Por: Iris César Del Amo. 25/02/2025
La lectura del ensayo de Clara Serra, ‘El sentido de consentir’, invita a reflexionar sobre cómo deseamos y follamos en las relaciones heterosexuales. ¿Por qué no plantearnos deconstruir una sexualidad falocéntrica y genitalizada, una mecánica esquematizada, para transformarla en un conjunto de sensaciones que se tomen su tiempo?
Hace poco, leí el ensayo de Clara Serra El sentido de consentir y me ha abierto los ojos dentro de toda su controversia (y de las partes que no comparto también). Me ha hecho pensar que, por mucho que creamos que tenemos nuestras creencias consolidadas y muy claras, debemos seguir reflexionando sobre la cuestión central que es la sexualidad.
Lo que Serra plantea, principalmente, es que el gran tema hoy en día dentro de los feminismos no es el consentimiento, sino el deseo. Una de las ideas que me resultaron más interesantes es que un deseo que dice “Sí es sí” —en contraposición al “No es no”— lo único que hace es responder a una pregunta, una pregunta que tan solo espera de nosotras una respuesta, porque ¿quién es, al fin y al cabo, el que hace la pregunta? Nos aboga de nuevo al papel pasivo de la contestación, pues en la pregunta tampoco aparece nuestro deseo, solo la respuesta al deseo del otro.
No hay nada menos aislado que el deseo sexual, porque interactúa con el otro, y no es pasivo. No puedo saberlo todo de mi deseo por mí misma, sino que lo descubro con el otro
Según Serra, el “No es no” nos reafirma en nuestro deseo mucho más que el “Sí es sí”. Refuerza la posición de nuestros límites y nos protege ante la violencia sexual, por mucho que esta se encuentre dentro de la pareja, hayamos iniciado nosotras la acción o se dé cualquier comportamiento al que no estamos dispuestas. Ese “no” es un muro muy claro, pero el resto puede ser un campo ambiguo que podemos explorar. Porque ¿qué nos pone a nosotras?
Nos estamos cuestionando nuestro deseo, qué forma tiene, qué lo inicia, cómo se desarrolla tras la enseñanza de la pasividad en que nos han dicho que sonriamos más o, si no, estamos feas, en que nos han exigido darle un beso a un familiar aunque no queramos, en que nos han llamado guarras por hacer lo que otros sí podían. ¿Qué significa desear? Y lo que me planteo últimamente: ¿cómo follamos?
En algún sitio leí hace mucho tiempo que, en las relaciones heterosexuales esencialmente, al final todas, todos, follamos igual, seguimos el esquema normativo que nos han impuesto: empezamos con besos, pasamos a sexo oral y, por último, la penetración. O, lo que es lo mismo, solemos darle un sentido finalista, genital y enfocado en el orgasmo. En un orden establecido, sin pausas y sin alteración del resultado.
En El sentido de consentir, se introduce constantemente la idea de que no conocemos nuestro deseo de forma absolutamente transparente, de que hay que dejar espacio para la exploración, y se apoya en esta cita de Katherine Angel: “Nuestros deseos surgen de la interacción, no siempre sabemos lo que queremos, a veces descubrimos cosas que no sabíamos que queríamos; a veces descubrimos lo que queremos solo cuando lo hacemos”.
Y me encanta ese concepto de la interconexión porque no hay nada menos aislado que el deseo sexual, que está tan en relación con los otros, que está tan ligado al apego y que tiene una direccionalidad externa tan evidente. Porque el deseo no es alienado, sino que interactúa con el otro, y no es pasivo. Y dada esa circunstancia, no puedo saberlo todo de mi deseo por mí misma, sino que lo descubro con el otro.
Es un momento de vulnerabilidad y sinceridad, de exponernos y desnudarnos, porque revelarnos de forma tan íntima para descubrir algo que ni siquiera nosotras sabemos y que, por tanto, no controlamos, da mucho miedo. Es un salto de confianza.
Y Clara Serra sentencia: “Si el sexo contiene esa incómoda verdad [la interdependencia de toda relación social] es porque […] nos expone a la vulnerabilidad que implica necesitar al otro para descubrir algo de nosotros mismos”.
Construyamos la experiencia de un sexo compartido, desde esa comunicación y vulnerabilidad, de una práctica en la que ambas partes de la pareja estamos y nos conectamos, en un intercambio de energía, sin seguir un patrón ni una ruta
El psicoanalista Jorge Alemán, que conversa con Clara Serra en el pódcast El sentido de consentir, basado también en el libro, afirma que para exponernos sexualmente al otro desde la vulnerabilidad es necesaria la confianza, lo que también puede entenderse, según él, como amor. En conversaciones con amigas, ellas difieren. A veces, esa falta de vínculo también las hace sentirse más libres para explorar lo que quieren, pues no sustentan tanto peso ni responsabilidad. En una relación sentimental, buscan una conexión emocional así como física y tienen más en cuenta lo que eso significa a largo plazo; en un encuentro casual, la libertad es un elemento crucial.
Pero aparte de la libertad que puede darnos no conocer al otro, en una sexualidad más conectada, con ese compromiso de descubrirnos al mismo tiempo que descubrimos al otro, me planteo: de la misma forma en que las relaciones se construyen, con conversaciones incómodas, con reajustes, formando un equilibrio con la otra persona, ¿no sería posible la construcción de la sexualidad?
Una sexualidad conjunta en la que podamos hablar, concordar, exponer y deshacer; construir la experiencia de un sexo compartido, desde esa comunicación y vulnerabilidad, de una práctica en la que ambas partes de la pareja estamos y nos conectamos, en un intercambio de energía, sin seguir un patrón ni una ruta para adentrarnos en campos inexplorados y ver qué sensaciones despiertan.
¿Por qué no plantearnos deconstruir una sexualidad falocéntrica y genitalizada, una mecánica esquematizada, para transformarla en un conjunto de sensaciones que se tomen su tiempo? Que se paren, que no tengan prisa, un algo en lo que perdernos sin correr hacia la meta del orgasmo. Es posible jugar con los tiempos para que no se conviertan en una lista más de éxitos de nuestra propia productividad. Es posible no capitalizar también el sexo.
Quiero pensarlo como un revolcón más que como un esquema de pasos que seguir, restregarnos y hacernos una bola y un amasijo de piernas y brazos o cogernos de las manos como unas nutrias navegando por el río
Me gustaría pensar en una práctica sensorial que podemos llevar a todos los niveles: tacto, oído, olfato, gusto, vista, de todos los sentidos, de toda la piel. Que juegue con las energías e involucre el cuerpo entero y que nadie se asuste por preguntar si alguna vez has chupado un sobaco. Sacar al sexo siempre de los genitales para convertirlo en algo más global.
Pensar en cómo follamos es también pensar en crear un espacio seguro para deconstruir la sexualidad que nos han impuesto, desbaratar la idea del sexo que nos han enseñado y posibilitar, con ese tempo pausado, con esa experiencia sensorial, la exploración de nuestros cuerpos y el intercambio de roles, el más activo y el más pasivo, donde dar y recibir y dejarnos llevar por el instinto y unas veces la ternura y otras, el desenfreno. Un lugar donde ambas partes puedan adoptar alternativamente el rol agente y ninguna deba sostener el mismo peso siempre, o la restricción; que puedan sentirse con la libertad de jugar con las zonas grises, las sensaciones que no conocen, el deseo.
Al fin y al cabo, es una exploración, una experimentación, que es tan personal como dependiente del momento. No hay una fórmula definitiva, por eso le toca a cada una descubrir la suya. ¿Qué tipo de sexo queremos construir? ¿De qué forma, consciente o inconsciente, estamos follando? Deconstruir la sexualidad, como todo, es hacernos preguntas y es conocer nuestro cuerpo o no conocerlo y tomarnos el tiempo de explorarlo sin la presión del resultado. Quiero pensarlo como un revolcón más que como un esquema de pasos que seguir, restregarnos y hacernos una bola y un amasijo de piernas y brazos o cogernos de las manos como unas nutrias navegando por el río.
Y en ese amasijo, ¿no podríamos recoger acaso algo de las sexualidades no normativas, donde el coito no está tan centralizado? ¿No sería bonito, desde una conceptualización más honesta, más experimental del sexo, que comenzáramos a conocer realmente a la persona en ese contacto tan íntimo? ¿No podríamos abrir más puertas para dejarnos sentir sin tantos tabúes? ¿No sería bonito no saber lo que nos espera, descubrirlo juntas? ¿No sería tan idílico embarcarnos en esa aventura sensorial y parar el tiempo? ¿No es lo más anticapitalista y antipatriarcal que has escuchado nunca?
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Fotografía: Pikaramagazine. La cassette blue (istock)