Por: Dante Galeffi. Iberoamérica Social. 25/12/2016
Los sentidos de las palabras emigración e inmigración son comúnmente confundidos, y no sin razón. Estos términos están compuestos por el sustantivo femenino migración acrecentado por los prefijos “emi” e “inmi”, “salir” y “entrar” respectivamente. Desde luego, dependiendo del punto de vista de quien habla, los términos pueden ser usados para indicar el desplazamiento de personas para fuera o para dentro de su lugar de origen. Migración, entonces, designa tanto el movimiento de entrada (inmigración) como salida (emigración) de un individuo o de un grupo de individuos entre su lugar de origen y otro país, otro estado o simplemente otra ciudad del mismo país . De cualquier modo, los términos se refieren al movimiento de personas por los espacios geopolíticos de la Tierra de forma voluntaria y por razones diversas.
Hablando específicamente de la migración en Iberoamérica tenemos de inmediato un volumen significativo de flujos y complejas e irreductibles condiciones socio-políticas distintas en cada uno de los países que componen esta constelación lingüística, porque no hay ninguna unidad política entre los países de esta red, pero sí un proceso histórico de colonización portuguesa y española y su diáspora. La comunicación entre los hablantes del portugués y del español es bastante fluida y existe un sentimiento de común pertenencia que viene de los orígenes amerindios y africanos en el lado latinoamericano. Ese sentimiento consiste en una pertenencia más radical a la madre Tierra, si bien es relegado a la periferia desde el punto de vista simbólico aproximado al fenómeno contemporáneo de la globalización y la mirada fría respecto a una ciudadanía global para todo ser humano del planeta. Estamos, sin embargo, muy lejos de alcanzar la ciudadanía global. La Tierra dejó de ser un lugar de aflicciones interminables para convertirse en el lugar de los operarios productores voraces y disciplinados del capital devorador de todo.
Un caso específico relacionado con los emigrantes e inmigrantes se puede ver hoy en día en las universidades con la creciente internacionalización de la educación, que ha atraído, por ejemplo, estudiantes iberoamericanos para la realización de cursos de maestría y doctorado en los países que constituyen esta red. Esto me parece la señal de un nuevo fenómeno abierto, también, por las redes sociales cada vez más extensivas al mundo en su totalidad imaginada y representada, pero también intuida.
Nos enfrentamos aquí con la experiencia de la alteridad, de la otredad implicada en las relaciones interpersonales de personas de distintos países y regiones, inclusive entre vecinos y parientes. Se observa, por lo tanto, una apertura para lo nuevo, lo inusitado, lo que no tiene fronteras ni contornos acabados. Es un devenir complejo lo que se ve en las relaciones académicas entre extranjeros y nada puede asegurarse en las relaciones de cordialidad, solidaridad y colaboración recíproca entre los “diferentes”, los “viajantes”, los que se encuentran en plena experiencia migratoria, porque no se puede por decreto garantizar ninguna afectividad vivida y compartida, lo que solo depende de los misterios del corazón, desconocidos por la razón geométrica y técnica.
Se perfila, entonces, un horizonte de potencialidades que no son el espejo y el reflejo del mundo ideal norteamericano y europeo. No se trata de establecer una división del corazón entre dos mundos, sino de vivenciar la construcción de otro mundo que está en proceso de devenir infinito e imprevisible. Cada vez más las fronteras entre los países se vuelven más controladas, cada vez más se restringe el tamaño del mundo para las migraciones humanas, y solo los muy ricos son favorecidos en sus intereses personales o empresariales de desplazarse por el mundo “sin fronteras”, pues el pasaporte se volvió dinero.
En la sociedad del control en la cual vivimos, el clamor por el diálogo inter y transcultural se convirtió en una necesidad profunda y radical del espíritu humano para dejar de lado el mundo fratricida e insustentable que domina. El “extranjero”, el Otro, el “desconocido” nos invita a todos nosotros a hacer el esfuerzo creador necesario para que superemos el patrón de la civilización hegemónica que hace mucho dejó de lado el instinto de vida, común a todos los individuos y relacionado con las fuerzas vitales, materiales y mentales que forman el universo y su naturaleza pulsátil, mutante, impermanente en sus configuraciones, mas permanente en la impermanencia. Al final, todo fluye y confluye, va y viene: respira sin pausas al respirar.
Creo que sólo el diálogo radical y afectivo nos salvará de la indisposición para el Otro, de la manía de excluir y de controlar, pues el ser humano necesita aprender a vivir en un mundo en acelerada transformación y desmantelamiento de toda frontera y de toda nacionalidad fundamentalista, que es la racionalidad tecno-científica hegemónica. Sólo los países e individuos en desarrollo tienen interés en dialogar con el Otro, porque los países que se creen desarrollados pararon en el tiempo y llegaron a lo que consideran la meta de la vida: el mero y asegurado bienestar obligatorio. Vamos al diálogo antes de que sea tarde. ¡Vida larga a la migración y a la criollización! Con el corazón reunido.
Traducido por Priscila Oliveira Silva
Fuente: http://iberoamericasocial.com/con-el-corazon-dividido-emigracion-e-inmigracion-en-iberoamerica-una-mirada-transversal/
Fotografía: condistintosacentos