Por: Rebelión. 03/09/2018
Podría haber sido el sustituto de Marcelino Camacho al frente de CCOO o el coordinador general de Izquierda Unida –a propuesta de Julio Anguita–, pero a Agustín Moreno (1951, Madrid) parecen darle alergia los sillones. Eligió dar la batalla a pie de calle y también en el aula. Perseguido por el franquismo por su vinculación al PCE, posteriormente fue dirigente de CCOO hasta la crisis del sindicato del 96. Entonces, encontró un valioso refugio en la enseñanza.
Durante dos décadas ha sido profesor de Historia en institutos de Madrid, donde lejos de permanecer en la retaguardia se convirtió en uno de los mayores exponentes de la Marea Verde. Una de sus máximas es que todo docente debe irradiar afecto. Él parece haberlo llevado a la práctica, a juzgar por el emotivo pasillo de despedida que le hicieron sus alumnos el día que se jubiló, hace tan solo unos meses. El vídeo de este pequeño homenaje se volvió viral. Activo siempre en sus reflexiones, también como colaborador de cuartopoder.es, Moreno arroja luz sobre cuestiones como la educación, el sindicalismo y los tiempos convulsos que vivimos.
— ¿Cómo resumiría el estado de salud del sistema de educación pública en España? ¿Cuáles son sus problemas más acuciantes?
— Es muy mejorable, más allá de lo que digan o dejen de decir los estandarizados y discutibles estudios tipo PISA. Falta mucha inversión educativa: es un escándalo que sea solo un 3,8% del PIB, cuando la media en la UE es del 6%. No se pueden pedir resultados finlandeses cuando destinamos la mitad que ellos a educación. El otro gran problema es la doble red que privatiza la educación y es un atentado a la equidad y a la igualdad de oportunidades. En tercer lugar está la falta de respeto a la libertad de conciencia del alumnado cuando se permite adoctrinar religiosamente a menores en centros educativos públicos, algo que va en contra de las Convenciones Internacionales sobre Derechos del Niño. Si no se corta irá a más con la entrada en las escuelas del resto de religiones como la musulmana, la evangelista, etc. Esos son los problemas concretos, luego hay uno más de fondo: la derecha española, la Iglesia católica y la patronal privada son muy beligerantes a la hora de defender un sistema educativo clasista, segregador y que sea fuente de un negocio económico y de privilegios ideológicos-religiosos.
— ¿Habrá un pacto por la educación pública que derogue la LOMCE con el PSOE en el Gobierno?
— El pacto debe ser social, político y territorial y se debería derogar la ley de Educación más nefasta de la historia, porque es la exigencia de la comunidad educativa y el reiterado compromiso del PSOE de la oposición, junto con la inmensa mayoría de las fuerzas parlamentarias. Y de hecho, hay una propuesta articulada de una ley de Educación que la sustituya, a partir del Documento de Bases por Otra Ley Educativa, elaborado por numerosas organizaciones de la comunidad educativa. Y se debería derogar de manera inmediata el Decreto 14/2012 de recortes educativos para que no se aplique el curso próximo.
— El TC rechazó hace unos meses un recurso del PSOE contra la financiación pública de las escuelas que segregan por sexo y contra la religión como asignatura. ¿Por qué se premia tanto a la educación concertada y religiosa en España?
— Por dos razones. El TC es el reflejo del descarado reparto de lotes de poder judicial por las fuerzas del bipartidismo. Es decir, la mayoría conservadora del TC dictamina en línea con los intereses de la mayoría política conservadora y esto supone falta de independencia, desprestigio y deslegitimidad de la institución. La minoría progresista hizo un voto particular bastante fundamentado jurídicamente, pero da lo mismo, no pasa de la función de florero. Por otro lado, por la histórica comunión entre la derecha conservadora, la Iglesia y la patronal del sector, que hunde sus raíces en el reaccionarismo español del siglo XIX y en el franquismo. Por eso España sigue teniendo como asignatura pendiente la modernización educativa. Hay que recordar que en Europa prácticamente no existe ni educación privada pagada con fondos públicos, ni adoctrinamiento religioso en los centros educativos públicos que son los mayoritarios.
— Existe la segregación por sexo en la educación, pero en cuartopoder.es ha hablado de una mayoritaria: la segregación de clase de los hijos de los obreros. ¿Cómo es ese techo de cristal para estos alumnos que, en su experiencia como profesor, se ha encontrado en las aulas?
— Hay muchos estudios que concluyen que el rendimiento escolar depende de muchas cosas, pero que es decisivo el número de libros que tenga en casa, especialmente la madre. La escuela debe asegurar el derecho a aprender con éxito de todo el alumnado, en caso contrario, está fracasando y se dedicará a reproducir el modelo social de clase existente. La verdadera función democrática de la educación debe ser compensatoria de las desigualdades de todo tipo que puedan existir: económicas, sociales, personales… Y debe de hacerlo desde la búsqueda de la equidad, que no es otra cosa que dar más a quien menos tiene y más lo necesita. Es un concepto que va más allá de la igualdad de oportunidades, ya que no se puede dar lo mismo a quienes parten de desventajas o desigualdades de origen. Esto es lo que puede romper ese techo de cristal existente que te encuentras en los barrios obreros donde he trabajado, aunque claro que hay chicos y chicas de extracción muy humilde que son brillantes y esforzados y tiran para adelante con un gran poderío, pero siguen siendo demasiados los que abandonan o fracasan escolarmente.
— ¿Cuál debería ser la función del maestro?
— Acompañar a los niños y niñas y jóvenes en su aprendizaje múltiple: personal, moral, académico… Esa es la etimología de la “pedagogía” y el sentido profundo de la labor del docente. Ayudar, por tanto, a la construcción de personas formadas, informadas, con valores éticos, críticas, comprometidas con la mejora de la sociedad en la que viven. Y hacerlo desde el afecto, ya que sin él no hay aprendizaje. Si un maestro tiene la suerte de disfrutar con uno de los oficios más bellos que pueden existir, el alumnado acabará sintiendo y participando de ello, porque el entusiasmo es algo que se contagia.
— Vuelven los socialistas al Gobierno después de siete años de PP. ¿Tiene esperanzas en que esto pueda suponer cambios positivos para la clase trabajadora?
— Me ha alegrado mucho la salida del PP y de Rajoy del Gobierno, que además demuestra que es posible otra mayoría y otro Gobierno. No tengo tan claro hasta dónde va a llegar el PSOE a la hora de revertir los recortes y aplicar políticas progresistas. Se pueden tener ilusiones, pero no ser un iluso. Por un lado, porque en el campo de la política económica y presupuestaria se suele colocar más en el campo del neoliberalismo que en el de las políticas sociales. Me temo que muchos de los compromisos adquiridos antes de llegar al poder se pueden estar olvidando con la excusa de la debilidad parlamentaria. Y no digo que no exista, pero no se puede argumentar como coartada que el Gobierno solo tiene 85 diputados, porque es el PSOE quien tiene la responsabilidad de que no haya un Gobierno con 156 si se hubiera planteado un acuerdo con Unidos Podemos. Si quieres ir lejos, ve acompañado.
Harán cosas, pero ¿van a derogar las últimas reformas laborales y de pensiones? Urgen medidas de fondo. La devaluación salarial, el deterioro del mercado laboral y el retroceso de los derechos sociales es tal que a este Gobierno se le va a medir por lo que haga, no por lo que diga. Pero creo que si el PSOE no defrauda las esperanzas creadas con anuncios que no vayan acompañados de hechos, el bloque de la izquierda puede ganar las próximas elecciones. Me gustaría que se formase un gobierno de coalición a la portuguesa que imprimiera un cambio profundo al país. No es fácil, pero hay que dejar el pesimismo para tiempos mejores.
— Tras su larga trayectoria en el sindicalismo, ¿cree que el descrédito que enfrentan los sindicatos es en parte merecido?
— Desgraciadamente, cuando más se necesitan los sindicatos, más débiles están. Hay razones objetivas para su debilitamiento: al poder no le interesan sindicatos de clase combativos y en un mercado de trabajo en descomposición es difícil organizar y defender a los trabajadores. Pero también hay factores subjetivos: los grandes sindicatos llevan mucho tiempo equivocándose en su apuesta cerrada por lo que se ha dado en llamar el modelo de concertación social en España (MECS), que ha fracasado al negociarse sin movilización alguna; falta combatividad, algo que no se decreta pero se organiza; la democracia de las bases es insuficiente y los trabajadores deben participar y decidir, incluso si se firman o no los pactos sociales; y deben esforzarse en alcanzar acuerdos con los movimientos sociales para una política de alianzas progresista.
— ¿Cuándo se quebraron los sindicatos mayoritarios? ¿Qué ha fallado desde entonces?
— En enero de 1994, tras la Huelga General contra la reforma laboral de Felipe González. La huelga fue un éxito con una participación parecida a la del 14 de diciembre de 1988, aunque sin el golpe de efecto del fundido en negro de TVE. El error fue que no tuvo continuidad y que los convenios no podían parar una reforma de ley. Aquello provocó una profunda división en CCOO. Aprovechando las divisiones por estrategia en los sindicatos, hubo una auténtica operación desde el poder económico y político para desmontar el poder real y el prestigio de los sindicatos. En UGT, liquidaron a la dirección que encabezaba Nicolás Redondo con la excusa de la cooperativa PSV. CCOO culminó en su VI Congreso de enero de 1996, con la defenestración de Marcelino Camacho y la marginación y persecución del “sector crítico”.
¿Qué ha fallado? Mejor dicho, qué no se ha hecho. Como se le oía denunciar a Marcelino en septiembre, cuando se estrenó el documental “Lo posible y lo necesario”, en el VI Congreso se trataba de hacer de CCOO “un sindicato socialdemócrata que primero pactaría con el PSOE y luego con el PP”. Y así sucedió. Hay un dato que habla por sí solo: a los Gobiernos de Felipe González se le hicieron cuatro huelgas generales, a los gobiernos de Aznar del ajuste de Maastricht, de Zapatero y su reforma laboral y de pensiones, y de Rajoy de la orgía de los recortes, a todos juntos, se les hicieron tres huelgas generales. Cuando los sindicatos se institucionalizaron empezó la enfermedad. La única manera de que los sindicatos recuperen el centro de la escena política y económica para los trabajadores es esencial fortalecer su democracia, su pluralidad y por supuesto las movilizaciones.
— ¿Puede el secretario general de CCOO, Unai Sordo, revertir esta situación con su nuevo liderazgo?
— No lo sé, prácticamente no le conozco. Ojalá. Tiene grandes retos y no son fáciles. Pero parece que acepta el modelo de concertación social (MECS), que en mi opinión es un fracaso desde el punto de vista de sus resultados: la clase trabajadora no ha avanzado en los últimos veinte años, sino que ha retrocedido gravemente. Tiene el gran reto de representar y organizar al precariado y a los trabajadores pobres, que son muchos millones. Debería ser capaz de recuperar el protagonismo social, económico y político para los trabajadores. En fin, que no basta con tener cierto discurso, hace falta determinación.
— ¿Cómo observa los movimientos de la derecha? ¿Tienen posibilidades Pablo Casado o Albert Rivera de convertirse en nuestro próximo Salvini?
— Cuando los poderes fácticos vieron que el PP podía perder varios millones de votos por sus políticas antisociales y la corrupción, crearon Ciudadanos para que fuera el receptáculo de esos votos y que pudieran apoyarse entre sí para asegurar el control del gobierno. Es lo que pasó con Rajoy y el apoyo de Rivera. Matteo Salvini es un parafascista. Casado, y también Rivera, a tenor de sus declaraciones, podrían jugar el mismo papelón. No me gustaría que así fuese, ya sea porque no ganen las elecciones o por que moderen sus discursos.
Lo que está en juego es quién queda primero en el caso de ganar las elecciones generales el bloque conservador. Ahora están más igualados los dos partidos y compiten entre sí sabiendo que formará Gobierno el que tenga más diputados, con el apoyo del otro, si les salen las cuentas. No lo tienen fácil. Casado es un líder débil, con plomo en las alas por su máster, que le da una imagen de poco preparado para gobernar; que le hayan elegido a él da idea de lo mal que está el PP. Y Rivera está noqueado desde la moción de censura: pensaba heredar sin turbulencias a Rajoy y no acaba de entender que todo el mundo tiene sus bazas. No es de descartar que si la derecha no tiene votos para gobernar, haya presiones desde el IBEX y de sectores de la vieja guardia del PSOE para recuperar una coalición PSOE-C´s que impida todo cambio.
Pero el tema de fondo es otro. Creo que se ha perdido la ética en la política y así nos va. Mira, el 17 de agosto solo quise poner dos tuits para recordar y solidarizarme con las víctimas de los atentados de Barcelona y de Cambrils, reflexionar sobre la barbarie y no olvidar que frente al horror existe la belleza. Pero me repugnó la politización de los actos y me ha hecho pensar que este país no tiene arreglo. A no ser que se eleve el vuelo, se abandone la política rastrera, y fijemos la mirada en el horizonte. El reto de modernizar y democratizar la sociedad no se logrará con unos partidos políticos que solo se preocupan de desgastar al otro para llegar o mantener el poder. Creo que se debería hacer un esfuerzo por acabar con este clima de conflicto y confrontación permanente y encarar los grandes retos que en mi modesta opinión son: a) recuperar un sentimiento común de país, lo que exige soluciones democráticas a la cuestión de la forma del estado, a su pluralidad territorial, a la memoria histórica; b) construir una economía eficiente, que asegure empleo digno y suficiente, el Estado de Bienestar y la sostenibilidad ecológica; c) el respeto y la tolerancia política y ciudadana.
— ¿Quién debería dar más miedo a las clases populares: Casado o Rivera?
— Esto es como preguntar que es peor, la peste o el cólera. De entrada podía parece que el PP es una derecha conservadora y C´s la derecha neoliberal, pero en la práctica cada vez se parecen más porque compiten por el mismo espacio electoral que incluye el voto de la ultraderecha. La ventaja de C´s sobre el PP es que cuenta más con el beneficio de la duda en materia de corrupción, y eso puede confundir a mucha gente, que lo pagaría con dureza si llegasen a gobernar.
— Este momento de toma de posiciones de la extrema derecha, ¿es un momento que debería ser entendido como crucial por los movimientos sociales?
— No son buenos momentos aquellos en los que hay que defender lo evidente, o sea la libertad, la justicia, los derechos humanos o la democracia. Pero los movimientos sociales están obligados a hacer su trabajo en toda circunstancia, a resistir, a organizarse, a movilizar para defender derechos y mejorar la sociedad. Deben ser como tábanos para el poder por su capacidad de crítica, y servir de autopistas para la participación de la ciudadanía. Y da gusto ver la capacidad de movilización del movimiento feminista y de los pensionistas, pero ¿dónde están los trabajadores y trabajadoras? Es llamativo como el centro de gravedad de la movilización ha pasado hace un tiempo de los sindicatos a los movimientos sociales. Y eso no es bueno del todo, porque las mareas sociales suben y bajan, aunque como las del mar nos recuerdan que están ahí, que son vivas y que el mundo se mueve. Es necesario recuperar la calle y la unidad de todas las fuerzas de progreso: sindicatos de clase, movimientos sociales y partidos de la izquierda para que haya un verdadero cambio político y esperanza en este país. La esperanza es siempre una victoria.
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Fotografía: Cuartopoder