Por: María González Reyes. 03/08/2023
Sin embargo, de esa manera en la que solo el arte es capaz de hacer un, dijeron muchas cosas.
La noche de las elecciones fui a un concierto de Silvia Pérez Cruz, María Gadú y Liliana Herrero. Me habían regalado la entrada y no me fijé en que, además de a Silvia Pérez Cruz, iba a escuchar a otras dos mujeres. Cuando ya estaba sentada, justo antes de que salieran, es cuando me di cuenta. Escuchar la voz de Liliana Herrero me lleva, irremediablemente, a otra parte de mi vida en la que aprendí a no rendirme con un grupo de mujeres que vivían en un barrio, a las afueras de Tucumán, donde las casas tenían suelo de tierra y techo de chapa.
Hasta un minuto antes de que empezara estuvimos mirando los resultados de las elecciones (desde luego no éramos las únicas del público enfrascadas en esa tarea) pero, una vez que comenzó, allí no había nada más que tres mujeres cantando y brindando y salpicando de emociones las pieles de las que estábamos sentadas bajo el cielo.
El escenario se convirtió, desde el principio, en una celebración. De la música. De la noche. De la vida. Tres países. Tres culturas diferentes. Tres mujeres mezcladas en una trenza de voces.
No sé cuál es la ideología de ninguna de ellas. No he leído nada sobre sus trayectorias vitales. No hicieron alusión explícita a ningún partido ni a los resultados de las elecciones. Sin embargo, de esa manera en la que solo el arte es capaz de hacer, dijeron muchas cosas.
Una amiga ilustradora con la que comencé a hacer proyectos conjuntos hace unos años, me decía que no entendía por qué los materiales que elaborábamos desde los movimientos sociales (no todos pero sí muchos), tenían una estética que te echaba para atrás a la hora de decidir leerlos.
Yo también estoy convencida de que lo bello y lo combativo no son cosas contrapuestas. Y que para que se den cambios sociales es imprescindible movilizar las emociones. No las mías, sino las nuestras. Y que para eso la música y la poesía y la pintura son indispensables.
Emociones que impulsan a la acción para cambiar este orden de las cosas. Para transformar esta normalidad por otra en la que, lo normal, sea pensar que el futuro que dejemos a las siguientes generaciones será mejor que este presente.
La última canción del concierto fue “Gallo Rojo, Gallo Negro”. La cantaron entre las tres. Es una canción de las que te impregnan entera. Un ejemplo de que lo bello y lo combativo, cuando se unen, tienen la fuerza de un tornado.
Cuando canta el gallo negro
es que ya se acaba el día.
Si cantara el gallo rojo,
otro gallo cantaría…
Y al final, ya sin micro, junto a las personas que estábamos allí, repitieron una y otra vez:
Gallo negro, gallo negro,
gallo negro, te lo advierto:
no se rinde un gallo rojo
más que cuando está ya muerto.
No se rinde un gallo rojo
más que cuando está ya muerto.
No se rinde un gallo rojo
más que cuando está ya muerto…
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Fotografía: El salto diario. ÁLVARO MINGUITO