Por: Marcelo Trivelli. 27/06/2025
El mayor riesgo que enfrenta la democracia es el debilitamiento del capital social: los lazos que conectan a las personas en redes de confianza y cooperación. En su libro Bowling Alone, Robert Potnam describió cómo las sociedades modernas están perdiendo sus espacios de encuentro y las formas tradicionales de asociación que daban cohesión a la vida comunitaria. En Chile, esa advertencia cobra vigencia con cada día que pasa.
En el pasado, existió una cultura de comunidad. Las juntas de vecinos, las mutuales, los clubes sociales y deportivos y los sindicatos no eran solo estructuras formales, eran espacios de encuentro donde se forjaban amistades, redes de apoyo y sentido de pertenencia. Los Clubes Radicales en cada ciudad de Chile eran la expresión política de esta integración. En barrios obreros o zonas rurales funcionaban cooperativas agrícolas o radios comunitarias, el “nosotros” era más importante que el “yo”. Incluso durante la dictadura, cuando la institucionalidad democrática estaba quebrada, florecieron ollas comunes, parroquias abiertas, grupos de base, y centros culturales que tejieron redes de apoyo y solidaridad.
Hoy, toda esa trama se ha ido deshilachando. Las ciudades son cada vez más segregadas. Barrios cerrados, la educación segmentada por ingreso y sistemas de transporte que conectan puntos, pero no personas. En vez de convivir, coexistimos. La educación, que debería ser el gran integrador nacional, reproduce y profundiza las desigualdades.
Putnam no solo identificó el problema, también propuso un camino: invertir en las juventudes, no con políticas asistencialistas, sino con programas que generen vínculos reales. Recomendó fomentar el servicio cívico, la cooperación en proyectos colectivos y la formación de redes entre jóvenes de distintos orígenes con un objetivo común: el bien común. Sin conocer a Putnam, Fundación Semilla desarrolla líneas de acción que han sido muy exitosas: Los Fondo de Inversión Estudiantil y Fondo de Inversión Juvenil, que financian proyectos sociales de bien común que diseñan y ejecutan jóvenes organizados en contextos educativos y territoriales respectivamente.
Las iglesias fueron y pueden seguir siendo un punto de encuentro. Las parroquias, capillas y templos fueron espacios de encuentro interclasista y de acogida comunitaria. Pero cuando la práctica religiosa se reduce al culto semanal y no se traduce en una ética de integración y justicia, pierde su fuerza transformadora. Una fe sin puentes es solo un ritual vacío.
Chile necesita recuperar la noción de “nosotros”. Eso exige repensar las políticas públicas desde una lógica relacional y no solo individual. Es urgente una infraestructura social que conecte a las personas más allá del consumo o el rendimiento académico.
Recuperar el tejido social no es superfluo es determinante para el éxito de la democracia. Y comienza, como toda red humana, con voluntad identificando y participando en las oportunidades de volver a encontrarnos.
Marcelo Trivelli
Fundación Semilla
Fotografía: EL NACIONAL