Por: Raúl Prada Alcoreza. 23/06/2024
Es necesario volver hablar de una “izquierda” acrítica, una “izquierda” que ha convertido la lucha ideológica en un debate discursivo, en una contrastación de discursos. Frente a la propaganda y publicidad, obviamente desinformación, de lo que podemos llamar los medios de comunicación empresariales de los aparatos ideológicos de la señalada “derecha”, esta “izquierda”, también mediática, lo que hace es responder de una manera discursiva, como en una competencia discursiva, como en una competencia retórica, como si se tratara de torneos retóricos. Para nada, de la misma manera que los aparatos ideológicos y propagandistas de la llamada “derecha”, auscultan más allá de los discursos, podríamos decir también más acá de los discursos. ¿Qué hay más allá de los discursos? Diremos: Las prácticas. Para nada se busca ahí. No se hace un análisis estructural o, si se quiere, de las estructuras de poder, de los diagramas de poder, de las dinámicas moleculares de la sociedad. Se trata, en resumidas cuentas, de asumir de una manera deportiva la política, tal como hemos dicho antes en un ensayo. En otras palabras, no se asume la política como acción, por lo tanto, como prácticas, como intervención en el ámbito de prácticas, como intervención en la materialidad fluida y consolidada de los agenciamientos concretos de poder. Tampoco en las finalidades institucionales, es decir, en los objetivos y fines que se persiguen. Así como no se toman en cuenta los flujos inherentes a la sociedad, sino que se asume la sociedad como si fuera una representación discursiva. Se transfiere toda la lucha de clases, por así decirlo, de manera conocida conceptualmente, a una lucha discursiva, a una concurrencia retórica en los avatares del lenguaje. Todo se reduce al arte del convencimiento, a la compulsa de la argumentación y contrargumentación.
Ciertamente, los discursos sirven para transmitir las narrativas, pero las narrativas son composiciones más complejas que los discurso, pues suponen tramas, es decir, supone la construcción del sentido, el principio, la mediación y el desenlace. Entonces, estamos entrando a ámbitos del ejercicio y del uso del lenguaje, donde se entrelazan discursos y prácticas, emisiones discursivas y acciones. Hay que tener en cuenta que de lo que se trata no es de la retórica, menos de la retórica política. No se trata del arte del convencimiento, sino se trata de la capacidad de comprensión, entendimiento y conocimiento, de la capacidad de explicación, si se quiere, del uso crítico de la razón. De la razón concreta, que supone la fenomenología de la percepción y la fenomenología corporal. Esta fenomenología de la percepción y esta fenomenología corporal suponen campos de fenomenologías perceptuales y fenomenologías corporales, es decir, de ámbitos de relaciones sociales. De lo que se trata es de comprender el funcionamiento de las dinámicas moleculares de la sociedad, también de las dinámicas molares de la sociedad, vale decir, institucionales, de la sociedad. En consecuencia, de lo que se trata es de comprender no solamente el campo de la correlación de fuerzas, sino, fundamentalmente, el sustrato del ámbito de las correlaciones de fuerzas de todos los planos de intensidad, entramados, entrelazados e integrados, que hacen a los espesores de la realidad. Entre ellos, en un ámbito concreto, a los espesores de la coyuntura. En lo que respecta a los ideales, inclusive, mejor dicho, a las utopías, que están en juego, se trata de transformar el mundo, como dijo alguna vez Karl Marx, en las Doce tesis sobre Feuerbach: No se trata de interpretar el mundo sino de transformarlo. Empero, parece que la “izquierda” se olvidó de esto, porque está embarcada, de manera obsesiva, meramente en una concurrencia retórica, en un debate argumental, frente a la propaganda, publicidad y, ciertamente, desinformación de la llamada “derecha”.
Esta izquierda febril es heredera de la vieja izquierda tradicional, que también fue acrítica respecto de la revolución rusa, que, en principio, fue revolución soviética, hecha por los soviets, es decir, por los consejos de soldados, obreros y campesinos , pero después fue reducida a la concepción de revolución blanquista o jacobina de los bolcheviques, mediante un golpe de Estado, en octubre de 1917. La izquierda tradicional no hizo la crítica a la regresión de la revolución soviética, a la restauración del Estado, al regreso a las formas más actualizadas del Estado policial, más totalitarias. Sencillamente, encubrió la contrarrevolución dentro de la revolución. Incluso la intelectualidad de “izquierda” europea se hizo cargo del encubrimiento. El debate entre Albert Camus y Jean Paul Sartre es paradigmático al respecto. Sartre se convirtió en el defensor de una revolución institucionalizada, en consecuencia, muerta, en tanto que Camus iniciaba una necesaria crítica de las contradicciones de la revolución, de la ideología burocrática de la revolución rusa institucionalizada. La mayoría de los intelectuales cayeron en esto, en el silenciamiento de la crítica. Se volvieron apologistas de la institución estatal, supuestamente revolucionaria. Defensores de la revolución disecada, por lo tanto, de la muerte de la revolución misma, como dijo Camus, del asesinato de la rebelión, que es la forma de matar a la dinámica misma de la revolución. Hoy en día, en la actualidad, la izquierda febril tiene menos argumentos, es menos intelectual que aquella izquierda tradicional, está muy lejos de aquellos debates. Lo que hace sencillamente es asumirse en el mismo horizonte mediático y virtual, en el mejor de los casos, el debate retórico, en el peor de los casos, caer en la diatriba política, de manera obsesiva, al igual que la “derecha”.
Por otra parte, no hay que olvidar que la rebelión, acontecimiento que comienza el proceso de la revolución, está íntimamente articulada a la crítica, que es herencia del iluminismo, que es el iluminismo mismo en acción, en tanto que la crítica pone todo en cuestión, retrotrae todo a sus condiciones de posibilidad. Construye una perspectiva alumbradora, hace una hermenéutica crítica de lo que acontece, como, por ejemplo, efectúa la crítica de la institucionalización y la legitimación del poder, de las pretensiones de verdad discursivas. La rebelión está íntimamente ligada a la crítica, en consecuencia, también la perspectiva de la revolución está íntimamente ligada a la crítica. Cuando faltan la crítica y la rebelión se cae sencillamente en la retórica, entonces, se ha perdido todo horizonte de lo que algún día se llamó revolución, incluso se pierde el sentido de la orientación de “izquierda”. Orientación política asociada a las luchas sociales por transformar el mundo, que comprende tanto la insurgencia cultural como la insurgencia social y política, el alzamiento contra los espacios públicos. Esta “izquierda”, que quedó en la memoria, ya no existe, es cosa del pasado, de un pasado que ha quedado lejano. Sin embargo, los voceros de esta izquierda febril y con aires juveniles, por así decirlo, jugando con las figuras generacionales, pretende, incluso, ser más “izquierda” que otras, por ejemplo que un “centro izquierda”, que gobierna sus países, con el que disputan legitimidad ante el público. Esta “izquierda” se ha encargado de hacer apología de los gobiernos neopopulistas, mal llamados “progresistas”, porque de progresismo sólo tienen el nombre. Se trata de gobiernos conservadores, sólo que investidos y disfrazados de “izquierda” o de “nueva izquierda”, muy lejos inclusive de lo nacional popular de mediados del siglo XX, cuando verdaderamente se nacionalizaron los recursos naturales y las empresas transnacionales. En cambio, el actual neopopulismo contrasta por su pusilanimidad, lo que hizo son amagues de nacionalización y espectáculos mediáticos, que terminaron en compra de acciones. Lo peor es que empezaron una versión de “revolución” bizarra, más borrascosa y confusa que la revolución traicionada, por así decirlo, de octubre de 1917, que la misma revolución de la larga marcha de la República Popular de China, asesinada con la represión a la revolución cultural y embarcada en un “socialismo de mercado”, que es un barroco de las distintas formas de capitalismos. Sin embargo, la izquierda febril se solaza de las victorias electorales de una supuesta “izquierda”, que más que izquierda es una pose del neopopulismo, una pose del “progresismo”, que, además, opera representativamente contra las naciones y pueblos indígenas en el continente de Abya Yala. Esta “izquierda” está embalada en una guerra contra la verdadera generación de las rebeliones y luchas sociales contemporáneas, que comienzan en la Selva Lacandona, está en guerra contra los Caracoles, contra las comunidades mayas, contra el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). El neopopulismo electoral está embarcado en un depredador programa y aplicación del mismo, del Tren Maya, que de maya solo tiene el etnocidio maya. Un Tren Maya que atenta contra los sistemas ecológicos del sur de México, atenta contra los tejidos y los entramados de las naciones y pueblos indígenas mexicanos, también atenta contra el pueblo mexicano, contra el porvenir del pueblo mexicano. Un proyecto apoyado por empresarios privados y la burguesía angurrienta transnacional e inclusive mafias. A esto alaba la izquierda febril, desplegando una competencia deportiva en las pantallas.
De lo que se trata es de transformar el mundo y de salvar el planeta, de lo que se trata de salir del sistema mundo capitalista, de lo que se trata es de salir del orden mundial de las nominaciones, de lo que se trata es de salir de la circunscripción anacrónica de los Estado nación, que, en el continente de Abya Yala, corresponde a la continuidad de la colonialidad. Corresponde a la actualización del colonialismo interno. En el continente de Abya Yala las revoluciones, es decir, las liberaciones múltiples, corresponden a la lucha anticolonial, a la guerra anticolonial, todavía no resuelta. Sin embargo, está izquierda febril ha pecado, por así decirlo, de colonialismo, es una izquierda colonial. Ha preferido defender disfraces gubernamentales de “izquierda” y de “progresismo”, de gobiernos efectivamente conservadores, que declaran la guerra a las naciones y por los indígenas, dando en concesión a las transnacionales sus territorios, contraviniendo a las constituciones políticas de los Estados Plurinacionales, conformadas en los procesos constituyentes y escritas en las asambleas constituyentes. Esta izquierda febril habla como la “derecha” de “golpes de Estado”, cuando les conviene, sin entender el concepto de golpe de Estado, sin respetar la estructura conceptual de lo que es un golpe de Estado, mucho menos tener en cuenta las condiciones de posibilidad políticas del golpe de Estado, empero hablan de “golpe de Estado”, aunque esto tenga que ver con las consecuencias de un mal gobierno, con los efectos de su propia crisis desatada por los gobiernos llamados “progresistas”. Esta forma de gubernamentalidad clientelar desarma la capacidad de lucha de los pueblos. Los “gobiernos progresistas” han desmantelado el tejido social y la capacidad de lucha de los pueblos, hasta el punto que crean las condiciones para un retorno de una “derecha” cavernaria, como lo que ha ocurrido en Argentina.
Hay que salir del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente, no quedarse ahí, mucho menos expandirlo, como han hecho los “gobiernos progresistas”. En el continente de Abya Yala hay que resolver el problema colonial; se tienen repúblicas que se han establecidos sobre cementerio indígenas, por lo tanto, no son repúblicas, en pleno sentido de la palabra, mucho menos son democracias, en pleno sentido de la palabra. No se puede tener porvenir en sociedades que se afincan en cementerio indígenas. La manera de resolver el problema de la herencia colonial es precisamente desconocer lo que han hecho la conquista y la colonización, las oleadas de conquista y colonización desde el siglo XVI. Esto equivale a desconocer los Estado nación, que son herencia de las administraciones coloniales, desconocer sus fronteras, porque en el continente de Abya Yala había confederación de naciones. En consecuencia, lo primero que hay que establecer como primer acto anticolonial, como condición de posibilidad histórica para cualquier revolución en el continente, es volver a las confederaciones de naciones. Esto equivale a devolver los territorio a las naciones y pueblos indígenas; en las condiciones actuales, esto equivale a reconocer la convivencia y coexistencia con otros pueblos, criollos, mestizos y mestizados.
Desde la frustración de la revolución soviética y de la revolución popular de China tenemos que hablar del fracaso de las revoluciones. La revoluciones cambian el mundo pero hunden en sus contradicciones, restauran el Estado y el poder que han derribado, por lo tanto, se inicia un proceso perverso de contrarrevolución a nombre de la revolución. Esta izquierda febril está atrapada y circunscrita al campo definido por la socialdemocracia europea. No va más allá. Se trata de una “izquierda” electoral, peor aún, electorera. Se trata de una “izquierda” que se contenta con reformas tibias, con reducir la pobreza y no transformar estructuras sociales que producen la pobreza.
Lo que queda claro es que la izquierda febril manifiesta patentemente su renuncia a la revolución, se circunscribe en los horizontes de la socialdemocracia, que no es otra cosa que uno de las composiciones del Estado, por lo tanto, de la estructura del poder, de la maquinaria fabulosa de las dominaciones. ¿Qué sentido revolucionario tiene a esta conducta? Ningún sentido, salvo el del investimento y la simulación, el teatro político para ocupar un lugar en el mismo espacio de reproducción del poder y de las dominaciones. En otras palabras, esta “izquierda” sistémica, que forma parte del sistema, se entraba en un debate retórico, formando parte de la legitimación del poder. Si antes, hasta Jürgen Habermas, hablábamos de la ideología como el dispositivo de la legitimación del poder, en el capitalismo tardío, Habermas planteó los problemas de legitimación en el capitalismo tardío, que consisten en los límites de la ideología. Ahora tendríamos que hablar de la complicidad mediática en la reproducción de las dominaciones, complicidad efectuada por parte de todas las formas de “izquierda” y, obviamente, voluntad de hacerlo descarnadamente por parte de todas las formas de “derecha”. Sus contrastes, sus contraposiciones y sus antagonismos, entre “izquierdas” y “derechas”, no son otra cosa que una manera de impulsar las dinámicas mismas de la reproducción del poder.
Ahora bien, si se trata de comparar el resultado electoral que deriva en un gobierno denominado “progresista” o en un gobierno del “liberalismo radical”, entonces, ciertamente, hay diferencias políticas de coyuntura, pero esto no significa que se resuelven los problemas de las dominaciones polimorfas, tampoco los problemas desatados y acumulados del poder, mucho menos los problemas vinculados al desarrollo vertiginoso y destructivo del capitalismo, muchísimo menos que se han resuelto los problemas de la herencia colonial. Lo que pasa es que se dan lugar a márgenes de maniobra distintos para el emprendimiento de las luchas de liberación múltiples, de descolonización, anticapitalistas, incluyendo las luchas en defensa de la vida y del planeta. Esta diferencia de márgenes de maniobra no puede confundirse con lo que se entiende que es la revolución.

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ
Fotografía: Pradaraul