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“La escuela no puede servir de hospital para los daños que la sociedad causa en los niños”

por RedaccionA junio 24, 2025
junio 24, 2025
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Por: Adriana T. 24/06/22

La maestra y música Ana Molina Hita (Madrid, 1977) es la editora de Un diamante en la basura (Escritos Contextatarios, 2025), una obra tan conmovedora como singular. La propia Molina explica en la introducción que se trata de un libro colectivo: “Sus autores son –fueron– alumnos del colegio público Pío XII, en el barrio madrileño de la Ventilla, donde fui maestra de 2003 a 2020. A todos ellos les impartí clases de Lengua, Inglés, Plástica y Música”. Y sigue contando: “La Ventilla es un barrio obrero situado en el distrito de Tetuán. Es uno de los barrios más pobres de Madrid –y de España. El alumnado procede en su mayoría de familias de origen inmigrante o gitano, muchas de ellas en situación de vulnerabilidad”. 

Un día, como parte de los ejercicios escolares, Molina tuvo la idea de invitar a sus alumnos, de entre 10 y 12 años, “a discurrir situaciones, escenarios, experiencias fuera de su contexto habitual”. Les proporcionó unas libretas, y les pidió que escribieran y dibujaran lo que se les ocurriera. “Para mi sorpresa, muchos de ellos convirtieron estas libretas en una suerte de diario, en el que exponían sus inquietudes existenciales. Los registros que empleaban eran múltiples, e iban desde la gamberrada hasta la confesión más íntima o dolorosa. No tardé en animarlos a contar sus propias experiencias, sus propias vidas. Aquellos cuadernos fueron una herramienta a través de la cual se ordenaban y se narraban. Era importante que lo hicieran de manera voluntaria, sin presiones de ningún tipo. Quienes no quisieron participar no lo hicieron. Los cuadernos pertenecían a los niños y sólo me los enseñaban si ellos querían”. 

Con el permiso de los padres de los niños, Molina fotografió y conservó algunas de las obras de sus estudiantes, privilegiando, según explica, “lo que me parecía que tenía un mayor contenido humorístico y social, lo que mejor revelaba la poesía propia de la infancia, llena de drama y humor, de eso tan genuino que la hace a menudo genial”. 

El resultado de reunir y ordenar parte de ese ingente material es una obra inmensa cuya lectura no ocupa más de una hora, pero invita a ser releída una y otra vez. En Un diamante en la basura conoceremos la historia del niño cuya madre fue protegida de los tiburones por tres delfines que empujaron su patera hasta Algeciras, a la pequeña que cuenta resignada que pidió un iPhone 5 y le regalaron un Wiko y a la adolescente que está harta de un compañero al que tilda de “racista de chicas”. 

Charlamos con Molina acerca del proceso de creación del libro, y sobre su trabajo como maestra en un barrio deprimido, entre otras cuestiones. 

Un diamante en la basura no es un libro para niños, sino un libro para adultos escrito por niños. Me divirtió mucho eso, es una rareza. Los adultos solemos considerar absurda la idea de poder aprender algo de un niño.

Si su manera de ver el mundo es apreciada, los niños se animarán a seguir cultivando su propia visión

Que se trate de un libro para adultos escrito por niños no implica que sea un libro escrito por niños para los adultos. Los textos reunidos en el libro cumplían en su origen una función expresiva, eran ejercicios de autoexpresión, tutelados por mí, sin mayores pretensiones. En una columna sobre el libro, Nacho Vigalondo decía que aceptamos que los niños puedan ser intérpretes, pero no autores, por eso reservamos el término “literatura infantil” a un género practicado por adultos. Y que si nos asombra lo que leemos en Un diamante en la basura es porque reconocemos el misterio de algo desaprendido e inalcanzable para nosotros. Creo que el circuito mental que hace que un niño produzca algo que para nosotros es inalcanzable –del tipo: “La semana que viene te querré para siempre”– debería ser valorado como un instrumento legítimo en el aula. Sin embargo, suele ser tachado de “disparate”: “Estos niños qué cosas tienen…”. Para mí es un fin en sí mismo, un ejercicio de libertad, y debería estar presente en todas las asignaturas. Porque si su manera de ver el mundo es apreciada, los niños se animarán a seguir cultivando su propia visión, y a compartirla, no como un chiste, sino como algo natural y a tener en cuenta. En uno de los blurbs del libro, Natalia Carrero habla de “la necesidad imperiosa de aprender de la infancia”, y creo que es posible y necesario hacerlo.

Hablemos entonces de los libros escritos por adultos para un público infantil. Toda una industria editorial, por cierto. ¿Qué piensa, como maestra, de los géneros “infantiles”? ¿Debemos pensar que hay una forma particular de interpelar a la infancia, de dirigirse a los niños?

No he visto nada que funcione mejor en Primaria que Gianni Rodari

No soy ninguna experta en la materia, que conste. Cuando me asomo, muy ocasionalmente, a lo que se entiende por literatura infantil, me da la impresión de que se toma demasiado en serio lo que piensan los adultos sobre cómo educar a los niños. Pienso, por ejemplo, en la tendencia a presentar a los personajes de los cuentos como seres moralmente ambiguos, que son buenos pero también malos, dando a entender que todos tenemos dos caras. Me parece un error, porque el niño no entiende de matices morales. Pero, bueno, esto es sólo un ejemplo, estoy segura de que se escribe buena literatura infantil, pero yo ando muy desfasada. Me quedé en Gianni Rodari, que introdujo nuevas formas de narrar cuentos, y nunca he visto nada que funcione mejor en Primaria, porque no sólo introdujo personajes originales y libres, sino una visión crítica del mundo. O Roald Dahl que, usando un humor absurdo y divertidísimo, supo reflejar un mundo donde el adulto autoritario es un fantoche injusto al que hay que abatir. Otro ejemplo de alguien que supo interpelar a la infancia de manera ejemplar es Gabriela Mistral. Recomiendo toda su obra para niños y la defensa que hace de la poesía popular, de la importancia de incorporar elementos del folklore en la educación literaria infantil.

El libro se presenta envuelto en una despampanante batería de blurbs que se refieren a él como “poemario intercostal” (Rubén Lardín), “bellísima antología de poesía silvestre” (Bárbara Mingo), “pequeño libro sagrado” (Miguel Noguera). ¿En qué género encuadraría los textos que contiene? ¿Se trata para usted de poesía?

George Sand decía que los niños “piensan sin entender”

Creo que como adultos nos cuesta encuadrar este tipo de textos porque nos quedan muy lejos. Muchos de los pensamientos que tienen los niños no pueden ser expresados porque todavía no tienen la manera de hacerlo, y, en esa búsqueda, en ese intento de encontrar la manera de comunicarlos, descubren formas e imágenes sorprendentes que no tenemos más remedio que llamar poesía ¿Pero lo es? No lo sé. George Sand decía que los niños “piensan sin entender”, y ahí podría residir parte del misterio del que surgen las perlas que llevan dentro. 

Nacho Vigalondo, a quien citaba antes, se lamenta de que hayamos perdido el camino de regreso a la forma de pensar y de expresarse de los niños. Su lectura, en este sentido, es melancólica. A partir de su experiencia, y de su relación presente con algunos de los autores de los textos cosechados en el libro, ¿piensa que el “milagro” de estos textos no puede repetirse o prolongarse a partir de cierta edad?

No sé bien qué responder. Parece evidente que sólo en la infancia se pueden escribir algunas de las cosas que se dicen en el libro. Pero recuerdo esa frase tan citada de Baudelaire, “el genio no es más que la infancia recobrada a voluntad”. A lo mejor es posible conectar con la infancia. Hay personas que poseen ese don, aun sin tratarse, como pretende Baudelaire, de “genios”. A mí me gusta pensar, como decía Canetti, que “la infancia se transmite”. Y que después de leer Un diamante en la basura haya alguien que se conecte con su propia infancia, y que saque algún provecho de ello.

El colegio público Pío XII está considerado como “centro de difícil desempeño”, tal como se explica en la presentación del libro. Pero creo que mucha gente no sabe exactamente qué es esto.  

Lo adecuado hubiera sido, en lugar de señalar las dificultades de esos centros, dotarlos de recursos y equipamientos

La etiqueta “centro de difícil desempeño” surge en la España de los noventa con el fin de reconocer oficialmente la dificultad de trabajar en determinados colegios. Hay que admitir que la etiqueta no fue muy afortunada, dado que enseguida connotó negativamente esos centros, a los que ningún padre en condiciones de elegir querría llevar a sus hijos. Esta connotación negativa redunda en beneficio de la escuela concertada –que en muchos casos lleva a cabo políticas discriminatorias. Lo adecuado hubiera sido, en lugar de señalar las dificultades de esos centros, dotarlos de recursos y equipamientos para que dejaran de tenerlas; prescindir de etiquetas discriminatorias, dando por descontado que la enseñanza pública es capaz de brindar los instrumentos para resolver los problemas a que cada centro se enfrenta.

¿Qué supuso para usted trabajar ahí, qué tipo de dificultades afrontó? ¿Echó en falta medios o mayor implicación institucional?  

Trabajé en la privada “progre” y me horrorizó el elitismo de esos guetos de pijos, que consideré de muy difícil desempeño

Yo venía de trabajar durante dos años en la privada “progre” –en uno de esos centros que dicen inspirarse en la Institución Libre de Enseñanza y se encuentran en el opuesto diametral de ésta–, y estaba horrorizada por el elitismo de esos guetos de pijos, que yo consideraba de muy difícil desempeño. Así que no tardé en opositar para poder largarme de allí, con la suerte de ir a caer en el Pío XII, donde me encontré con un equipo directivo receptivo y comprometido. Su trabajo era admirable, pero, tras muchísimos años de desgaste, el equipo se disgregó, y el proyecto cambió. A muchos centros de este tipo –el mío, sin ir más lejos– no se les proporcionan los medios necesarios para atender a su alumnado. En muchos momentos yo he sido consciente, muy a mi pesar, de no estar atendiendo correctamente a alumnos recién llegados, sin apenas rudimentos del castellano, por ejemplo, o con necesidades educativas especiales. Me he visto sobrepasada y estoy segura de que, de la misma manera que algunos alumnos guardan un buen recuerdo de mí, también los habrá que recuerden mi desatención y mi apatía.

El libro está lleno de historietas divertidas, pero algunas me rompieron el corazón. Pienso en la alumna o alumno que dibujó un ordenador y lo tituló “2005, cuando empecé a hablar con mi madre”. Hablamos y sabemos muy poco del dolor con el que conviven los migrantes forzados a separarse de sus familias para poder darles un futuro a sus hijos o a sus padres. 

Un caso muy común es el del niño que se cría en su país de origen con sus abuelos o tíos hasta que sus padres, en España, consiguen reunir las condiciones necesarias para poder traerlo. Esto puede ser un proceso difícil, no sólo porque el niño se enfrenta a un país nuevo, a personas –sus propios padres– a las que apenas ha visto, sino porque echa de menos a sus abuelos o tíos, a los que considera su única familia. Recuerdo estar hablando sobre el racismo en una clase y que un niño comentara que había políticos que querían que los inmigrantes se fueran de España, a lo que uno de sus compañeros, sin ninguna ironía, replicó: “Pues ojalá ganen, porque así vería a mis abuelos de nuevo, y a mi toro Ferdinando”.

Existe una creencia, ingenua a mi parecer, de que la escuela pública es un elemento suficiente para salvar, si se me permite esa expresión, a los críos provenientes de entornos vulnerables. Pero a menudo pienso en la montaña de dificultades cotidianas, a veces invisibles, que tienen que sortear esos niños, y en cómo los culpamos cuando no son capaces de sobreponerse a ellas. Como si por mandarlos a la escuela ya hubiéramos hecho todo nuestro trabajo. 

No creo que la escuela y sus maestras cambien la vida de ningún niño, con ejercer su profesión dignamente ya estaría bien

La escuela puede convertirse en un refugio para según qué alumnos en situaciones complicadas, y eso es algo valioso; pero no creo que la escuela y sus maestras cambien la vida de ningún niño, con ejercer su profesión dignamente ya estaría bien. Te cambia la vida una beca que te permita pagar los precios abusivos de los posgrados universitarios, por ejemplo. O el bachillerato nocturno. Te cambia la vida contar con los medios necesarios para poder elegir.

Mientras los niños de clases más privilegiadas salen los fines de semana de excursión, acuden a conciertos y a playas, pasean por el campo, practican deportes, visitan exposiciones y reciben la ayuda de profesores particulares, tenemos a muchos otros críos enfrentándose solos a los deberes, o pasando la tarde con la triste compañía de una pantalla. Inevitablemente, estas circunstancias van a afectar a su desarrollo. ¿Puede la escuela revertir ese daño? 

Que haya niños que se tiren las tardes enteras frente a un televisor o un ordenador es un fracaso de la sociedad entera

Que haya niños que se tiren las tardes enteras frente a un televisor o un ordenador es un fracaso de la sociedad entera, como lo es también la disparidad de oportunidades. La escuela por sí sola no puede revertir algo así. Como no puede revertir tampoco la falta de atención o de tiempo de los padres, ya se trate de familias ricas o pobres. Entre las clases más privilegiadas, todas esas actividades que enumeras no dejan de ser una manera de quitarse a los niños de encima, y en algunos casos abocan a la hiperactividad. Por otro lado, la escuela tampoco puede revertir la tendencia cada vez más acusada a la sobreprotección. Ante cualquier problema social y político, la consigna siempre es que la sociedad necesita más educación. Da igual si se trata de un hombre asesinando a una mujer o de la emergencia climática: se apunta hacia la escuela. Pero es importante pensar que la escuela es sólo una herramienta más de las que dispone la sociedad para formar ciudadanos: si la familia, si los medios de comunicación, si la cultura entera que rodea al niño no va en la misma dirección, la escuela no puede servir de hospital para los daños que la sociedad causa en los niños, de la alienación a que conduce la sociedad entera. Además, es importante pensar que las escuelas no siempre cumplen con la función social más deseable. Muchas, de hecho, aplican políticas de segregación propias de la escuela concertada. Por un lado, hay menos control del que pensamos; nadie evalúa a los docentes, nadie supervisa lo que hacemos, lo que enseñamos, cómo enseñamos. Por el otro, tenemos planes educativos centrados en capacitar, pero no en educar. Y es importante preguntarse para qué sirven estos planes educativos. Porque si lo que pretenden es que las personas se identifiquen con el sistema, nos conducirán, inevitablemente, al adoctrinamiento, que es, en parte, lo que hacemos: inculcar sistemas de intereses. Con esta perspectiva, la escuela no sólo no revertería la situación de la que hablas, sino que formaría parte del problema. Pero no me gusta ponerme ceniza. Hay proyectos educativos muy apreciables, y escuelas públicas que cumplen satisfactoriamente con su función.

Me dan pavor esos discursos que hablan de la necesidad de acoger o al menos tolerar a la población migrante porque poseen talento, fuerza de trabajo o algún potencial que nos va a ser útil en el futuro. No deja de ser una forma de decir que las personas deben ganarse su derecho a existir sirviéndonos, dejándonos explotar sus habilidades en nuestro beneficio. 

Todo es un enorme malentendido. No podemos reconocer a las personas migrantes sólo cuando realizan actos excepcionales, como intentar salvar la vida a un chico que está siendo apaleado. No se las puede evaluar en función de su moralidad, o de determinados actos heroicos, sino en función de su pleno derecho de ciudadanía.

En los textos, muchos de ellos de carácter autobiográfico, se aprecian algunas notas recurrentes, que remiten a circunstancias que comparten buena parte de los niños con los que trabajó y que suelen ser objeto de discriminación. Yo destacaría tres, a menudo entrelazadas: inmigración, pobreza y racialidad. Me interesa saber cuál de estas tres es, conforme a su experiencia, la que genera mayores problemas de integración a los niños.

Los modelos de racialidad en la música y el cine nunca van asociados a condiciones de clase humilde, y eso genera mucha confusión

No estoy segura, pero diría que la pobreza. Cuando da comienzo la búsqueda de la propia identidad, durante la adolescencia, una busca modelos representativos de lo que piensa que es y aspira a ser. Suele encontrarlos en las estrellas de la escena musical o televisiva o la cinematográfica o deportiva, entre el “famoseo”. Pero ninguna le sirve para asumir su propia clase. Pues los modelos de racialidad en el mundo de la música, o del cine, nunca van asociados a condiciones de clase humilde, y creo que eso genera mucha confusión. Como mucho, aparecen asociados a modelos de clase aspiracional: “Yo era pobre y ahora soy Hollywood”. Beyoncé, por poner un ejemplo, tiene tendencia a compartir mensajes motivadores pidiéndole a las niñas que sueñen a lo grande, diciéndoles que los sueños se cumplen a fuerza de trabajo y fe. Pero los sueños no suelen cumplirse, y lo mejor de todo es que no pasa absolutamente nada por que no se cumplan según qué tipo de sueños. La vida te puede ir muy bien, aunque no consigas ser futbolista o ganar un Grammy. Mis alumnas tienen mucho más en común con un chico de su barrio que con Beyoncé, a cuyos conciertos, por cierto, no pueden permitirse asistir. Los luminosos con la palabra Feminism de sus conciertos los ven desde su casa en pijama, porque los directos de Beyoncé, como tantas otras cosas, están reservados para los que pueden pagar. ¿Te representa una artista a la que no puedes ver en directo? No lo sé, pero hay algo que chirría. Afortunadamente hay otros modelos, pero la tendencia por parte de los medios es la de revestirlos de algo, como comentábamos antes, asociado siempre a lo extraordinario o heroico. De la artista Kelela Mizanekristos, hija de inmigrantes etíopes, siempre se dice que trabajaba en un call center, algo a lo que ella no parece darle la mayor importancia, simplemente parece una tía centrada en lo que hace, que es hacer música. 

Podríamos considerar Un diamante en la basura como resultado de un trabajo de laboratorio en el que experimentó con las capacidades expresivas de sus alumnos. No sé si paralela o consecutivamente realizó otra experiencia también con alumnas suyas, en este caso por medio de la música. En 2012 nació Milagros, un coro de niñas que grabó tres discos y nada menos que una canción con Rosalía, con la que también llegó a cantar en uno de sus conciertos en Madrid. Me gustaría que trazara algún paralelismo entre esta experiencia y la que dio lugar a Un diamante en la basura.  

Ambos proyectos se dieron de forma paralela, y obedecen a un momento de creatividad colectiva muy potente, no sé si repetible. No sé cómo pudieron producirse tantas cosas a la vez. Creo que ambas experiencias tuvieron que ver con dar la oportunidad de expresarse a un colectivo –los niños– que no tiene tantas oportunidades de hacerlo, y con que se dieran las circunstancias propicias para hacerlo. También tienen que ver con el valor de lo inesperado. Porque yo nunca esperé que fueran a producir tanto material, o que las niñas de Milagros se involucraran tanto en el grupo, hasta el punto de acabar dando conciertos y grabando discos. Ambas experiencias me proporcionaron mucha felicidad. Por un lado, en clase, leíamos los textos que traían de casa, nos divertíamos dibujando y escribiendo, fue una suerte poder trabajar con esos niños; y por el otro, después de las clases, quedábamos para cantar y hacíamos música. Fue increíble, una experiencia total que duró muchos años. Con el paso del tiempo me cuesta creer que todo aquello sucediera. 

El tipo de experiencia de la que surge Un diamante en la basura, ¿podría intentarse fuera del ámbito de la infancia y la escolaridad?

Me gustaría ensayar una experiencia parecida en residencias con ancianos

Los niños cuentan con una inocencia, una ingenuidad y una autenticidad que es el mejor caldo de cultivo para este tipo de cosas y que es muy difícil de encontrar más allá de la infancia, pero llevo tiempo pensando que me gustaría ensayar una experiencia parecida en residencias con ancianos, que es un grupo social del que, como la infancia, no se espera que diga nada. Sospecho que en el otro extremo de la vida podría surgir algo parecido, algo relacionado con lo inesperado y con la oportunidad para expresarse de la que, lamentablemente, muchos carecen. 

Las personas procedentes de los ambientes más privilegiados terminan imponiendo su visión a través de los productos culturales o de entretenimiento. ¿Se puede romper ese círculo vicioso de reproducción de la desigualdad?

El mundo de la cultura es elitista y, además, cuenta con toda una legión de trabajadores precarios que, si no tuvieran un colchón familiar, difícilmente iban a poder pagar el alquiler. Según las estadísticas, las perspectivas de trabajar en el sector cultural para un joven procedente de la clase trabajadora son cuatro veces más reducidas que para un joven perteneciente a un entorno acomodado, un dato que evidencia que la meritocracia es un mito, no existe, son los padres. Cuanto mayor sea la inseguridad laboral y peores los salarios, menor diversidad habrá, ya que sólo un joven cuya familia le ayude económicamente podrá dedicarse a este tipo de trabajos creativos. Y sí, una de las razones que me animaron a armar el libro fue que quería que el punto de vista de estos niños constara en algún lugar, pero lo interesante de la experiencia es que queda completamente fuera de la institución de la cultura y el arte. Creo que estaríamos más cerca de lo que sería la cultura popular, que se abre paso de un modo espontáneo e irresistible; sin objetivos de antemano, ni subvenciones ni profesionalización. Para mí lo importante no es que los niños se conviertan en poetas o en artistas, sino que tengan la oportunidad de sacar lo que llevan dentro y que sepan que la herramienta que les permite hacerlo les servirá para toda la vida. Se trata más de encontrar, de recolectar, y de transmitir que hay canales para disfrutar de la vida y del arte sin el mercado de por medio.

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Fotografía: CTXT

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