Por: Tatiana Acevedo Guerrero. 08/03/2022
Las deudas son noticia. América Latina, dice la prensa, es la región emergente más endeudada del mundo. Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la deuda bruta promedio de los gobiernos es del 77,7 % del producto interno bruto regional, y el costo total del servicio de la deuda (o el pago de intereses) representa el 59 % de las exportaciones, tanto de bienes como de servicios.
Las deudas siempre se chorrean de arriba para abajo. Tal vez por esto, el pasado jueves, la firma Insolvencia Colombia informó que 3.234 colombianos se declararon en quiebra en el 2021, por medio de la Ley de Insolvencia de Personas Naturales. Esto representa un incremento del 44,7 % frente al 2020. De acuerdo con la firma, que recopiló y contrastó datos del Ministerio de Justicia, de notarías a escala nacional y de clientes propios, deudas de todo tipo fueron las principales causas de las mentadas quiebras durante el año pasado.
El endeudamiento se da en un contexto de supervivencia, tras meses de pandemia y desempleo. De acuerdo con el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), del total de los empleos recuperados en 2021 frente al 2020, 710.000 fueron para hombres y 534.000 para mujeres. Es decir que en el año que acabó, la tasa de desempleo masculina fue de 10,6 % y la femenina de 18,1 %. Jackeline Piraján, economista de Scotiabank Colpatria, informó que, aunque se sigue recuperando empleo, la creación de puestos se ha debilitado y, en consecuencia, está en aumento la informalidad (de 47,6 % a 48,1 % en las 13 principales ciudades entre septiembre de 2020 y 2021). “Las actividades de rebusque y cuenta propia aportan en los puestos de trabajo”, explicó Piraján, “pero esto preocupa en la medida que puede haber menor acceso a los servicios sociales, de salud, así como contribuciones al sistema de protección social, con efectos preocupantes a mediano plazo”.
Dando fe de estos “efectos preocupantes” Johanna, una residente del barrio Camilo Torres, en el suroccidente de Bogotá, le contó al diario El Tiempo sobre las deudas que su trabajo como peluquera, sin ingreso fijo, no le permite solventar. “A mí me cobraban semanal $170.000, tenía un retraso como de dos o tres semanas, y cuando llegué a mi casa, en la noche, encontré la puerta abierta y todas mis cosas rotas y en el suelo”, explicó. “Luego me llamaron y me dijeron que la próxima sería mi hija”.
Se chorrea la deuda de los países a la gente. Y, entre la gente, va recayendo día a día en las poblaciones más vulnerables. Quizá mujeres como Johanna son quienes terminan recurriendo a los préstamos gota a gota con peores términos. Aunque informes de centrales de crédito dicen que los hombres están más endeudados (e imaginarios populares pintan a las mujeres como “buena paga”), no hay estadísticas para préstamos gota a gota. Estos, como se lee y se oye, están disparados en varias ciudades del país. De acuerdo con datos de la Alcaldía de Bogotá, nueve de cada diez vendedores informales acuden a esta modalidad de crédito, “de acceso fácil, informal y con interés de usura”. Estos préstamos, se asegura, mueven $40.000 millones en Bogotá y alrededor del 63 % de los emprendimientos informales dependen de estas platas.
Un prestamista gota a gota, de acuerdo con la Alcaldía, tiene en promedio 45 clientes. El tiempo máximo de pago son 40 días y el interés es del 20 %. La mayoría acude a esta medida para surtir sus negocios, compras especiales o imprevistos, pagar servicios públicos y cubrir otras deudas. Es posible que, luego de meses tan difíciles, empeoren rápidamente las condiciones y las remuneraciones en los trabajos de servicio doméstico y otros tantos que se valoran poco. Cobran sentido las palabras de las profesoras Luci Cavallero y Verónica Gago. La deuda, nos dicen, hay que “narrarla… Investigar con qué economías se enhebra. Hacer visible de qué formas de vida se aprovecha… en qué territorios se hace fuerte. Qué tipo de obediencias produce”.
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Fotografía: El espectador