Por: Adolfo del Ángel Rodríguez. Supervisor Escolar. 09/06/2025
En una plática casual, al maestro Juan, de 28 años de servicio, un maestro joven, Arturo, de 35 años, con 12 años de servicio, le platicaba de las bonanzas de la Nueva Escuela Mexicana, de los beneficios de lo comunitario, del trabajo en equipo, del trabajo por proyectos. Muy entusiasmado platicaba de los fundamentos del nuevo plan de estudios en el país, mencionando que lo cooperativo es esencial para el desarrollo de la práctica educativa, que a los maestros formados en otros planes de estudio neoliberales les costará trabajo comprender de qué se trata todo el asunto, por lo que se deberá comenzar desde quienes comienzan en la labor docente.
El maestro Juan escuchaba pacientemente, no dijo nada y dejó que su interlocutor siguiera su discurso; comprendía que su punto de vista era la visión de un novel, que se sentía atraído por una nueva visión de lo educativo y, pensó, eso es bueno.
Al terminar el profesor su monólogo, el profesor Juan no dijo nada. Se despidió y se marchó a paso lento, pensando en su época de estudiante de educación primaria, allá por los años ochenta, en aquella escuelita que albergaba alrededor de 80 alumnos, que contaba con un patio extenso, el cual, en tiempos de lluvia originaba un lodazal que impedía el juego de los pequeños en sus inmediaciones.
Recordaba que, en aquellos días los maestros manifestaban su preocupación por adecuar los espacios para que los niños disfrutaran su estancia en la escuela, así que propusieron que durante un tiempo acudir a uno de los arroyos de la localidad en donde había piedras planas de tamaño considerable, con las que se podría tapizar el patio. Se planteó el proyecto a los papás, quienes aceptaron sin ningún problema.
Aquel tiempo fue una muestra de trabajo colaborativo que aún estaba en la memoria del profesor Juan, quien recordaba el disfrute de aquel recorrido por parte de todos los alumnos y maestros de la escuela, cada alumno, cada maestro cargando una piedra, cada día, hasta tener suficientes para que los padres observaran el esfuerzo y las ganas de acondicionar la escuela.
La comunidad se sumó a los trabajos, todos apoyaron y el patio de lodo se convirtió en un acceso cómodo para todos, gracias al trabajo, al esfuerzo y voluntad de la comunidad educativa de aquel tiempo, en el que no había discursos oficiales de hacer comunidad ni de trabajo colaborativo porque simplemente se vivían las necesidades y se dialogaba para solventarlas.
El maestro Juan pensaba en lo que había escuchado de su compañero novel, a quien le fascinaba hablar de una nueva forma de ver la educación, una forma de vivir la escuela que a Juan le disgusta, porque en aquellos tiempos que recordaba no había necesidad de un discurso, había necesidad real, compartida por alumnos, maestros, padres de familia, quienes no dudaban en asistir a la escuela para hacer mejoras en el plantel.
La Nueva Escuela Mexicana, para el maestro Juan solo está en el discurso, porque, pensaba, él la vivió, él la sintió, él la actuó. Para sus adentros pensó que era bueno que los nóveles se entusiasmaran con nuevos enfoques, que se adentraran a nuevas formas de formar a los alumnos, pero, sin duda, la nueva escuela no es nueva para él, porque fue partícipe de una educación que no solo informaba, sino que formaba en todo sentido: en carácter, de manera intelectual, en disciplina y, sobre todo, en el trabajo comunitario, que, sin duda, lo ha hecho ser el docente que sigue luchando por una buena educación hoy en día.
Fotografía: Alternauta