Por: Jorge Ivan Peña Rodríguez. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública, UNAM. 04/06/2020
El domingo primero de julio de 2018, Andrés Manuel López Obrador ganó la elección presidencial con un proyecto de tendencia progresista, de acuerdo con el discurso del nuevo mandatario, se daba inicio al fin de la época neoliberal en el país. Esta afirmación discursiva es relevante, ya que la gran mayoría de los movimientos sociales que se han originado en México en los últimos 25 años, han tenido demandas en contra de las políticas o programas neoliberales.
Algunos de esos movimientos sobreviven con el nuevo gobierno, varios han trasmutado y otros conservan la misma dinámica interna con la que surgieron, pero junto a ellos han aparecido otros movimientos que se oponen abiertamente a las políticas y programas progresistas del nuevo gobierno federal. En sus filas se encuentran actores políticos reconocidos, grupos de empresarios y artistas de renombre. Expresan demandas que no necesariamente son de índole social, denotando su convocatoria mínima, pero creciente. Su objetivo central no es ser escuchados por el nuevo gobierno, sino calentar las calles, lo que es un factor sustancial en la teoría de los golpes blandos.
La coexistencia de estas dos clases de movimientos hace indispensable la propuesta de una nueva clasificación de los mismos. Una clasificación que permita identificar las características propias de cada uno, pero también sus similitudes, con el objetivo de no confundirlos y poder, entonces, explicarlos.
De acuerdo con Gene Sharp, a finales de la década de los 80 se desarrolló una nueva forma de derrocar gobiernos que se escapan a los preceptos del orden económico predominante a nivel mundial. Estos gobiernos son catalogados como de izquierda o de corte progresista. Sharp señala que se transitó de una modalidad de golpes de Estado, de corte militar o duros, a los denominados golpes blandos. Estos últimos se caracterizan por no hacer uso directo de la acción disruptiva, pero sí de otros elementos, como las noticias falsas, la deslegitimación, el uso del aparato judicial y lo ya mencionado, calentamiento de las calles (manifestaciones sin una aparente causa social).
El pasado sábado 30 de mayo, el Frente Nacional Anti-AMLO convocó a una movilización para exigir una serie de demandas en contra del presidente de la república y de su programa de gobierno. Como últimamente en casi todo, se generaron posturas a favor y en contra de la movilización. Algunos medios de comunicación documentaron acciones de protesta en 70 ciudades de 22 entidades de la federación; la percepción del número de participantes tuvo una variación al lente de cada medio.
En videos difundidos en redes sociales, así como en medios convencionales, puede apreciarse a los inconformes expresando su malestar por las acciones económicas y políticas que el Gobierno Federal ha implementado. Pero lo que quizá causó mayor atención de la manifestación fue que esta se realizó en caravanas motorizadas, con vehículos, en su mayoría, de lujo o de modelos recientes. También se viralizó la trasmisión en vivo de una mujer haciendo un llamando a los “bots” que se encuentran “en granjas”, a que “recapacitaran”; así como el video de una joven exigiendo a AMLO que se regresara a su país natal, (algo por demás incorrecto ya que Macuspana, Tabasco, no es un país).
En fin, todo lo anterior ya lo conocemos. Los adjetivos que le dio la opinión pública a la manifestación están de más, por ahora. Lo que hoy día es objeto de análisis, por su importancia a futuro, es el innegable hecho de que la derecha, y no cualquiera, sino la ultraderecha, se mueve. Quizá no con la contundencia que ellos quisieran, pero lo hace, comienzan a ganar terreno; utilizan un discurso de odio y expresan sentimientos homofóbicos, no aceptan ni reconocen derechos fundamentales de mujeres e indígenas, “luchan” por estímulos fiscales, fondos de rescate y porque el gobierno “los está matando de hambre”. Tiene un claro dominio de discursos clasistas y racistas.
En esencia, en nada se parecen los movimientos sociales populares con los movimientos inanimados o creados, pero pueden llegarse a confundir. De acuerdo con Sidney Tarrow, los movimientos sociales tienen tres características esenciales:
objetivos en común, desafíos colectivos y la solidaridad; este último elemento atribuye la presencia de redes sociales, mientras que los inanimados, por etimología, carecen de alma.
Es visible e innegable la existencia de movimientos sociales en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Pero habrá que tener mucho cuidado para no encasillar movimientos legítimos, como el de los profesores de la CNTE, el de los padres de Ayotzinapa, el de las compañeras feministas o los movimientos en defensa del medio ambiente y el territorio, con las movilizaciones convocadas desde las esferas del poder económico o de personajes como el exintegrante del Consejo de Administración de Soriana, Pedro Luis Martín Bringas, o Gilberto Lozano. Estas últimas, lejos están con las grandes movilizaciones en defensa del petróleo o de la educación pública. En el ámbito internacional, nada tienen que ver con los “Chalecos Amarillos” de Francia; muy lejos se encuentran de emular las manifestaciones recientes en los Estados Unidos de
Norte América.
La larga historia de un país autoritario, de modelo de partido hegemónico, presidencialista, en donde la corrupción, el saqueo, el entreguismo y la injusticia eran pilares de su llamada institucionalidad, hace contraste con el intento de transformar la vida pública del país que el triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador representa. Claro que se vale disentir, pero que se lea fuerte, claro y lejos:
“¡Los obreros movemos a México!”
Fotografía: Diario Cambio.