Por: Pilar Aguilar. Tribuna feminista. España. 12/01/2018
Sí, parece tonta, pero leyendo comentarios de por allí y por acá resulta que no lo es tanto.
En mi juventud –que en términos históricos, fue ayer por la mañana- el modelo vestimentario era prácticamente único y, por lo tanto, imperativo. Así, cuando entré en la universidad, todas íbamos con pelo cardado, tacones, falda de tubo, medias y faja. Las opciones eran secundarias: grado de estrechez de la falda, altura de los tacones y el cardado, tamaño de la faja y color de las medias.
Cuando, casi a finales de los 60, algunas empezamos a ponernos pantalones (“las atrevidas” éramos apenas media docena) resultó todo un drama. El decano de la facultad de letras de la universidad de Sevilla mandó a un conserje para que nos fuera “cazando” por los pasillos y las aulas a fin de llevarnos ante su “magnífica” presencia. Don Francisco Morales Padrón, que así se llamaba, nos leyó adecuada y solemnemente la cartilla.
Pero en esta pelea vencimos y, en poquísimos años, conseguimos dinamitar esas normas vestimentarias (y también otras muchas normas de todo tipo).
Por eso, ahora, al ver en las pantallas los “muestrarios” de carne en los que quedan convertidas algunas mujeres muy conocidas o las indumentarias que “voluntariamente” otras muchas se ponen para andar por la vida, no sabemos si deprimirnos o cabrearnos.
No por el despliegue de “carne” en sí, no, evidentemente. Pero, nos planteamos: ¿Por qué, si gozan de libertad para vestir (dentro de un orden, por supuesto, pero un orden amplio) eligen ir medio desnudas en pleno invierno o subidas en tacones imposibles? Nadie cree que lo hagan por comodidad o confort. Estamos seguras de que lo hacen para complacer a los hombres.
Ante nuestra crítica, hay básicamente dos grupos de objetoras:
- Las que dicen: yo lo hago para gustar a los hombres pero ¿qué tiene de malo desear gustarles?
- Las que dicen: yo lo hago porque quiero y fundamentalmente, para gustarme a mí.
Respecto al primer grupo de objetoras, las que dicen que qué tiene de malo desear gustar a los hombres, seré rápida: nada de malo salvo si ese es tu objetivo en la vida, salvo si aceptas caer en la cosificación, salvo si te asumes como objeto sexual, salvo si te parece bien que los varones vayan cómodos y tú con frío o dolor de pies…
Pero algunas de las que sostienen la segunda opinión se reclaman feministas, no sumisas pavisosas. Y, la verdad, yo no tengo por qué dudar de su feminismo. El feminismo no es un catecismo, ni un corpus de doctrina cerrado, ni un conjunto de reglas cotejables. El feminismo tiene un objetivo: la igualdad entre hombres y mujeres. Entendiendo por igualdad (que no es para nada identidad) también la equipotencia, la no sumisión de las mujeres como género. Y, en último extremo, la destrucción de los corsés genéricos.
El feminismo tiene un objetivo: la igualdad entre hombres y mujeres. Entendiendo por igualdad (que no es para nada identidad) también la equipotencia, la no sumisión de las mujeres como género.
Pero, a ver, somos seres profunda, psíquica y constitutivamente sociales. Eso significa que nadie vive fuera de su época. Las feministas tampoco. Entonces ¿qué distingue a las feministas de quienes no lo son? Dos cosas: la hermenéutica de la sospecha -Celia Amorós dixit- y un compromiso (variado, por supuesto) con el combate por la liberación. Lo primero supone tener un distanciamiento crítico no solo frente a las normas que nos son impuestas desde fuera sino también frente a lo que personalmente vivimos y sentimos, o sea, frente a nuestros miedos y deseos.
Lo segundo, aplicado a la propia vida (sin negar la dimensión social, en la que aquí no entro) supone intentar vivir con una cierta congruencia.
Y ahí andamos las feministas, debatiéndonos en procesos continuos de (auto)negociación, intentando evitar caer tanto en la complacencia como en una rigidez extrema que nos haga la vida insostenible.
Aplicado al tema de la vestimenta/apariencia: quien más quien menos, tiene que hacer pactos y transacciones. Cada cual los suyos. Algunas han decidido que no se depilan o que no se ponen tacones. Otras, por el contrario, se pintan (y lo disfrutan), se tiñen o están dispuestas a cargar con un mayor grado de incomodidad e incordio. Nadie con dos dedos de frente es tan simplista como para creer que la que se pone taconazos es menos feminista que la que no se los pone (entre otras razones porque quizá esta última ceda, sin embargo, a las presiones de su pareja para follar sin tener ganas o consienta que sus hijos no den un palo con las tareas domésticas).
Sean cuales fueren las contradicciones y pactos en los que cada una anda metida, lo importante es no perder el distanciamiento crítico hacia lo que nos rodea y hacia nosotras mismas. Ni olvidar que nuestras opciones no son simplemente fruto de la sumisión, pero tampoco son fruto de nuestra “libertad suprema”. Son productos transaccionales (y en movimiento, o sea, mutables) entre nuestra conciencia crítica y el formateo patriarcal. No es de recibo justificarlos a capa y espada. Ni es posible liberarse totalmente.
Nuestras opciones no son simplemente fruto de la sumisión, pero tampoco son fruto de nuestra “libertad suprema”. Son productos transaccionales (y en movimiento, o sea, mutables) entre nuestra conciencia crítica y el formateo patriarcal.
Y, en cualquier caso: hay que ser tontaina para creer que hoy en día, en el mundo occidental, la “libertad” consiste en que una mujer (joven y guapa, por supuesto) vaya casi desnuda. O sea, hay que ser lerdo para considerar “transgresor” algo que la tele retrasmite en los momentos de mayor audiencia (claro que también hay gente que considera a Rajoy es moderno y progresista…).
Pero termino con una buena noticia: a pesar de que muchas veces nos desespere ver a mujeres jóvenes tan obcecadas o tan oportunistas o tan machistas o tan sumisas, yo estoy convencida de que ahora hay muchas más de las que nunca jamás hubo con conciencia feminista.
Hay que ser tontaina para creer que hoy en día, en el mundo occidental, la “libertad” consiste en que una mujer (joven y guapa, por supuesto) vaya casi desnuda
Ea, sí, el patriarcado es aún la ideología dominante. Es la que estructura y conforma el funcionamiento social y personal pero nosotras avanzamos. Quizá algunas se pregunten ¿en qué, si nos siguen asesinando? ¿en qué, si nos siguen violando y explotando no solo fuera sino dentro de casa, si seguimos ninguneadas?
Hay muchos frentes abiertos y parece que ahora mismo en ninguno conseguimos triunfos pero estamos avanzando en un plano importantísimo: cada vez somos más las que tomamos conciencia. Ánimo, chicas (y chicos que estáis con nosotras), para las batallas de este 2017.
LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ
Fotografía: milenio