Por: Alejandra Santillana. Revista amazonas. 05/09/2019
Reflexiones desde la Ciudad de México
Imagen: Pilar Emitzin
Nosotras nos creemos.
Nosotras nos cuidamos.
Nosotras nos sostenemos.
Nos dice Diana Rodríguez, escritora e investigadora feminista mexicana, ahora que estamos reunidas, ahora que ha pasado más de una semana desde el 16 de agosto, el día en que salimos a las calles con diamantina en mano y vivimos todas juntas, eso que Noelia Correa, investigadora uruguaya feminista, bien nombró hace unos días como “lo más cercano a una insurrección”2) para nuestra generación.
“Las mismas compañeras que estuvieron ahí cuando dije “me voy” y que estuvieron ahí cuando dije “vuelvo”. Me pusieron tierra fértil, me ayudaron a dejar pasar al sol, a resistir la lluvia y el viento, me ayudaron a fortalecer y cantaron, gritaron, lloraron, bailaron, se rieron alrededor de mí y conmigo esperando verme florecer, y acá estoy, se cayó el hilito rojo porque se cumplió un ciclo, porque ya no lo necesito, porque la plaga no me va a invadir, porque estamos juntas”
Entre todos los aprendizajes que el feminismo ha ido configurando en esta década, y sobretodo en estos últimos años, uno de los mayores y más profundos, es la noción encarnada y cotidiana, de que frente a la violencia estructural producida por el momento del capitalismo al que asistimos 3) y por la reestructuración del patriarcado, nosotras tejemos reciprocidades, y habitamos otras formas de existencia.
A pesar de esto, escribir sobre la violencia machista, es escribir con el corazón roto. No se puede seguir así. No podemos más.
“Aquí todos somos invisibles. No tenemos rostro.
No tenemos nombre. Aquí nuestro presente parece suspendido.
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(…) Somos lo que deshabita desde la memoria. Tropel.
Estampida. Inmersión. Diáspora. Un agujero en el
bolsillo. Un fantasma que se niega a abandonarte.
Nosotros somos esa invasión. Un cuerpo hecho de
murmullos. Un cuerpo que no aparece, que nadie quiere nombrar”.
Sara Uribe, “Antígona González”. 4)
De los 25 países donde mayor tasa de feminicidios hay en el mundo, 14 son latinoamericanos. 5) Hay una violencia regional estructural en contra de las mujeres en este continente. ¿Cómo se escribe sobre la violencia que organiza México? ¿Cómo escribir sobre lo que vive un país que ocupa a nivel mundial el puesto 23 en tasa de feminicidio (El Salvador y Honduras encabezan la dolorosa lista) que amenaza a las mujeres cis, las mujeres trans, las niñas y las adolescentes?
En México cada dos horas y media hay una mujer asesinada, 9 mujeres diarias. Es decir en lo que va del 2019 más o menos 1199 mexicanas han sido víctimas de feminicidios. Cada 18 segundos una mujer o niña es violada. Y los niveles de impunidad en relación a la violencia machista son tan brutales que las sobrevivientes, las que llegan a hacer la denuncia ante el sistema judicial saben que solo en el 10 % de los casos denunciados, ocurre alguna clase de sentencia (no siempre favorable para las denunciantes), el resto queda en la impunidad.
Es por eso que no denunciamos. Porque una de las características de mayor injusticia en nuestro continente, es la impunidad que naturaliza el mismo sistema legal y que no solo implica que denunciar sea un nuevo proceso de revictimización y de violencia (somos las bajo sospecha de la historia, cuya palabra siempre está en duda), sino que en países como México, acudir al sistema legal puede significar amenazar el entramado familiar y afectivo de quienes se atreven a denunciar.
A las dinámicas que el narco impregna, se ha sumado en estas décadas, una forma de sociedad estructurada en la violencia en donde el Estado es parte central de su reproducción (colusión, complicidad, encubrimiento, inoperancia). Muchísimos de los crímenes que se han cometido en los últimos años en México tienen al Estado y sus funcionarios o a los policías directamente involucrados, mientras que los jueces y los operadores de justicia garantizan la impunidad, y los medios de comunicación la naturalizan.
Es aquí y no en una forma imaginada, que estalla nuestra indignación.
Recordemos que a inicios de agosto en las alcaldías de Azcapotzalco y Cuauhtémoc de la Ciudad de México, cuatro policías violaron a una menor de edad y una muchacha fue violada por parte de un policía en el Museo de la Fotografía. Esto se suma a las repetidas violaciones a adolescentes en las prepas (las prepas son las escuelas de nivel medio superior donde lxs alumnxs se preparan para ingresar a la universidad). Frente a esto, varios colectivos feministas convocaron a una movilización el lunes 12 de agosto en las instalaciones de la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México (PGJ), ubicada en el centro de la ciudad. La convocatoria en redes sociales llevaba como lema «no nos cuidan, nos violan» haciendo alusión a la política de seguridad implementada por el Estado, cuyo elemento central ha sido colocar más policías en las calles.
En la concentración, se produjeron momentos de tensión entre las compañeras y la policía afuera de las instalaciones de la Procuraduría, y como consecuencia hubo algunos vidrios rotos. En los exteriores de la PGJ, Jesús Orta, Jefe de Seguridad de la CDMX emitía declaraciones mientras que las compañeras le lanzaban brillantina/diamantina/escarcha fucsia que iba cayendo sobre cabeza y traje. Del uso del glitter entre los rostros y cuerpos de las feministas más jóvenes en la Marea Verde que inicia en Argentina y se extiende en América Latina, la diamantina adquiere aquí un nuevo contenido, se vuelve un gesto político poético feminista que le interpela directamente al Estado mexicano y le exige el fin de la violencia contra nosotras. La diamantina pasa a ser un elemento que acompaña la convocatoria que se lanza en esos días, para una nueva protesta que tiene lugar el pasado viernes 16 de agosto en la CDMX y que se replicó en 31 ciudades a lo largo y ancho de todo el país .
¿Por qué nos volvemos a convocar? Tras los acontecimientos del 12 de agosto, la respuesta del Estado mexicano fue grave y desafortunada. Mientras que los cuatro policías acusados de violación de la menor de edad nunca fueron apresados, y alguna autoridad filtró información personal de la denunciante poniendo en riesgo su integridad y la seguridad de su familia; las primeras declaraciones de Claudia Sheinbaum, Jefa de Gobierno de la CDMX, dejan en claro que el foco para el Estado, es ubicar las protestas feministas como un acto de provocación y no atender su responsabilidad directa en la perpetuación de la violencia machista. Anuncia además que se abrirán carpetas de investigación contra todas las involucradas en los actos de protesta del 12 de agosto.
Días más tarde, en un acto desesperado para conseguir legitimación y respaldo, el Gobierno de la CDMX convoca a una mesa de diálogo con algunas feministas institucionalizadas y con representantes de Morena. De esta manera se muestra uno de los lugares desde donde el Estado habilita el feminismo: la noción de que hay feministas buenas y feministas malas, las buenas se sientan en mesas de diálogo y las malas lanzan diamantina y rompen vidrios. De esa mesa, se desprenden voces que nos conmina a protestar correctamente, porque esas no son las maneras de hacerlo. Como sostiene Sandra Gónzalez, investigadora y poeta feminista mexicana, se configura un relato moral sobre el feminismo y se inserta una lógica estatal que ahonda las diferencias en el movimiento.
: Pero no es así, vivas estamos porque esta guerra no se acaba.
Sara Uribe, Antígona González
¿Qué se queda por fuera? Aquello que explica nuestra furia feminista: la violencia sistemática y estructural que vivimos todos los días las mujeres, y que tiene particularidades de clase, generacionales y territoriales.
: Vivas estamos. Las que no nos hemos ido. Vivas. Aquí.
Ibid. 6)
Es así que el día viernes 16 de agosto, miles de mujeres nos convocamos en la Glorieta de los Insurgentes ubicada en la parte céntrica de la Ciudad de México. A la par que leíamos el pliego petitorio y salíamos a las calles cercanas, gritábamos al unísono “exigir justicia, no es provocación”, «no nos cuidan, nos violan», “ni una menos, justicia es lo que queremos”, “abajo el patriarcado que va a caer, arriba el feminismo que va a vencer”. Juntas en las calles, sentíamos una imperante necesidad de volver a acuerparnos, de hacernos cuerpo colectivo, de elaborar políticamente la rabia que estábamos sintiendo.
¿Dónde se instala entonces el carácter insurreccional feminista que tuvo lugar ese 16 de agosto?
Por un lado se produce como reacción colectiva a la violencia machista que nos asfixia todos los días y que despliega a su paso dimensiones de crueldad y saña contra nosotras. No sé si es posible para alguien que no viva en México, entender más allá de las escalofriantes cifras, lo que significa la violencia que las mujeres vivimos en este país. Silvia Gil sostenía hace unos días que “para entender los disturbios protagonizados por las mujeres en México tienen que imaginar que cada vez que salen de casa, de la escuela o al trabajo no sepan si regresarán con vida”. 7)
Es así que lo que alumbra el movimiento feminista en esos días es la manera en cómo la violencia misógina estructura la sociedad mexicana. Y que si existen violaciones contra nosotras es porque hay valores en el conjunto de la sociedad en donde las mujeres y las cuerpas feminizadas, desviadas todas, ontológicamente torcidas, hemos desobedecido la ley patriarcal y por lo tanto merecemos ser castigadas.
“El violador no es un ser anómalo, solitario, raro. En él irrumpen valores que están en toda la sociedad. Es el actor protagonista de una acción que es de toda la sociedad, una acción moralizadora de la mujer (…) Es un sujeto vulnerable que se rinde a un mandato de masculinidad que le exige un gesto extremo, aniquilador de otro ser para poder verse como un hombre, sentirse potente” (Rita Segato, 2017). 8)
¿Qué es vivir con la amenaza de la muerte a cada paso? ¿Qué significa la vida para nosotras cuando en la universidad, la escuela o el trabajo nos acosan los profesores y los compañeros? ¿Y cuando además la violencia estructura nuestras relaciones afectivas con los hombres, cuando tu pareja puede golpearte, controlarte, asfixiarte, asesinarte? ¿Qué opera en un gobierno capitalista del trabajo que sobreexplota al conjunto de la clase obrera, feminizándola y a la par coloca todo el peso de la reproducción social sobre las mujeres en contextos de narco, sicariato, desigualdad? ¿Y qué decir de todos los territorios tomados por grupos ilegales y por las enormes corporaciones transnacionales?
Y sin embargo, si hay algo que hemos aprendido en estos años del movimiento feminista, estudiantil, campesino, indígena, de maestrxs, de familiares de desaparecidxs, de trabajadorxs de México, es que a pesar de todo, recuperar la alegría es un sendero que permite continuar. Las mujeres mexicanas, las centroamericanas que llegan, las que somos acogidas por este país, hemos decidido no solo sobrevivir sino negarnos a que la violencia machista y capitalista nos quite la vitalidad y el amor por la vida. Es así que, con la interpelación al Estado sobre su responsabilidad en la violencia machista, también se puso en las calles, la alegría como contenido insurreccional y político de un movimiento que se enfrenta todos los días a la muerte.
Un segundo elemento que se pone en juego en este momento de insurrección es una genealogía muy particular del movimiento feminista mexicano. Aquí se conjuga algo de novedoso en la generación más joven de feministas que salieron el 16, pero a la par forma parte de una memoria larga del movimiento. Nuevamente en diálogo con Sandra, las mujeres de los 60 y 70 tuvieron una importante participación y militancia revolucionaria en la guerrilla, en los movimientos de izquierda y fueron haciendo camino a los feminismos radicales.
Posteriormente, la agenda de género que impera en los países latinoamericanos se instala. Lo que ocurre es que a la par de la necesaria construcción de política de género en las instituciones del Estado, se fue drenando mucha de la energía feminista hacia formas y prácticas estatales. Esta dinámica se produce en México de modo muy particular, porque el Estado se estructura como forma corporativa que se come todo y deja muy poco espacio para la autonomía y la autogestión. Esta tensión sumada al carácter violento, de clase, colonial y a los proyectos neoliberales de las élites mexicanas, explican las tensiones desatadas al interior del mismo movimiento. Tensiones que lejos de desaparecer se recrean en el contexto de un rejuvenecimiento del movimiento feminista.
En ese sentido, a este elemento estructural de violencia también se suma un elemento de memoria histórica, de la propia historia del feminismo mexicano que se ilumina y es a la vez, resonancia y eco de un movimiento feminista plural que se ha ido gestando en los últimos años en América Latina. Esta particularidad del feminismo en México, que pone en juego permanentemente la representación, explica por qué no hay una sola convocatoria sino varias, que no haya una sola voz, sino varias colectivas. Por eso sentarse con el Estado se vuelve más complejo en este contexto, no solo por el carácter violento y corporativo de éste, si no también porque en el diálogo se juega la representación del movimiento. Por un lado, hay todo un cuestionamiento sobre quiénes son la voces legítimas para hablar e interlocutar con el Estado. Pero por otro, la existencia de varios colectivos, le da cierta capacidad a la pluralidad del movimiento.
Quizás entonces la pregunta para nosotras no es si estamos de acuerdo o no con la acción directa o no en nuestras protestas, porque comprendemos la digna rabia como una reacción a la violencia estructural del patriarcado, el capitalismo y la colonialidad, si no si podemos construir potencialidad política en la pluralidad de voces, estrategias, formas, relatos.
Una tercera intuición es que este acuerpamiento colectivo que vivimos, es también aquello que nos conecta con el resto de América Latina, el #NiUnaMenos, el #VivasNosQueremos o #QueSeaLey son movimientos callejeros en donde nos volvemos un cuerpo en la pluralidad. Un ejemplo de esto es la reacción del movimiento feminista mexicano, luego de las primeras declaraciones sobre quiénes fueron las que rompieron los vidrios: no fueron unas, «fuimos todas».
Recuerdo que el 12 de abril en Casa Tomada en Ciudad de México, durante una presentación del libro Persona (Almadia 2019), de la poeta feminista mexicana Yolanda Segura, alguien le preguntó “y qué se hace, cómo se es persona, cómo se vive en un país que odia a las mujeres?”, Yolanda respondió con voz certera, “con el amor y la compañía de otras mujeres”. Ese estando juntas, que no nos exime de divergencias, desencuentros y tensiones, ha sido uno de los aprendizajes más profundos que el feminismo nos ha entregado y que nos permite vivir frente a la misoginia. Es ese estando juntas, como forma política, lo que se desplegó el pasado 16.
Una cuarta reflexión, es que el momento insurreccional del que fuimos parte nos remite a una discusión que tiene su particularidad e importancia en América Latina. Y es la lucha política por la vida. Frente a la lógica del capitalismo y el patriarcado que acumula y oprime, el feminismo en la región sostiene desde hace algunos años, que su lucha es por la vida. ¿Cuáles son los contenidos que tiene la vida para nosotras? ¿A qué nos referimos con poner en el centro, la vida? La vida para nosotras no es un abstracto declarativo, implica necesariamente dignidad y todo aquello que permita habilitar la dignidad. Como sostiene Andrea Sánchez, investigadora feminista mexicana, “así como la vida no es un abstracto, la dignidad implica una permanente pregunta con las otras sobre cuál es su contenido”. Esta es nuestra manera de colocar la vida en el centro, como pedagogía colectiva. Frente al valor de cambio y del capital cultural patrimonial que adquieren los objetos rotos o rayados para el poder, nosotras ponemos la vida sin mercantilización, violencia, ni subordinación.
: Frente a lo que desaparece: lo que no desaparece.
(Ibid.)
La vida que no desaparece. Nuestros cuerpos que nunca importan, cuando estamos juntas en la calle aparecen. Si nadie nos veía, ahora fuimos visibles. Si nadie nos oía, hubo unas horas, en donde nuestras voces fueron resonancia. Como dicen las paredes en estos días: «nunca más van a tener la comodidad de nuestro silencio”. No estamos dispuestas a volver a ocupar ese lugar del silencio privado, de la sumisión callada. Y en ese sentido los vidrios rotos, el inmobiliario del metrobus etc., no tienen bajo ningún concepto el mismo valor que nuestras vidas. Y es que hemos aprendido que hacerle frente a sistemas que nos explotan, oprimen, dominan, asesinan… implica la configuración de aquello que Suely Rolnik, define como el saber del cuerpo, es decir el saber de nuestra condición de vivientes como sostenimiento del “malestar, que en los procesos de subjetivación permite introducir una diferencia, una ruptura, un cambio” (Paul Preciado, Prólogo de Esferas de la insurrección de Suely Rolnik, Tinta Limón, 2019). Esta es quizás la mayor potencia de nuestra insurrección feminista.
Por último, la forma específica de violencia que tiene lugar en México se inscribe en la violencia instalada en América Latina. La noción de que la policía y el Estado no hacen demasiado por garantizar nuestras vidas libres de violencia, o la nula inciativa de declarar emergencia nacional porque están matándonos todos los días y de esta manera reorientar sentido, perspectiva, presupuesto, o la constantación de que están directamente involucrados con la reproducción de la violencia y la injusticia, recorre todo el continente. Ese sentimiento que desconfía del Estado y que se reconoce en la violencia contra nosotras, se inscribe en un imaginario latinoamericanista del feminismo.
Es así que en los siguientes días a las protestas, la diamantina se volvió un símbolo político feminista en contra de la violencia machista, y específicamente en contra de la violencia perpetrada por el Estado, ya no solo en México, sino en toda la región. Ese eco de la insurrección aporta a nivel de América Latina a la construcción de un sentido político y simbólico pero también poético y estético del feminismo.
Más allá de los gestos de rectificación que haya tenido en estos días la Jefa de Gobierno, al aceptar el pliego petitorio presentado por algunas colectivas feministas o de asumir su equivocación, más allá de que el presidente haya emitido otras desafortunadas declaraciones sobre el carácter violento de nuestras protestas y que haya planteado que la solución a la violencia que vivimos, será resuelta por la Guardia Nacional…varias son las organizaciones feministas y espacios de confluencia que han llamado a asambleas, en un ejercicio político pedagógico para elaborar el entre nosotras, uno que no desconoce al Estado, pero que pone el énfasis en la capacidad nuestra de interpretar la historia. El tiempo colectivo irá mostrando cómo vamos encontrando esa sabiduría para caminar juntas, y no perder ni la digna rabia, ni la exigencia de justicia, ni el acuerpamiento colectivo que se produjo ese viernes insurreccional. Por ahora, lo que sí sabemos es que “somos hermanas de fuego y diamantina” (Sandra González).
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Fotografía: Revista Amazonas