Por: Diego Martínez. CEMEES. 29/04/2020
En el discurso manejado de manera oficial, desde el gobierno hasta los académicos afines al mismo, la idea dominante es que la Cuarta Transformación es de izquierda. No solo que es de izquierda, sino que es la “izquierda”. Lo primero que se puede pensar es que se trata de una inocente pedantería grotesca, sin embargo, las consecuencias políticas no son nada inocentes.
Antes de ver por qué es peligroso para la sociedad el monopolio que el morenismo tiene sobre el término “izquierda”, es válido dar una definición de lo que podemos entender por dicho termino.
Es en la Revolución Francesa donde podemos encontrar el origen de lo que se denomina izquierda; a partir de ahí una definición general sería la izquierda como “un posicionamiento político fundado en un cuestionamiento del statu quo a partir de una serie de principios y valores expresada en la triada ideal surgida en el 89 francés: libertad, igualdad, fraternidad”[1]. De ahí, el siguiente punto de referencia importante fue desarrollado por la izquierda socialista, inspirada por los planteamientos de Carlos Marx, Federico Engels y Lenin; con ellos se “desarrolló una crítica radical al capitalismo y se planteó la necesidad de su superación en favor de otro sistema económico, social y político”[2], superando lo establecido por los revolucionarios franceses.
En la lucha política, la izquierda se ha caracterizado por poner como eje central de su funcionamiento la organización. Partidos, sindicatos, consejos, soviets, etc., han sido los instrumentos para agrupar a las masas en torno a las demandas, desde cuestiones inmediatas, como la jornada laboral, el salario, el material para trabajo en el caso de las organizaciones campesinas, hasta la lucha por el poder político, como es el caso de la revolución bolchevique de 1917.
De esta manera, tenemos una caracterización de la izquierda que consiste en dos aspectos: 1) una crítica del modo de vida actual y el planteamiento de su superación y 2) la organización de las masas populares dentro de su estrategia política. Partiendo de estos puntos revisaremos cuál es la postura de la 4T y la tergiversación que esta hace sobre lo que significa ser de izquierda, para monopolizar el término y aparecer como la única representante de dicha postura política en México.
La existencia de un partido de izquierda en México, que aglutine a grandes masas y tenga capacidad de oponer un proyecto político alternativo en una lucha real por el poder político, ha sido marginal. El actor principal dentro de estos intentos de agrupación fue el Partido Comunista Mexicano, que terminó por disolverse a finales de los años 80[3]. Ante esta historia, más la situación actual que el neoliberalismo ha creado en la sociedad mexicana (pobreza, marginación, desigualdad, violencia, inseguridad, etc.), el triunfo en las pasadas elecciones de un partido que se autodenomina de izquierda, “generó un entusiasmo nacional poco común, que se hizo extensivo a buena parte de la izquierda mexicana, incluso a la que proviene del extinto Partido Comunista”[4].
Las condiciones en las que se hizo del poder el morenismo, le permitieron autonombrarse como la izquierda mexicana, como los artífices la Cuarta Transformación (4T) de la historia nacional, proyectando esta imagen a nivel nacional e internacional. Ahora, con el poder político y económico del Estado, han emprendido una campaña mediática para aislar y desaparecer a todo grupo social que no se someta a sus ideas e intereses. No hay distinción alguna, ya sean las viejas élites económicas y políticas, u organizaciones populares, campesinas, obreras; todo aquello que quiera gozar de independencia política, bajo el gobierno de la 4T, está catalogado como enemigo a vencer. Para esto se han valido de medios de comunicación, campañas en redes sociales para desprestigiar a quien contradiga al presidente de manera pública, “periodistas”, y pseudo intelectuales cuyo trabajo es justificar cada decisión tomada por el gobierno, aunque esta sea errónea. La lista de formas de dominación de la 4T es inmensa, hasta llegar a la utilización clientelar y corporativa de los programas sociales, cosa que criticaron en el pasado pero que aprendieron muy bien.
Sin embargo, al observar un poco la composición orgánica de la 4T encontramos que dentro de ella se encuentran los elementos más reaccionarios del país. Aunque existe una corriente que trata de distinguir entre Andrés Manuel López Obrador, Morena y los que llegaron a un cargo público por el partido pero que no son miembros del mismo, esta distinción la hacen normalmente para deslindar al presidente de acciones llevadas a cabo por otras personas; véase el caso de la Ley Bonilla en Baja California, o en Puebla con el gobernador Barbosa, que hace un uso personal de Instituto Estatal Electoral de Puebla. Lo que está de fondo en esto, es la irresponsabilidad política que la 4T tiene con el pueblo de México, pues todos llegaron al poder bajo el programa, si es que alguno tiene, de Morena y ahora, una vez alcanzados los objetivos, quieren separarse y no aceptar la responsabilidad histórica que implica tener el poder político del Estado nacional mexicano.
“Todo grupo con independencia política es catalogado por la 4T como un enemigo a vencer”.
Pero decíamos que la composición de Morena revela algunas cosas interesantes. Cada vez que se hacía evidente que los partidos políticos convencionales no podrían recuperar el poder, sus integrantes comenzaron a salir en desbandada hacía el “nuevo” partido que se perfilaba como hegemónico. Lo primero que se pensaría es que un nuevo partido que se autodenomina de izquierda no estaría dispuesto, siendo consecuentes, a aceptarlos dentro de su proyecto, pero con la fórmula de la redención y el perdón por parte del líder fueron aceptados. De la misma manera se aceptó a personajes que no se caracterizan por ser de izquierda, y alianzas con partidos abiertamente conservadores. Lo que nos dice la composición de Morena es se trata de un partido político integrado por personajes del viejo régimen corporativo; también su falta de consecuencia política al aceptar cualquier grupo político con tal de aglutinar votos para llega al poder, expresan la falta de ideología política definida. El problema no es que se hagan alianzas o que se acepte o no a ciertos personajes, cada partido es libre de hacerlo, el problema es que se utilice un discurso falso haciendo pasar las cosas por lo que no son, aprovechando el descontento y engañando a la opinión pública. Así es la política mexicana.
Ahora bien, mencionábamos que el monopolio de la izquierda del que se ha hecho el morenismo tiene consecuencias para todo el movimiento social en México. En un artículo titulado “A dónde va México”, el sociólogo Pablo González Casanova hizo una crítica temprana a las acciones tomadas por la 4T, y advertía también que la crítica “puede dar pie a descalificaciones que se basen en mitos, ideologías e intereses con que los aludidos se nieguen a conocer la verdad sobre lo que hacen y de que por su parte son responsables en tanto sometan la lógica de sus esperanzas a la lógica del sistema”,[5] así, aunque la crítica se base en fundamentos científicos, cuando el dogmatismo y la fuerza dominan, solo se puede esperar la agresión. Esto no solo en términos de debate, sino de acciones concretas.
Uno de los casos más llamativos fue cuando el gobierno federal decidió continuar la construcción de una termoeléctrica en el estado de Morelos; no está demás decir que el propio AMLO antes de ser presidente era crítico del proyecto. Pues bien, un grupo social se oponía a dicho proyecto y en una de sus visitas el estado el presidente los calificó de radicales de izquierda y dijo que para él no eran más que conservadores; pasados los días uno de los activistas opositores al proyecto fue asesinado. A pesar de esto, se llevó a cabo una consulta, que es el método por el cual se da a conocer la aprobación de ciertos proyectos. Estas consultas ciudadanas lo que hacen en el fondo es legitimar decisiones tomadas de antemano, pues es una acción “simulada con encuestas de individuos que no representan el sentir ni la voluntad de las comunidades”[6], estas consultas carecen de todo rigor científico y confiabilidad.
Otro caso es el movimiento feminista, al que se le calificó como parte de una estrategia financiada por la derecha golpista. También está el caso de los megaproyectos del Tren Maya y la construcción de una refinería en Tabasco.
El aspecto más significativo sobre este monopolio, que afecta a la organización popular, es la utilización de los programas sociales. La pobreza es uno de los problemas más importantes del país, millones de personas se encuentran en esta situación. Los ingresos no les permiten solventar los gastos de servicios básicos, y tampoco cuentan con capacidad para ahorrar, pues la mayor parte de lo que ingresa se gasta en el día a día. Las consecuencias son un envilecimiento de la clase social, pues tampoco se tiene acceso a una educación de calidad, y, por tanto, tampoco son conocedores de sus derechos como ciudadanos. Esta condición de vulnerabilidad los hace objeto de abusos por parte los grupos políticos dominantes, pues se les utiliza como banco donde se puede ir en busca de votos en tiempos electorales con promesas jamás cumplidas.
Las cosas con la 4T no han cambiado, por el contrario, se hace más evidente la utilización política de las masas. Con el argumento de terminar con la corrupción en los programas sociales y demás proyectos federales, el gobierno actual decidió terminar con ellos, sin crear antes una estructura que suplante a la anterior. Con esto se golpeó a las miles de familias beneficiarias que recibían el apoyo. La solución, todos la sabemos a estas alturas, fue la entrega de los apoyos de manera directa, con la figura de superdelegados federales encargados de revisar el cumplimiento de los programas (son en realidad una fuerza paralela a los gobiernos estatales que se asemeja mucho a los jefes políticos durante el porfiriato); con un padrón recabado por los “servidores de la nación”, que no es más que la estructura que Morena utilizó durante la campaña electoral. Para ser beneficiario de un programa social, la condición es hacerlo de manera individual, no se trata con organizaciones, a menos que estas sean bien vistas por la 4T. Esto implica que los ciudadanos renuncien a su derecho de libre organización política, subordinándose al Estado a cambio de pequeños beneficios; de esta manera la 4T no considera “la independencia y menos la autonomía de las clases populares, sometiéndolas a la autoridad benévola de un Estado protector reedificado sobre las ruinas del régimen de la Revolución Mexicana y legitimado en las urnas, pero que conserva la matriz autoritaria inherente a su constitución”[7].
Decía el comunista italiano, Antonio Gramsci: “No hay que ocultar a la clase obrera nada de lo que a ésta interesa, ni siquiera cuando tal cosa pueda disgustarla, ni siquiera en el caso de que la verdad parezca hacer daño en lo inmediato; significa que hay que tratar a la clase obrera como se trata a un mayor de edad capaz de razonar y discernir, y no como a un menor bajo tutela”.[8] Todo el siglo XX las clases trabajadoras del país han sido tratadas como menores de edad, hoy que se dan las condiciones para la transformación social, se realiza un cambio dirigido desde arriba con el fin de mantener el orden existente en el país. Con un ropaje de izquierda, la 4T es la derecha que mantiene bajo su tutela a los pobres de México.
Los proyectos y acciones de la 4T son continuación de la política neoliberal de los sexenios pasados; se hace pasar como izquierda, pero ha omitido ser una crítica del orden social existente. Lo que vemos en realidad es lo que Gramsci llamara “Transformismo”[9], un gobierno que se dice de izquierda pero que en realidad fortalece el proyecto de las clases dominantes en detrimento de las clases subalternas. Por otro lado, mientras para la izquierda la organización de las masas es tema central en la lucha política, la 4T opta por la figura caudillista, por la desintegración de las organizaciones, y por la subordinación de las mismas. Es la renuncia a la autodeterminación popular.
En resumen, con un discurso que niega la existencia de otras izquierdas[10] que no sean la oficial, la 4T fortalece y legitima el proyecto neoliberal en México. Se fragmenta a las clases populares y se fortalece a las élites. Sin embargo, este monopolio brinda la oportunidad para que los grupos sociales que son negados como representantes de la voluntad popular, se agrupen en torno a un proyecto alternativo; ahora se hace evidente que la transformación social no está dentro del sistema de partidos vigente, sino en la organización de las masas, las que están sufriendo las consecuencias del totalitarismo morenista.
Diego Martínez es especialista en Sociología por la UNAM.
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Fotografía: CEMEES.