Por: Aurora Fernández Polanco. ctxt. 20/08/2020
Del asunto de los cuidados, en relación a los mundos de la cultura, ha venido dando cuenta CTXT, tanto en la entrevista realizada al director del MNCARS por Marcelo Expósito como en el artículo firmado por Pablo Martínez (MACBA) sobre el museo por venir. Sé que los discursos son performativos y que es muy importante que se logre hacer lo que se dice, pero, precisamente animada por ellos, he sentido la necesidad de preguntarme, como ha hecho recientemente Amaia Pérez Orozco en el Congreso de los Diputados, “de qué hablamos cuando hablamos de cuidados”.
Esta brillante pensadora sobre economía feminista viene señalando desde hace tiempo que los cuidados no se refieren únicamente al hecho de cambiar pañales a un bebé, o darle la comida a un anciano; que hablar de una economía de los cuidados significa hacerlo de “una cantidad ingente de trabajos que desbordan con mucho la atención a la dependencia y a la infancia y que son todas aquellas cosas imprescindibles para que la vida funcione en el día a día (…) de todo esto que no se ha podido parar cuando todo lo demás se ha intentado parar hablamos cuando hablamos de cuidados; de, por decirlo de alguna manera, la cara B del sistema.” Por ello, la respuesta a la pregunta “de qué hablamos en los mundos de la cultura cuando hablamos de cuidados” supondría de partida recolocar su lugar de enunciación. Es decir, reformular con urgencia y a las claras esos (viejos) mundos separados y anclarlos directamente en la economía feminista reivindicada en el Congreso por Amaia Pérez Orozco. Es la única forma de que la palabra no se fetichice y se vacíe de contenido. Si hablamos de economía política, hablamos de cultura y de ética. Sin solución de continuidad. Eso es lo que nos diferencia del discurso neoliberal que se impone como trasfondo (lo experimentamos con tristeza en las aulas: ¡eso no es arte, es política!).
Urge pensar de modo orgánico, pero mientras este nuevo mundo llega, el viejo, que no acaba de morir, hace lo que puede y produce algunos gestos esperanzadores que parecen intuirlo. Para anclar la cuestión de los cuidados, me gustaría detenerme en uno de estos gestos, Reunión: Lengua o muerte, del poeta y activista argentino Dani Zelko, una actividad/publicación organizada por el Museo situado (la red formada por colectivos y asociaciones del barrio de Lavapiés) con ocasión de un programa especial online el día internacional de los museos denominado precisamente “Cuidándonos: por un museo hospitalario”. El libro se encuentra en libre descarga.
Los libros/acciones de Zelko –Reunión– se centran en la escritura, siempre a través de un encuentro. Y siempre con el mismo procedimiento: una transcripción material de las palabras de la persona que invita a escribir. No hay grabadora, ni móvil; tampoco preguntas. Solo una escucha activa. Cada vez que su interlocutora hace una pausa para respirar (inspirar, más bien, recalcaría), el escribiente cambia de renglón. Al día siguiente, transcribe el texto en el ordenador, lo edita e imprime de manera sencilla (lleva consigo una mochila/impresora). La persona que habló lo lee ahora en voz alta dentro de la comunidad concernida. Y regala los libros, que siguen un efecto perturbación en nuevas ondas de lectura, en nuevas ciudades.
En el caso de Lengua o muerte, Dani, quien, debido al confinamiento, tuvo que cancelar la intervención prevista en Madrid con el Museo situado, decidió ensayar su proceder a distancia. Al conocer la tragedia de Mohammed Hossein, el migrante bangladesí muerto sin cuidado alguno, habló (y escribió) por teléfono con su familia y sus amigos. La web del museo durante la pandemia relata así la tragedia:
El día 26 de marzo de 2020, Mohammed Hossein, vecino de Lavapiés de origen bangladesí afectado por la COVID-19, murió en su casa luego de intentar comunicarse telefónicamente durante seis días con los servicios sanitarios. No hablaba bien español.
Pero vayamos por partes. A primera vista, el libro de Zelko es un producto como tantos otros que se han venido sucedido en la cultura occidental. Cultura proviene del vocablo latino colere, (ocuparse de algo, atender, cuidar y conservar). Se refiere en primera instancia a las relaciones que establecemos con la naturaleza para poder habitarla, pero acaba indicando un trabajo que consiste en auto-educarse. Desde sus inicios ilustrados, el museo ha sido una fábrica para formar personas cultivadas. Y para ello no había mejor herramienta que inflamar la imaginación, esa facultad que Hannah Arendt reconoce como política. Quienes avivan la imaginación, como en el caso que nos ocupa, lo hacen por medio de imágenes e historias singulares, y nos preparan para que, a partir de ellas, encontremos afinidades con otros mundos, otras vivencias. Por ejemplo: gracias a este entrenamiento, mi imaginación vuela desde Lengua o muerte y llega hasta El reverso de los monumentos y la agonía de las lenguas, el proyecto que Eva Lootz lleva a cabo en el Museo de Escultura de Valladolid sobre las más de 700 lenguas en peligro de extinción (solo en América latina). Por eso me resulta doblemente estremecedor leer este párrafo de Lootz al pensar en el libro de Zelko y en toda la familia de Hossein:
“Con independencia de las tergiversaciones de los nacionalismos populistas, heredar la lengua de la madre, de la madre de la madre, es la vitamina de dulzura que hace crecer al infante, es la vacuna contra las inclemencias de la vida, es la base para desarrollar un sentido de comunidad”.
Mohammed Hossein murió ahogado en esa vitamina de dulzura.
En este patchwork de relaciones que teje la imaginación cuando convoca imágenes, nada parece casual. Una de las pasadas reuniones de Dani Zelko, Juan pablo por Ivonne. El contra-relato de la doctrina chocobar estuvo basada en este hecho:
El 8 de diciembre de 2017, en el barrio de La Boca en Buenos Aires, el policía Luis Chocobar asesinó por la espalda a Juan Pablo Kukoc, un pibe de 18 años que venía de robarle una cámara de fotos a un turista estadounidense. Desde entonces, el Estado y los medios hegemónicos de comunicación avalan a Chocobar como un héroe, y la política represiva del gobierno de Macri pasó a llamarse Doctrina Chocobar.
He aquí que, de pronto, se mezclan en nuestras cabezas Mohammed Hossein con Juan Pablo, de la Boca y con George Floyd, de Minneapolis:
por favor, no puedo respirar
por favor, hombre
por favor, alguien
por favor, hombre
No puedo respirar
No puedo respirar
Y ahora es cuando pasamos a la segunda parte. La que entronca directamente con otros cuidados. La cuestión es que, mediante su procedimiento de trabajo, Dani Zelko sabe que tiene que combinar muy bien el ejercicio de una escucha atenta con la urgencia que impone la necesidad de visibilizar la tragedia. Al transcribir la voz de quien tiene enfrente, Zelko no solo trabaja el hilo poético que logra conectar el horror de la muerte de Hossein con una historia colectiva mucho más amplia y compleja. El mensaje en la botella tiene ahora destinatarios directos: a quien corresponda, ¡que repare el daño!; y a la comunidad, ¡que denuncie lo dañado! En el caso de Ivonne, se implicaron de inmediato muchas voces que multiplicaban el efecto del libro: teóricos e investigadores que investigaban el caso desde la justicia; “ni una menos” de los movimientos feministas; la antropología que trabajaba la otredad en Argentina; la militancia del barrio que denuncia el aumento de la violencia, etc.
Sobre el proyecto de Hossein, como me dice Ana Longoni, directora de Actividades Públicas del MNCARS, el libro “a partir de este caso concreto y la demanda de intérpretes, plantea también la larga lucha por el derecho a la lengua en la historia de Bangladesh y otras dimensiones glotopolíticas”. Así queda señalado en la web del museo:
Razib, Afroza y Elahi son migrantes. Nacieron en Bangladés, viven en Madrid. El 26 de marzo, en plena emergencia sanitaria por la COVID-19, desde el día en que su paisano Mohamed Hossein murió desatendido, los tres, junto a organizaciones migrantes y sociales, exigen la interpretación oral obligatoria en centros de salud, escuelas, juzgados y oficinas del Estado.
Es entonces cuando encontramos en el libro una estrategia concreta de cultura en tanto cura, un gesto que se une a la “red de cuidados” que sostiene las luchas y forma parte directa de la campaña que demanda intérpretes en lenguas migrantes, en los hospitales y otras oficinas públicas.
Frente a las barreras culturales y lingüísticas, un gesto, como la manifestación de objetos que realizaron estos colectivos frente a la puerta del centro de salud del barrio, es una demanda activa de cuidado. Decenas de bolsas y carritos de la compra portando carteles que reclamaban en wolof, bengalí y español intérpretes para sanar. ¿Quién nos cuida (nos atiende) si no nos entienden?
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Fotografía: ctxt.