Por: Luis Armando González. 28/05/2024
Los antiguos griegos ya sabían de lo preocupante que es la desmesura o, como se decía en esos tiempos, la hybris. Es algo que, obviamente, afecta a las personas, las cuales, presas de la hybris, pierden el sentido de la medida –precisamente, mesura significa medida, equilibrio, moderación— y se encarrilan por una senda que las lleva a la pérdida de areté, o sea, a ser personas poco o nada virtuosas. El “pecado” de la desmesura, pues, viene de tiempos lejanos, seguramente anteriores a la época en la que recibió la feliz denominación otorgada por los griegos. Como tantas cosas humanas, es posible que la desmesura, antes de los siglos VI y V a. C., tuviera sus altibajos; puede que en algunas épocas estuviera de capa caída –es decir, que no fuera bien vista— y otras en las que estuviera en alza –es decir, que se la estimara y aceptara como algo digno de encomio. Pero, definitivamente, en el contexto de la cultura clásica griega, la desmesura no gozaba de buena reputación. Como señala César García Álvarez:
“Hybris significa exceso, traspasar las capacidades humanas: exceso en Prometeo al enfrentarse a Zeus; pisar la alfombra roja destinada solo a los dioses, en el caso de Agamenón; la opresión que sufre Electra por parte de su madre Clitemnestra y el destierro de Orestes, es en las Coéforas, hybris; Xerxes, el de Los Persas, vive en estado permanente de hybris: cree en el poder absoluto de su imperio, en la impunidad al violar el Helesponto y, por sobre todo, saberse viejo, siendo joven, experimentado general siendo apenas aprendiz de intendencia; la sangre real no asegura éxitos. Antígona pone en escena dos hybris, la de Creontey la de Antígona, ambas camino de muerte; el caso de Edipo es paradigmático, porque no hay mayor hybris intelectual que creerse dueño de toda la verdad: desató el enigma de la esfinge, cierto; fue coronado por ello rey de Tebas; confió, además en la investigación del culpable, sin embargo, él, el sabio no sabía que estaba casado con su madre. Estos ejemplos nos perfilan ya la noción de hybris y nos ahorran demos otros más. Hybris es, en consecuencia: exceso, desmesura, soberbia, transgresión u orgullo que atraen un castigo. Los griegos no tenían conciencia de pecado moral como sucedía en el mundo judeo-cristiano, pero sí de transgresión a la Moira, a la parte que a cada uno se le ha dado: ir más allá de sí mismo, desconocer la condición humana era precisamente caer en hybris. Uno de los sinónimos de hybris es ceguera, aquello que tanto acusa Tiresias a Edipo y lleva a éste a sacarse los ojos. Apolo desde su templo de Delfos imperiosamente prescribía: ‘Medén agan’, nada demasiado; transgredir tal mandato ‘antihybrico’ era atraer la ira de los dioses, la ira de Némesis, y desencadenar situaciones trágicas”[1].
En el momento actual, la desmesura está en una fase de alza. Quienes la cultivan son mayoría; quienes la objetan –esto es, quienes insisten en hacer prevalecer la mesura— se ven arrinconados por las voces altisonantes –que ya son una desmesura— que hacen alarde de hybris. Se la ve por todos lados, sin importar qué tan reaccionarios, conservadores, progresistas, populistas o neopopulistas sean sus portavoces. La competencia y el éxito se juegan en cuán lejos se llega en la desmesura, ya se trate de construcciones (o destrucciones) urbanas, de políticas de seguridad, vigilancia-control ciudadano y abusos con el patrimonio del Estado o de estridencias e imposición de los propios argumentos (que se consideran “verdades” irrefutables) sobre lo que otros inaudiblemente intentan defender. Están quienes, como el presidente argentino, Javier Milei, son la desmesura personificada.
Otros, sin llegar a lo estrambótico de este político, dicen o hacen cosas desmesuradas, es decir, desproporcionadas, sin medida y sin visos de algún criterio racional o lógico. Lo común a todos ellos es el clima cultural en el que se celebra y aplaude la desmesura, y en el que está mal visto que se defienda la moderación, el razonamiento, la lógica, la prudencia y la falibilidad humana.
La hybris tiene su fuente en la presunción humana de ser la medida de todas las cosas. Distintas tradiciones y corrientes culturales (míticas, religiosas y filosóficas) han alentado y alientan una visión del ser humano según la cual no hay más criterio de verdad que lo que emana de la subjetividad de los individuos. El constructivismo radical, con sus tesis de que la realidad es una “construcción” de los sujetos, llevó el subjetivismo idealista hasta niveles extremos. Lo grave del asunto es que, sumado al posmodernismo (que bastantes consideraban aniquilado), al mercantilismo desaforado (que algunos llaman anarcocapitalismo) y a estilos de vida individualistas y de consumo de marcas, se ha convertido en una pieza clave en la cultura de masas predominante en estos días.
La “libre creación” subjetiva de realidades se ha convertido en una de las modas allende las fronteras de los departamentos universitarios de literatura y filosofía. Las “redes sociales”, los medios de comunicación, las residencias presidenciales, las asambleas legislativas, los foros y seminarios son los espacios propicios para estas “creaciones” de realidad.
¿Cómo se hace? Con palabras. Estas se han convertido en moneda de uso corriente para expresar todo aquello que brota de la subjetividad de los individuos, desde autoidentificaciones, pasando por el sentir propio, hasta concepciones acerca cómo funcionan las cosas y qué es lo relevante en todos los ámbitos de la sociedad. No hay terreno más fértil para la desmesura que personas que están convencidas que de su interioridad subjetiva brota algo inapelable… precisamente porque es ese el máximo criterio de verdad.
Cualquier réplica o, incluso, un argumento que invite a la revisión de lo que se plantea será visto como una afrenta imperdonable; porque, ante una afirmación, frase, palabra o eslogan cuya fuente es el “sentir” de quien los pronuncia lo único que cabe es la aceptación no del argumento o frase en cuestión –lo cual es irrelevante— sino de “su” sentir. No estar de acuerdo con un planteamiento que brota de la subjetividad de una persona y que sólo se sostiene por la fuente de la que emana, discrepar levemente de ese argumento, no está permitido, so pena de ser acusado de atacar, violentar o zaherir de forma irredimible a esa persona.
En un clima cultural como el descrito, la mesura ha terminado por convertirse en una enorme molestia. Más aún, hay ámbitos en los que la mesura y las personas mesuradas son vista como unos enemigos a los que se atacar frontalmente. Por ejemplo, en la educación, existe desmesura en la apuesta por una virtualización total de la educación superior (la frase generadora de realidad es “digitalización de la educación superior”). Quienes están en las garras de esta desmesura no sólo no admiten razonamientos moderados –en el sentido de que la virtualidad educativa debe conciliarse creativamente con la presencialidad—, sino que no dudan en dictaminar que los que razonan de esa manera se oponen a la educación virtual.
Los ejemplos se pueden multiplicar, pero sólo por mencionar otro que es llamativo: la desmesura en la invención de palabras (neologismos) o en añadir letras a las palabras, muchas veces –quizás en la mayoría— sin un significado claro o irrespetando las reglas de la lengua. Esto último como parte de una batalla por las palabras que, sin menoscabo de la importancia de ellas, asume que, cambiando las palabras, automáticamente la realidad cambia… dado que la no hay más realidad que la construida por la subjetividad de los individuos.
En fin, en un escenario socio-cultural como el descrito las cosas importantes de la realidad natural y social –deterioro medio ambiental, miseria, explotación, abusos de poder, exclusiones— pasan a un plano secundario, dado que la principal prioridad es luchar contra los que, por un lado, se resisten a usar las palabras adecuadas y que al no hacerlo –o al manifestar sus desacuerdos— causan un daño irreparable en la mente-sentimientos de quienes se identifican, desde el fondo insondable de su ser, con esas palabras; y por otro, se resisten a aceptar propuestas (educativas, económicas, políticas) cuya desmesura invita a un examen crítico y razonado. En estos tiempos de desmesura no se ve cómo las cosas podrían ser de otra manera.
San Salvador, 28 de mayo de 2024
[1] César García Álvarez, “Palabras culminantes en la tragedia griega – Hybris”. Byzantion nea hellás, No.38 Santiago dic. 2019. https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-84712019000100075
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