Por: Adolfo del Ángel Rodríguez. Columna: La Serpentina. 25/02/2022
Dentro del quehacer docente, tanto en la formación como en los maestros en activo, es frecuente escuchar que uno de los problemas recurrentes en la educación en nuestro país es la comprensión lectora, tema que abunda en el planteamiento de problemáticas a nivel licenciatura para la elaboración de su documento recepcional y que trasciende incluso a algunos posgrados, abordándolo desde distintos matices.
Sin duda, la comprensión lectora es un problema que está ahí, igual de impresionante e inesperada, como el dinosaurio del cuento de Monterroso, la cual aparece como en un bucle: se puede asomar desde cualquier perspectiva, desde el nivel que se quiera, desde el trabajo que se quiera, pero la problemática sigue ubicada ahí, esperando a que se abra la puerta para verle plantada de manera descarada frente a nosotros.
Una de las situaciones que se plantean en la mayoría de los estudios hechos desde licenciatura y hasta posgrados, es el tratamiento específico en el grupo por medio del uso de estrategias que miden los logros a mediano plazo, en un ciclo escolar a lo mucho, en el que se mide el alcance de la comprensión lectora, es decir, si comprendieron lo que se les puso sobre la mesa a los pequeños, dejando hasta ahí la reflexión de los alcances, pues de manera general se sigue “midiendo” lo realizado en el aula para poder decidir si es apto el menor para cursar o no el siguiente grado escolar.
En ese esfuerzo, que sin duda es loable, se deja de lado otro aspecto importante en la formación de buenos lectores: el gusto por la lectura, el cual no es medible pero es determinante para que la lectura sea significante para quien se acerque a ella, pues puede ser que el educando comprenda lo que se le indique leer, pero ese evento solo se da de manera artificial en el aula, en un corto o mediano plazo, mientras que cultivar el gusto por la lectura es un proceso más a largo plazo, más de fondo.
Es por ello que quizá debamos regresar a los cuestionamientos en torno a dicha problemática y plantearnos si en verdad el problema es la comprensión lectora o el poco o nulo gusto que hay por la lectura; así, además se podría incluso pensar que la primera es cosecuencia de la segunda, por lo que tendríamos que observar no solo el comportamiento de los pequeños, sino el de nosotros mismos como docentes e incluso de los padres de familia y de la comunidad en general, en torno al ejercicio lector, lo que nos regresaría a una pregunta inicial: ¿cómo inducir a la lectura si no se sabe por dónde empezar? ¿Existen los elementos mínimos indispensables para desatar la chispa de la lectura en el contexto en el que se lleva a cabo el acto educativo? ¿Hay estimulantes para la lectura en el contexto del menor para darle sentido al acto de leer?
Si concebimos a la comprensión lectora más bien como una consecuencia y no como el problema, quizá ampliemos el panorama de lo que sucede alrededor suyo, y tal vez el impacto que pueda hacerse desde el aula y desde la escuela podría hacerse más amplio, incluso trazar no solo acciones aisladas como aula o escuela, sino como comunidad o como redes de educadores que permitan una intervención en el contexto para la promoción del gusto por la lectura con estrategias alejadas de la obligación y más cercanas al disfrute y la familiariedad con la lengua escrita y con la creación y cocreación de la misma.
En esta reflexión de la pertinencia de la promoción del gusto por la lectura, conviene mencionar que es plausible todo esfuerzo que se hace para el tratamiento de la lengua escrita, tanto en su disfrute como en su creación, convencidos de que la comprensión del mundo deriva en la comprensión lectora y viceversa, pero también es menester mencionar que el asunto vás más allá de la escuela, que la rebasa y que no es posible solo abordarlo desde una asignatura ni de la misma escuela, sino más bien asumirlo como modo de vida; por eso es importante no asumirlo ni transmitirlo como obligación.
Por último, asumir que la comprensión lectora concluye con la implementación de una estrategia o con un periodo de evaluación es reducir las posibilidades de acción y de desarrollo del niño, del docente y también el desarrollo a su alrededor en ese ámbito, por lo que la tarea es más amplia y todo esfuerzo en el sentido de promover el gusto por la lectura es bienvenido y, seguramente, poco a poco se puede hacer mella no solo en la comprensión de la lengua escrita sino en su construcción y en su difusión, con la esperanza de un día abrir la puerta que la comprensión lectora, como el dinosaurio de Monterroso, ya no esté para ahí frente a nosotros.