Por: Enrique Díez. 13/10/2024
El neofascismo que se está extendiendo por el mundo ya no solo lo vemos en el interminable, brutal, despiadado, inhumano, execrable, intolerable (se nos acaban los epítetos con los que calificarlo) genocidio palestino a manos del régimen neonazi-sionista israelí dirigido por partidos neofascistas. Estamos contemplando cómo su marco ideológico, su agenda política y su programa se extiende como una mancha de aceite, como un cáncer por todo el planeta.
Para el neofascismo no existen los grandes problemas de nuestro tiempo (la emergencia climática, las desigualdades sociales o la crisis de las democracias representativas), sino “enemigos de la patria” a los que hay que combatir “con orgullo y gallardía” y rearmarse para ello, como si la guerra fuera un juego para lucirse y recuperar el patriarcado perdido, mostrando de nuevo en la batalla lo que es un “auténtico hombre de verdad” y volver a “poner las cosas en su sitio”.
El neofascismo busca convencernos de que el mundo se encuentra en constante estado de conflicto, al borde de una guerra permanente contra quienes, según aseguran, constituyen una amenaza para su modelo de “nación tradicional”. Sean los que vienen de fuera (y no son del norte, sino inmigrantes del sur) o los que están dentro pero no se ajustan a su canon ideológico (a quienes designan con toda suerte de calificativos y tópicos incriminatorios: okupas, filoetarras, secesionistas, chavistas y bolivarianos o marxistas). Sostienen que hay que defender la “libertad” frente a esta oleada de invasores y que la guerra contra ellos es el único camino.
Comprar el marco ideológico del neofascismo
El problema de fondo es que ya no solo los partidos conservadores y liberales les han comprado el marco ideológico, especialmente en el tema securitario y de migración, sino que los verdes y la socialdemocracia/socialiberalismo han asumido el mismo paradigma. El Gobierno alemán ha asumido los discursos antiinmigración de la oposición conservadora y la ultraderecha y el canciller Scholz promete deportaciones masivas de inmigrantes. Pedro Sánchez en España declara que “nuestra economía necesita de la inmigración” (regulada y organizada para su explotación, por supuesto), obviando las condiciones laborales, en algunos casos próximas al esclavismo, en las que trabajan las personas migrantes, los bajos salarios que perciben y las largas jornadas que se ven obligadas a realizar, o las infraviviendas en las que habitan…) para que siga creciendo… los beneficios de la clase empresarial. En Europa se extiende así una ola antinmigración ya no de la mano de la ultraderecha, como era habitual, sino con el apoyo y connivencia de la supuesta izquierda.
Pero la izquierda también ha comprado el marco ideológico de la doctrina securitaria, de la “guerra preventiva”, made in USA, que es asumida por la OTAN, entidad que se supone que debía desaparecer tras el desmantelamiento de la URSS. Muy al contrario, se ha convertido en el brazo armado de Estados Unidos en Europa, y se está rearmando para combatir lo que la élite norteamericana ha señalado como sus enemigos: Venezuela, Cuba, Irán…, pero sobre todo Rusia y China, que no se someten a sus dictados económicos y geoestratégicos. Mientras sigue mandando miles de millones en armamento y soporte militar al régimen israelí para que acabe con su “solución final” en Palestina: el holocausto de la población palestina.
Por eso vemos cómo en los gobiernos de los países que integramos la OTAN se ha disparado su gasto militar. Mientras el Producto Interno Bruto (PIB) mundial ha caído un 4,4% y 1.500 millones de personas viven con menos de 2 dólares diarios, la OTAN ha anunciado su récord en gasto militar en 2024. Se trata de otra cifra récord y es seis veces más que en 2014.
Como repiten el antiguo director general de la Unesco, Federico Mayor Zaragoza, o el mismo Papa Francisco, las guerras y quienes las financian son la causa principal de los atentados y del drama de los refugiados y refugiadas, porque “los fabricantes de armas quieren sangre y no paz”, argumentan. Por eso, ocultar el núcleo esencial de lo que implica “lo militar”, o disfrazarlo y tergiversarlo con supuestas “bondades colaterales”, lo consideran tanto el ex director general de la Unesco como el Papa, un “delito de silencio”, porque la indiferencia o el ocultamiento, aseveran ambos, equivale a complicidad.
Programación neurobélica
Con la deuda acuciante por tanto gasto militar, se necesita extender una ideología que fomente la imagen de necesidad de unas “fuerzas armadas” imprescindibles para garantizar la seguridad (ante la inseguridad provocada por las intervenciones en distintas regiones de esas mismas fuerzas armadas). De ahí el resurgimiento de la ideología militarizadora y belicista en el campo de la educación.
Por supuesto, se presenta el aparato militar utilizando la retórica del “buenismo” humanitario. Se muestra a las “fuerzas armadas” como protagonistas de misiones humanitarias al servicio de una supuesta paz. Aunque no se explique que la finalidad es más bien asegurar la hegemonía del capitalismo empresarial USA-UE sobre otros países cuyas reservas estratégicas de recursos naturales parecen despertar la codicia de las grandes multinacionales occidentales.
Se está así extendiendo y normalizando esta programación neurobélica en las mentes y las expectativas de los jóvenes. Donde la guerra se vende como una aventura y la masacre de personas (supuestos enemigos) como una necesidad. Recientemente se conocía que la violencia en Suecia se expande a los países vecinos a través de sus “niños soldado”: en Dinamarca han detenido a 15 personas (la mayoría de ellas, menores de edad), acusadas de intento de homicidio y tenencia de armas y explosivos. Estas son las consecuencias de la proliferación de campos de entrenamiento de “niños soldados” que está extendiendo el neofascismo de una forma coordinada y expansiva por todo el mundo.
En España se anuncian campamentos de verano para formar a estos “niños soldados” (desde los siete años) donde veteranos del ejército, de la guardia civil y militares profesionales les dan instrucción militar y les enseñan a disparar con armas simuladas (en Estados Unidos utilizan armas reales). Imponen instrucción militar como forma de ocio y aprendizaje. Los campamentos se denominan “Gran Capitán”, “Don Pelayo”, “Tercios de Lezo” o “Millán Astray”.
Forman, según sus mandos militares, en valores patrióticos, “honor”, “amor a la patria y a nuestra bandera”, “espíritu de sacrificio” y disciplina, en vez de estar aprendiendo educación para la paz. Visten uniforme del ejército, se llaman cadetes, se organizan en compañías a las órdenes de un oficial y se saludan militarmente. Menores de edad adiestrados en tiro y combate con monitores que han sido candidatos por el grupo ultraderechista Vox.
A su vez, las comunidades autónomas introducen la formación militar de docentes, mediante talleres y cursos, con el fin de que el espíritu patriótico y la defensa se traslade a los centros y “formen parte de la educación de nuestros jóvenes”. Se impulsan “Premios Ejército” por el Centro Nacional de Investigación e Innovación Educativa y las autonomías para que el alumnado exalte los valores militares o “Premios Defensa” destinados a trabajos de investigación en universidades y proyectos curriculares de docentes de todos los niveles. Se organizan actos en plazas de toros acogiendo a cientos de escolares para ver exhibiciones y desfiles de armas y efectivos militares, e incluso simulacros de detención, con explosivos incluidos. Se financian cátedras militares en las Universidades e investigación dedicada a la creación de armamento.
No hay guerras justas
Como decía el dibujante Forges “no hay guerras justas y guerras injustas: solo hay malditas guerras”. Hoy necesitamos recuperar con fuerza el viejo anhelo de una educación para la paz que se comprometa radicalmente en la desobediencia civil ante las injusticias, la explotación, el genocidio, la barbarie y el saqueo del planeta.
El hecho de que la población asista pasiva y acríticamente al genocidio en Palestina o en el Congo muestra un fracaso social, moral y educativo. Nuestras escuelas deberían asumir como prioridad en toda su labor educativa proveer de las herramientas y las estrategias necesarias a la ciudadanía no solo para aprender a resolver los conflictos de forma pacífica, sino también para aprender a denunciarlos e implicarse activamente en la construcción de sociedades y relaciones internacionales justas, pacíficas y solidarias.
La educación para la paz no es realizar actos en la escuela un día para celebrar la paz. Es analizar las causas de la injusticia social, denunciar las guerras y los genocidios, impulsar acampadas para pararlos (como han hecho en tantas universidades ante el genocidio palestino), comprometerse con las campañas BDS (boicot, desinversión y sanciones), manifestarse públicamente y organizarse en los centros para exigir a los responsables políticos que cesen en y se involucren activa y decididamente en la construcción de un mundo justo.
Como decía Martin Luther King: “Tendremos que arrepentirnos en esta generación no solo de las malas acciones de la gente perversa, sino del pasmoso silencio de la gente buena”.
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Fotografía: El diario de la educación. Captura de vídeo del campamento ‘junior’ de Campamento El Cid.