Por: Adriana Flórez. 18/11/2023
Conmemorar a una mujer del Siglo de Oro el Día de las escritoras, llamándola trans, por no obedecer a los estereotipos sexistas: una afrenta involuntaria, también al humanismo.
En un lugar de la Mancha, a 22 de octubre de 2023
Muy apreciado Instituto Cervantes,
No, no le pido que rectifique, sé que no lo va a hacer, o tal vez sí, pero en ningún caso lo hará por estas líneas. Con todo, al menos quisiera expresarme y a ser posible, que me escuche. Se lo agradezco de antemano.
Se trata del post que publicó en X (antes twitter) el pasado 16 de octubre, Día de las escritoras:
Verá usted, con la serenidad que me ha brindado el par de tilas, que le confieso, me he tenido que tomar, he sido capaz de percibir en su enunciación una curiosa contradicción, que es muy de agradecer. Y es que si se trataba de “empatizar” con la llamada “causa trans” tendría usted que haber mostrado mayor adhesión en su escritura. Y ahí donde escribió ‘mujer’ haber escrito ‘mujer cis’, pero sobre todo, ahí donde escribió, “una autora trans” (para referirse a Catalina de Erausto, la Monja Alférez) haber escrito “un autor trans”, y donde escribió “La condenaron a muerte”, haber escrito “Lo condenaron a muerte”. Pues aunque en el Siglo de Oro no tenían a bien practicar ninguna suerte de faloplastia, de acuerdo con el transgenerismo, usted lo debe haber escuchado “hay mujeres con pene” y “hombres con vagina” aunque esto último no se oiga decir en demasía.
El caso es que usted no lo hizo, no le puso el cis delante a la primer mujer que cobró por sus obras, ni le llamó autor, en vez de autora, a aquella mujer que escribió una autobiografía tan fascinante, y usó el pronombre ‘La’, en vez del ‘Lo’ que tocaba. Le advierto que si se hubiera tratado, no de una mujer del Siglo de Oro que consiguió “licencia para proseguir su vida en hábito de hombre” es decir, como mejor le parecía; sino de un hombre trans femenino contemporáneo y le hubiese llamado “hombre” en lugar de “mujer”, podría haber caído en desgracia bajo la acusación de “transfobia institucional” y solo se podría haber librado de aquél San Benito, ofreciendo unas muy cumplidas y públicas disculpas.
Y ¿sabe? me hace ilusión pensar que lo suyo no ha sido un “error de dedo”, sino que confió en su sentido común. O mejor aún, que siendo el Día internacional de las escritorAs, le sonó contradictorio expresarse de aquella manera equivalente a decir: “para celebrar el Día de las escritorAs, el Instituto Cervantes tiene el placer de conmemorar la obra de un hombre trans”. El mero hecho de que algo así le hubiese chirriado, ya me gusta, pero lo que de verdad me entusiasma, es pensar que alcanzara a sentir que habría sido de mal gusto, que habría parecido una mala broma que de broma no tendría nada por el peligro que tiene todo esto.
Pero antes de continuar, aunque no debiera hacer falta, quiero aclararle que quien le escribe no tiene nada en contra de las personas que se dicen trans. Tengo amigos muy queridos que lo hacen, pero no comparto algunas de sus creencias que forman parte del discurso transgenerista 1) Por consideraciones epistemológicas: adolece de coherencia conceptual y respaldo científico suficientes y 2) por consideraciones éticas: me preocupan los graves efectos que dicho discurso tiene para nuestra ya de por sí mal trecha humanidad y en particular para las mujeres, así como para los y las menores. [1]
También me parece en extremo preocupante que se sofoque la posibilidad de discutir la cuestión, y estoy tajantemente en contra de que para conseguirlo se acuda a la violencia verbal o de cualquier otro tipo y que ello se consienta. Pues déjeme decirle, que haciendo un flaco favor a su propio colectivo, algunas personas que se consideran trans, no sólo acuden a la violencia con este fin, sino que hacen alarde de la misma, en un contexto que les concede cierto halo de impunidad, por decir lo menos. De hecho, se ha convertido en tabú decirlo.
Pero volviendo a lo nuestro. Si le escribo es por la gran estima que le tengo, lo asocio con la honra al espíritu humano, a las palabras, al lenguaje que hace de nosotros la humanidad que somos. Y convendrá conmigo en que una forma de honrar a las palabras es conocer su significado y acudir a ellas asumiendo en nombre propio el efecto de su uso en cada caso. Luego entonces, le pregunto, ¿qué es una mujer?, no. ¿Qué quiere decir ‘trans’? eso sí se lo pregunto con toda seriedad.
Se lo pregunto, porque cuando vi su publicación me vinieron muchas cosas a la cabeza. Por ejemplo, últimamente, cuando encuentran la osamenta de una mujer acompañada con armas de guerra, algunos dicen que es trans, y me preguntaba, además de qué querrán decir con eso, si dicen lo mismo cuando encuentran una osamenta de hombre que no esté acompañada de armas de guerra y/o caza. Lo cual a su vez me llevó a la pregunta de si es coherente con el mismo transgenerismo, decir de alguien muerto “que era trans”, pues de sus labios habría sido imposible oírselo decir, entre otras muchas cosas, porque en sus tiempo esa palabra no existía. [2]
Me lo preguntaba, porque para el transgenerismo, ‘identidad de genero’ es una expresión que hace referencia a un sentimiento al que sólo puede acceder el o la interesada y que por ello es solo ella o él quien puede dar testimonio del mismo.
Hay manuales circulando entre los padres, alumnos y maestros, que lo explican con gran sencillez para quien no tenga tiempo de leer a Butler. Por ejemplo la “Guía rápida para familias de niñes y adolecentes trans” de la Asociación Chrysallis lo deja clarísimo:
“la identidad […] de género es un sentimiento íntimo que nos dice claramente quienes somos” y advierte “es muy frecuente que las familias, cuando su hijo, hija o hije (o peque a su cargo), expresa que su identidad no coincide con el sexo asignado al nacer, quieran ir a una consulta psicológica. Pero no hay ninguna persona ni profesional que nos pueda decir quienes somos […] ¡no hace falta ir al médico!”
Y quisiera pensar que usted percibe en estas palabras el inequívoco interés por obstaculizar el recurso a la atención psicológica ante manifestaciones, que se lo digo como profesional, podrían deberse a un sinnúmero de circunstancias y motivos que merecen ser escuchados, sin que esta atención tenga por qué ser patologizante, sino todo lo contrario, sí, se lo prometo: todo lo contrario.
De hecho, a veces sólo se trata de prestar una escucha profesional pero silenciosa al o la interesada, el tiempo que haga falta, pidiéndole, y esto es crucial, que use sus propias palabras. Todo lo contrario a acallarle (“¡no hace falta ir al psicólogo!”) adjudicándole la etiqueta prefabricada de turno.
Quisiera pensar que se percata del peligro que entraña para los y las menores, la prestidigitación de las afirmaciones transgeneristas que aparecen en esta “guía”, que incluso a pesar de las mejores intensiones, brillan con su Luz de Gas.
Pero si le digo la verdad, desfallezco, sé que en estos momentos, la racionalidad y los argumentos valen muy poco, por la manera en que están montadas las cosas. Monadas y selladas por una Ley que permite substituir el registro de un dato objetivo, por el de un dato subjetivo.
Pero, aunque relacionada, estaba yo hablándole de otra cosa. Le decía que obedeciendo al sistema de creencias trangenerista, afirmar de personas de la antigüedad que “eran trans”, es poner palabras en la boca de los muertos o las muertas, y creo que, volviendo a la estética, convendrá conmigo, que además de poco ético, esto no es, como tampoco la ouija, de muy buen gusto.
Ya lo sé, no puedo evitar la ironía, lo siento, mi impotencia es grande. El mundo se nos está yendo al garete y quienes para muchos de nosotros y nosotras, podían representar ideales que marcaran un derrotero para hacer algo, han vendido al Diablo su sentido común, al menos en lo que toca a esta cuestión.
Cada vez que una institución da señales de haber sido capturada por el discurso trangenerista, duele de un modo distinto y si eso llegara a ocurrir con el Instituto Cervantes, aay! el dolor sería muy agudo. Un verdadero castigo, una afrenta contra el espíritu, pues sería como si se usara a Cervantes para legitimar a un discurso transhumanista y neoliberal, que enaltece la autopercepción como verdad incuestionable, lo cual, como usted sabe, está en las antípodas del humanismo del que su Quijote es baluarte. Lo deberíamos de hablar.
Mire usted, a ver qué le parece esto que dice la escritora Carolina Sanín en un monólogo que publicó en YouTube sobre “La identidad, las mujeres y el mundo siguiente”. En él la novelista, preocupada por los efectos del transgenerismo, comparte lo que como psicoanalista me parecen profundas intuiciones y que tal vez usted pueda compartir. Pues, no por casualidad, saca a colación la primer novela, la de Cervantes, la primer obra literaria que gira precisamente en torno a la subjetividad de su protagonista, a sus sueños, a sus deseos, y también a su identidad.
“Creo que la entronización de la identidad por encima de cualquier otro patrimonio humano, nos dice la escritora, restringe la libertad en lugar de ampliarla y restringe la noción de qué es lo humano. El Quijote creía ser un caballero andante medieval. Y no debiéramos (por el embelesamiento que nos produce el personaje, digo yo) dejar de registrar la gran violencia con la que imponía el reconocimiento de esta su identidad o autopercepción. Pero al mismo tiempo, no debemos pasar por alto que reconocía la variedad posible de la identidad humana, la posibilidad de ser muchos, que reconocía nuestra capacidad de interpretación, de interpretarnos como otro o como otra, que reconocía el disfraz.
“El principio de identidad transhumanista, según esta autora, amenaza la imaginación y a diferencia de la autoafirmación del humanismo que ve al humano, infinito y conteniendo al Universo, requiere de la negación de sí, dice la ensayista, quizás pensando en los bloqueadores del desarrollo/pubertad, en las hormonas cruzadas, y en la cirugía/mutilación, entre otras cosas.
“Intuyo, también nos dice, que en gran parte nuestro futuro como humanidad y también nuestra mirada sobre el pasado va a depender de que nos tomemos en serio lo que está pasando en nuestro mundo con el transgenerismo. La cuestión debiera de ser interesante para todas las escritoras y los escritores, y para los artistas en general, pues atañe a las fronteras entre la imaginación y la factualidad, entre la ficción y la no ficción, porque concierne al poder del lenguaje, a la creación de personajes y a la posibilidad de crear realidades alternativas y realidades secundarias, porque atañe al sentido de la representación, a las implicaciones de la mímesis, de la imitación que es una de las fuentes de la creación artística, atañe a la relación entre el autor y su texto, a nuestra relación con lo ficticio y con los mundos creados y atañe también a la libertad del lector para creer o no en esos mundos.
Interesante, ¿no le parece?
“La autora cuenta también que una amiga le preguntó, porqué pensaba ella que la resistencia a decir que las mujeres trans son mujeres, ha procedido en una medida tan importante de los comediantes. Y su respuesta, es maravillosamente certera. La novelista cree que los comediantes son los que más se han resistido a aceptar la identidad o la autopercepción como verdad, porque la naturaleza misma de lo cómico, de lo irónico, radica en la grieta que se abre entre lo que creemos que somos o lo que queremos ser y lo que somos. Ninguno de nosotros somos lo que creemos que somos o lo que queremos ser. Todos nosotros somos sujetos del humor susceptibles de burla, todas nosotras somos ridículas. Somos muy chistosos, muy chistosas, dice divertida. No sabemos cómo nos están viendo los otros y el humor siempre ha dependido de eso. Los comediantes, primero que nadie, han percibido cómo la entronización de la identidad como verdad, de la autopercepción como verdad, [aniquila la materia con la que trabajan], lleva a la falta de sentido del humor, a la ausencia de humor, que por otra parte, es característica de los fanatismos”, dice Carolina Sanín.
Y desde el psicoanálisis, nosotros también podemos decir, que el humor no está sólo radicando en esa grieta entre lo que somos y lo que creemos y/o queremos ser, le acompaña la subjetividad, que hace de nosotros la humanidad que somos.
Por eso, le decía, no es poco lo que está en juego, y en cualquier caso, ¿se imagina usted qué interesante y oportuno, un coloquio transdisciplinar en el Instituto Cervantes, para reflexionar en torno a esta cuestión? “El Quijote y la función de la identidad en la construcción de la subjetividad hoy”, se podría llamar. Pero ya sabemos que no se puede, o sí, pero que si se incluye la perspectiva crítica del transgenerismo en su diseño, invitando a pensadoras que con herramientas suficientes, de verdad pudieran representarla en condiciones, se correría el riesgo de tener que cancelar el evento y después del trago, de tener que pedir disculpas públicas por semejante atrevimiento.
El caso es que, para terminar, a propósito de su publicación en X, ya se lo dije, me puse mala, y me vinieron a la cabeza los molinos, los del Quijote claro está. Pero como así funciona el pensamiento y el lenguaje en el que discurre, me vino también aquella frase, que ahora me doy cuenta, ¡es prodigiosa! Siempre me atrajo, pero por azares del destino, nunca había terminado de enterarme bien, ni de cómo iba (¿comulgar o tragar?) ni de que precisamente en ese titubeo, entre tragar y comulgar, radicaba su capacidad expresiva. “Comulgar con ruedas de molino”, lo busqué en Internet: “significa creer o aceptar cosas imposibles de creer o de aceptar, sucumbir fácilmente a un engaño. Conociendo el diámetro de la rueda o noria de agua, aunque es redonda como una hostia, se comprende lo difícil que sería de tragar.”
Entiendo que jugarse en algunas cuestiones a nivel institucional, no es tan sencillo, pero con todo, ya le digo, leer aquél ‘trans’ junto a la palabra ‘autora’, en una publicación del Instituto Cervantes, nada más y nada menos que el Día de las escritoras, inevitablemente me provocó un sofoco que no conseguí calmar ni con mi siempre tan eficiente abanico, de hecho me duró varios días, con la reseñable circunstancia, de que a pesar de ser de a las que no les cabe en las entendederas aquello del “género sentido”, estaba confundida. Me costó discernir, si era la menopausia o, con todo respeto, un sofoco muy sentido.
Pero, por dicha, ya me siento mucho mejor, gracias por escucharme.
Además ¿quién sabe?, tal vez un día salga el Sol, y el Quijote se quite las legañas, vuelva a tomar su armadura, su Rocinante y su lanza, y usted se arme de todo, y de la nobleza de Babieca, que de ahí ya no se baje, y que dispuesto a pelear con los gigantes que esta vez no son de viento, sino reales, lo prefiera a comulgar con ruedas de molino, y se apreste a ser también en esta arenga de nuestro tiempo adolorido, el digno escudero del Quijote, de su honor, de su humanismo.
Se lo deseo de todo corazón
[1] Por cierto, hay personas “trans” críticas de lo que llaman el “discurso transgenerista hegemónico”, https://www.cronicalibre.com/author/mel-supernova/
[2] A propósito, se celebrará un evento académico, en el que se abordará la cuestión: Let’s Talk About Sex Baby: Why Biological Sex Remains A Necessary Analytic Category in Anthropology, https://heterodoxacademy.org/events/uncanceled-lets-talk-about-sex-baby-why-biological-sex-remains-a-necessary-analytic-category-in-anthropology/
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Fotografía: tribuna feminista