Por: Raul Olmedo. Iberoamérica Social. 22/12/2018
Todos requerimos de todos y hoy más que nunca debemos poner la solidaridad encima del individuo, del humano sobre el capital.
Aunque era un día como todos los demás, fue el más importante para los mexicanos… lo esperaban desde hacía 12 años, pero por diferentes razones no se había dado la posibilidad; todo se acomodó en ese momento. Desde las nueve de la mañana, San Lázaro se llenó de gente y de discursos, por un lado los opositores a la decisión del pueblo externaban sus posturas respecto a la nueva administración que entraba en función, por otro lado, la gente se amasaba en filas sobre la ruta que seguiría aquel que tenía hoy un derecho menos que nosotros: el fallarle al pueblo que había depositado la confianza para revertir lo que el neoliberalismo (esa palabra tan rebuscada que ha generado en el país desigualdades y crisis) y las administraciones de los últimos 38 años habían provocado en México.
Inició el recorrido al recinto legislativo. Su auto iba despacio, la gente comenzaba a gritar. Los niños sonreían, los adultos mayores lloraban, los más jóvenes pedían la selfie, otros más levantaban su puño en señal de lucha y victoria: había iniciado la fiesta del pueblo. Cuando él pasaba todo lo demás podía esperar… era la primera vez que la izquierda llegaba a la Presidencia de la quinceava economía mundial; todo podía esperar, menos la felicidad y la esperanza. Ya no más.
Al detenerse en un semáforo, un ciclista se emparejó al vehículo; el vidrio trasero bajó y se sostuvo una plática entre uno de a pie y el nuevo presidente de México. El ciclista fue claro y contundente: ¡no tienes derecho a fallarnos!
La serenidad que caracteriza a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y su hablar pausado le permitió entender la responsabilidad que había adquirido. Y sabía que esto apenas iniciaba. Llegó al recinto legislativo en donde se realizaría el acto protocolario. Después del posicionamiento de los diferentes partidos políticos, AMLO habló y dio una descripción de la historia reciente del país; cómo el país había pasado de sus años gloriosos (y milagrosos) a sus peores décadas… todo en parte por la visión neoliberal.
Anunció sus propuestas, hizo caso omiso a los actos refinados y rompió el ritual con la frase “me canso ganso”. Entre risas y críticas algo quedaba claro, lo cotidiano y los comunes ya no tendrían un papel secundario. Apoyos y programas prioritarios, todos ellos con el aval del pueblo a través de la consulta, aunque con escepticismo no sobre el qué, sino en el cómo.
El presidente que dejaba su trono sólo podía pensar y callar. Su silencio era la respuesta ante los cuestionamientos que todos le hacían a la lógica capitalista. La “nueva oposición” pedía que se bajará el precio a la gasolina, cuando ellos la habían aprobado años atrás. Incongruencias de la vida política, su función así no es de ayudar sino de hacerse sentir ante la derrota. Que se vayan acostumbrando, porque las cosas deben cambiar por el bien de todos, incluso de los que hoy se oponen a redistribuir los beneficios y las responsabilidades.
Una vez con la banda presidencial en su posesión fue el momento de la verbena popular y política… el Zócalo se había acondicionado para festejar el inicio de lo que se considera el cambio radical. Todo el día estuvo llenó de actividad y cultura; extraño para las generaciones electorales jóvenes que solo habían visto la toma de protesta de Felipe Calderón Hinojosa (2006-2012) y Enrique Peña Nieto (2012-2016) donde los muros, la policía y el descontento fijaron una postura beligerante ante y contra el pueblo.
Para otros con mayor experiencia en estos ritos políticos, este acontecimiento se convertía en su sueño hecho realidad. En la noche se culminó con un evento complejo por su significado; para unos fue profano, para otros la reconciliación con el México profundo, ese que se ha retomado como la identidad y esencia de un pueblo. Los 68 pueblos originarios daban a AMLO el bastón de mando y respaldo a su administración. Ese símbolo debe, sin embargo, leerse con precaución: no es sumisión, sino respeto; no es vulgarización, sino una nueva relación; no es folklorismo, sino reconocimiento. Todos requerimos de todos y hoy más que nunca debemos poner la solidaridad encima del individuo, del humano sobre el capital.
Y aunque el evento haya terminado, la fiesta sigue y sigue, así como la lucha por un México mejor para los que estamos y los que siguen. Finalmente, debe quedar claro que, no por coincidir ideológicamente daremos por aceptado todo; por el contrario, seremos los primeros en advertir, criticar y actuar para no desvirtuar el proyecto de nación.
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Fotografía: Iberoamérica Social