Por Güris J. Fry. ECO’s Rock. 1 de marzo de 2025
La Cocina (Alonso Ruizpalacios, 2024)
La apertura sea quizá uno de los vocablos más importantes en la voz fílmica del connacional Ruizpalacio, sino es que, claro, el que más. Su manejo sin ataduras en cuanto a la estructura de sus edificaciones, pasando por un emancipado tratamiento de estilos, géneros y momentos que más que amalgamar el camino desenredan las opciones de una realidad que sucede allí, tras los bastidores de la realidad representada; su cine atisba un mundo que no sólo se mueve, sino que amenaza, chantajea y ataca, o que bien podría hacerlo, es sin duda uno de los sellos más imperantes en el cine nacional de los tiempos recientes. La apuesta, claro, es muy grande y la línea muy delgada. Cual alma libre, descarada pero recatada, el realizador mexicano ha ido construyendo una obra que traspasa esquemas ortodoxos; en “Güeros” (2014), convierte una búsqueda aparentemente efímera en un viaje de introspección inyectando elementos de metaficción que resquebrajan el tejido fílmico, en “Museo” (2018) traslapa el estilo heist al road movie sin un puente claro y aparente, en “Una Película de Policías” (2021) vaga entre las capacidades de la investigación y génesis documental; ficciona, retrata e indaga en los puntos medios de sus mixturas. Si bien estos alejamientos a los usos tradicionales son evidentes –no intenta ocultarlos– mantiene un bastión común en el cual se pueden asir los elementos y poder seguir el recorrido narrativo de sus obras de manera afable. Eso, quizá, hasta ahora.
En La Cocina, su cuarto largometraje formal (aunque su paso por el formato corto y televisivo engrosan a bien su filmografía), nos encontramos, acaso, con un acercamiento al paroxismo de sus intenciones. Ruizpalacios abre el abanico de sus manías y mantiene abierta la caja de pandora para nutrir su proyección de la presión social, del apremio de aquellos que, en busca de la libertad, el anhelo, la riqueza o bien una mejor forma de vida, se encierran en un sótano tapizado de exigencias, restricciones y apuros. El vaivén del desamparo se torna irónico y la analogía de una bomba a punto de ser lanzada, más no de explotar (añadidura), se compone sobre el mismo apremio. Para ello, el realizador mexicano se nutre del fenómeno de los migrantes, de los negados y abnegados, de los soñadores y rechazados que, sin control, sin conciencia o entendimiento total, erigen una nación colectiva que no pertenece ni al terreno sociopolítico ni al sociodemográfico; no tienen tierra, bandera, posesiones o respaldo oficial. Su territorio se limita en la ensoñación de la posibilidad futura y la nostalgia de lo dejado atrás –bajo la creencia que no habrá de cambiar jamás. Son ellos mismos su soporte y su pesadez, sus enemigos y sus aliados.
Las fronteras que cruza Ruizpalacios en este encadenado –fotografiado en un pasmoso blanco y negro– hace que sus aciones reboten en paredes irregulares que las llevan a impulsarse en terrenos ajenos a la lógica previa, el croquis de la trama es un camino abierto que si bien en algún momento ha de sortear de nuevo el origen, el seguimiento osa por autoimpugnarse y comenzar por otra veta. La ramificación de sus momentos tiende a ser indulgente y quizá vaya un paso más allá de la afinidad y el sentido propio general de la trama; claro que no por ello no deja de generar interés, carácter y personalidad. Si bien el mosaico del tópico central es el variopinto retrato multiracial y multinacional de sus representados y representaciones, la película se torna un mural multiestílistico que logra grandes momentos pero que no todos cohesionan de la misma manera y con la misma energía.
La analogía cabe; el guiso que Alonso Ruiszpalacios nos presenta habrá de catarse a través del paladar de cada espectador. Para algunos, quizá, se haya sazonado un tanto de más, para otros sobrecocido y para otros tantos esté en su punto exacto. La subjetividad se expone sobre la mesa y el filme termina por ser un registro autoral que no es para todos, implicará retos y conexiones. Su vinculación tiene su grado de complejidad, las correlaciones se permiten por naturaleza propia del cine mismo con la salvedad que aquí se deben de ir desarrollando al tiempo de exposición; nada nuevo. La intervención cinematográfica que Ruizpalacios construye aquí se alinea con los sentidos más que las emociones. Se abalanza sobre nuestro tacto y gusto para poder sentirla y abarcarla en su plenitud. La libertad emana y se respira. Quizá para algunos sea motivo de debate, dada la cercanía del circuito y lo esperado ante su audiencia previa, para otros tan sólo una meta y paso que cada director debería de dar. La evolución y apuesta que siempre es bienvenida.
La Cocina de Alonso Ruizpalacios
Calificación: 3 de 5 (Buena)

Fuente: https://www.facebook.com/share/p/1GS2f6F3Lk/?mibextid=wwXIfr
Fotografía: madavenue.es