Por: Instituto de Balística. 24/05/2025.
En su sección de opinión del jueves 22 de mayo, La Jornada publica un artículo sobre la llamada Semiótica de los infiltrados. Si bien el artículo es más un sollozo melancólico que un análisis serio sobre la coyuntura actual, es de llamar la atención debido a que se inscribe en la línea editorial que La Jornada ha adoptado desde que su dirección es dictada desde Palacio Nacional.
Esto podría parecer obvio y quizás señalarlo sería ocioso, pero si atendemos a la historia del periódico y al público que lo consume, no podemos dejarlo pasar. El momento en que se publica —justo cuando el magisterio se moviliza por mejoras salariales, contra la Ley del ISSSTE de Calderón y la Reforma Educativa de Peña-AMLO—, las imágenes que usan para ilustrarlo, en las marchas independientes, las citas que eligen no son casuales o inocentes.
En realidad demuestra cómo la línea política de la otrora izquierda mexicana institucional se está constituyendo como la defensora de las políticas del Estado contra los trabajadores, donde sus “intelectuales” deciden ocupar el espacio de discusión no para encarar a Salinas Pliego o la corriente empresarial que encabeza y que todo el tiempo susurra una amenaza golpista, tampoco a la burguesía ilegal que tiene asoladas las comunidades de todo el país, sino para atacar feroz y abiertamente a los sindicalistas democráticos a la menor muestra de desobediencia o independencia política. Así como Voldemort escogió a Potter como su archi-enemigo entre varias posibilidades, la “izquierda” intelectual mexicana ha elegido como blanco de sus ataques no a la oligarquía proto-fascista sino a los defensores del territorio, a los zapatistas, a las madres buscadoras, a las feministas autónomas, y ahora mismo a la Coordinadora Magisterial.
Cuando el autor comenta que la función de los infiltrados es “destruir, romper, ensuciar o traicionar algo que alguna vez y de alguna manera, pareció todo lo contrario a la impronta y a los planes” de estos, sería importante recordarle que históricamente —en este país— quien infiltra es el Estado, que desde los aparatos gubernamentales se encarga de hacer pasar a policías, reporteros o funcionarios como miembros del movimiento, con la intención bien de sacar información sobre los participantes, bien de descarrilar la toma de decisiones, lo cual funciona fácil en movimientos autoritarios como el partido en el poder, pero se complica cuando son las asambleas autónomas en la base las que toman las decisiones.
Así que, si busca infiltrados, es hacia arriba —dentro de la 4T— donde debe mirar.
Esto no es para nada nuevo ni ocurre en pequeña escala. Podemos recordar cómo el PRI, cuando ejercía el poder en toda su expresión, se ocupó de infiltrar el movimiento estudiantil de forma masiva, creando el porrismo, que en forma de asociaciones estudiantiles se dedicó a desprestigiar a las organizaciones revolucionarias. Esos grupos que crecieron en los 60’s y 70’s en las universidades de todo el país, que funcionaron como grupos de choque, acarreados, y centros de reclutamiento para-policiacos, no desaparecieron con la caída de la mafia del poder. Sino fueron adoptados primero por el PRD y ahora por Morena, llenando sus mítines y suplantando a los militantes de barrio. No cambiaron de ideología ni de estructura, a veces ni siquiera de dirigentes, solo de afiliación.
Pero si estos casos populares no bastaran, podemos mencionar como la alta plana del partido también se llenó de infiltrados venidos desde lo más rancio del PRI. Aquellos que sin ser militantes ni participantes del movimiento de masas, que ganó las elecciones en 2018, ahora gobiernan más de la mitad de los estados de la república, el Congreso de la Unión y las organizaciones sindicales de todo el país.
Muchos de ellos no solo son despojos de la vieja burocracia, sino que en varios casos son culpables directos de cientos de crímenes contra los militantes de izquierda ¿O acaso el autor olvida los cientos de asesinatos políticos en Guerrero y Michoacán en el sexenio de Salinas? Viejos militantes de izquierda que lucharon contra los caciques locales, que se movilizaron por los fraudes electorales o contra la represión a los movimientos sociales, y que después de ser perseguidos o encarcelados, ahora tienen que ver a sus verdugos premiados con puestos de poder.
Ahora, los semiólogos y comunicólogos saben bien que “el medio es el mensaje” y la otrora prensa de izquierda, vehículo por el que varias generaciones se informaron sobre movimientos sociales, ha caducado de forma irreversible. No es que hable de infiltrados, sino que los fabrica, uno de ellos es aquel porro que se cree dibujante llamado “El Fisgón”. El mismo que llamó a romper la huelga de los trabajadores de La Jornada, opacando a los mismos gángster de Hollywood. Sin olvidar claro está, a Hugo Eric Flores, aquel representante de la ultraderecha que no solo está despachando en San Lázaro, sino que fue pieza clave para ejecutar al líder campesino Samir Flores, por oponerse a sus planes de despojo territorial.
Si mencionamos todo esto no es porque tengamos alguna esperanza en “ocupar las armas del poder” o convencer a La Jornada de que debe retomar el rumbo. No es su arena la que estamos disputando, sino la nuestra. La base de Morena durante décadas se movilizó por fuera de las instituciones y en contra de ellas, fue participante de la lucha de clases y no solo de la lucha por la democracia, aunque ahora quienes hegemonizan la historia quieran cambiar la narrativa.
Los proletarios combatieron contra todos los proyectos donde los capitalistas les impusieron más explotación a través de sangre y fuego. El objetivo jamás fue cambiar de partido, sino resolver sus demandas materiales, aliviar la opresión que imponía la burguesía. En medio de esa lucha, fueron los aparatos del viejo régimen quienes infiltraron sus organismos, los suplantaron y los pusieron a trabajar para objetivos ajenos a los de los trabajadores. El sindicato de maestros es una viva muestra. Aquellos que pelearon en todo el sureste contra los caciques, su policía y su ejército, fueron parte de la avalancha de electores que llevaron al poder a la 4T, y ahora son el blanco de sus ataques arteros, disfrazados con la aburrida prosa de los comentaristas de La Jornada.
Sin embargo, los trabajadores están a tiempo de desechar todas estas ilusiones y promesas que los mantiene atados a sus enemigos. Desenmascarar la usurpación de la que fueron víctimas, expulsar a los infiltrados vestidos de guinda y reconstituir sus espacios de lucha. Recordar que sus objetivos no se limitan a becas, puestos ni subsidios. Que el objetivo no es solo la abolición de la ley del ISSSTE, sino del trabajo asalariado, que no es democratizar al gobierno, sino suprimir cualquier institución que nos oprime. Esta tarea es posible y empieza por derrotar a sus patrones, aunque se vistan de sus amigos.
Fotografía: Egbert Méndez