Por: Ventura Alfonso Alas. Chalatenango. El Salvador. 29/07/2022
“La utopía (Esperanza)[1] está en el horizonte.
Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y
el horizonte se corre diez pasos más allá.
Entonces, ¿para qué sirve la utopía (Esperanza)?
Para eso, sirve para caminar”.
Eduardo Galeano
Cuando íbamos subiendo la montaña, el valle donde nosotros vivíamos (El Jícaro, Chalatenango) estaba completamente incendiado. Serían los primeros días de mayo de 1980. Para ese entonces ya dos de mis hijos, Alfonso (Tito) y Amando (Sebastián) habían sido asesinados por cuerpos militares gubernamentales, por pertenecer a la guerrilla y luchar por tierras para los campesinos, participación política y otros derechos que fueron negados históricamente al pueblo salvadoreño.
Así nos ha contado mi abuelita la salida de sus casas a mediados de 1980, con una lucidez mental como una de las mejores historiadoras del S. XX. Continúa, en esa huida íbamos rumbo a la concentración de gente en las Aradas, pero el ejército salvadoreño ya había adelantado algunos pasos y no pudimos pasar. La noche del 13 de mayo, a la altura de Los Naranjos, de Las vueltas; tuvimos que retroceder y bordear la montaña para esquivar a los militares. Sería la madrugada del 14 de mayo; mientras se desarrollaba la masacre en Las Aradas cuando llegamos a un lugar llamado La Lajancha, en la falda de la montaña, del lado de Concepción Quezaltepeque. Allí permanecimos algunos días.
Luego que pasó la masacre de Las Aradas en las riberas del río Sumpul; había cientos de campesinos, mujeres, niños, ancianos… escondidos en la montaña, en casas abandonadas; sin saber exactamente lo que había sucedido aquella madrugada. Aquilino (el abuelo) estaba buscando noticias de su familia; así llegó hasta aquel lugar que les encontró. Volvieron al Jícaro, cantón abandonado, desierto, destrozado por el ejército salvadoreño; que a su paso había destruido cuanto había podido y asesinado a cuantas personas pudieron, como preámbulo a la masacre. Así sobrevivimos esa invasión (guinda de mayo) denominada: “tierra razada”.
La organización en nuestra familia había comenzado algunos años antes, mis hijos ya habían participado en varias marchas de protesta, concentraciones populares, charlas de formación política. Uno de los momentos álgidos sin duda sería el martirio de Monseñor Romero aquel fatídico 24 de marzo, para el entierro se dieron cita los campesino de Chalatenango, allí estaban mis hijos que también sobrevivieron a aquella masacre. Para junio de 1980 ya he llorado el asesinato de dos hijos, la captura forzada y desaparición de Aquilino, mi esposo. También ya estuve en cárceles, enfrente de militares, buscando el paradero de una hija que fue capturada en Las Flores por participar en una concentración campesina. La guerra sin duda es lo más terrible que hayamos vivido, remata.
Así llegamos a esta etapa de la vida, cuando parecía ir mejorando la calidad de vida, por todo el esfuerzo y empuje de mis hijos, liderados por Alfonso, el hijo mayor, la economía familiar estaba superando una deuda de toda su vida. Estalla la guerra civil. Nos toca dejar todo y salir de las casas para resguardar nuestras vidas.
Desde que se inauguró la radio YSUCA, un sueño de Ellacuría, mamita Esperanza ha sido fiel oyente, ha recreado la revolución Nicaragüense con la música de los Mejía Godoy, a Fidel Castro Ruz con las noticias internacionales, a Ernesto Guevara de la Serna con Silvio y su canción del elegido, como el guerrillero universal a quien sin duda sus hijos admirarían de haber sabido de él. En esta radio sonó alguna vez una canción de Guillermo Cuellar con Exceso de equipaje, Canasúnganana, desde la primera vez expresó su amor por esa canción; con el tiempo fui comprendiendo esa conexión. Dejo aquí algunas frases.
“Tengo que ir al mercado a tentar aguado, pues pisto no hay. También limpiar la casa, hacer la comida y ponerme a lavar”. La abuela “Nunca fue a la escuela, no tuvo trabajo ni escaló peldaños”.
Nacida en el año 31 en Concepción Guillenes de San José Cancasque, hija primogénita de campesinos, Salvador Beltrán y Manuela Valle; siempre estuvo sometida a las desigualdades sociales que este país ofrece a las mayorías populares. Desde temprana edad tuvo que trabajar duramente para ayudar a su papá en la milpa y a su mamá en los quehaceres de la casa.
Y es que, el momento histórico en que le toca nacer es de convulsión económica, política y social. La crisis económica del 29, el surgimiento de un potente movimiento campesino y estudiantil liderado por Farabundo Martí, Zapata y Luna y el cierre de la dictadura de los Meléndez; así como el surgimiento de la dictadura de Maximiliano Hernández Martínez; son las condiciones que esta patria chiquita ve nacer a nuestra matriarca Esperanza.
Ese nombre no le correspondía, así como le fueron negados todos sus derechos humanos elementales. En 1929 había nacido una prima que llevaba ese nombre, hija de un hermano de su papá y de una hermana de su mamá; por lo que hacían coincidir exactamente los apellidos. Quedó registrada como hija de Samuel Beltrán y Angelina Valle.
Este contexto le ha acompañado por toda la vida, tal como lo dijo Ignacio Ellacuría, ha tenido una “lucha permanente de la vida en contra de la muerte”. Siempre ha sido así, según sus propios cálculos en el tiempo, tendría unos 5 años cuando sus padres emigraron a “La Montañita”, una zona al norte del casco urbano de Chalatenango. De allí en adelante su infancia estaría marcada por la poza del Cereto, por Jilguero la Sanata que representaban todo el patrimonio familia, por el frío de la montaña, por los ranchos que construyeron los hombres a la llegada, por las milpas en los talpetates que no hicieron producir, por los llanos entre las casas…
La adolescencia le encontró huérfana de papá, sin zapatos, sin conocer la escuela, con un tan sólo vestido que tenía que lavar en el pozo y esperar a que se secara para volver a vestirse; tuvo que asumir responsabilidades a temprana edad como mensajera de la familia a su Chalate de antaño de calles empedradas y Quezaltepeque; estos lugares le marcaron por siempre y les lleva siempre en su potente memoria y su corazón.
De esa época conocemos de Lucio Orellana, un vecino de la montaña que era un borracho divertido de buen corazón, de su tío Daniel como un viejo valiente y trabajador casado con la Colacha; sabemos del adorable tío Samuel que asumiría la responsabilidad paterna de ellos al quedar huérfanos. Este era un hombre valeroso, no temía a la montaña ni a todos los peligros que representaba; mató un león con su escopeta de taco e hizo noticia por todo chalate con esta hazaña, bebía aguardiente y nunca se supo que andaba borracho, era el pacificador de los pleitos de los bolos locos con corvo y él con una tan sola tranca lograba apaciguar más con autoridad que con fuerza. Se dice de él que quizás tenía algún pacto.
El tío Samuel sin duda es de las personas más influyentes en su vida. Un ejemplo de honestidad, prototipo de esposo con los cuidados de su tía Angelina, rígido como padre con sus hijos Beto y Napo; pero tan divertido que podían pasar noches enteras contando pasadas y arremedando a cuanta persona se dejaba ver en la montañita.
Sabemos de las tierras de La Tenería, de Chacawaca, del río Muca, de Gualchoco, de la Chácara y del parte que salía a comunicar el alcalde municipal de Chalate con una banda sonando para llamar la atención de los ciudadanos; por las estadías de mamita Esperanza en la casa de los abuelos paternos Hilda y Tacho. El chele Manzano y los turcos eran los comerciantes empresarios de ese tiempo. Esta época serían los inicios de los 40´s.
Conocemos de Leopoldo, este personaje era el alcalde del carrizal, pasaba por la montañita una vez cada mes, venía a Chalate a dar parte de toda su actividad municipal. Punto de descanso de rigor era donde el tío Samuel. Sabiendo que cuando regresaba ya estaba debatiéndose el día con la noche, habían preguntas de rigor para aquel valiente alcalde: ¿Pero usted lleva arma? Si amigo, pero no tengo parque. ¿Y lámpara lleva? no, la dejé en la casa, pero aquí llevo las pilas. Es el prototipo de tener algo incompleto, que en la práctica es infuncional.
En su hoja de vida se registra también un trabajo en San Salvador como ayudante de un cocinero chino y oficios varios en un restaurante del tío Gonzalo, allí devengaba un salario de 5 colones mensuales; de esa etapa recreamos a San Salvador en la zona del parque Centenario, el mercado San Miguelito y La Tiendona rodeados por potreros, zacatales donde amarraban caballos, cabras y vacas viejas para repastar. Añoraba cada día a su montañita de Chalate y en cuanto tuvo una oportunidad para regresarse, lo hizo. Aprovechó la visita de un tío y aseguró al cocinero y al tío su regreso, que solo vendría para visitar la familia en concepto de permiso. Así se escapó de la ciudad capital, lugar al que sigue detestando desde aquella época.
El viaje a San Salvador lo habían hecho junto a su abuelita Hilda que iba en un caballo viejo, el ayudante que era un pobre viejo patojo y ella caminando. Tardaron dos días para llegar. Cruzaron el barcaje rumbo a Suchitoto y lograron llegar al atardecer por San José Guayabal, en la zona de Tonacatepeque. Jarrilla para hacer café y pupusas de frijol eran todas las provisiones que llevaban.
Registra también dos viajes memorables a Honduras, uno donde la tía Reimunda que tardaban unos dos días también para llegar, cruzando la frontera por la zona de Nombre de Jesús. Allá estuvo unos 3 meses ayudando a la prima Jorge a ordeñar y procesar toda aquella leche, quebrar maíz en la piedra de moler y hacer tortillas para los piones que trabajaban en aquella casa. El día había que empezarlo en la madrugada paraque alcanzara y hacer todos los quehaceres. Ya casada, fueron con Aquilino y otros lugareños del Jícaro a Tomalá a cumplir una promesa a la virgen de Los Remedios. Décadas más tarde volvería a caminar rumbo a Honduras, sin saber que iba para allá porque había sido desplazada del Jícaro, asediada por el ejército salvadoreño y todos los cuerpos de represión que materializaban la violencia estructural del estado salvadoreño. La estrategia para derrotar la pobreza, matar con balas a los pobres.
De casada tuvo que irse a vivir al Jícaro, el valle. Aprendió a querer y dejarse querer por todo el cantón. Tiene agradables recuerdos de su suegra Estebana y el suegro Manuel. Además de todo el quehacer doméstico que implica una casa con esposo y los hijos llegando muy pronto; para soportar la crisis económica y resistir la economía familia se dedicó a la jarcia. Experta en hilar mezcal, torcer las pitas y tejer alforjas. Don Chepe Menjívar era el proveedor de los materiales y los productos; nunca pudo hacer una venta y recibir dinero, los compromisos económicos le obligaron siempre a deber producción. Don Chepe siempre tuvo la paciencia y la confianza en señora Esperanza. Esta actividad económica fue respaldada por sus hijas, los hijos varones al trabajo agrícola.
La guerra civil marca un punto de inflexión en la vida de la familia. La incorporación de todos en la organización y lucha popular implica asumir todas las consecuencias que conlleva un momento histórico como este. Tito y Sebastián ya asesinados, Milton y Osmín seguían luchando en el frente, mamita inicia la crianza de nietos en condiciones de guerra con sus peches Mónica y Sandra. El tío Chamba muy pronto, después de una guinda que deambulaban entre La Laguna Seca, Guancora, el Portillo de San Isidro, Los amates y Santanita, termina muriendo sin asistencia médica y asesinado por la guerra. De allí en adelante nunca le arrancaron de sus manos a las peches y de su corazón, menos.
Llegar al campo de Refugios en Mesa Grande, Honduras, sin duda alguna que reconocemos como una bendición para salvar la vida. En las montañas de Chalate la crisis alimentaria se había agudizado, no había un tan sólo medicamento para el pueblo, la persecución se agudizó y la guerrilla apenas podía resistir. La lista de asesinados aumentaba, los muertos que quedaban en cada lugar que caminaban era asumido casi normal por todo el deterioro de las condiciones de vida. Entre otros acontecimientos mujeres tuvieron que ahogar a sus hijos con trapos en la boca paraque no lloraran y fueran descubiertos por el ejército y asesinaran a toda la población. Días y días sin comer ni beber agua. Su profunda fé en Dios y sus oraciones sin duda le dieron tanta fuerza física y emocional para resistir esta guerra y toda la vida.
El refugio en Mesa Grande permitió la reunificación familiar, la lista de nietos ya era grande y todos se daban cita a la casa de la abuela, el tío Alfredo (Milton) y Amado (Osmín) asumías la responsabilidad paterna cuando era necesario de todos los sobrinos y éramos reprendidos por cualquier falta y nadie se molestaba. Estando en Mesa Grande llegó la noticia que el compañero Osmín había caído en una emboscada en la troncal del norte por la zona de La Palma. Sería 1986. Catequista y miembro del comité de vigilancia, serían de los principales roles que desempeñaría en aquel lugar.
De Guillenes a La Montañita, de casada al Jícaro; expulsada de allí por la represión al campo de refugio en Mesa grande. Agosto del 88 retornamos a Teosinte, San Francisco Morazán, Chalatenango. Abandonamos Honduras, un país que queremos mucho; desde épocas antiguas de la república bananera en la que era muy común que hombres y mujeres se iban a la costa atlántica. Ahora sí, cada día al amanecer agradece a Dios con sus oraciones la dicha de seguir viva, potente de salud y mantener a su familia con bien; pero también la bendición de tener un lugar donde vivir sin miedos, que proyecta emocionalmente vivir el resto de vida que le quede.
Es de las más longevas del lugar (91 años -31 de julio-) muy reconocida y querida por Teosiente y todos los lugares aledaños. Siempre hay una oración, un consejo, café, una tortilla y una plática amena para cada familiar o visitante. La casa de la abuela es un refugio familiar para cuanto miembro enfrenta alguna dificultad en su hogar y decide venir para encontrar la paz y la tranquilidad que en otros espacios no ha podido conseguir. Cuanto peche aparece en la familia, ella lo cría. Sus energías y su amor parece que se multiplican mientras más lo comparte.
El escritor salvadoreño Alfredo Espino en uno de sus poemas escribe a la madre, con la abuela, esta estrofa cobra vida:
Manos las de mi madre, tan acariciadoras,
tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras.
¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las que aman,
las que todo prodigan y nada me reclaman!
¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,
me sacan las espinas y se las clavan en ellas!
Si bien es cierto que este escrito no corresponde a una investigación bibliográfica, ni mucho menos a teorizar sobre la vida y filosofar; no detuve la tentación de hacer una revisión rápida sobre las distintas definiciones de Esperanza, me encontré con lo siguiente.
Según la enciclopedia Wikipedia, la esperanza es un estado de fe y ánimo optimista basado en la expectativa de resultados favorables relacionados con eventos o circunstancias de la propia vida o el mundo en su conjunto.
La Real Academia Española define “la esperanza como Estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea”.
Siguiendo a la RAE, en otro significado, la esperanza cristiana como “La virtud teologal por la que se espera que Dios dé los bienes que ha prometido”.
Existen también enfoques en el área educativa que incorporan el concepto de pedagogía de la esperanza, Paulo Freire se refiere a ésta como “una necesidad ontológica, lo que nos mueve, lo que nos marca una dirección”.
En el diccionario de sinónimos, Esperanza tiene las siguientes acepciones: “confianza, seguridad, certidumbre, creencia, promesa, perspectiva, ilusión, optimismo”.
Debo admitir también que me ha significado muchos conflictos mentales lograr hilvanar estas ideas que seguramente siguen desordenadas, que van a requerir de ampliar detalles con la implicada directa, quienes tengan el deseo de ser más acuciosos y la dicha de platicar con ella. Mi vínculo emocional como nieto peche criado por la Esperanza, no dudo que me ha limitado para poder escribir con mejores detalles.
Seguramente quien lea este artículo tendrá más preguntas que respuestas sobre la vida y obra de mamita. Este es un asomo, una deuda histórica de quienes le queremos y amamos, recordarle siempre, acercarnos lo más que podamos a su ejemplo. Una vez dije que la vida era solo una y que por eso había que disfrutarla y joderla. Me refutó y argumentó que por eso justamente había que cuidarla, solo es una.
De Galeano a las citas de Google, de Freire… su vida y obra, mi testimonio y la teoría nos sirvan para contrastar y someter a una revisión crítica todas las ideas planteadas. A la fecha 8 hijos, 21 nietos y 41 bisnietos son las estadísticas familiares de la descendencia. Nos deja con firmeza, claridad y certeza, su nombre: Esperanza.
[1] Utopía es originalmente utilizado por Galeano, para efectos de este texto, en virtud del nombre de mi abuelita. Esperanza.