Por: Ventura Alfonso Alas. El Salvador. 15/08/2016
En memoria de tantos…
De tantos refugiados…
Como hayan habido durante la guerra civil salvadoreña.
“No estamos donde vamos a llegar, tampoco estamos a donde queremos llegar; pero ya estamos lejos de donde comenzamos…” Matin Luther King Junior.
El pueblo salvadoreño ha tenido que pagar con sangre magna todos los espacios de participación a los que ha logrado incidir. Desde la llegada de los invasores españoles en 1524 a tierras cuscatlecas, los pipiles resistieron por 15 años defendiendo su tierra, sus costumbres, su religión, sus cultivos, su gente, sus tradiciones… Finalmente el poderío armamentístico y estrategia militar al que se enfrentaron fueron derrotados y sometidos por 3 siglos.
El espíritu rebelde no murió con los pipiles asesinados a sangre fría durante la época de la conquista y colonización española. Durante el proceso de independencia, sería el pueblo quien realmente luchara incansablemente por conseguir la libertad. Esta no llegó por decreto, con la firma del acta de independencia de 1821. Por tal razón, apenas 12 años más tarde -en 1833- el descontento no se haría esperar, se levantan en armas los nonualcos liderados por el indígena Anastasio Aquino, quien lograría derrotar a los españoles de la zona e instaura un gobierno popular, con su propio sistema jurídico de funcionamiento. Lastimosamente este gobierno tarda poco tiempo, los españoles rearman fuerzas y finalmente capturan y asesinan al líder indígena, Anastasio Aquino, aplastando de esta manera esta gesta heroica.
100 años más tarde -1932- surge como potente volcán Farabundo Martí, para organizar al pueblo y liderar la insurrección campesina de enero de 1932. Maximiliano Hernández Martínez sería el encargado de masacrar al pueblo indígena sublevado y fusilar a Farabundo Martí. Si bien es cierto que el general Martínez silenció al pueblo desatando una represión terrible por todos los lugares donde había ecos populares; la población salvadoreña siguió su lucha clandestina.
Fue en 1944 que el pueblo bajó los brazos, esta acción no sería para abandonar la lucha por la justicia social, no era para rendirse y entregar su germen revolucionario… fue todo lo contrario, constituyó la estrategia de huelga que llevaría al derrocamiento del dictador Martínez.
Los militares siguen gobernando al país, a través del Partido de Conciliación Nacional (PCN). Se instaura una nueva dictadura. La pobreza se agudiza, el desempleo crece, la educación en el abandono, la salud en condiciones precarias, los campesinos sin tierras; los hacendados, cañeros y cafetaleros explotan descaradamente a todos sus trabajadores. El fraude electoral y la falta de espacios donde el pueblo participe en las decisiones gubernamentales, forman parte del abanico de problemas sociales, políticos y económicos con que se enfrentaba y reivindicaba el pueblo.
Con este escenario se llega a la década de los 70´s, en donde las protestas populares cobran más fuerza, los gobiernos de turno y sus cuerpos de seguridad responden con masacres, represión, capturas, torturas, desapariciones… La población se organiza con más intensidad y sutileza, se unifican principios y valores, aspiraciones y utopías… Todos los sectores de la sociedad se aglutinan en organizaciones populares de resistencia e incidencia, de protestas y propuestas. El Bloque Popular Revolucionario (BPR) y la UTC serían unas de las organizaciones más emblemáticas y respetadas de aquella época.
Desde la literatura, los escritos de la generación comprometida cobran fuerza; Medellín y Puebla se materializan con la teología de la liberación; Cuba y Nicaragua empujan hacia el cambio a la región; los artistas a una sola voz enfilan sus talentos hacia el cambio social; los movimientos y organizaciones populares germinan y se fortalecen en el seno de la población.
El cierre de la década de los 70´s y el inicio de los 80´s sería de mucha convulsión social para el país, también sería el inicio de un producto en construcción: Masacres de estudiantes y sociedad civil, de líderes campesinos, de líderes religiosos, capturas y torturas de líderes políticos, represión a todo nivel… serían las condiciones que caracterizaron esta etapa de la historia salvadoreña; estalla la guerra civil.
En 1980, miles de campesinos, son desalojados de los lugares de origen a través de operativos militares de tierra razada, invasiones y bombardeos; disparaban a todo movimiento; saqueados e incendiados los cantones y caseríos. Niños, jóvenes, adultos, ancianos y mujeres inician un éxodo que se prolonga durante días, semanas, meses, años, huyendo en los cerros, ríos y montañas de Chalatenango.
Mientras se huía víctimas de la guerra civil, en medio de combates y persecución constante del ejército salvadoreño, no se contaba con alimentación y muy pocos abrigos. En la medida que avanza el tiempo guindeando se encuentran en ese caminar personas de muchos lugares, concentrando decenas de millares en lugares específicos. El pueblo es testigo de un sinfín de barbaries cometidas por los militares, entre ellas la masacre de más de 600 campesinos en el río Sumpul la madrugada del 14 de mayo de 1980.
Sabiendo que la guerra civil era interminable el pueblo se encamina hacia la frontera de Honduras con El Salvador, buscando refugio en aldeas hondureñas. El ejército hondureño asediaba a la población civil salvadoreña. Muchas familias ya para la masacre del río Sumpul se encontraban en Honduras. El padre Fausto Milla de origen hondureño iniciaría a refugiar personas y familias en distintos puntos de Honduras y promovió en diferentes medios la crisis de refugiados que se vivía en la frontera.
Poco tiempo después el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), establece un lugar en Mesa Grande, aldea hondureña del municipio de Ocotepeque para refugiar a miles de salvadoreños estancados en la frontera. Días después se inicia el traslado de la población de manera organizada y bajo el estatus de refugiados. La solidaridad internacional acompaña este proceso. La población tendría garantía de la vida, alimentación, servicios de salud, vivienda, vestuario… Lo que el estado salvadoreño había negado y quitado a sus ciudadanos.
Poco a poco fueron llegando a este lugar más y más salvadoreños que huían de la guerra, hasta llegar a concentrar 11,500 personas organizados en 7 campamentos. Las viviendas eran fundamentalmente de madera, lona, nailon y lámina. Delimitado por un cerco de alambre de púas y custodiados permanentemente por el ejército hondureño, se logra una organización social de las mejores en el mundo de ese tiempo.
Campamento de Refugiados en Mesa Grande Honduras
Fotografía de Christof Oesterle
Los coordinadores de cada comité de campamento conformaban una directiva para todo el refugio. Luego había un coordinador de módulo que aglutinaba entre 15 a 20 familias. La iglesia católica tenía su propia estructura organizativa. Párrocos para todo el campo de refugio, celebradores de la palabra en cada campamento, coros y catequistas. El área de salud tenía asistencia médica, nutrición y sanidad. La producción era diversificada: peces, aves de corral, cerdos, conejos, hortalizas, milpa… La educación popular llega hasta los campamentos de refugio con maestros surgidos del pueblo y en permanente actualización, a través de la escuela técnica.
Los diferentes talleres que se crearon y desarrollaron emergieron de la necesidad por la satisfacción de necesidades básicas de los refugiados: carpintería, hojalatería, jarcia, mecánica automotriz, electricidad, zapatería, sastrería… Es necesario resaltar que toda esta actividad organizativa, de servicios y económica, eran los refugiados quienes la desarrollaron, con apoyo técnico de la solidaridad internacional.
Con los acuerdos de Esquipulas 2, en 1987 firmado por los jefes de estado de Centro América, en donde acordaron una cooperación económica y una estructura básica para la resolución pacífica de los conflictos; las repoblaciones de San José Las Flores y Arcatao; abren un nuevo escenario político que favorecen las repatriaciones.
Además de estas condiciones externas a los campamentos de refugiados, internamente se desarrollan una serie de acontecimientos -durante los 8 años de refugio- el ejército hondureño realizaba patrullajes constantes, cateos y represión, así como actividades de entrenamiento en la periferia del territorio delimitado como maniobras de terror. En los últimos años ACNUR limitó la ración de comida a toda la población, esta situación llevó al pueblo hasta la realización de ayunos para exigir el derecho a la alimentación.
Si bien es cierto que había una desconexión geográfica de El Salvador, el sentimiento de lucha y el deseo de volver a los lugares de origen cada día más se interiorizaban en el pueblo. Hijos, primos, tíos, abuelos, hermanos, amigos… en el frente de guerra u otros lugares sobreviviendo en medio de la guerra. Eran los otros elementos de pensar y sentir interno de las personas que les empujaban para volver a El Salvador.
La configuración de factores externos e internos al campo de refugiados, abrió las puertas para iniciar un proceso de negociación con el ACNUR para realizar de manera organizada y coordinada junto a los gobiernos de El Salvador y Honduras el primer retorno en octubre de 1987. Esta negociación tendría algunos impases que obligaría a los refugiados a escribir una carta al secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar en diciembre de 1988 para exigir el derecho a una repatriación al país de origen.
Habiendo sido todo un éxito el primer retorno de más de 2,500 refugiados, que ha repoblado las comunidades de Las Vueltas y Guarjila de Chalatenango, así como Copapayo en Cuscatlán y Santa Marta del departamento de Cabañas; se organiza una segunda repatriación para agosto de 1988.
El proceso iniciaría con una convocatoria general a toda la población por campamentos, para hacer el anuncio de la posibilidad de una segunda repatriación, acción seguida se elegirían los comités que se encargarían de darle continuidad a toda la causa.
El día 13 de agosto de 1988 en horas de la mañana, se consuma la salida de 1,250 refugiados de Mesa Grande, en San Marcos de Ocotepeque, Honduras. El destino serían San Antonio Los Ranchos y Teosinte de San Francisco Morazán, ambos de Chalatenango. –El día anterior sería un ambiente de alegría desarmando casas de madera, empacando el limitado vestuario, preparando alimentación para el viaje, cargando camiones, despedidas improvisadas; la esperanza y la alegría, la ilusión de volver a la tierra de origen viajaban junto a los refugiados-.
Organizados en caravana, en un convoy de 122 camiones y 45 buses, de los cuales: 86 camiones y 28 buses para San Antonio Los Ranchos y rumbo a Teosinte 36 camiones y 17 buses; así como otros vehículos de logística y de ACNUR conformaban todo el conjunto de automotores.
Llegando a la frontera de El Poy en horas de la tarde se registra el primer obstáculo. Las autoridades de migración exigen el respectivo chequeo migratorio a los refugiados, no permiten el ingreso de internacionalistas solidarios que acompañaban el retorno y el cambio de lugar de destino; serían los puntos de discordia entre el gobierno de El Salvador y los refugiados en rumbo a la repatriación. No es posible llegar a un acuerdo con las autoridades y la caravana con su gente permanece en territorio hondureño aún, custodiados por el ejército; hasta horas de la tarde del día siguiente.
Con resistencia constante de los retornantes y la presión permanente de los comités de repoblaciones que lideraban el proceso se logró pasar por la tarde-noche del día 14 de agosto. A la altura del desvío de Tejutla la caravana nuevamente se detiene; aquí se permanece 2 días. Se continuaba con la exigencia del ejército salvadoreño porque se pasara a un control de personas y registro de todas las cosas que traían los refugiados a la cuarta brigada de infantería. Una vez más los militares insisten en cambiar los lugares a repoblar. El pueblo nuevamente resiste.
El gobierno de El Salvador sostenía la tesis que los refugiados venían a fortalecer a la guerrilla, pues los lugares escogidos para repoblar eran estratégicos en el control territorial del frente de guerra del fmln; que serían fachada para realizar cualquier movimiento de logística y beneficiar a los grupos insurgentes. Razón por la cual intenta el ejército detener la llegada de los refugiados a Teosinte y San Antonio Los Ranchos.
Dos días de lucha permanente, de negociación y resistencia, a las amenazas y represión por parte del ejército salvadoreño. Una vez más el heroísmo de los líderes que conducían la repatriación y la unidad del pueblo logran vencer este segundo impase. La tarde del 16 de agosto se separa el convoy, 350 personas parten rumbo a Teosinte, cruzando el pueblo de Tejutla; mientras que el resto continúa la caravana por la troncal del norte, rumbo a Chalatenango y posteriormente, en horas de la noche llegan a Guarjila.
La noche del 16 de agosto, ambos grupos de repatriados, no logran llegar a sus destinos, la gente de Teosinte se queda a dormir a la intemperie en la periferia del municipio de Tejutla. No faltaron voces que dijeran: sólo Dios con nosotros. Mientras que la población con destino a Los Ranchos llega hasta la comunidad de Guarjila, 10 meses antes repoblada. Familiares, amigos, compañeros… esperaban con entusiasmo la llegada de los refugiados. Comida y un baile popular serían el ambiente perfecto para recibirlos.
Al amanecer, el día 17 de agosto, el recorrido continúa su curso, este día abandonados por los buses y los camiones. Los caminos inaccesibles dificultaron la llegada. Puchos en las espaldas, matates en la cabeza, bolsones en los hombros, gallinas cacaraqueando, gatos maullando, niños llorando; así como palabras de ánimo y júbilo, intentan describir este día.
Había una mezcla de emociones, llantos y risas se confundían entre la multitud, regaños y consuelos no se hacían esperan, decepciones e ilusiones brotaban con suspiros… ¡Estamos en El Salvador! Era una de las frases célebres de ese momento.
Primeras champas de los retornados en
San Antonio Los Ranchos
Fotografía de Christof Oesterle
Teosinte y San Antonio Los Ranchos estaban totalmente destruidos por la guerra civil que se libraba en el país; eran campos de batalla, zonas en disputa de control territorial entre el ejército salvadoreño y la guerrilla. Paredes de viviendas destruidas cubiertas por los montes, y los abundantes casquillos era lo que caracterizaba los sitios de asentamiento.
La infraestructura habitacional estaba totalmente destruida por las bombas y los morteros, así que una de las prioridades de la población era el levantamiento de champas provisionales para albergar a todos los repatriados. Esta sería una tarea que se debía iniciar de inmediato. Tampoco era impostergable la producción de alimentación, tarea para la cual también se designó un grupo de agricultores. El comité de repoblación de inmediato sufre el cambio estratégico y de funcionamiento, pasa a constituirse como la primera directiva comunal, para desarrollar todas las tareas organizativas que exigía el momento, así como la representación de la comunidad ante las diferentes instancias externas.
Actual plaza central de San Antonio Los Ranchos en 1988
Fotografía de Christof Oesterle
La iglesia luterana y la católica, así como CRIPDES e internacionalistas solidarios, serían quienes recibieran a los recién repatriados de Mesa Grande, Honduras para quedarse por un buen tiempo acompañaban al pueblo con sus conocimientos e ideas y también apoyando anímicamente; así como generando confianza y seguridad entre la población.
En la medida que avanzaba el tiempo, las necesidades exigían la creación de nuevos organismos, así se hizo. Se intentó replicar toda la experiencia acumulada en Mesa Grande, la vida en comunidad; esa sería la dinámica social y productiva que marcaría el rumbo los siguientes 5 años. Los primeros años en estas comunidades significaron mucho sacrificio y trabajo, organización y lucha para sus habitantes.
Los acuerdos de paz, firmados en enero de 1992, abren nuevas esperanzas y perspectivas; reinicia un proceso de reconstrucción masiva y la adquisición de las tierras para tener seguridad jurídica. 28 años más tarde, se reconoce todo el avance en materia de infraestructura pero también se visualizan retos y desafíos pendientes.
El fortalecimiento organizativo e institucional comunitario a través de la cualificación y evolución de los representantes, figuran entre los principales retos; así como la generación de oportunidades de superación de la juventud y el establecimiento de una dinámica económica solidaria a nivel comunitario, que garantice a sus habitantes oportunidades de empleo y mejores ingresos familiares.
Fotografía: elfaro