Por: Camilo Godoy Pichón. 16/03/2022
Imperialismo con rostro humano: La vocación sumisa del “progresismo” internacional
En momentos normales, en momentos de paz los vemos desfilando por programas de televisión, sacándose selfies con sus fans, asistiendo a “talk shows”. Siendo reconocidos como referentes por algunos partidarios de la socialdemocracia latinoamericana, en momentos tan colonizada por la matriz eurocéntrica y anglosajona.
Jacinda Ardern, Justin Trudeau y Pedro Sánchez son en general destacados por la prensa hegemónica por ser algunos de los mandatarios más jóvenes a nivel internacional.
Sin embargo, durante los últimos días de conflicto entre Rusia y Ucrania, ese aire inofensivo ha quedado de lado. Los tres mandatarios, así como los de algunos países escandinavos como Suecia y Finlandia, que suelen presentarse tan seguido en nuestros países como “ejemplos a seguir”, se han alineado rápidamente con la línea belicista e imperialista de la OTAN y los intereses de Estados Unidos. El discurso único oficial pareciera ser condenar “la locura de Putin y la razonabilidad de la gente del resto de Europa” («Finlandia y Suecia insisten en su derecho a entrar en la OTAN»). O como señala Sánchez, que al invadir Ucrania, Putin “en el fondo ataca a Europa”.
Pero ¿por qué enfocarnos en estos actores? Precisamente, porque son aquellos que suelen pasar desapercibidos por su estilo anodino; por su supuesto progresismo en términos ideológicos o por su carisma. Al mismo tiempo, por la cercanía en términos de discurso de nuestro nuevo Presidente con algunos de ellos (Trudeau y el ex gobierno de Podemos, entre estos).
Ello nos lleva a preguntarnos sobre qué tipo de “progresismo” se va a enarbolar en las próximas coyunturas. En últimas, también nos hace recordar que un “progresismo” que no sea antiimperialista y anticapitalista posee serias limitaciones en sus pretensiones transformadoras. Ya lo dijera Michael Parenti sobre Bernie Sanders: que era un político bienintencionado, pero se quedaba en un discurso meramente localista y no cuestionaba al modelo capitalista en su conjunto. En términos de política exterior, no olvidemos que Bernie (otro ícono de la socialdemocracia; figura interesante dentro del conservador universo electoral de EEUU, pero sin olvidar su complejidad) apoyó la invasión a Yugoslavia en los 90’, la cual dejó a 489 y 528 civiles fallecidos producto de la Guerra. (Bernie Sanders’ Troubling History of Supporting U.S. Military Violence Abroad»), lo que provocó en aquel entonces la renuncia de su asesor Jeremy Brecher y su distanciamiento definitivo de Parenti. Sanders, si bien es cierto que votó en contra de la guerra de Irak, votó a favor de autorizar fondos para esa guerra y la de Afganistán. Más recientemente (año 2015), votó a favor de un paquete de ayuda de mil millones de dólares para el gobierno golpista en Ucrania y apoyó el asalto de Israel a Gaza. Así, en un conversatorio, admitió que Israel podía haber «reaccionado exageradamente», pero culpó a Hamás de todo el conflicto. Luego, cuando un miembro de la audiencia le preguntó por qué se negaba a condenar las acciones de Israel, le dijo a los críticos: «¡Disculpa! ¡Cállate! No tienes el micrófono».
Ahora bien; vamos revisando caso a caso a estos nuevos líderes: El caso más extremo es el de Justin Trudeau, Primer Ministro reconocido como “liberal” por una parte de la socialdemocracia internacional, pero muy cercano a los intereses e ideas del conservadurismo y los Halcones de Washington («Justin Trudeau Is Not Your Friend»).
No olvidemos que Trudeau fue uno de los rostros tras el llamado “Grupo de Lima”, intento interestatal panamericano que buscaba promover la celebración de elecciones libres en Venezuela, sancionando internacionalmente la figura de Nicolás Maduro y promoviendo que fuera Juan Guaidó el interlocutor validado por la comunidad internacional, generando la perfecta plataforma regional e ideológica para las sanciones hacia el país llanero e incluso abriendo la posibilidad a una eventual invasión estadounidense para ello.
Justin Trudeau y Juan Guaidó
En el caso de Ucrania, Trudeau ha combinado de manera directa una estrategia bélica con sanciones económicas a Rusia. Según Infobae (28 de Febrero) “Canadá suministrará a Ucrania sistemas de armas antitanque y munición mejorada, y prohibirá todas las importaciones de petróleo crudo procedentes de Rusia (…) Esta ayuda se sumará a los tres embarques anteriores de equipos letales y no letales. Canadá anunció la semana pasada que enviaría nuevos cargamentos de suministros militares, incluyendo chalecos blindados, cascos, máscaras antigás y gafas de visión nocturna. Además, Trudeau, anunció el lunes que su país prohibirá “toda importación de petróleo crudo” ruso («Canadá enviará más armas a Ucrania y prohibirá la importación de petróleo ruso»)
y el día de hoy anunció el cierre de puertos y mares canadienses para navíos rusos. Todo lo anterior, complementado con un discurso que llamaba al fin de la guerra -¿se envían armas para que la guerra acabe?-.
Este alineamiento de Canadá con la OTAN y contra Rusia no es nuevo, pues una nota de Septiembre de 2016 advertía sobre lo anterior: “Canadá -bajo el gobierno de Trudeau- también ha liderado la confrontación de la OTAN con Rusia, enviando una fuerza de mantenimiento de la paz de mil efectivos a Letonia cerca de la frontera rusa, poniendo a la nación en pie de guerra”. En ese entonces, al explicar la medida, el ministro de Defensa, Sajjan, dijo a los periodistas que se trataba de «enviar un mensaje correcto de cohesión dentro de la OTAN, dar confianza a los estados miembros y mostrar cuán importante es la disuasión para que podamos volver a un diálogo responsable» («Justin Trudeau Is Not Your Friend»).
En el caso de España, Pedro Sánchez durante las últimas horas ha “rectificado” y ha señalado que España enviará armamento para la resistencia ucraniana, producto de las desigualdades que existen en el país frente a la invasión de una potencia, según sus propias palabras.
Lo anterior ha generado un quiebre en su propio gabinete, ante la oposición de Unidas Podemos («Podemos acusa a Sánchez de contribuir a la escalada bélica») y fuera del nivel gubernamental, del partido vasco EH Bildu a las posturas belicistas de Sánchez.
Según Sánchez: “Esto es lo que en realidad teme Putin. Teme la construcción y el fortalecimiento de una potencia geopolítica, la Unión Europea, a las puertas de sus fronteras. Putin teme a Europa porque teme la democracia. Por eso ataca a Europa», sostuvo. Las bombas sobre Ucrania, pues, simbolizan la «lucha encarnizada entre dos modelos antagónicos de ser y estar en el mundo». Pero Putin se ha encontrado, ante su agresión, una Europa «más unida y determinada que nunca».
En el fragmento anterior, es evidente la polarización y la binarización entre buenos y malos. Al mismo tiempo, es evidente que la democracia estaría únicamente del lado de la Unión Europea; tesis claramente anti rusas por parte del Presidente y de las que puede aducirse cierto racismo y negación del otro, tan características de la guerra.
Respecto a lo anterior, nadie justifica la invasión bélica de la oligarquía rusa, sin embargo, se hace necesario tener ciertas precisiones. Precisamente, incluso varios de los actores más conservadores de la política estadounidense han reconocido con el correr de las horas que el conflicto ruso-ucraniano podría haberse evitado, si Estados Unidos y la OTAN se hubieran abstenido en su expansionismo hacia Rusia («EU y Europa desestimaron avisos sobre la crisis en Ucrania»). Esto lo llega a señalar incluso Henry Kissinger, el famoso secretario de Estado de Nixon detrás del golpe a Allende, quien llegaba a plantear en 2014 que “Estados Unidos necesita evitar tratar a Rusia como un ente aberrante al cual se le tiene que enseñar reglas de conducta establecidas por Washington”.
Ahora bien, en el último caso mencionado: Jacinta Ardern, Primera Ministra de Nueva Zelanda esta alineación con el discurso de Washington, si bien es un tanto más sutil que en el caso canadiense y español, sí se enmarca dentro de lo que Vijay Prashad ha denominado como “guerras híbridas”, es decir, no abrir directamente el fuego con otros países, pero sí promover sanciones a ellos, cuestión que en el caso de Irán o Venezuela claramente ha afectado a la población más pobre, tal como en Cuba o Nicaragua. Quepa recordar que ya se había documentado que Ardern no supondría un gran cambio para la clase trabajadora de Nueva Zelanda, a nivel de la política doméstica («Jacinda Ardern Is Not Your Friend», Justine Sachs).
Jacinda Ardern y el Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg.
Ahora bien, para el caso del conflicto ruso-ucraniano, según la cadena Swissinfo, Ardern señaló que su Gobierno “impondrá prohibiciones de viajes a un número aún no determinado de funcionarios rusos y a otras personas vinculadas a la invasión de Ucrania, así como prohibirá las exportaciones de suministros a las fuerzas militares y de seguridad de ese país” («Nueva Zelanda anuncia sanciones a Rusia por la invasión de Ucrania»), lo que según ella “envía una clara señal de apoyo a Ucrania». La Primera Ministra neozelandesa, tal como puede atribuirse a Trudeau, dentro de cierto pragmatismo ya venía desde hace un tiempo acercando posiciones con Estados Unidos y mostrando distancias con China -mientras estas no interfirieran en sus intereses comerciales- («Ardern’s Foreign Policy Address Was Pro-US, But Not Necessarily Anti-China»), mencionando unilateralmente problemas de este país en materia de DDHH, mas no de los EEUU respecto a lo mismo.
Todo lo anterior nos obliga a preguntarnos sobre la conveniencia de un supuesto “progresismo” que se alinea con los intereses de los Halcones de Estados Unidos y la OTAN. Una visión antiimperialista del Siglo XXI, en este sentido, claramente no puede pretender que el bienestar social solamente se aloje en ciertos territorios nacionales, al tiempo que se da pie en términos de política exterior a la guerra abierta o a guerras híbridas. Para mayores dudas, comparemos la reacción de países socialistas -con todas sus imperfecciones- con este otro abanico de gobiernos autoproclamados “progresistas”. Así, ante la invasión a Irak y la posible ejecución de Hussein en 2007, el gobierno cubano señalaba, por ejemplo, lo siguiente: «es un disparate político, un acto ilegal, en un país que ha sido conducido a un conflicto interno en el que millones de ciudadanos se han exiliado o han perdido la vida» («Cuba considera un «disparate político» la ejecución de Saddam Husein y reclama el fin de la guerra en Irak»). Al tiempo que señalaba que “es hora ya también de que dejen de morir o sufrir las secuelas de la guerra cientos de miles de jóvenes norteamericanos».
Pedro Sánchez en cumbre OTAN – NATO.
No será entonces el discurso único ni menos el envío de armamento o las sanciones, plagadas de una retórica de justificación imperialista lo que ayude al desarme y la paz, sino el antiimperialismo y la solidaridad de clase con aquellos que más sufren las guerras: los pobres del mundo. No será Putin el más afectado por las sanciones, así como tampoco será Zelensky el más afectado por los bombardeos. Por ello, cualquier discurso o figura “progresista” que se precie de tal, no merece dicho epíteto mientras se proponga alimentar al complejo militar industrial de la OTAN, la Unión Europea o los Estados Unidos; o promover sanciones que afecten a ciudadanos de la clase trabajadora de otros países.
Se hace urgente entonces desde la izquierda latinoamericana y desde el Sur Global en general promover una visión diferente, que concilie al mismo tiempo el antibelicismo y el antiimperialismo y que sea una alternativa a este tipo de liderazgos y prácticas. Ya se ha escrito sobre el rol de Escandinavia en el imperialismo global («Scandinavia’s Covert Role in Western Imperialism, Carlos Cruz»), sustentando pequeños oasis de igualdad y socialdemocracia “hacia adentro” de sus países y militarismo “hacia afuera”; esperamos en esa línea que Ardern, Trudeau y Sánchez dejen de ser referentes o verse como representantes de cualquier clase de izquierda. Tal como en el caso de Bernie, ¿de qué vale promover un sistema de salud gratuito para los estadounidenses, si se respalda la invasión y la continuidad del imperialismo hacia otros países?
Las posturas de China o Cuba, de no respaldar ni la invasión ni las sanciones, aceptando la soberanía de ambos pueblos, al tiempo de establecer la principal responsabilidad del estallido del conflicto en Estados Unidos y la OTAN parece una alternativa sensata al imperialismo con rostro humano; tan comprometido con la mantención del status-quo y la mantención de las diferencias de poder en el escenario internacional.
LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ
Fotografía: Revista de enfrente