Por: Guillermo Folguera, Rosario Escobar. 23/01/2021
Conversamos con Guillermo Folguera, activista, biólogo, licenciado en filosofía e investigador del Conicet en el marco de la presentación de su libro: “La ciencia sin freno: de cómo el poder subordina el conocimiento y transforma nuestras vidas”.
Con claridad y sencillez, Guillermo habla de la ciencia y la dirección que le imprimieron las políticas de Estado en los últimos años en beneficio de lucro empresarial. Un libro con ejemplos totalmente actuales que van desde la gestión de la pandemia y la carrera por las vacunas, hasta las megafactorías porcinas y el agronegocio, cuyo denominador común es la matriz extractivista motorizada en Argentina desde la gestión ministerial como lógica de acción, validación y de praxis.
¿Qué te llevó a abordar la relación entre el conocimiento, la ciencia y su subordinación al poder institucional?
Arranqué hace 5 años partiendo de la idea de que las ciencias ocupan un lugar muy importante que no se discute. A partir de la pregunta sobre qué aspectos de la ciencia y la tecnología se comunican, traté de hacer un material de envergadura, pero donde el lector o lectora no necesite elementos externos para comprenderlo. El libro está dirigido principalmente a cuatro actores: personas en general a las que les interesa la ciencia, personas de la comunidad científica, docentes de ciencias y militantes. Salvo excepciones -y ustedes son sin lugar a dudas una de ellas-, o el ecofeminismo, una parte importante de los militantes de muchos sectores todavía ven como algo externo a las discusiones tanto sobre ciencia y tecnología como de cuestiones socioambientales. En particular me refiero a una parte muy importante de la militancia en derechos humanos y una parte muy importante de luchadores gremiales y sindicales. Aunque eso se está revirtiendo, hay que dar elementos y discutir con compañeros sobre el tema. Ojalá que sirva en las resistencias que estamos tratando de dar.
¿Qué es la ciencia?¿Qué lugar ocupa para vos hoy el sistema científico dentro de la lógica productiva extractivista, desde los organismos de financiamiento hasta de los trabajadores de ciencia?
La ciencia es varias cosas: es una forma particular de obrar, una forma de describir e intervenir en el mundo. Hay una definición que puede parecer una pavada y con la que muchas y muchos sociólogues no estarían de acuerdo, que es: la ciencia es lo que hacen las y los científiques. Creo que esta definición nos ubica en un registro y es casi la definición que elegiría. En general, partimos del equívoco de pensar que la ciencia responde más a lo que soñó Giordano Bruno, perseguido y quemado o Galileo Galilei: esa no es la ciencia que tenemos en la actualidad. Prefiero pensar a la ciencia como un terreno de disputa, aunque hay algunos elementos que son indudables: primero la ciencia como práctica directamente vinculada a la producción capitalista, después la compleja relación de la ciencia con la tecnología y en tercer lugar, la ciencia como política de Estado. El vínculo entre las ciencias y tecnologías es complejísimo, pero desde la segunda guerra mundial ha mostrado un tremendo poderío e intervención en nuestra cotidianeidad. En la pandemia esto lo hemos vivido en carne propia, desde el momento en que nos comunicamos y damos clases por internet hasta el aumento en el consumo de psicofármacos. Se puede ver cómo lo tecnológico ha sido un elemento fundamental, casi ortopédico en nuestra vida cotidiana. Después, el hecho de que el Estado se apoya en algunas ciencias en particular y no en otras. Desde las décadas de los 50s, 60s, 70s aparecen las multinacionales como un actor que actúa inyectando dinero, motorizando la práctica científica y dándole una direccionalidad. En el plano local se trata de todas las multinacionales vinculadas al extractivismo y las farmacéuticas: Pfizer, AstraZeneca, Barrick Gold, Monsanto, Bayer, etcétera. Tenemos por ejemplo a actores como Hugo Sigman que mientras hace lobby en ANMAT para que le aprueben la vacuna de Oxford-AstraZeneca –de la cual fabrica el principio activo–, motoriza el acuerdo porcino con Biogénesis Bagó, del cual se conoce su potencial pandémico y a su vez tiene a Bioceres responsable del trigo transgénico HB4 resistente a sequías, las cuales a la vez son consecuencia de emprendimientos como las megagranjas porcinas. Tenemos un sistema capitalista que nos vende los problemas y a la vez nos vende las soluciones.
Cuando decís que el interés está puesto en algunas ciencias en particular, me hace pensar en que esta idea romántica de que la ciencia en general es una actividad en pos del “bien de la humanidad”, parece no ser tan así…
Tal cual, y eso repercute en políticas públicas, o sea, ¿qué significa un Estado que está buscando vacunas mientras motoriza proyectos con potencial pandémico? Si uno lo piensa en términos de políticas públicas es una locura, pero si lo pensamos en términos disciplinares y en relación con esas políticas públicas, se puede ver dónde está puesta la plata. Por ejemplo, en el caso de la investigación en cáncer, la inversión estatal está destinada al tratamiento, pero no a su prevención. Mucha plata puesta en genética molecular, tratamientos oncológicos y estudios de oncogénesis, pero casi no hay inversión en todos los estudios del ámbito social, antropológico y ecológico dedicados a conocer los factores cancerígenos ambientales. Sobre todo en un país como Argentina que es el mayor consumidor de agrotóxicos por persona y en donde tenemos niveles altísimos de cáncer que, por cierto, al Estado ni siquiera le interesa registrar. Eso no tiene ningún sentido en términos de políticas públicas; sí tiene sentido en tanto la salud es un negocio.
¿Creés que pueda existir un desarrollo científico libre de ese poder económico o institucional opresor de la gran mayoría de la humanidad?
Yo hablo de un poder específicamente, el poder institucional, en particular de los Estados capitalistas neoliberales. Tomo una idea de poder inspirada en Michel Foucault: “el poder hace que hagamos”. El poder más que silenciar o perseguir, genera coerciones y hábitos. La comunidad científica fue un gran blanco de este poder institucional: han logrado transformar problemas en supuestas virtudes. Algo que antes hubiera sido mal visto, como un científico trabajando para una empresa, ahora es algo que hay que poner en un currículum para ganar. Gracias a la gestión ministerial de Lino Barañao, y en donde Salvarezza no ha cambiado mayormente los lineamientos, las patentes se han transformado en virtudes. La apropiación obscena por parte de los privados de lo público aparece como un norte institucional. Veo cómo los Estados capitalistas socios de las multinacionales han generado lógicas de acción, de validación y de praxis. Entonces, de mínima explicitemos para qué hacemos lo que hacemos. ¿Qué significa una ciencia y técnica por fuera del poder institucional? ¿Tiene sentido? Me parece una gran pregunta y se puede dar vuelta explicitando los nortes, que se ponga en juego el para qué, esa es LA pregunta que hay que hacerse. El discurso técnico académico profesional oculta su para qué, actúa para las empresas y a su vez les confiere un martillo para silenciar a las comunidades e invalidarlas, de hecho actúa más silenciando a las comunidades que colaborando con ellas. Vos fijate que la comunidad científica castiga la mera creación, el dejar volar la imaginación. Los mecanismos institucionales en pos de la eficiencia (desde patentes hasta los papers) han minado el terreno para que una persona se haga preguntas.
Por último, y volviendo al principio a modo de síntesis, ¿por qué el libro es totalmente actual en relación a lo que vivimos en 2020?
A mí me sorprendió el 2020, trabajamos principalmente en la edición, aunque introdujimos algunas cosas como lo de las megagranjas porcinas, actualizamos algunos ejemplos como el de los mosquitos transgénicos y un par de temas más. Los ejemplos en general son anteriores, pero en el 2020 se expresaron de manera dramática. Arranqué con la idea de dar claves de interpretación científico filosóficas, acudí al cine y a la literatura para entender qué nos está pasando. Empezaron a aparecer ejemplos, y los ejemplos van a todo. Por ejemplo, la alimentación en términos políticos, ¿qué comemos? Lo mismo con las políticas demográficas: ¿dónde vivimos? Si algo dejó en evidencia el coronavirus es que las villas miseria (del AMBA, La Plata, Rosario, Chaco, Córdoba, Mendoza) fueron incendiadas en coronavirus. Los proyectos de megaciudades que se alimentaron de las expulsiones del modelo agroindustrial son inviables. Todo eso tiene que ver con una cultura agroindustrial abastecida por la política estatal vinculada a esta ciencia empresarial. También quedaron en evidencia el negocio de las políticas epidemiológicas en relación por ejemplo a las vacunas y otras cosas como el problema del dengue, contra el que no se hace nada, no hay ninguna política. Y así puedo seguir: ¿cómo interactuamos entre nosotros? ¿Qué tipo de salud tenemos y cómo ésta se vuelve un negocio y no un derecho? ¿Cómo se usan los territorios en los que donde se produce no se puede vivir? La contaminación de algo es una parte intrínseca de esta forma de producir, no es un accidente, es una lógica. Como las megafactorías de cerdos que contaminan con urea, amoníaco, ácido sulfhídrico, ratas, ratones, etcétera, porque no hay forma de tener cien mil chanchos en un lugar sin que sea un desastre. El sistema actúa así, porque igual después se traslada en el espacio: permanece así hasta que explota y se mueve porque el capital se mueve. El año termina de manera predecible: por más que las vacunas funcionen, sabemos que esta no es la última pandemia que vamos a sufrir en nuestras vidas. Por más que me digan que no van a haber incendios, sabemos perfectamente que van a haber igual o más que en 2020 y también sabemos que las inundaciones van a ocurrir en todas las zonas donde hubo incendios, porque es una forma particular de usar los territorios.
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Fotografia: Contra hegemonia web