Por: Hernán Ochoa Tovar. 28/06/2025
El efímero jefe de la Oficina de la Presidencia durante los primeros años del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, Alfonso Romo fue acusado, indirectamente, de acciones no muy gratas. Casa Vector, una de sus empresas ha sido acusada por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos de lavar dinero ¿Podría tornarse don Alfonso Romo en el José Dircéu de la 4T? Quizás
José Dircéu era uno de los máximos e históricos exponentes de la izquierda brasileña. Otrora brazo derecho de Luis Inacio Lula da Silva durante su primera gestión, ocupó durante la misma el encargo de jefe del Gabinete Civil de la Presidencia de la República (cargo semejante al de la jefatura de la oficina presidencial en México). Sin embargo, la realidad lo alcanzó: acusado de corrupción en una cruda temporada de maxijuicios, el lulismo se vio en la disyuntiva de utilizar la coartada tradicional –escudarse en que eran acusaciones políticas para evitar una probable sentencia– o de garantizar el debido proceso (una costumbre menos arraigada en parte de las izquierdas latinoamericanas). A pesar del talante histórico de Dircéu, Lula se inclinó por lo segundo: decidió que se aplicara la justicia simple y llanamente, y su histórico secretario terminó en prisión purgando una condena.
Hago esta disquisición inicial porque, el día de ayer sucedió algo semejante en México, que cimbró la arena política como un terremoto. Alfonso Romo, quien fuera el efímero jefe de la Oficina de la Presidencia durante los primeros años del gobierno de Andrés Manuel López Obrador (2018-2020), fue acusado, indirectamente, de acciones no muy gratas. Esto porque, Casa Vector, importante empresa de inversiones en la cual Romo funge como accionista principal, ha sido acusada de lavar dinero por parte del Departamento del Tesoro de Estados Unidos.
¿Podría tornarse don Alfonso Romo en el José Dircéu de la 4T? Quizás. Aunque entre ambos personajes hay semejanzas y diferencias. Por ejemplo, Lula y Dircéu fueron cercanos hasta que la ley los separó. Lula se convirtió en el rockstar de la izquierda latinoamericana; mientras Dircéu pasaba a la historia como un cadáver político. Romo y AMLO, en tanto, no siempre fueron cercanos: de hecho, algunos reportajes de antaño sugieren que Romo llegó a ser cercano al salinismo, en particular al doctor Pedro Aspe, quien fuese Secretario de Hacienda durante el sexenio en cuestión.
Durante algún tiempo se encontraron en las antípodas. Romo parecía un representante de la derecha tradicional, mientras AMLO se erigía como el baluarte de la izquierda contemporánea. Parecían polos opuestos que nunca llegarían a encontrarse. Sin embargo, la coyuntura y la veleidad política los terminó aproximando. De acuerdo a la versión brindada por el propio Dante Delgado (excoordinador nacional de Movimiento Ciudadano), él fue un factor relevante para el encuentro de personajes tan antitéticos.
Sea como fuere, ambos terminaron confluyendo en la misma causa. Romo acabó abrazando la causa del movimiento obradorista y recaló en el naciente partido Morena, de cara a 2018. Fue él quien acercó a Andrés Manuel López Obrador al empresariado, y le dio un rostro amable a una candidatura que era vista con recelo por diversos sectores y grupos etarios, particularmente las clases medias y altas, así como el sector industrial (que se había sentido contrariado con algunas expresiones de su primera campaña, allá por 2006).
Así, el propio Romo se encargó de confeccionar el proyecto de nación de Andrés Manuel López Obrador en 2018. Fue una gran ventana de oportunidad, pues, aunque el dichoso documento era un texto con muy buenas propuestas, resultaba complejo poderlas cotejar mediante variables. Empero, él supo darle la cara amable y defender ante el electorado que no se trataba de una especie de manual chavista o marxista, sino de un plan de país viable que exploraba opciones alternativas ante el modelo neoliberal, mismo que había regido en México desde el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988), teniendo mayor énfasis y sedimentación en el de su sucesor, Carlos Salinas de Gortari (1988-1994).
Las coordenadas anteriores, sugerirían que Romo sería una piedra angular durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Alguien, con un rol semejante al que tuvieron Aurelio Nuño, en el de Enrique Peña Nieto; o José María Córdoba Montoya en el salinismo. Empero, no fue así. Aunque, en las postrimerías de la transición era un sujeto más buscado que el propio Francisco Guzmán (último Jefe de la Oficina de la Presidencia en el sexenio de Peña Nieto), pronto su figura cayó en la irrelevancia. Sus sugerencias parecieron ser desestimadas por AMLO, quien, contrario a lo que se esperaría, prefirió escuchar a Jesús Ramírez (su nóvel vocero presidencial) que a los mandos moderados de su gabinete, como el propio Urzúa o Tatiana Clouthier (en su momento).
Ello lo fue transformando en una figura de oropel, pues, ante un presidente tan poderoso como lo fue Andrés Manuel López Obrador, Romo se tornó en una especie de ser fantasmal. Probablemente deambulaba por los pasillos de Palacio Nacional; pero ya no era factor de diálogo, alianzas o acuerdos con sectores diversos. Mientras que, acorde a diversos politólogos, el empresariado concurría más con Julio Scherer Ibarra (el primer y controversial Consejero Jurídico de la Presidencia de AMLO) en lugar del propio Romo, quien, a la postre, terminó siendo un convidado de piedra con un cargo importantísimo.
El resultado de aquello, ya lo sabemos: contrario a sus antecesores en el cargo, Romo no duró mucho en la oficina presidencial. Poco antes de que llegara la mitad del sexenio, abandonó el barco aduciendo razones personales. Algunos intérpretes de la realidad política nacional sugerían una fractura con el gobierno de López Obrador. Sin embargo, esto no fue así, pues, aunque Romo no volvió a ocupar cartera alguna durante la administración anterior, se volvió una especie de poder en la sombra: asesor, así como enlace con el sector empresarial, al cual nunca dejó de pertenecer –aunque no fuese el mejor interlocutor–. Sin embargo, sus participaciones nunca fueron tan renombradas, y la estrella que llegó a tener en 2018, poco a poco se fue apagando y su figura perdió fuelle.
Alfonso Romo no pudo levantar la cabeza con la llegada de la doctora Sheinbaum a la Presidencia. Si, durante la segunda parte del sexenio de AMLO, él y su grupo fueron paulatinamente desplazados de los encargos que ocupaban, la doctora no se los restituyó, sino que los mantuvo en el ostracismo. Algo de olfato político ha de haber habido en esta decisión, pues, con lo sucedido, ignoramos si Romo pueda erigirse en el ave fénix que nunca fue. Para muestra el Secretario de Hacienda, Edgar Amador, quien, ante el sospechosismo, sacó el bisturí y, mediante la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV) decidió intervenir los bancos hasta que la situación en mención haya encontrado cauces más favorables.
Ignoramos cuál será el desenlace de esta compleja historia. Nada está escrito, pues las entidades bancarias aludidas tendrán que mostrar su probidad. Sin embargo creo que, Romo políticamente sí está acabado. Quizás soñó con ser el Córdoba Montoya de la 4T, pero no pudo obtenerlo ni por asomo. El tiempo y las autoridades correspondientes dirán si, en lugar de eso, no se convierte en el Dircéu de la 4T. Ya se verá; no hay nada escrito.
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Fotografía: La verdad Juárez