Por: La opinion coruna. 19/09/2024
En el momento de escribir este artículo, las noticias de un nuevo y fallido intento de asesinato a Donald Trump recorren las redacciones informativas, pero ni esta noticia dolosa superará la otra gran noticia de la campaña electoral norteamericana: la movilización por parte de Taylor Swift de su poderoso fandom swifties en favor de Kamala Harris.
Los datos son ciertamente impresionantes: 284 millones de seguidores en el Instagram de Taylor Swift, y más de 500.000 swifties que enlazaron directamente con la página vote.org donde hay que registrarse para votar. Que este fenómeno de poder masivo llegue a ser decisivo para la llegada de Kamala Harris a la Casa Blanca es una suposición muy apresurada, a pesar de que ha activado el efecto Pavlov de toda la progresía europea. Como decía Josep Cuní el pasado domingo, nuestra izquierda influyente “cuando dejó de ser antiyanqui se hizo del Partido Demócrata”, y tiende a hacer análisis más voluntariosos que realistas. El hecho es que, como también decía el maestro, la realidad americana es mucho más compleja que el retrato en blanco y negro que tendemos a hacer, y queda mucho camino para la derrota de Trump. De entrada, porque a pesar de la delirante exhibición de retórica apocalíptica que desplegó en el debate —y que sirvió para alimentar los memes de todo el mundo—, nada hace pensar que su pensamiento no sea dominante en sectores claves de la sociedad norteamericana. Y segundo porque el fenómeno fandom es muy espectacular en datos absolutos, pero no está claro que modifique las cifras reales de voto. ¿Cuántos de los 500.000 enlazaron y se registraron? ¿Cuántos registrados irán realmente a votar? ¿Cuántos lo harán finalmente por Harris? ¿Y qué representa en datos reales en el conjunto del electorado? Hay que tener en cuenta que mayoritariamente influye en un público muy joven, muy alejado del establishment y tradicionalmente poco afecto a votar. Sin embargo, todo cuenta en esta carrera electoral donde ninguno de los dos candidatos tiene asegurada la victoria y los mínimos podrán marcar los máximos.
Más allá de la contienda electoral norteamericana, y de la mucha o poca simpatía por sus protagonistas, la decisión de Taylor Swift de implicar a su extenso fandom en favor de uno de los candidatos anima a abrir el debate sobre este tipo de fenómenos de masas que se ha convertido en una nueva forma de poder. No estamos ante los seguidores de un equipo deportivo o de una serie de ficción, como sería el fandom más importante, el de los Potterheads, surgido alrededor del personaje Harry Potter. Este tipo de grupos humanos se sienten vinculados por un tema específico, en general acotado a las características del género que les apasiona, pero sin ir más allá. El fandom de Taylor Swift, en cambio, o los Directioners del excantante de One Direction Harry Styles, o sobre todo el fandom más importante del mundo, el Army del grupo coreano BTS, han mutado en un movimiento de centenares de miles de personas que se sienten parte de un grupo humano, transversal y masivo, alrededor de un liderazgo único, las indicaciones del cual siguen como si fuera palabra divina.
El caso Swift es especialmente significativo porque la propia cantante ha ido creando un tipo de relato íntimo con sus seguidores, hasta el punto de convertirlos en una máquina de influencia social. El ejemplo más extraordinario fue el año pasado durante los Grammy, cuando el comediante Trevor Noah retó a Swift a demostrar su influencia: “Si los swifties son tan eficaces en todo el que se proponen, ¿podrías conseguir que regulen el precio de los huevos?”. “No hay nada que ellos no puedan conseguir”, respondió la cantante y el precio de los huevos bajó un 13%. ¿Por qué? ¿Porque era justo, lo exigía el mercado, había manifestaciones ante las tiendas? No. Solo porque Taylor Swift lo pidió. El reto que ahora se ha marcado, el de conseguir la presidencia para Kamala Harris, parece todavía más difícil, pero el fenómeno es tan nuevo como inesperados sus resultados.
Inesperados e inquietantes, porque no deja de ser un gran fenómeno de influencia que no se mueve por el pensamiento crítico de los individuos, sino por la fascinación mitómana de la masa. Una nueva forma de religión que, como todas, no se basa en la razón, sino en la fe. Es posible que haga gracia cuando se trata de ir contra Trump, pero, ¿y después? ¿Hará siempre gracia?
LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ
Fotografía: La opinion coruna