coronavirus, sobre las espaldas de los trabajadores.
Por eso, los trabajadores deben enfrentar dos guerras. La primera, junto con el resto de la población, por la preservación de sus vidas y la de sus familias, contra el coronavirus. La segunda, contra las burguesías, los gobiernos y sus ataques. Una guerra que, lejos de atenuarse por la primera, se exacerba en el marco de la catástrofe.
La lucha de clases sigue su curso
Por eso, un poco oculta por esta catástrofe, la lucha de clases sigue su curso, motorizada por reclamos ya existentes e incorporando un nuevo campo de reivindicaciones por los que luchar. Procesos revolucionarios como el chileno mantienen su llama, y se suman otras luchas en el mundo, mostrando, de modo incipiente, una situación que puede ser explosiva.
Es lógico que el epicentro de las luchas que se refieren al combate al coronavirus esté en Italia (el país con el cuadro más agudo a nivel mundial) y a los trabajadores industriales de este país, como lo muestra la reciente ola de “huelgas salvajes” (sin apoyo de los “sindicatos oficiales”) en este sector.
Según las informaciones, la ola de huelgas comenzó en la planta Pomigliano de Fiat-Chrysler (FCA) en Nápoles, que emplea a 6.000 trabajadores. Los trabajadores de la línea de producción de automóviles Alfa-Romeo de lujo salieron espontáneamente al comienzo del turno de la tarde del martes pasado, en protesta por condiciones inseguras.
Al día siguiente, la empresa anunció el cierre de esa planta, junto con las instalaciones de Melfi, Atessa y Cassino, hasta el sábado. Pero no dijo que era por la huelga sino porque las plantas serían «desinfectadas»[5]. Con eso, no solo trataba de ocultar la huelga sino que, además, dejaba abierta la posibilidad de intentar que los trabajadores volvieran a producir los más rápidamente posible.
De miércoles a viernes, la ola de huelga se extendió por toda Italia y afectó a todas las grandes industrias. «Los trabajadores están en huelga contra el coronavirus, o más bien contra el gobierno que mantiene las fábricas abiertas a pesar del coronavirus», escribió el Corriere della Sera. En Brescia, en la región de Lombardía, que se encuentra entre las más afectadas por la enfermedad, el Secolo d’Italia escribió el jueves que «los trabajadores de algunas fábricas han comenzado otra huelga salvaje».
Los trabajadores de la construccción naval en Fincantieri, Liguria, abandonaron el trabajo después que un obrero dio positivo por coronavirus. La huelga se extendió rápidamente a otros astilleros de la compañía en la península de Liguria. Los paros laborales están afectando a toda la industria siderúrgica de Italia. La mayoría de las fábricas metalúrgicas han cerrado sus operaciones hasta el 22 de marzo.
En medio de la creciente rebelión entre los trabajadores de base, los principales sindicatos nacionales de metalúrgicos (cuya burocracia sindical, hasta ahora, “miraba para otro lado” y colaboraba con las empresas) se vieron obligados a publicar una declaración el viernes advirtiendo que si las compañías no cerraban las operaciones, las huelgas golpearían a toda la industria hasta el 22 de marzo.
En Uruguay, los obreros de la construcción realizaron paro y una movilización, llamado por el sindicato del sector, en reclamo de la validación de un acuerdo por una licencia especial, firmado con las empresas pero que el gobierno rechazó. En Argentina, los trabajadores metalúrgicos de Rio Grande, en la lejana Tierra del Fuego, decidieron en asambleas abandonar las fábricas frente a la dilación de los patrones.
Condiciones para trabajar con seguridad
En otros casos, el reclamo de los trabajadores se da no por la suspensión de la actividad laboral sino porque las empresas provean los elementos y la seguridad sanitaria para cumplir el trabajo.
Es el caso del frigorífico uruguayo Dayman, cuyos trabajadores realizaron la suspensión por ese punto, y el de los mineros de la empresa Astaldi, en Chuquicamata (Chile)[6]. En el Brasil, los trabajadores de San Pablo del conglomerado de call centers Almaviva (con 37.000 trabajadores en todo el país), realizaron un paro y una manifestación en la puerta de la empresa al grito de “¡El, el, el, queremos alcohol en gel!”[7].
En España, hay informes de conflictos en la fábrica de Mercedes Benz en Madrid y en la planta de la empresa Balay de Zaragoza (electrodomésticos). También en Madrid, las trabajadoras y los trabajadores del hotel NH Barajas han denunciado el peligro de contagio y propagación para trabajadores y huéspedes. En Argentina, los trabajadores del call center han denunciado que los obligan a trabajar hacinados y que ya hay dos casos confirmados de trabajadores contagiados.
También en Argentina, los trabajadores del Astillero Rio Santiago (La Plata) presentaron un petitorio exigiendo mejoras en las condiciones de trabajo y que se aplique la cuarentena mientras la Comisión Interna de FelFort (fábrica de chocolate de la Ciudad de Buenos Aires) logró que se apliquen las licencias dispuestas por el gobierno nacional bajo la amenaza de tomar de inmediato medidas de fuerza. En el Brasil, un paro de los trabajadores de Caoa Chery, apoyado por el sindicato, obligó a la empresa a retroceder en los despidos.
Algunas de esas empresas fabrican productos imprescindibles (alimentos, productos médicos y de protección) y deben continuar sí o sí su producción. En otras, no imprescindibles, las empresas mantienen su explotación poniendo a sus trabajadores en alto riesgo. Ante el miedo a los despidos y las suspensiones, en muchos casos los trabajadores se ven obligados a seguir trabajando pero exigen condiciones seguras de protección y salubridad.
Tal como hemos dicho, la realidad plantea no solo la combinación de reclamos sino la combinación entre formas tradicionales de lucha y otras nuevas, así como el desafío de formas organizativas para las condiciones en que no es la concurrencia a la fábrica o la empresa la que centraliza a la clase y en las que la pandemia del coronavirus impone restricciones para la realización de reuniones o asambleas. También en la forma de manifestar la bronca: en el Brasil se realizaron masivos “cacerolazos” y “ruidazos” desde las ventanas de casas y departamentos contra la política del gobierno Bolsonaro.
Es necesario, también, que la clase trabajadora inicie el debate sobre cuáles deben ser los objetivos de fondo, el programa y la estrategia de la guerra contra la burguesía y los gobiernos (ver en este sentido, la declaración de la LIT-CI) [8].
Queremos terminar con un último punto sobre nuestra clase: la necesidad de una política especial para la situación del aquel sector que está en la primera línea de lucha en la guerra contra el coronavirus (los trabajadores de la enfermería y la medicina), que no solo están viviendo jornadas extenuantes en condiciones de altísimo estrés sino que comienzan a transformarse ellos mismos en víctimas de la pandemia. Así lo muestra esta información de la situación en los hospitales de Italia, que indica que 2.629 de ellos ya se han contagiado la enfermedad[9].
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Fotografía: LIT-CI.