Por: Luis Armando González. 06/07/2022
I
El conocimiento humano es algo que se construye a partir de un esfuerzo mental y empírico en el que se involucran distintos individuos que trabajan de forma colaborativa. O sea, el conocimiento no se construye de forma exclusivamente individual, aunque los aportes individuales son vitales para que ese tipo de conocimiento florezca. Ya lo decía Newton: alcanzó logros extraordinarios porque se subió a hombros de gigantes. Asimismo, el proceso de conocimiento no se realiza en el aire, sino que nace, avanza, retrocede y vuelve a cobrar fuerza en determinados contextos histórico-sociales. Y de aquí se desprende una primera relación del conocimiento con la realidad histórica: ésta última es el “lugar” en el cual el conocimiento se concreta, se desarrolla o se frustra. El otro aspecto de la relación tiene que ver con la atención que, desde el conocimiento, se presta a la realidad histórica, que se convierte, así—como lo dijo certeramente Ignacio Ellacuría— en “objeto” del conocimiento.
Así pues, el conocimiento humano no flota en el vacío: está “encarnado” en situaciones históricas concretas que son las que lo hacen posible o, en el lado opuesto, lo obstaculizan. En este sentido, hay contextos históricos que son más propicios que otros para el florecimiento del conocimiento (científico, filosófico o estético). ¿Pero qué se debe entender por realidad histórica? El filósofo Ignacio Ellacuría lo expuso de esta manera:
“La realidad histórica …, engloba todo otro tipo de realidad: no hay realidad histórica sin realidad puramente material, sin realidad biológica, sin realidad personal y sin realidad social;… toda otra forma de realidad donde da más de sí y donde recibe su para qué fáctico (…) es en la realidad histórica;… esa forma de realidad que es la realidad histórica es donde la realidad es “más” y donde es ‘más suya’, donde también es ‘más abierta’” (Ellacuría, 1981).
Y el comentario de González sobre este texto dice así:
“La realidad histórica, por consiguiente, no es otra cosa que ‘la totalidad de la realidad tal como se da unitariamente en su forma cualitativa más alta’; no es sino el ámbito donde se da ‘la forma más alta de la realidad, sino el campo abierto de las máximas posibilidades de lo real’. Es en esta realidad histórica donde vive y se realiza la persona humana; sólo desde ella ‘se ven adecuadamente lo que son esa vida y esa persona’. Por otro lado, la realidad histórica ‘tiene un carácter de praxis, que junto con otros criterios lleva a la verdad de la realidad y también a la verdad de la interpretación de la realidad’. Justamente, es por la praxis humana que la realidad histórica está siempre haciéndose, en apertura hacia el futuro. Es este hacerse de la realidad, estructural, dinámico y procesual, el que permite acceder al hacerse de la verdad de la realidad” (González, 2006).
De tal suerte que la realidad histórica es una totalidad (una estructura) en la cual cobran vigencia las distintas actividades e invenciones humanas. Es, pues, en la realidad histórica que se abre la posibilidad de que aflore el conocimiento en sus distintas expresiones. Claro que la realidad histórica es procesual y dinámica, lo cual quiere decir que no es la misma en todo tiempo y lugar. La realidad histórica de El Salvador actual, por ejemplo, no es idéntica a la realidad histórica salvadoreña de principios del siglo XX, aunque entre una y otra haya una continuidad procesual y dinámica.
Y siempre siguiendo con el ejemplo de El Salvador, la realidad histórica salvadoreña de principios del siglo XX era menos favorable, dada la estructura social, económica y política de entonces, para que se desarrollara ampliamente el conocimiento científico, filosófico o estético. La realidad histórica actual tiene condiciones más favorables (respecto de las que había a principios del siglo XX), lo cual no quiere decir que esas condiciones se traduzcan automáticamente en unos mejores niveles de conocimiento o que todo sea positivo para el cultivo del conocimiento.
II
¿Cuándo la realidad histórica puede ser favorable para el cultivo del conocimiento? Cuando no se lo persigue, cuando no se lo sataniza, cuando se lo fomenta. Cuando hay oportunidades de debatir, investigar y publicar. Pero, en la base de estas posibilidades y oportunidades, debe tenerse una estructura social, económica y política fuertemente inclusiva, equitativa, participativa y tolerante. Cuando la realidad histórica se estructura de otra manera (desigual, injusta, intolerante, excluyente, desigual) las condiciones para el conocimiento son sumamente desfavorables.
En una línea distinta a lo planteado en los párrafos anteriores, la realidad histórica se puede convertir en un objeto del conocimiento humano, es decir, en un tema de reflexión, análisis, examen y exploración. Se debe tener presente que el conocimiento humano no es equivalente a la realidad histórica. El conocimiento, eso sí, se puede ocupar de esa realidad. ¿Qué quiere decir eso? Que en algún momento de su historia algunos seres humanos (algunos individuos) se detuvieron a pensar, de forma sistemática, ordenada y lógica sobre su contexto de vida, el tipo de sociedad en la que vivían, el pasado de su sociedad y las fuerzas que intervienen en su configuración y cambio.
De este modo, la realidad histórica se fue convirtiendo en un objeto de estudio bien específico, un objeto de estudio que estuvo a cargo, en un primer momento, de los filósofos; posteriormente, aparecieron los historiadores que, junto con los filósofos se ocuparon, durante un largo periodo de tiempo, de la realidad histórica. En el presente, a esos esfuerzos se suman los sociólogos, a quienes también les preocupa la estructura y dinámicas sociales e históricas.
El escrito Guillermo Cabrera Infante recuerda una frase de Heródoto, el padre de la historia, que dice así: “Para que la memoria de lo que han hecho los hombres no perezca sobre la Tierra. Ni sus logros, sean griegos o bárbaros, no tengan quien los cante: ellos y la causa por la que fueron a la guerra son mi tema”. Y añade Cabrera Infante:
“Cuando ocurrió esa guerra (a la que dio nombre para siempre), Heródoto no había nacido todavía. Su historia es una suerte de hagiografía. ‘Homero y Hesíodo han atribuido a los dioses todo lo que es desgraciado y culpable entre los hombres: el robo, el adulterio y el engaño’, escribió, como colofón, Jenófanes de Colofón. Para Jenófanes, como para muchos antiguos, incluyendo sobre todo a Heródoto, la historia y la mitología eran una misma fuente de infamias” (Cabrera Infante, 1991).
Pero Heródoto no estuvo solo en su meditación sobre la realidad histórica. Recién Cabrera Infante citó las ideas de Jenófanes, también preocupado por el mismo tema. Y a ambos se suma Tucídides, el otro gran pensador de la historia. Dice Cabrera Infante:
“Tucídides, que viene después de Herédoto, pero que no era en manera alguna un segundón, creía que conocer los hechos pasados per se era deleznable o fútil. Para Tucídides la tarea era escribir, o más bien reescribir, el presente. Éste era un paso por delante de Heródoto, pero Tucídides, sin embargo, venía detrás. Jenofonte, el tercer hombre siempre, que forma el trío de epónimos historiadores griegos, creía en la historia en acción y su Anábasis, esa famosa retirada hacia el mar de los 10.000 mercenarios griegos al servicio de Darío, tras su fallido golpe de Estado” (Cabrera Infante, 1991).
Desde la época en la que Heródoto, Jenófanes y Tucídides realizaron sus reflexiones sobre la historia hasta el presente, son muchos los pensadores (filósofos, historiadores, científicos sociales) que se han ocupado de ella. Los conocimientos acumulados son bastantes, aunque –como se sabe— el conocimiento nunca agota todos los secretos de la realidad.
Pero de la realidad histórica se conocen bastantes secretos. Y algunos de ellos fueron revelados (a partir de análisis minuciosos) por filósofos como Karl Marx, G.W. Hegel y X. Zubiri (Ellacuría, 1981). Otros, por sociólogos como Max Weber y Talcot Parsons, o por economistas como Adam Smith y David Ricardo, después de los cuales científicos sociales de distintas procedencias y especialidades han aportado al conocimiento de la realidad histórica. No se puede dejar de mencionar, entre los historiadores actuales, a Mary Beard, cuya contribución al conocimiento de la historia de Roma es extraordinaria (González, 2020).
III
Y en la reflexión sobre la historia es crucial prestar atención a la cultura. En primer lugar, como se ha visto, el conocimiento (filosófico, científico, literario) es una construcción humana y social que requiere de determinadas condiciones históricas para florecer y desarrollarse. Es una construcción realizada por seres humanos (filósofos, científicos, estetas, literatos) que tiene como referencia, directa o indirectamente la realidad que está más allá de la subjetividad de quienes construyen el conocimiento. En el caso del conocimiento científico, es la realidad no subjetiva (no creada subjetivamente) la que sirve de orientación para ponderar cuánto y hasta dónde se conoce. O sea, el conocimiento científico no es una creación libre y sin control en la mente de los científicos, sino que requiere, además de creatividad, mecanismos de control y contrastación con la realidad (Sokal y Bricmont, 1999).
En segundo lugar, el conocimiento humano, pues, adquiere una enorme especialización en el conocimiento científico. En el presente este tipo de conocimiento se concreta en y ejerce a través las distintas ciencias y sus disciplinas; se tiene dos grandes campos científicos: las ciencias sociales y las ciencias naturales (Rodríguez Ríos, 2022). Mientras que las primeras explican problemas, fenómenos, hechos y sucesos propios de la realidad natural-humana-social e histórica, las segundas se ocupan de la naturaleza, en su diversidad y complejidad.
Las ciencias naturales, por tanto, se encargan de explicar problemas, hechos, procesos, fenómenos y dinámicas de la realidad natural. Y como el ser humano (la especie Homo sapiens) tiene una base natural en todo lo que hace (cuando piensa, trabaja, respira y se mueve) hay disciplinas de las ciencias naturales (como la fisiología, la neuroanatomía y la paleontología, entre otras) que aportan sus conocimientos a ciencias sociales como la psicología, la sociología y la antropología.
En tercer lugar, una de las características distintivas de los seres humanos es el lenguaje, hablado y escrito, y todos lo que se puede crear con el mismo. A ello se suman capacidades artísticas, pictóricas y musicales, no ajenas a la capacidad-necesidad de comunicar que es propia de la especie Homo sapiens. El conjunto de estas creaciones “simbólicas”, cuyo tejido se sostiene en el lenguaje, recibe el nombre de cultura.
Normas, valores, símbolos y creencias se insertan en una “visión de mundo” que, al ser compartida por los miembros de un grupo, les dota de un sentido de pertenencia, de un sentido de identidad que favorece al grupo y a cada individuo. Como dice González:
“El sentido de pertenencia –a una patria, a una nación, a un país o a una comunidad— hace parte de la identidad, la cual se fragua a partir de referentes simbólico-culturales que son los que integran al individuo a la sociedad. Dicho de manera más técnica, ‘la integración supone el funcionamiento más o menos armónico y equilibrado de las distintas partes de una estructura sociocultural, se trata de la sociedad global o de un grupo cualquiera. Dicha integración viene dada primordialmente por el hecho de compartir un marco de referencia normativo-axiológico que prescribe, al menos globalmente, las acciones sociales. Y es precisamente ese marco de referencia normativo-axiológico el que alimenta el sentido de pertenencia de los miembros de una sociedad. Desde una perspectiva opuesta, cuando ese sentido de pertenencia se erosiona –en virtud de un deterioro de los referentes de identidad (simbólico-culturales), se está a las puertas de un proceso de desintegración social que tendría a la base graves fallas en la integración cultural” (González, 2011).
En cuarto lugar, el mundo de la cultura se ha convertido en objeto de conocimiento para varias disciplinas científico sociales, como la antropología, la sociología de la cultura, la sociología de la religión, la psicología cognitiva, la sociobiología, la lingüística y la historia; lo mismo que la filosofía, en campos como la filosofía de la religión, la filosofía moral (Ética) y la filosofía del lenguaje, ha dedicado esfuerzos al estudio de la cultura. Y esas disciplinas científicas y filosóficas se han integrado, enriqueciendo, el universo de la cultura. Por eso, no es extraño escuchar expresiones como “cultura científica”, “cultura filosófica”, “cultura ética” o “cultura estética” (Rodríguez Córdova, 2015; Vallecillo Márquez, 2004).
En fin, el conocimiento científico y filosófico –para insistir en dos tipos de conocimiento especializado— se han ocupado y se ocupan del ser humano, el conocimiento humano y la naturaleza (humana y no humana) con el objetivo de conocer esos ámbitos de la realidad y sus relaciones mutuas. La cultura hace parte de la realidad humano-social-histórica, y como tal es tema de reflexión filosófica y científica. A su vez, las elaboraciones filosóficas y científicas (sobre la cultura, la vida humana y la naturaleza) se integran a la cultura de una sociedad (y a la cultura mundial en estos tiempos globalizados), haciéndola más rica y diversa, en definitiva, más humana.
IV
De tal suerte que una de las grandes conquistas del conocimiento humano consiste en haber convertido la realidad histórica en objeto de conocimiento. Desde que este esfuerzo se inició, en la antigüedad griega, ha sido indetenible hasta el presente. Y seguramente continuará en el futuro, por lo menos mientras haya seres humanos creando realidad histórica y mientras haya seres humanos que se dediquen a pensar sobre ella. Asimismo, no puede negarse que existen tres grandes bloques temáticos en los que se centra el conocimiento humano desde siempre: la realidad histórica, la realidad natural y, también, el conocimiento. Es interesante meditar sobre cómo el conocimiento humano, además de posarse sobre la historia construida por los seres humanos y sobre la naturaleza, también se posa sobre sí mismo, es decir, el conocimiento se convierte en objeto de sí mismo. Esto es justamente lo que hace la filosofía del conocimiento o epistemología: se esfuerza por conocer el conocimiento (en especial el científico), sus límites, condiciones y alcances (González, 2001).
Pero, como se acaba de anotar, el conocimiento humano también se centra en la realidad histórica (esto es, en el conjunto de creaciones e invenciones políticas, económicas, sociales, institucionales, jurídicas, religiosas, artísticas, científicas y filosóficas que los seres humanos han realizado desde tiempos remotos) y en la realidad natural (esto es, en los ciclos del día y la noche, el curso de los mares y los ríos, las estaciones, el nacimiento de los animales y las plantas, etc.).
¿Cuánto tiempo hacia atrás? Para comenzar, se tiene que señalar que estudios recientes datan los orígenes evolutivos de la especie Homo sapiens (la especie a la que pertenecen todos los seres humanos actuales) hace 250 mil años (Bermúdez de Castro, 2021). En lo fundamental, las capacidades mentales y corporales –sostenidas por una estructura genética compartida—de aquellos ancestros Homo sapiens son las mismas en sus descendientes actuales, aunque como hace notar Nicholas Wade, en su libro Una herencia incómoda: genes, raza e historia humana, hay variaciones genéticas indiscutibles en la especie Homo sapiens que dejan evidencia de la influencia de las fuerzas evolutivas en su largo recorrido prehistórico e histórico (Wade, 2015).
Si la especie Homo sapiens tiene unos 250 mil años de haber emergido en África, hace unos 100 mil años que miembros suyos dejaron ese continente y se expandieron fuera de África. Hace unos 50 mil años llegaron a Europa, y hace unos 15 mil años cruzaron desde Asia hasta América. Antes habían poblado Australia (González, 2020). Hace 10 mil años poblaciones humanas que habitaban el creciente fértil inventaron la agricultura y la domesticación de animales hace unos 15-10 mil años, dando inicio a la “revolución neolítica” (Sáenz, 2016). De 10 mil años hacia el presente las evidencias culturales, económicas, arquitectónicas e intelectuales han sido más fáciles de rastrear e investigar; y en especial a partir de la invención de la escritura, hace unos 4-3 mil años. En aquellos tiempos remotos se fraguaron primeros pasos del Homo sapiens… esos que lo han traído hasta el siglo XXI. Ha construido historia y conocimientos. También mitos e ilusiones; dioses y demonios. Religiones, arte, ciencia y tecnología.
San Salvador, 5 de julio de 2022
Referencias bibliográficas
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Cabrera Infante, G. (25 de Noviembre de 1991). ¿Qué cosa es la historia, pues? Obtenido de elpais.com/diario: https://elpais.com/diario/1991/11/26/opinion/691110011_850215.html
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Sokal, A., & Bricmont, J. (1999). Imposturas intelectuales. Barcelona: Paidós.
Wade, N. (2015). Una herencia incómoda: genes, raza e historia humana. Barcelona: Ariel.
Vallecillo Márquez, G. (2004). La cultura estética de la sociedad civil pactada en el arte. Obtenido de www.redalyc.org: https://www.redalyc.org/pdf/384/38401709.pdf
Fotografía: