Por: Héctor Casavieja Píriz. Red filosófica de Uruguay
Con el advenimiento del período electoral Uruguay se enfrenta a la misma encrucijada que enfrentaron no hace mucho Argentina y Brasil, una encrucijada política y económica que le significó a ambos países el retroceso desde gobiernos socialmente conciliatorios que sin atacar frontalmente el status quo permitieron cierto alivio en las condiciones de vida de las masas de millones de personas pobres que son una característica común a todos los países latinoamericanos. Argentina y Brasil están sufriendo hoy las consecuencias de distinta manera, pero ciertamente con el común denominador de un brutal aumento de la desprotección de pobres, grupos minoritarios, mayorías relegadas, personas en condiciones de fragilidad social, etc. Se pasó de un proyecto político-económico que buscó y sigue buscando acordar con el poder financiero global un mínimo de mejora en la vida de las masas populares de sus respectivos países, e incluso se llegó un poco más lejos por momentos, tal y como sucedió en Bolivia, pero siempre pisando la cuerda floja, en una conciliación casi imposible frente a las fieras de la codicia siempre dispuestas a lanzarse sobre sus víctimas, se pasó, claramente, a una debacle neoliberal evidentísima que solo la ceguera política impide ver.
En Uruguay está ocurriendo, pues, el mismo proceso de desmantelamiento y descreimiento al que ha sido sometido el progresismo en Brasil o en Argentina, señalándose denodadamente tanto de derecha como de izquierda su difícil posición conciliadora entre intereses corporativos de largo alcance y las mínimas preocupaciones por el bienestar social. Y la punta de lanza para atacar al gobierno progresista ha sido prácticamente la misma, asumiendo cualquier evento de corrupción gubernamental como una prueba de la corrupción íntegra del gobierno y no como casos puntuales que si se mira bien, la oposición sufre quizás en mayor medida en el desempeño de intendencias departamentales. Sin embargo, no se ha llegado como en Argentina a la persecución judicial fraudulenta o como en Brasil a un golpe de estado blando como el que sufrió el gobierno de Dilma Rousseff por parte de monigotes políticos que han terminado ellos mismos en la cárcel.
También se ha utilizado la basa desde la derecha uruguaya de la inseguridad pública y el pedido de mano dura policial, un pedido que solo puede significar la laxitud en la normativa policial y que puede concluir en una criminalización peligrosísima de la propia policía o en una militarización del país similar a la vivida por los mexicanos, que han sufrido prácticamente un exterminio, con decapitaciones y descuartizamientos incluidos, a causa de la guerra desatada por gobiernos que han terminado por corromperse hasta la médula a causa de la pérdida total del eje judicial y procedimental. Ciertamente el progresismo ha sido víctima, en el caso uruguayo al menos, de su propia laxitud en lograr rápidamente la eficiencia procedimental y carcelaria para detener la delincuencia, pero la derecha no está ofreciendo una solución real al problema sino que, por el contrario, su supuesta solución puede conducir el país al caos delincuencial al penetrar la violencia dentro de las propias instituciones estatales, con la pérdida de las garantías civiles, una pérdida de las garantías civiles que los uruguayos mismos podrán autoinfligirse en un próximo referéndum que abrirá la puerta a allanamientos nocturnos tal vez similares a los realizados durante la pasada dictadura militar.
Los críticos de izquierda que continuamente señalan, y con aciertos indudables, los errores y faltas del gobierno progresista deberían considerar, sin embargo, qué es lo que ha ocurrido con los gobiernos más volcados a la izquierda en Latinoamérica. Ellos han sido víctimas del eterno bullying estadounidense, sobre todo en el caso de Nicaragua, Cuba y Venezuela, cuya impronta los hace fáciles blancos de la propaganda anti-socialista y de la guerra económica, que es hoy la continuidad de la vieja propaganda anti-comunista que utilizó EEUU para sembrar dictaduras criminales por todo el continente y someter a los opositores de izquierda a un plan de exterminio sistemático con participación directa y fundamental de la CIA. El progresismo nació justamente del apaleo brutal de las izquierdas latinoamericanas, del desangramiento de sus integrantes en pozos de la muerte, de la limpieza genocida que sufrieron en sus filas durante períodos de suspensión de todas las garantías individuales que permitieron todo tipo de aberraciones en esos oscuros fosos dedicados a picar gente, y por ello apostó desde el primer momento a evitar una postura confrontativa, a solapar sus propuestas bajo el campo de la conciliación y el abandono de los propósitos ideológicos más radicales. Lo que se pudo lograr bajo esta perspectiva ha sido poco más que un alivio para las clases más pobres, una reducción de la indigencia y la extrema pobreza sin llegar a eliminarlas, pero no constituyó una superación plena de las condiciones de desigualdad, estancamiento, burocratismo y clasismo racista que infectan a la sociedad latinoamericana. Es por ello que el progresismo es víctima frágil del acoso ultraderechista de tipejos como Jair Bolsonaro en Brasil, que es capaz de exaltar la memoria de un supremo torturador y asesino como Stroessner. En Uruguay el bolsonarismo con su reivindicación del pasado dictatorial está obstaculizado en parte por una tradición democrática más fuerte que la brasileña pero ya existe un partido militar llamado Cabildo Abierto.
Las encuestas demuestran que la mayoría de los uruguayos están dispuestos hoy a abandonar el frágil proyecto progresista para apostar por falsas soluciones de ultraderecha, por el odio y el regreso de la vocación reaccionaria, con tintes fascistas similares a los que ofrecieron Macri en Argentina y Bolsonaro en Brasil. Una mayoría ha logrado ser envenenada con el desprecio hacia el oponente de izquierda, con el desprecio hacia el que con dificultad entiende que el progresismo no es una solución radical ni definitiva a los problemas sociales sino solo una tabla de salvación en medio de la tormenta neoliberal que una vez desatada ya no puede controlarse como ha ocurrido en Argentina, con la desfinanciación y endeudamiento abismal del estado y ya un proceso de desindustrialización de una velocidad impactante que ha sumido a más y más argentinos en la pobreza y la indigencia. Si lo que las encuestas indican se plasma finalmente en la realidad, veremos sin duda en Uruguay retroceder una vez más los derechos de las mayorías mientras se desatan las fieras de la codicia privada en manos de dirigentes neoliberales que como ha sido en Latinoamérica durante las últimas décadas, han servido siempre a los intereses estadounidenses y de las oligarquías locales de terratenientes, empresarios extranjerizadores y ladrones financieros que hoy tienen el aval neofascista del gobierno de Donald Trump.
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Fotografía: Red filosófica de Uruguay