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WOKE: Una perspectiva de clase

por RedaccionA abril 4, 2025
abril 4, 2025
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Por: Óscar Simón Bueno. 04/04/2025

En los últimos años, la ultraderecha está logrando imponer marcos conceptuales que han sido aceptados incluso por sectores de la izquierda, debilitando así sus propias posiciones políticas. Un ejemplo claro es el uso peyorativo del término woke, originalmente asociado a la conciencia social y la lucha por la justicia. La ultraderecha ha desarrollado una estrategia deliberada para deslegitimar las luchas por la justicia social y los derechos humanos.

“Woke”, que en su raíz significaba y significa estar despierto y alerta ante la discriminación racial y las desigualdades sistémicas. La ultraderecha ha intentado y en parte conseguido vaciar dicha palabra de contenido emancipador y convertido en una caricatura. Lo llaman guerra cultural y centran todo su esfuerzo en contraponer la lucha contra las opresiones, como el sistema patriarcal, el racismo, los derechos LGTBI con la lucha contra la explotación. Su objetivo principal es dividir a la clase trabajadora entre hombres blancos heterosexuales, contra mujeres, mujeres contra mujeres trans, ecologistas contra agricultores, hombres negros contra migrantes, latinos contra mujeres y así sucesivamente.

Quizá el vicepresidente de los EE.UU., J.D. Vance, sea el ejemplo más claro de adalid de la guerra cultural. Vance, de orígenes populares, familia sindicalista y demócrata en el este desindustrializado de los EEUU, que muestra de manera magistralmente política en su libro y biopic (Una odisea Hillbilly), ha sido utilizado por Trump para ganar votos en las zonas industriales empobrecidas de los EE.UU, mediante un discurso contra la “élite liberal demócrata” preocupada de manera hipócrita por ser políticamente correcta en cuestiones como el racismo, el cambio climático, el machismo y la LGTBIfobia entre otras. Y ciertamente las élites del Partido Demócrata han mantenido una política imperialista, racista en muchos sentidos, totalmente inconsecuente en la reducción de las emisiones y sobre todo comprometida con la globalización neoliberal que ha empobrecido a muchos sectores de la clase trabajadora de EEUU y del resto del planeta. Los partidos políticos social liberales a lo largo y ancho del planeta han repetido fenómenos paralelos. Pero desde la izquierda en vez de comprar el marco mental de la ultraderecha se debería ser capaz de generar una crítica y una estrategia para superar al social-liberalismo sin tragarnos las ideas reaccionarias que circulan por todos lados y que se están convirtiendo en un nuevo sentido común, que no es otra cosa que una mezcla de la sabiduría aceptada con los años, la opinión extendida del momento y una mezcla de ideas contradictorias entre sí. Puede originarse en la realidad y/o en la invención que hoy llamamos “fake news”.

Los partidos socialdemócratas clásicos que abrazaron la globalización y fueron incapaces de revertir la acumulación de riqueza por parte de los más ricos han allanado el camino a la ultraderecha. Su incapacidad para frenar la pérdida de poder adquisitivo, mejorar los servicios públicos o poner coto a la especulación inmobiliaria es palmaria. De hecho, no pocos gobiernos socialdemócratas han claudicado ante el programa de las clases dominantes, recortes, políticas neoliberales como los tratados de libre comercio que han acabado destruyendo sectores enteros de la economía en determinadas zonas industriales cuya actividad principal ha sido trasladada a otros países. En este sentido las principales organizaciones de la clase trabajadora, los sindicatos, han sido incapaces de plantear ni una estrategia local ni mucho menos global para frenar la globalización neoliberal.

A la vez los magníficos movimientos de lucha por los derechos LGTBIQ, o el movimiento feminista, han conseguido grandes avances que han debido ser aceptados por los partidos gobernantes. Y es aquí donde aparece el elemento central de aquello que la ultraderecha llama guerra cultural, término utilizado para alejar el debate de la lucha de clases y poder enfrentar a diferentes sectores de la gente trabajadora. La ultraderecha ataca el fracaso de los gobiernos socialdemócratas en la reducción de las desigualdades sociales, pero no porque se haya plegado a los intereses de los ricos, que es lo que viene pasando desde hace décadas, sino porque hay demasiado feminismo, demasiados migrantes, demasiados derechos LGTBIQ. Escrito así parece absurdo, pero esta es la base del argumento. La ultraderecha en EEUU y cada vez en más partes del mundo ha conseguido conectar el descontento social con la aceptación de las ideas conservadoras en lo social.

Trump es un millonario estadounidense que se hizo famoso en un programa de televisión en el que despedía a gente. Sus principales valedores son algunos de los hombres más ricos del mundo, como Elon Musk y Jeff Bezos o la fundación Heritage1. Sin embargo, el poder adquisitivo medio de los votantes de Trump es inferior al de los votantes del Partido Demócrata2.

Las referencias de Trump a un pasado en el que muchos sectores de la clase trabajadora estadounidense vivían mejor le han permitido conectar con los mismos. Nada nuevo bajo el sol: el auge de los nazis en Alemania se debió en buena parte al descrédito de la socialdemocracia alemana, cuyo gobierno aplastó la revolución alemana en los años 20. Las similitudes del tándem Trump-Musk con el fascismo de los años 20 y 30 son múltiples, Mussolini también se asoció a un gurú tecnológico de su tiempo como Guglielmo Marconi3. al que se atribuyó durante mucho tiempo el invento de la radio, aunque hoy no esté del todo claro.

Esto no quiere decir en absoluto que Trump esté intentando gobernar para la clase trabajadora sino todo lo contrario. Su gabinete está lleno de millonarios que pretenden destruir lo que queda de servicios públicos en los USA, atacar a los sindicatos todo para incrementar las ganancias de su clase. Saben que es un plan peligroso porque un ofensiva como el que planean puede topar y topará con resistencia, por eso están lanzando a unos sectores de la clase trabajadora contra otros. No podemos olvidar que la ultraderecha es el ariete de la clase dominante cuando esta ya no puede gobernar como lo hacía anteriormente y el Partido Republicano y aquellos que lo financian sabían que no podían ganar con el programa clásico de la derecha, sino que necesitaban echarse en manos de la ultraderecha para recuperar la Casa Blanca. De hecho, la fundación, neoconservadora y ultraderechista, Heritage ha desarrollado un programa llamado Proyecto 20254 que, entre otras medidas, establece planes para disolver los departamentos de Comercio y Educación, rechazar la idea del aborto como atención sanitaria y afectar las protecciones climáticas. Esto entraña peligros para la arquitectura económica e industrial de los EEUU, que depende de una cadena de suministros globales que se puede ver fuertemente afectada por los aranceles. Por ejemplo, el petróleo canadiense es clave en la industria de refinado de Texas. La administración Trump lo sabe y por eso está aplicando presión militar y económica sobre diferentes estados para intentar minimizar esos riesgos, lo que puede está llevando a más militarismo.

Cuando la izquierda compra el marco mental de la derecha en nombre de una supuesta lucha de clases olvida una cosa fundamental. La clase trabajadora es diversa y plural, la mitad son mujeres, hay personas LGTBI, migrantes y una infinidad de combinaciones de diferentes condiciones. Trump y la ultraderecha intentan retratar a la clase trabajadora como blancos empobrecidos para lanzarlos contra otros sectores de esta. Como ultraderechista se entiende. Lo que es ridículo es que gente de izquierdas sea tan miope. ¿De verdad alguien puede pensar que podemos confrontar la oleada neoultraderechista sin contar con las mujeres o las personas racializadas de clase trabajadora? Ese ha sido el camino del rojipardismo que a lo largo de la historia sólo ha servido para llevar a sectores obreros al fascismo. En Alemania una escisión de Die Linke, la Alianza Sahra Wagenknecht, que toma el nombre de su líder, ha decidido seguir este camino. El rojipardismo tiene dos ideas básicas: ser de izquierdas en lo económico y de derechas en lo social. Como si el patriarcado, el racismo y otros sistemas de opresiones que se desarrollan bajo el capitalismo no estuvieran ligados a las relaciones de explotación en la que vivimos.  Que alguien de la izquierda postmoderna dijera esto, sería criticable, aunque comprensible, pero que algunos autodenominados comunistas desliguen el sistema de opresiones que se desarrolla dentro del capitalismo de las relaciones de producción que se establecen en el mismo, es lo más parecido al antimarxismo. ¿Qué quieren aquellos que desde unos supuestos postulados de izquierdas utilizan la palabra woke para quejarse del feminismo, de la migración, de las políticas LGTBI? ¿Un partido comunista de machos blancos revolucionarios?

Ciertamente existen discrepancias entre los sectores de la izquierda. Algunos de ellos rompieron con tener una perspectiva de clase a finales de los años sesenta y principios de los setenta, entre otros motivos por la orientación de gran parte de marxismo dominante, dominado por la visión estalinista, bastante conservadora en determinados aspectos sociales y que veía cómo luchas de segunda los movimientos  que se desarrollaban contra los sistemas de opresiones que se desarrollan en el capitalismo. También porque la clase trabajadora a pesar de existir y ocupar un papel central en la producción y reproducción del capital, la mayoría del tiempo no aparece como una fuerza revolucionaria. De hecho en su seno conviven ideas contradictorias, existen prejuicios de todo tipo, pero eso no cambia el hecho de que todo lo que una persona utiliza cada día de su vida (excepto el aire que respiramos) proviene de la transformación de recursos naturales en productos por parte de la gente trabajadora. Por mucho dinero que tenga Elon Musk sin la gente que produce los Tesla o la que mantiene X, estas empresas no funcionarían.  Los capitalistas prácticamente monopolizan la propiedad de los medios de producción pero sin la fuerza de trabajo de la gente obrera no pueden producir, ni reproducir capital.  El filósofo húngaro György Lukacs ya analizó la contradicción entre la existencia de la clase trabajadora y la falta de conciencia colectiva de la misma en su obra Historia y conciencia de clase Estudios sobre dialéctica marxista (1923). Esta contradicción junto con la degeneración de los partidos comunistas bajo el estalinismo llevó a que muchos de los movimientos surgidos en los años 60 y 70 abandonaran la perspectiva de clase y se centraran en la identidad, también que renunciaran a un horizonte de revolución social ya que la desaparición la clase trabajadora como sujeto revolucionario dejaba de existir la manera de aglutinar en una acción común emancipadora la diversidad existente dentro de la sociedad. Ciertamente la clase trabajadora es como el aire, existe, sin él no podríamos respirar, pero no lo vemos y sólo en contadas ocasiones y bajo circunstancias muy concretas se transforma en vendaval capaz de ponerlo todo patas arriba, de la misma manera la mayor parte del tiempo la gente trabajadora permanece fragmentada, con relativamente baja consciencia colectiva y sólo en determinados momentos históricos ha sido capaz de derrocar el régimen de injusticia generalizada en el que vivimos llamado capitalismo. Sin embargo, las élites no olvidan la historia, saben lo que pasó en Rusia en 1917, la revolución de 1936 en muchas partes del Estado español, saben que fue la energía colosal de la clase trabajadora consciente y en ,marcha la que las llevó adelante. Por eso centran su guerra cultural en fragmentar y enfrentar a las personas trabajadoras entre sí y por eso resulta una pésima idea seguirles el juego.

Es necesario señalar que, para recuperar cierta perspectiva de clase, se debe considerar que millones de personas de la clase trabajadora sufren el racismo, el machismo, la LGTBIfobia y la islamofobia. Aceptar la narrativa ultraderechista implica ceder en el terreno de la política. La izquierda debe poder hacer autocrítica sin traicionar sus principios fundamentales. Es posible debatir estrategias y tácticas sin negar la necesidad de transformar las estructuras como el patriarcado, el racismo, la islamofobia, la LGBTIfobia (..). De hecho, Trump y sus epígonos globales —Bolsonaro, Abascal, Meloni, Orbán—, cuando se dirigen a la gente trabajadora, intentan reducirla a los sectores blancos de los antiguos cinturones industriales para enfrentarla al resto de la clase, que intentan enmascarar con el término “woke”.

La obsesión de la ultraderecha con las migración es otro de los puntos claves de su intento de fragmentar y enfrentar la clase junto con el antifemismo.  Antes de continuar pienso que es necesario señalar que, no contra todas las migrantes, sino contra aquellas racializadas y  de clase trabajadora. Las personas que migran en su mayorías son trabajadoras y ciertamente cuando llegan a sus países de destino suelen ser formar parte de los sectores más empobrecidos. Pero no es la migración la que genera pobreza sino las elevadas tasa de explotación que sufre, en forma de bajos salarios, falta de derechos propiciada por la leyes racistas, como la ley de extranjería. No es casualidad que en las provincias con una mayor dependencia de la explotación de las trabajadoras racializadas, como Almería, Murcia o Huelva VOX obtenga los mayores porcentajes de votos. El modelo productivo dependiente de la mano de obra sin derechos necesita justificar ideológicamente  su existencia. De hecho el trabajo de las personas migrantes (como de cualquier otra trabajadora), por ejemplo sólo el sector de la carne en Catalunyaexportó5 por valor de 5.348 millones de € en 2023. En este sector la mayoría de trabajadoras son migrantes  lo que pasa que la redistribución de la riqueza es muy baja, Los que acaparan el dinero son los empresarios, o sean son estas grandes empresas agroexportadoras son las que generan pobreza entre sus asalariadas, a parte de los impactos ambientales de la agroindustria. No es de extrañar que el partido ultraderechista Aliança Catalana, como anteriormente Plataforma por Catalunya tenga especial apoyo en las zonas donde se explota de manera especialmente intensa a las personas racializadas. De nuevo la ultraderecha consigue connectar una necesidad de la clase dominante, mantener la precariedad para asegurar los beneficios, con una idea política  de que la immigración es un problema para emmascarar su propósito,

Trump y “tutti quanti” se presentan como antisistema cuando en realidad buscan conservar el statu quo bajo la apariencia de un falso sentido común. Elon Musk, Jeff Bezos, y los multimillonarios de la fundación Heritage etc., luchan para que no haya sindicatos en sus empresas con un único objetivo: evitar a toda costa el reparto de la plusvalía con las trabajadoras y trabajadores.

Trump ha utilizado el machismo para ganar las elecciones, ha impulsado el mito del hombre heterosexual perseguido, pero la solución no es construir una izquierda machista (no lo dicen así, dicen que hay demasiado feminismo), sino desarrollar una perspectiva revolucionaria que sea capaz de impulsar la lucha feminista desde una perspectiva de liberación y del fin de la opresión de clases. Si alguien pone en duda esto, solo recordarle que el 8 de marzo de 1917 (23 de febrero, según el calendario juliano que se utilizaba en Rusia), las obreras textiles de Petrogrado se levantaron en una gran manifestación pidiendo pan y paz. Este movimiento se extendió, con huelgas y más movilizaciones de manera que el zar se vio obligado a abdicar y el gobierno provisional concedió a las mujeres el derecho de voto. Aquí hemos visto como el feminismo dio pasos enormes cuando fue capaz de utilizar el arma por excelencia de la clase trabajadora: la huelga. Dos enormes huelgas feministas (2018 y 2019) que hicieron retroceder las ideas machistas.

La clave está en defender un pensamiento crítico que no sea ni complaciente ni reaccionario. No se trata de aceptar acríticamente todas las posturas que emergen desde sectores de izquierdas, sino de analizarlas desde el compañerismo y sin perder de vista el contexto en el que se desarrollan. En un mundo donde la ultraderecha busca apropiarse del lenguaje para socavar la posibilidad de cambio, es más importante que nunca que la izquierda defienda su propio marco interpretativo y no ceda ante la manipulación discursiva de quienes se oponen a la justicia y la igualdad.

No se puede reducir la lucha de la clase trabajadora a la lucha económica de la clase trabajadora, aunque tampoco se puede olvidar. Luchar contra la explotación de clase sin considerar que las luchas LGBTIQ, feminista, antirracista, autodeterminista, ecologista forman parte de la lucha de la clase trabajadora para vivir en un mundo más justo, denota una falta de compresión de cómo la consciencia colectiva puede pasar de estar fragmentada a avanzar. Existen multitud de ejemplos, ya hemos mencionado las huelgas feministas, tampoco podemos olvidar la huelga del 3 de octubre de 2017 donde el movimiento por la autodeterminación y la independencia de Catalunya fue capaz de acumular el mayor poder a través de una huelga general que propició el bloqueo del país por millones de personas obreras en su inmensa mayoría.  En este sentido el movimiento por el derecho a la vivienda está avanzando en su perspectiva de clase. Históricamente  este movimiento ha sido una lucha de las clases populares en general y de la clase trabajadora en particular contra la acumulación y expolio de los rentistas. Hoy ya se están desarollando huelgas de alquileres en Sentmenat, Banyoles, Vilanova i la Geltrú i Sitges6 pero revolotea en el ambiente la necesidad de una huelga general por la vivienda. O sea utilizar el poder de la clase organizada para detener la producción y reproducción del capital para poner coto a la especulación rentista.

  Dejo para el final dos ejemplos de cómo la perspectiva de clase permite aglutinar lo que la ultraderecha quiere enfrentar. Dos ejemplos que creo son especialmente relevantes porque si por algo se caracteriza el movimiento ultraderechista actual es además de por el machismo y el racismo es por el odio hacia las personas LGBTI y a las personas racializadas. (Musk es un inmigrante sudafricano y no lo odian precisamente). Pues bien, el festival “Pits and Perverts” en apoyo de la lucha minera contra los cierres decretados por Margaret Thatcher. Este movimiento consistió en un festival benéfico celebrado en 1984 en apoyo de la huelga de los mineros británicos. Fue organizado por el grupo Lesbians and Gays Support the Miners (LGSM) y ayudó a recaudar fondos para los trabajadores en huelga, simbolizando la solidaridad entre la clase obrera y los movimientos LGTBIQ+ y quedó genialmente retratado en la película Pride. El segundo se sitúa en la primavera de 2015, las contratas de Movistar se pusieron en huelga y fueron apoyadas por gente del movimiento independentista revolucionario y otros muchos sectores, pero uno de los hechos que más llamó la atención fue que los trabajadores, mayoritariamente hombres heterosexuales, algunos nacidos en Cataluña pero muchos originarios de Ecuador, Perú o Bolivia, fueron apoyados por el movimiento LGTBI de Barcelona y acudieron a la manifestación de apoyo al mismo, donde recibieron enormes muestras de solidaridad.  O sea, una lucha económica de hombres mayoritariamente heterosexuales, algunos racializados, otros no, acudió a dar apoyo a la manifestación LGTBI y fueron recibidos como lo que eran, compañeros de lucha.  Allí, aquel día, fuimos ferozmente wokes, porque sí estábamos de pie y combatiendo las injusticias del sistema.

En el fondo no es cuestión de tener una perspectiva obrerista centrada únicamente en intentar actuar políticamente en los centros de trabajo porque la lucha de clases no se reduce a la lucha económica, tampoco plantear mecánicamente la necesidad de huelgas generales para avanzar en la conquista derechos no asociados al trabajo sino entender que agrupar lo disperso y unir aquello diferente pasa por buscar como organizar el poder que nos permita derrocar el sistema en el que vivimos explotadas y oprimidas y eso indefectiblemente pasa en un primer momento por autopercibirnos como clase superando la fragmentación a la que nos somete el sistema. Entender la autonomía de los movimientos sociales pero a la vez avanzar en la consciencia colectiva de que allí donde producimos y reproducimos el capital es donde podemos ser capaces de acumular más poder, no el único sitio, porque tenemos ejemplos históricos magníficos de luchas populares que han avanzado en sus reivindicaciones pero es necesario reconocer que sin el poder de la clase trabajadora no se ha hecho ninguna revolución.

Oscar Simón es profesor y sindicalista.

1 https://es.wikipedia.org/wiki/Fundaci%C3%B3n_Heritage

2 https://www.lavanguardia.com/vida/junior-report/20190214/46405726853/inventor-radio.html

3 https://elpais.com/internacional/elecciones-usa/2024-11-07/trump-conquista-el-voto-del-descontento-por-la-inflacion-y-la-inmigracion.html

4 anol/estados-unidos/donald-trump-project-2025.html

5 https://www.porcat.org/ca/noticies/catalunya-bat-records-en-exportacions-agroalimentaries-al-2023-i-el-sector-carni-es-mante-com-el-mes-exportador_3332/

6 https://www.diaridebarcelona.cat/w/sindicat-llogateres-anuncia-inici-vaga-lloguer-sis-promocions-caixa

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Fotografía: Viento sur

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