Por: Luis Armando González. 04/11/2022
Una cosa que no se puede negar es que, además de contribuir a la forja de la identidad de sus miembros, en el seno de los microgrupos familiares se cultivan valores (o antivalores, según cómo se mire), es decir, formas de juzgar moralmente tanto la conducta propia como la conducta de los demás. Las primeras categorías de lo que es bueno o malo, permisible o no permisible, se aprenden en ese microgrupo, o el microgrupo que ocupe su lugar (como sucedió con las maras o pandillas después del fin de la guerra civil salvadoreña) (González, 2012).
Cuando se dice valores se dice normas, es decir, orientaciones para la conducta y las relaciones consigo mismo y con los demás (Ramírez Castillo, 2005). ¿Qué valores (o antivalores) y normas de conducta social se cultivan y promueven en las familias salvadoreñas en estos momentos? ¿Qué valores (o antivalores) y normas de conducta social se han cultivado y promovido en las familias salvadoreñas desde el fin de la guerra civil? ¿Hay alguna relación entre eso y los comportamientos públicos y privados del presente? Estas interrogantes (y otras) urgen de respuestas que, para ser de alguna utilidad, deberían surgir de investigaciones científicas de largo aliento.
Un asunto que no debe perderse de vista es que muchas veces lo que se cultiva en la familia como valores y normas puede entrar en choque con lo ideales de una buena sociedad; estos ideales muchas veces se cultivan en la escuela, pero los maestros la tienen difícil a la hora de competir con padres, madres o tutores que enseñan lo opuesto a lo que ellos tratan de enseñar.
Así, un ejemplo gráfico de esto es el caso de padres (mamá y papá) que cultivan el abuso, el irrespeto y la irresponsabilidad como algo bueno y positivo ante sus hijos e hijas (se puede ver eso en las calles con conductores adultos que violan las leyes de tránsito y sus hijos e hijas, en el asiento de atrás, contemplan a diario esas conductas); luego, en el salón de clases, la maestra o el maestro se esfuerzan por promover la responsabilidad y el respeto a las leyes. ¿Quiénes tendrán mayor capacidad de influencia? Seguramente, el papá y la mamá. Pero lo mejor sería investigar con el mayor rigor un asunto tan importante y delicado.
Lo que sí no puede dejarse de lado es el papel crucial que juegan los grupos de referencia primarios (y el micro grupo familiar es el esencial) en la formación de los hábitos de sus nuevos miembros, es decir, de conductas-comportamientos que, luego de aprendidos, se convierten en automáticos y espontáneos. Dicho se forma sencilla:
“Los hábitos se caracterizan por estar muy arraigados y porque pueden ejecutarse de forma automática. Cuesta mucho cambiar los hábitos. La clave de la adquisición de hábitos está en que la persona se habitúa a realizar las actividades esperadas. De esta manera la acción se incorpora a la rutina diaria y se ejecuta sin tener que involucrar la conciencia. Aristóteles dijo hace 25 siglos que somos seres de hábitos. Pero el hábito puede ser modificado. Para lograr transformarlo o extinguirlo, se requiere que la persona no solamente tenga conciencia de la necesidad de modificarlo, sino que de manera repetitiva ejecute la conducta alternativa para modificarlo o eliminarlo” (Unidad de Prevención Comunitaria en Conductas Adictivas, s.f., p.2).
Y hay hábitos que se afianzan en la vida más que otros; y estos son los que se crean en las primeras etapas del desarrollo evolutivo y emocional de las personas (Unicef, 2015). La adquisión de hábitos es algo vital para las personas y en la primera infancia los hábitos adquiridos se afianzan con fuerza. Algunos hábitos, aunque entendibles en el contexto de una determinada cultura y sociedad, pueden ser contraproducentes para la propia integridad y para la de los demás.
Una cultura de la violencia generalizada puede llevar a que en el seno familiar se cultiven hábitos guiados por esa cultura, pero esos hábitos son todo lo contrario a una convivencia pacífica y democrática. En la década de los años noventa, la cultura de la violencia era sumamente fuerte en El Salvador. Un editorial de la Revista ECA, de la UCA, describió así la situación:
“por cultura entendemos el cultivo de la realidad, cultivamos la muerte y, por lo tanto, cosechamos más muerte. Es una cultura tan universalizada que la muerte violenta se vuelve algo normal e inevitable, con lo cual se aprende a convivir, tal como la sociedad aprendió a hacerlo con la guerra durante más de una década. Aceptar este planteamiento equivale a pactar con la muerte. De hecho, casi el 60 por ciento de los encuestados en el área metropolitana de San Salvador, como parte del estudio ACTIVA, afirma el derecho a matar para defender a la familia. Cerca del 40 por ciento mataría a quien violó a su hija y otro porcentaje igual no lo haría, pero lo aprobaría. El 21.6 por ciento aprobaría que se diera muerte a quien asusta a la comunidad y el 47.4 por ciento lo comprendería. Reacciones parecidas se encontraron en el caso de la limpieza social: el 15.4 por ciento aprobaría matar a los indeseables y otro 46.6 por ciento lo comprendería (…)”(ECA, 1997, párr., 21).
Y en referencia a las dinámicas familiares de ese momento, el editorial sostiene que:
“en el ámbito de las relaciones familiares, las riñas y peleas actualizan la conducta violenta y con ello contribuyen a cultivar la violencia. Según el estudio citado, más del 4 por ciento admite haber golpeado a otra persona en un año; un porcentaje mayor (el 7 por ciento) reconoce haber amenazado con lastimar y el 23.5 por ciento acepta haber insultado, al menos una vez, en un año. La mitad de los adultos admite haber sido insultado por el compañero o la compañera al menos una vez en un año, un poco más del 6 por ciento recibió una bofetada de su pareja y cerca del 3 por ciento reconoce haber sido golpeada con objetos peligrosos” ((ECA, 1997, párr., 22).
Esa década fue una creciente violencia social, que reemplazó a la violencia política de la década anterior (González, 1997). Esta violencia social marcó las décadas siguientes, con lo cual se crearon las bases para una cultura de la violencia que, entre otras cosas, supone su aceptación cuando el que comete violencia es más fuerte o tiene más poder.
La contracara de la cultura de la violencia es una cultura del miedo no sólo ante lo conocido, sino y especialmente ante lo desconocido que, por serlo, se percibe como una amenaza. Cultura de la violencia y del miedo fue lo que les tocó en suerte a quienes nacieron cuando la guerra civil estaba en desarrollo y a quienes nacieron después de finalizada la guerra. Le temen a todo, salvo a aquello que en un momento determinado se muestre como capaz de exorcizar las amenazas de lo desconocido. El coronavirus fue eso desconocido y amenazador ante lo cual no estaba de sobra ninguna precaución. Contra toda evidencia de que no hay por qué seguir temiendo, el miedo persiste, tal como lo pone de manifiesto el uso de mascarillas, en los lugares aislados, y sin contacto directo con alguien más, por personas jóvenes, sanas y fuertes.
En una sociedad educada, lo desconocido debería ser un motivo descencadenante para el conocimiento crítico e informado sobre su origen, características e implicaciones reales. En una sociedad poco educada –es decir, con pocas o nulas bases inquisitivas para el análisis, la síntesis, la comparación y la búsqueda de datos que confimen o nieguen lo que se cree— lo desconocido es motivo para refugiarse, sin cuestionarlas, en “explicaciones” y “soluciones” que ofrecen quienes están a cargo del aparato político, de las iglesias o de los medios de comunicación. Y muchas veces, quizás demasiadas, esas explicaciones y soluciones refrendan conocimientos endebles, mitos y tabúes que lo único que hacen es convertir lo desconocido en algo mucho más desconocido y amenazante. Todo esto se presta, obviamente, a la manipulación social. Pero también a la inmovilización colectiva.
En fin, esa cultura de la violencia y del miedo se han cultivado en El Salvador en las últimas tres décadas. Y las familias no han sido ajenas a su influjo. Violencia y miedo son buenos aliados del redentorismo político y del pensamiento mágico, tembién fuertementemente arraigados en la cultura salvadoreña. Las conductas y comportamientos de los salvadoreños son coherentes, en grado extremo, con estas matrices culturales.
Referencias
ECA. (Octubre de 1997). La cultura de la violencia. Obtenido de uca.edu: http://www2.uca.edu.sv/publica/eca/588edit.html
González, L. A. (1997). El Salvador en la postguerrade la violencia armada a la violencia social. Obtenido de dialnet.unirioja: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6521200
González, L. A. (2012). Violencia, prevención de la violencia y escuela. San Salvador: Universidad Don Bosco.
Ramírez Castillo, M. A. (2005). Familia, interacciones y desarrollo. Obtenido de google.com: https://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=&ved=2ahUKEwiHwquUqY37AhWeD1kFHcXLB88QFnoECAsQAQ&url=https%3A%2F%2Fwww.redalyc.org%2Fpdf%2F3498%2F349832486045.pdf&usg=AOvVaw15l0iEo3dHMuflwiucdOuH
Ramos Resquejo, R. (1990). La familia como agente de socialización política. Obtenido de google.com: https://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=&ved=2ahUKEwi1jYmqooP7AhVZFlkFHYzLB-0QFnoECAoQAQ&url=https%3A%2F%2Fdialnet.unirioja.es%2Fdescarga%2Farticulo%2F117723.pdf&usg=AOvVaw0GjZy4XsafLVl5k7bFeMn6
Simkin, H., & Becerra, G. (Noviembre de 2013). El proceso de socialización. Apuntes para su exploración en el campo psicosocial. Obtenido de google.com: https://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=&ved=2ahUKEwj7x96w4YP7AhUBD1kFHa8VAhQQFnoECA8QAQ&url=https%3A%2F%2Fwww.redalyc.org%2Fpdf%2F145%2F14529884005.pdf&usg=AOvVaw2e_-Qm93dLKLh1V-NgzFKi
Unicef. (2015). Primera infancia en familia. Guía de experiencias de referencia para la preservación de los vínculos tempranos. Obtenido de google.com: https://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=&ved=2ahUKEwig9cXwr437AhWnFVkFHT4eAJ0QFnoECA4QAQ&url=https%3A%2F%2Fwww.relaf.org%2Fbiblioteca%2FGuiaExperiencias.pdf&usg=AOvVaw02NeMgJuqhI0q24xo7O5Cc
Unidad de Prevención Comunitaria en Conductas Adictivas. (s.f.). Los hábitos. Qué son y cómo se forman. Obtenido de google.com: https://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=&ved=2ahUKEwiOzOSLrY37AhWpK1kFHbFcCeIQFnoECA0QAQ&url=https%3A%2F%2Fwww.alfaradelpatriarca.es%2Fwp-content%2Fuploads%2F2017%2F12%2FQUE-SON-LOS-H%25C3%2581BITOS.pdf&usg=AOvVaw1Kq3g-7i0zZkZzwYDaku
Fotografía: Luis Armando González