Por: Samuel – Fuente: The Commoner. 09/04/2025
En una pequeña ciudad mexicana, Cherán, los habitantes indígenas han creado una comunidad nueva, democrática y en gran medida pacífica. La pregunta es: ¿qué podemos aprender de sus logros?
Murray Bookchin, en su obra fundamental en el campo de la ecología social, Ecología de la libertad1, criticó la tendencia de la historia a centrarse en la «consecución del poder»: los imperios, con sus «templos, morgues y palacios», lugares que «evocan nuestro arraigado temor al poder». Las consecuencias de esta actitud, para Bookchin, son muy claras:
“Trágicamente, esta sombra ha oscurecido en gran medida las técnicas de los campesinos y de los artesanos en la “base” de la sociedad: sus redes extendidas de aldeas y pequeños pueblos, sus granjas mixtas y sus huertos familiares; sus pequeñas empresas; sus mercados organizados en torno al trueque; sus sistemas de trabajo altamente mutualistas; su agudo sentido de sociabilidad; y sus artesanías deliciosamente individualizadas, sus huertos mixtos y sus recursos locales que proporcionaban el verdadero sustento y el trabajo artístico de la gente común”.
Los escritos de los libros de historia corrientes pintan un cuadro un tanto sombrío de la humanidad para un anarquista o un socialista libertario. Desde los reinos rivales del Período de los Estados Combatientes de China (475-221 a. C.) hasta la “Lucha por África” de los imperios imperantes (alrededor de 1881-1914) los avatares de la humanidad parecen llenos de adoración o subyugación a los grandes salones del poder. Pero es debajo de esos grandes salones donde podemos encontrar la historia verdaderamente anarquista que anhelamos, una historia de “convenciones humanas básicas, solidaridad comunitaria y cuidado mutuo” que tiende a “pasar por alto” sus diversas diferencias y actuar a nivel comunitario, a pesar de sus “cumbres políticas o cuasipolíticas” (Bookchin). En otras palabras, no importa quién se siente en el trono, hay una red de aldeas y granjas comunales y mutualistas a sus pies.
Esto no quiere decir que todas las sociedades estuvieran centralizadas o dirigidas por figuras poderosas. De hecho, si miramos más allá de los libros de historia estándar, encontraremos un amplio espectro de historia de la humanidad que se gobierna de manera comunal y muy democrática, ya sea en las tribus confederadas de los iroqueses o en las aldeas comunales de Sulawesi, Indonesia. A pesar de lo que muchos historiadores occidentales nos quieren hacer creer, la democracia no es una invención de los antiguos atenienses, sino una tradición global que se remonta a miles de años. La renuencia por enseñar esto al ciudadano occidental la explica muy bien David Graeber2:
“La verdadera razón de la renuencia de la mayoría de los eruditos a considerar un consejo de aldea de Sulawezi o Tallensi como “democrático”, además del simple racismo, fue que aquellos a quienes los occidentales masacraron con relativa impunidad estaban al nivel de Pericles”.
La diferencia, en definitiva, entre la democracia en estas tradiciones y la de la política moderna es el acto mismo de votar. El consenso era el método democrático preferido por estas sociedades y, como escribe Graeber, podemos encontrar «una y otra vez» comunidades igualitarias «en todo el mundo, desde Australia hasta Siberia» que lo utilizaban. ¿Por qué?, porque «es mucho más fácil en una comunidad cara a cara» llegar a un acuerdo sobre lo que la mayoría de los miembros de la comunidad quieren hacer y, como es típico de estas sociedades, «no habría forma de obligar a una minoría a estar de acuerdo con una decisión mayoritaria». La falta de una fuerza monopolista significa una falta de poder para obligar a la gente a aceptar decisiones y, por lo tanto, debe emplearse un método democrático que involucre a todos los miembros de la comunidad. La falta de un sistema de votación similar al de los griegos o nuestras sociedades modernas puede haber llevado a los historiadores a ignorarlos, pero tengan la seguridad de que la democracia no es una excepción en la historia, sino que a menudo (al menos a nivel local) es la regla.

Estas tradiciones también influyeron en el pensamiento de dos anarquistas nigerianos, Sam Mbah e IE Igariwey, quienes en su obra conjunta, African Anarchism: The History of a Movement3, afirman que si bien el anarquismo “como abstracción puede ser ciertamente remoto para los africanos”, las prácticas anarquistas “no son en absoluto desconocidas como forma de vida”. La sociedad africana era en su mayor parte comunalista, donde “surgió una simbiosis entre grupos que se ganaban la vida de diferentes maneras”. Su organización política, basada en reuniones y encuentros descentralizados, no reflejaba en modo alguno los sistemas centralizados que se desarrollaron en otras partes del mundo. Como describen:
“Tales reuniones y encuentros no se regían por una ley escrita conocida, pues no existía ninguna, sino que se basaban en sistemas de creencias tradicionales, respeto mutuo y principios indígenas de derecho natural y justicia”.
Son estas tradiciones las que pueden actuar como rayos de sol en nuestras desoladoras imágenes del futuro. Si en el mundo hay prácticas anarquistas que han existido durante más tiempo que nuestro infierno capitalista, entonces basta con reavivarlas. No necesariamente tenemos que construir una nueva utopía aparentemente ajena, tan solo necesitamos fomentar los valores humanos que son anteriores a nuestra distopía actual. O, en palabras del filósofo taoísta del siglo III Bao Jingyan, solo debemos volver a una época en la que nuestros corazones no estaban «cada día más llenos de designios malvados».
¿Y dónde encaja Cherán en todo esto?
San Francisco Cherán es una comunidad indígena que se encuentra en el estado de Michoacán, México. Acosados por la actividad criminal, la tala ilegal y las «intrigas constantes» de los partidos políticos locales, los cansados habitantes de Cherán se reunieron el 15 de abril de 2011 para tomar la justicia por sus propias manos. Con rapidez expulsaron a los taladores ilegales que estaban destruyendo sus recursos naturales, pero cuando terminaron se volvieron contra las autoridades municipales y la policía que les estaban fallando. Después de que también los expulsaran, los habitantes de Cherán llegaron a establecer una «asamblea general comunitaria», construida desde abajo por asambleas establecidas en los barrios. Sus razones fueron explicadas muy bien por una vecina, Josefina Estrada, en Los Angeles Times : «Ya no podíamos confiar en las autoridades ni en la policía, no sentíamos que nos protegieran ni nos ayudaran. Los veíamos como cómplices de los criminales».
La paz y la seguridad que esto ha proporcionado a los habitantes de Cherán es increíble. El estado que los rodea tuvo en un año 180 asesinatos en un mes, y, sin embargo, los únicos delitos en la comunidad tienen como causas peleas entre borrachos o conducir bajo la influencia del alcohol. Los delincuentes deben pasar algún tiempo para recuperar la sobriedad tras las rejas o realizar servicios comunitarios, pero el castigo rara vez va más allá. Su historial político, comparado con gran parte de México, también es admirable, ya que sus concejales reciben salarios modestos y deben rendir cuentas ante asambleas democráticas.
En los años anteriores a la revuelta se talaron ilegalmente aproximadamente la mitad de las 59.000 hectáreas de bosque de Cherán, pero, ahora, con la desaparición de los madereros y el patrullaje regular de la tierra, está bien defendido. La importancia de este logro se explica en una entrevista en Los Angeles Times : «Estos bosques son nuestra esencia, nos los legaron nuestros antepasados para que los protegiéramos y cuidáramos», dijo Francisco Huaroco, de 41 años, miembro de la patrulla forestal, mientras él y un equipo caminaban junto a troncos que dan testimonio de saqueos anteriores. «Sin estos bosques, nuestra comunidad no estaría completa, no sería ella misma».

Estos maravillosos acontecimientos deberían inspirar a cualquier izquierdista y pueden llevar a algunos a preguntarse: ¿qué tipo de influencia izquierdista se puede encontrar en Cherán? Esa es una pregunta importante y es igualmente importante, al responderla, destacar la influencia de la propia cultura indígena de Cherán en la creación de su nueva comunidad. Como se expresa en un artículo en Open Democracy :
“La comunidad de Cherán ha ocupado este territorio desde antes de la colonización. Ha conservado instituciones propias para organizarse en el ámbito político, cultural, económico y social, lo que se ha reflejado en su dinámica social. Los habitantes del municipio han combinado sus propias prácticas con el derecho nacional, en un régimen de doble derecho”.
Aunque la ciudad ha tenido sin duda influencias socialistas (como se puede ver en los murales del revolucionario mexicano Emiliano Zapata), no parece haber ninguna insurgencia marxista, vanguardia comunista o agitadores anarquistas a la vista. No hay banderas rojas o negras ondeando al frente de este movimiento, sólo los rostros de los lugareños que pensaron que «ya era suficiente». Y aunque pueden haberse inspirado en las revoluciones del mundo, pasadas y presentes, fue su propia cultura indígena, sus tradiciones y su lugar de vida es lo que está en la raíz de su rebelión y lo que sentó las bases para su nueva comunidad. Cherán ha recibido, de hecho, el apoyo de la izquierda radical de todo el mundo, pero son más bien grupos locales como el Colectivo Emancipaciones, un grupo de derechos indígenas de América Latina, los que le han dado su respaldo más notable.
Hay dos lecciones importantes que podemos aprender de comunidades como Cherán:
- Debemos mantener la esperanza en nuestro mundo aparentemente sombrío y no revolucionario. Momentos como estos refuerzan la creencia anarquista de que los seres humanos pueden ser, en el fondo, anarquistas, y con esto quiero decir que los seres humanos, inspirados por sus tradiciones, comunidades y culturas locales, lucharán por gobernarse a sí mismos y, por extensión, en la época moderna, por poner fin a las miserias del estado capitalista.
- Que un movimiento no necesita enarbolar una bandera anarquista para alcanzar ideales anarquistas. Si realmente creemos que la humanidad es, en sus raíces, capaz de alcanzar la anarquía, entonces no necesitamos ordenar ni esperar que los movimientos se ajusten a los estándares que definen los nuestros. Si realmente creemos que las sociedades humanas, si se les da la oportunidad, tenderán hacia una forma de vida comunitaria, entonces no hay necesidad de que nos quedemos parados y dictemos o examinemos injustamente la acción revolucionaria, sino que solo busquemos inspirarla y apoyarla.
Al pensar en Cherán, propongo que seamos gente verdaderamente «radical», como indica Paulo Freire en el prefacio a su obra Pedagogía del Oprimido4:
“Esta persona no se considera ni el propietario de la historia, ni de todos los pueblos, ni el liberador de los oprimidos, pero sí se compromete, dentro de la historia, a luchar a su lado”.
La increíble obra de Friere se basa la idea de que debemos desarrollar una «educación que plantee problemas» y que centre el proceso de aprendizaje en las condiciones materiales del alumno, o en otras palabras, en el «aquí y ahora». Como él mismo expresa:
“El punto de partida del movimiento está en el propio pueblo. Pero como el hombre no existe separado del mundo, separado de la realidad, el movimiento debe partir de la relación hombre-mundo. Por tanto, el punto de partida debe estar siempre en el hombre en el “aquí y ahora”, que constituye la situación en la que se encuentra inmerso, de la que emerge y en la que interviene”.
Las primeras palabras de esta cita son significativas en lo que llevamos escribiendo, porque en Cherán es cierto que el punto de partida del movimiento se podía encontrar en la propia gente. Sus lazos sociales locales, su herencia y su común humanidad proporcionaron la base para su nueva sociedad. Fue la comprensión de los males del capitalismo y sus causas lo que condujo a ese maravilloso día del 15 de abril de 2011. Nosotros, los radicales, sólo tenemos que plantearnos la pregunta: «¿por qué las cosas tienen que ser así?», y, si es necesario, ofrecer las herramientas para cambiarlas. Ahora bien, lo que es importante es que confiemos en que la gente se organice y desarrolle su liberación por sí misma. La educación es parte integrante, pero no una interferencia. Podemos tratar de plantar la semilla, pero no debemos determinar cómo crecerá la planta.
Si las tradiciones de las que hablan Bookchin, Graeber, Mbah e Igariwey, combinadas con la influencia del pensamiento y la práctica revolucionarios de otras partes del mundo, llevaron a la rebelión en Cherán, podemos esperar que muchas rebeliones de ese tipo pudieran surgir. La tarea del radical no es tratar de tomar el control de un movimiento, ni «imponerle su palabra» (para usar palabras de Freire), sino relacionarse con la gente, inspirarla y luchar con ella, no por ella ni en su lugar. Lo que podemos llamar o sentir como un movimiento anarquista puede no considerarse necesariamente como tal, pero eso no lo hace menos digno de nuestro apoyo. Lo que vemos en Cherán es a la gente ganando su liberación con sus propias manos, un acto que debería llenarnos de esperanza.
- Bookchin , M.(2022): Ecología de la libertad, Capitán Swing. ↩︎
- Graeber, D. (2019): Fragmentos de una atropología anarquista, Akal. ↩︎
- Sam Mbah e IE Igariwey (1997): African Anarchism: The History of a Movement, See Sharp Press. Puedes descargártelo AQUÍ ↩︎
- Puedes descargar desde AQUÍ ↩︎
LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ
Fotografía: Redes libertarias