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Un feminismo político para un futuro mejor

por La Redacción diciembre 1, 2016
diciembre 1, 2016
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Por: Ina Kerner / Philipp Kauppert. Nueva Sociedad. 01/12/2016

Es necesario identificar caminos e ideas para repolitizar el feminismo y los movimientos sociales en torno de una visión de la justicia que se inserte en una utopía práctica. La teoría feminista contemporánea puede hacer contribuciones importantes para reformular los necesarios debates sobre los fracasos del capitalismo y las promesas y los malentendidos de la democracia y el desarrollo. Las herramientas analíticas de la interseccionalidad sirven para comprender los procesos de transformación en cada contexto político y cultural.

El tema de las crisis dominó el debate público de los últimos años, tanto dentro como fuera de Alemania: desde la crisis financiera de Estados Unidos y la crisis económica de Europa, hasta los incesantes conflictos de Oriente Medio y sus múltiples consecuencias, como el fenómeno a menudo conocido como «crisis de los refugiados». Este discurso que gira continuamente en torno de las crisis surte efectos de vasto alcance. En primer lugar, tiende a restringir el margen disponible para las decisiones sobre políticas públicas, cuya elaboración queda reducida a la gestión de crisis, que por definición es una dinámica meramente reactiva. En segundo lugar, y al filo de la paradoja, el actual discurso de crisis también parece restringir el espacio disponible para el debate sobre las causas de los graves problemas con los que se relaciona, al menos en el ámbito de la política. Por eso nosotros necesitamos un pensamiento que trascienda la noción de crisis, en particular si la crisis se percibe como si fuera una disfunción social momentánea cuya solución no requiere cambios estructurales de mayor magnitud. De ahí que iniciemos estas reflexiones con una exhortación a profundizar el análisis, ya que de lo contrario será imposible construir un futuro mejor. Con este objetivo en la mira, vamos a examinar la teoría feminista contemporánea. La idea puede sonar desatinada –porque el feminismo es para muchos un programa político sectorial, ipso facto inadecuado como soporte de consideraciones políticas generales–, pero aquí precisamente intentaremos demostrar lo contrario. A fin de cuentas, lo que nosotros solemos concebir como un estado de crisis es, para la teoría feminista, una condición permanente que jamás se confundiría con una molestia pasajera. La teoría feminista ha reaccionado a situaciones de persistente desigualdad desde que nació. Y el hecho de que siempre encuentra nuevas maneras de hacerlo quedará en claro a lo largo de estas páginas.

En el primer apartado, explicamos por qué la interseccionalidad nos parece un abordaje apto para comprender el panorama de innumerables desafíos y perspectivas que presenta nuestro mundo contemporáneo. En el segundo, trazamos una relación entre la crítica al neoliberalismo y las teorías feministas, que a su vez puede hacer importantes contribuciones a la reformulación de los necesarios debates sobre los fracasos del capitalismo, así como a las deliberaciones sobre las promesas y los malentendidos en torno de la democracia y el desarrollo. En el tercer apartado, examinamos diferentes enfoques del feminismo, así como movimientos sociales y actores que suscriben a ideas feministas, con hincapié en los ejemplos y las experiencias del Sur global. En la conclusión, tratamos de identificar ideas y estrategias para repolitizar el feminismo y los movimientos sociales con miras a forjar una concepción de la justicia inserta en una utopía práctica; y dado que nos enfrentamos a un capitalismo transnacional, solo podremos llegar a buen puerto si emprendemos la tarea con una mirada que abarque todo el mundo globalizado.

Interseccionalidad

Una de las cuestiones centrales que exploran las teorías feministas contemporáneas deriva de una problemática antes relegada a los márgenes del movimiento: el reclamo de las feministas menos favorecidas contra la miopía del feminismo tradicional, cuya agenda se acotaba en gran medida a los problemas de las mujeres que vivían en situaciones de relativo privilegio; en otras palabras, las occidentales, mayoritariamente blancas, heterosexuales y de clase media. La incorporación de este reclamo a la elaboración teórica del feminismo actual se entiende ante todo bajo la categoría de «interseccionalidad»: el abordaje que percibe la diversidad y la estratificación dentro de todo grupo social (incluidos los de género) y comprende que los ejes en torno de los cuales se articulan la diferencia, la estratificación social y la discriminación/opresión –como «raza»/etnia, clase, género o sexualidad– están entrelazados e interrelacionados1.

La decisión de tomar en serio este reclamo –que nosotros auspiciamos– implica en potencia una apertura radical de los horizontes del feminismo político, porque entonces su agenda tiene que integrar las complejas imbricaciones del sexismo con el racismo, con el nacionalismo y con las desigualdades ligadas a la religión o la casta; tiene que abordar los efectos de la heteronormatividad, la asociación de la femineidad a la maternidad y las tareas hogareñas, no solo como un problema de las mujeres heterosexuales, sino también de las lesbianas, gay y queer; y además necesita incorporar en su enfoque la clase social, así como, posiblemente, todas las otras formas de la desigualdad. Tomar en serio la interseccionalidad también implica concebir el feminismo político como una disciplina cuyo objeto es sumamente heterogéneo y que contiene potenciales divisiones internas, y por ende como una disciplina cuyas prioridades políticas, lejos de establecerse a priori, deben dilucidarse en el transcurso de un debate político abierto, basado en el conocimiento de las diferencias internas y los potenciales conflictos. El abordaje interseccional también entraña la necesidad de revisar algunos de los supuestos básicos que sustentan la cooperación internacional para el desarrollo. Por ejemplo, la promoción de la democracia se ha centrado ante todo en la representación política femenina y en los aspectos legales de los derechos humanos para las mujeres de sociedades patriarcales. En consecuencia, ni el feminismo ni los movimientos prodemocráticos han prestado suficiente atención al contexto socioeconómico de sus luchas; peor aún, tanto los movimientos sociales como las organizaciones de la sociedad civil –un buen ejemplo son los sindicatos– permanecen en general bajo dominio masculino. En muchos países del Sur global, las experiencias de opresión son multidimensionales e incluyen mecanismos discriminatorios basados en la economía, la pertenencia étnica, el género, la clase y la casta. Por eso es importante aplicar herramientas analíticas interseccionales en cada contexto cultural y político específico para desentrañar los procesos transicionales de las sociedades en vías de democratización. De esta manera es posible trascender los enfoques de actores y reclamos particulares –cuyo horizonte suele ser muy estrecho– para obtener un panorama exhaustivo de los desafíos, las perspectivas y los puntos de incursión en toda su diversidad.

  • 1.Patricia Hill Collins y Valerie Chepp: «Intersectionality» en Georgina Waylen, Karen Celis, Johanna Kantola y S. Laurel Weldon (eds.): The Oxford Handbook of Gender and Politics, Oxford University Press, Oxford, 2013, p. 57 y ss.

 

 

Fuente: http://nuso.org/articulo/un-feminismo-politico-para-un-futuro-mejor/

Fotografía: republica.it

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