Por: Laura de Grado Alonso. efeminista. 20/08/2020
Silvia tiene treinta años y se está planteando ser madre, pero su capacidad de cuidar es cuestionada constantemente por el hecho de tener discapacidad visual: “Pero si tú no ves, ¿cómo vas a ser madre? ¿Quién te lo va a cuidar?”, le han llegado a objetar al hablar sobre la maternidad, una infantilización que sufren diariamente las mujeres con discapacidad y un hecho que las lleva a sentirse “hartas”, dicen.
Los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres con discapacidad están atravesados por estereotipos contradictorios: por un lado, la interpretación social de las mujeres como objetos sexuales y en el rol de madre, y, por otro, la construcción de las mujeres con discapacidad como sujetos asexuales y no aptas para ser madres.
Esta situación agudiza la vulneración de sus derechos, las coloca en una posición de “eterna infancia” y muchas veces llega a disuadirlas de ejercer su derecho y capacidad para decidir sobre su propia maternidad.
Es la triste realidad que han tenido que vivir Silvia, Mª Rosario, Conchi, Belisa, Maria José, Nuria, Maite y Vicky en su camino a la maternidad.
“Hay una infantilización de las mujeres con discapacidad, se nos ve como seres asexuados que no tenemos derecho a ser madres”, denuncia Silvia. Como ella, una de cada cinco mujeres del mundo experimentará discapacidad a lo largo de su vida, según las estimaciones del último Informe Mundial sobre la Discapacidad de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2011.
En España, según la última Encuesta de Integración Social y Salud aplicada en 2012, el 16,7% de la población de 15 y más años manifiesta algún grado de limitación en la participación social debido a su condición de salud, por lo que pueden ser consideradas personas con discapacidad. En total, 6.333.670 personas, de las cuales más de la mitad, 3.866.888, son mujeres.
Del total, algo más del 16% de las personas con discapacidad aseguran haberse sentido discriminadas.
Cuestionadas por ser madres solteras
Una discriminación que se ve exacerbada en el caso de las mujeres con discapacidad que deciden tener hijos, y más aún, si son madres solteras, como lo es Mª Rosario, que con sus 39 años es madre de un niño de nueve.
En su caso, además, nunca ha contado con apoyo familiar, puesto que con tan solo cinco años la abandonaron en un centro debido a la discapacidad neuromuscular que tiene y que le produce grandes limitaciones de movilidad.
Su maternidad, cuenta a Efeminista, fue buscada de manera conjunta con el padre del niño y se trató de un proceso que recuerda muy bonito hasta que empezó el maltrato. En ese momento, el embarazo “se convirtió en un auténtico infierno”.
“A los siete meses de embarazo consigo escapar del padre porque casi nos mata y acudo al hospital”, rememora.
A partir de ahí, tuvo que atravesar un proceso de cuestionamiento por parte de la sociedad, desde el ginecólogo, que al principio la llegó a decir: “¿Vienes para abortar, verdad? En tu situación un niño no es adecuado”; hasta las propias organizaciones de protección de menores, que juzgaban su capacidad de ser madre.
En esa carrera de obstáculos, sola y sin recursos, ha tenido que enfrentarse a cinco tribunales para que los servicios sociales no le quitaran a su hijo.
No quieren ser heroínas, solo madres
Como a Mª Rosario, a Conchi también le llegaron a mandar a los servicios sociales a casa, porque dudaban de su capacidad de cuidar.
“Se cuestiona qué tipo de educación les podemos dar a esos niños”, critica.
Ella también se convirtió en madre soltera tras escapar de “una situación de malos tratos durante el embarazo”, motivo por el que, cuenta, se fue a Madrid sin ningún tipo de ayuda.
“Tuve que salir de ahí, porque todo el mundo lo veía a él como un buena persona e incluso me decían: ‘ has tenido suerte de que un hombre que está bien esté a tu lado’”, relata Conchi, que tiene secuelas de la polio en la pierna desde que la enfermedad la afectó a los seis meses por una vacuna en mal estado.
Sin embargo, para Conchi lo peor de todo han sido los comentarios de la gente y que la vean como una heroína por el hecho de ser madre, cuando para otras mujeres simplemente es una opción.
“Fue una elección que yo tuve, como otras mujeres la elección de ser madre, no soy ninguna heroína”, sostiene.
Maternidad a partir de una discapacidad sobrevenida.
La experiencia de la maternidad es muy diversa y pasa por diferentes circunstancias y retos para cada mujer. Belisa y Maria José, por ejemplo, vieron cómo la crianza para ellas daba un giro total a raíz de una discapacidad sobrevenida.
A Belisa, a los 34 años, cuando su hija apenas llegaba a los diez, le diagnosticaron el síndrome de Guillain Barre, una enfermedad rara, y en veinticuatro horas se quedó paralizada de cuerpo entero.
Aunque al principio “fue un proceso duro” para ella y para su hija, ya que ambas tuvieron que adaptarse a la nueva circunstancia, pronto se acostumbraron. Quien parece que todavía no se acostumbra, critica Belisa, es la sociedad.
“A mi me han cuestionado la crianza incluso desde antes, por el hecho de ser madre soltera”, confiesa, situación que empeoró a partir de la enfermedad, cuando empezaron a infantilizarla y a no verla capaz de hacerse cargo de su hija. Por ejemplo, cuando iba a recoger a su hija y la gente la veía ir con silla de ruedas siempre le decían “¿pero, vienes sola?”, cuenta Belisa.
Por su parte Maria José vive en un pueblo y tiene esclerosis múltiple desde que su hija era pequeña. Lo único que ha echado de menos ha sido el no poder enseñarla a nadar o subirla a los columpios, ya que el resto de la crianza, recuerda, “ha sido muy fácil”.
Entorno no adaptado
Al principio le costó mucho aceptar socialmente lo que le estaba pasando, pero, más por miedo a cómo la podían ver y por los prejuicios asociados a la discapacidad que por su capacidad de ser madre, relata. Su vida en el entorno rural ha sido muy cómoda y confiesa que seguramente se hubiera “sentido peor” viviendo en una ciudad porque, al contrario de lo que parece, “no son tan accesibles”.
Así lo opina también la periodista Nuria del Saz, quien perdió la vista con trece años y que considera que “las barreras no las tiene una misma”, sino que están en el entorno, “que no está adaptado”.
“Es difícil simplemente ir al médico con tu hijo pequeño, porque, por ejemplo, los avisos son visuales, o en el parque a lo mejor tiene dos puertas y, si tuviera solo una, pues la puedes cerrar y sabes que el niño no se sale de ahí”, explica Nuria, sobre detalles que, aunque parezcan pequeños, pueden llegar a marcar la diferencia para muchas madres.
A día de hoy, madre de dos niños de diez y doce años, sigue recordando los comentarios de la gente cuando contaba que iba a ser madre: “¿No te da miedo no saber cuidar?”, le dijo una compañera.
Prejuicios que impiden ser madre
No todas las experiencias relacionadas con la maternidad terminan igual, algunas mujeres no consiguen ser madres, otras no quieren y a otras la sociedad les hace creer que no pueden.
“Yo no soy madre por los prejuicios existentes y la falta de ayuda”, critica Maite, a quien la operación de un cavernoma en el cerebro dejó secuelas físicas que hacen que se mueva en silla de ruedas.
A partir de ese momento en su entorno, y ella misma, confiesa, “dieron por hecho que no podía ser madre”. Con los años se ha dado cuenta de que todo ese cuestionamiento social ha influido en sus propias experiencias personales y ahora no duda en señalarlo para que ninguna mujer con discapacidad pase por lo mismo que ella.
“La esterilización forzosa es la forma más violenta, pero la influencia social y los prejuicios existentes también son formas de evitar nuestra maternidad”, condena.
Cada vez más sensibilidad
La infantilización y los prejuicios en torno a la maternidad tan solo completan una larga lista de opresiones que existen sobre las mujeres con discapacidad, según explica la periodista Vicky Bendito. En su caso, aunque contaba con el apoyo y el cariño de su entorno, la maternidad se vio truncada por un largo y duro proceso de fecundación in vitro que no salió adelante.
“A las mujeres con discapacidad se nos presume asexuadas, con falta de aspiración profesional, que no vamos a tener pareja… Diría que se nos socializa nada más que para conformarnos”, critica Bendito, a quien el síndrome de Treacher Collins nunca le ha puesto límites.
Aun con todo, hablando con la periodista, el futuro parece un poco más alentador gracias, en parte, a un feminismo en el que “hay cada vez más sensibilidad hacia las mujeres con discapacidad” junto a cierto “esfuerzo” e “interés” por conocer.
De este modo, el camino hacia la plena inclusión todavía tiene que pasar por acercarse a escuchar sus experiencias, para construir desde ahí, y por hacer “mucha pedagogía”, concluye.
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Fotografía: efeminista.