Por: Martín Stoianovich, Arte: Malena Guerrero. Crónicas-Migrantes. 08/08/2020
Rosario se convirtió en el hogar de una comunidad de casi tres mil brasileñxs que quieren estudiar en la universidad pero no pueden hacerlo en su país por motivos económicos. En la zona de la Facultad de Ciencias Médicas se reúnen, estudian, festejan, y en las aulas ponen en práctica la interculturalidad académica. Martín Stoianovich escribe historias de migrantes atravesadas por trámites documentarios, el fútbol y apuntes de anatomía.
El departamento donde Caroline Rodrigues se instaló en 2015 cuando llegó desde Iguatama, Brasil, era un monoambiente en el que convivía con otras dos chicas. Las tres cursaban la carrera de Medicina en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario. Caroline era la única ingresante. Ese nuevo hogar, unos treinta metros cuadrados sin divisiones más que el baño, se había convertido junto a la facultad en su único espacio de pertenencia. Al menos en ese tiempo: meses de adaptación, tan lejos de la familia y las amistades. El edificio de la facultad -Santa Fe al 3100, macrocentro rosarino- fue una segunda casa. O primera, duda Caroline. Porque había días, muchos, la mayoría, en los que pasaba más horas ahí que en el monoambiente.
Llegaba bien temprano, a las ocho de la mañana y, después de intercalar sus horas entre el estudio en la biblioteca y el cursado de clases se iba bien tarde, a las ocho de la noche. Era la hora de volver al departamento. A cenar, a prepararse para el día siguiente y a dormir en la cucheta triple hasta que sonara la alarma para arrancar el día, otro, tan parecido al anterior. A veces esa alarma interrumpía el sueño muy temprano, cuando todavía faltaban horas para que el cielo empezara a clarear. Eran sobre todo los días en los que daba el último repaso antes de un examen oral. Necesitaba practicar en voz alta, entonces se despertaba a las cuatro de la mañana y se encerraba en el baño con sus apuntes.
—No tenía otro lugar donde estudiar, porque si no despertaba a las chicas.Era difícil —dice Caroline. Ya tiene 27 años y cursa la etapa final de la carrera. Aunque en aquel entonces hacía tiempo que aceptaba las complejidades que le tocaría atravesar para cumplir su deseo de dedicarse a la medicina. Un deseo que, cree, empezó a gestarse cuando era pequeña y su madre solía llevarla al centro de salud donde trabajaba. Las dificultades fueron muchas, en ocasiones la desalentaron, pero también determinaron su camino.
Caroline se reconoce autoexigente desde chica: a los 15 años se anotó en un curso de preparatoria al que asistían los alumnos del último año de la secundaria que querían ingresar a alguna facultad. Eligió empezar a prepararse de antemano y cuando llegó el momento, dos años después, se sintió segura. El examen de ingreso duró dos días: 180 preguntas y la redacción de un texto sobre un tema específico. Calcula que para esa época el promedio de aspirantes a ingresar fue de trescientos estudiantes por vacante. Desaprobó, pero al año siguiente volvió a intentarlo. Se mudó a Belo Horizonte, la capital del estado Minas Gerais, para iniciar otro curso preparatorio. Fue su primera experiencia en una ciudad grande, lejos de ese puntito minúsculo que es Iguatama, con sus ocho mil habitantes, en la inmensidad de Brasil.
—Estudié todo el año, y al final no aprobé. Entonces quedé muy depresiva.
En Brasil las universidades públicas tienen un sistema de ingreso distinto al de Argentina. El Instituto Nacional de Estudios -a través del Sistema de Selección Unificada, dependiente del Ministerio de Educación- implementa el Examen Nacional de Escuelas Secundarias (ENEM por sus siglas en portugués). El resultado de esa evaluación determina quién estará apto para acceder a la educación superior. En tanto la cuota mensual de las facultades privadas es altísimo, al menos en comparación con el salario básico. Un ejemplo: la carrera de Medicina en la Pontifica Universidad Católica de Río Grande del Sur tiene una cuota de 8.226 reales por mes, unos 1.600 dólares, cuando el salario básico es de 1.045 reales, algo más que 200 dólares.
La gran demanda de aspirantes a la universidad pública y la dificultad de los exámenes de ingreso, así como el costo de las privadas, configuran el escenario del que muchos estudiantes quedan afuera. Ese es uno de los principales motivos por el cual buscan otras posibilidades, y entre ellas Rosario.
Caroline se conformó, durante un tiempo, con estudiar Farmacia en una universidad pública de Belo Horizonte con la idea de intentar una transferencia a Medicina. Pero no pudo, fueron tres años de cursar una carrera mientras deseaba otra. Hasta que pensó en anotarse en un programa de intercambio cultural. Fue así que en la búsqueda de posibles ciudades dio con Rosario y su Facultad de Ciencias Médicas de la universidad pública. Se puso en contacto con una conocida que ya se había instalado en Argentina y así le dio forma a aquel anhelo que ya se asemejaba a una obsesión. Dice que quedó maravillada, que se enamoró desde un principio de la facultad. Y que, ante ese cúmulo de obstáculos por los que pasó, la experiencia de vivir de a tres en un monoambiente, de dormir en una cucheta triple y de estudiar en el baño, hoy es un detalle que recuerda sin penas.
La Dirección General de Estadística Universitaria de la UNR publica cada año su boletín informativo. El último, presentado en agosto de 2019, dice que para el 2018 del total de estudiantes extranjeros, en carreras de grado y pregrado de todas las facultades, el 57,7 por ciento correspondía a brasileros y brasileras en Ciencias Médicas. 2734 estudiantes de un total de 17651 en esa casa de estudios.
Al caminar por los barrios Pichincha, Luis Agote y Echesortu que rodean a la zona de la Facultad de Ciencias Médicas, se puede ver un fenómeno particular en la ciudad. El Mercado del Patio, un paseo gastronómico a 400 metros de la facultad, ofrece productos típicos de Brasil. Cerquita de la esquina de calle Cafferata y Pasaje Potosí, un carro de comida rápida presenta su menú tanto en castellano como en portugués: queijo, presunto, ovo, alho, frango. Cuando la selección de fútbol de Brasil juega partidos importantes -Copa América, Mundial- hay bares que se tiñen de amarillo. Una tradición de muchas comunidades en la ciudad, pero que con brasileros y brasileras se da sobre todo en esa zona.
El crecimiento de la oferta de productos regionales no responde solo a la perspicacia de los comerciantes de la zona, que bien se adaptaron a la demanda. El Sushi Universitario -“Somos el primer sushi brasileño de Rosario”, dice en sus redes- o Sra Pão de Queijo -no muy distinto al chipá, salvo su nombre- son ejemplos de que también los propios brasileños iniciaron sus emprendimientos. Señales de cómo ha cambiado en los últimos años la vida social y comercial en la zona.
Para ingresar al país y anotarse en una facultad de la UNR hay que acreditarse como residente temporario o definitivo, un trámite que se hace en la Dirección Nacional de Migraciones. Aunque también se puede ingresar como turista y en un plazo de treinta días regularizar la residencia de estudiante. Se necesita, además, cierta documentación: certificados de estudios legalizados en el país de nacimiento, traducidos y legalizados también en Argentina. Y desde 2017, por ordenanza del Consejo Superior de la UNR, cualquier estudiante no hispanohablante tiene que acreditar el nivel de conocimiento intermedio de lengua española. Son trámites que por cuestiones de idioma y de distancia pueden resultar engorrosos. Y son la principal necesidad para quienes deben dar el primer paso antes de instalarse en la ciudad. Atentas a esas demandas desde hace unos años existen empresas que venden un combo de asesoría para estas gestiones. Al paquete ofrecido también le suman otras comodidades que pueden favorecer la adaptación de sus clientes a la ciudad.
En Rosario hay al menos tres empresas de este tipo. En junio de 2019 se difundió por redes sociales y medios de comunicación el video promocional que una de ellas hacía en Brasil. Una publicidad de un minuto, con voz en off en portugués, que reúne las imágenes de la belleza de Rosario -sus parques, su río Paraná, sus ferias- con la gran ventaja en términos académicos: la facultad pública sin examen de ingreso. En 2019 ese video empezó a circular y comenzó una polémica en la Universidad cuando, el vicerrector, entonces recién electo, propuso que se discutiera y se tomaran decisiones alrededor del incremento anual de estudiantes que llegan de otros países.
Una de esas compañías tiene su clave de identificación tributaria en Brasil y se presenta en su sitio web como la primera y única en tener sede en Argentina. Vende distintos planes con precios que oscilan entre 2.900 y 3.500 reales, unos 550 y 675 dólares. La diferencia entre uno y otro plan es que el más costoso garantiza un año de cobertura médica, un mes de curso de castellano, un recibimiento con seis horas de bebida y comida libre y un mes de gimnasio gratuito, entre otros beneficios. Su directora llegó a Rosario años atrás para estudiar Medicina pero abandonó la carrera para iniciarse como empresaria. Prefiere no dar entrevistas.
Explica que su trabajo es apoyar al estudiante que está en Brasil en su deseo de llegar a Rosario, pero que los argentinos lo ven mal porque creen que explota con fines comerciales un servicio público como lo es la educación universitaria. Entonces, dice, no le gusta exponer su empresa en Argentina.
Guilherme Lopes Giordani Costa tiene 34 años, llegó a Rosario a fines de 2013 e ingresó en Medicina el año siguiente. Cuenta que contrató a una empresa que decía ofrecer el servicio de asesoría, pero que lo estafaron. Perdió el dinero que había invertido y los papeles personales que había confiado. Tuvo que hacer los trámites por su cuenta cuando llegó a la ciudad. El mal trago no lo frenó y hoy, mientras cursa los últimos tramos de la carrera, está a cargo de una cotutoría de primer año. Además, después de haber trabajado en una cochera, en un catering y como cadete, ahora es chofer de ambulancia. Guilherme dice que no está de acuerdo con las empresas que venden asesoría pero, al menos a las que sí funcionan, les reconoce un punto a favor: cumplen con la contención del estudiante en su primera etapa en la ciudad.
—El estudiante brasileño que viene a Rosario suele quedar circunscrito a la comunidad. Así no tiene el idioma bien afianzado, no conoce la cultura local o no la adopta.
Guilherme buscó otra manera. Una estrategia distinta, dice. Es futbolero y no tardó mucho en invitarse a un partido con sus compañeros de pensión. Fue el inicio de una pasión sostenida a pesar de la distancia: nunca dejó su amor por el Cruzeiro, pero encontró su ejemplar rosarino cuando fue a la cancha de Newell’s. Se hizo socio y ahora, siempre que puede, es uno más en la tribuna del Coloso Marcelo Bielsa. Dice que eso lo ayudó a adoptar el idioma y a sentirse cómodo en la ciudad. Habla y lo demuestra.
—Yo, si en algún momento no estoy en Argentina, extraño los mates, tengo que comprar yerba, ¿me entendés?
Para Guilherme la asesoría que ofrecen las empresas sirve como contención, pero a la vez no son claras al momento de especificar con qué se encontrarán las y los estudiantes en términos académicos. Respecto a lo económico todo cierra: el costo de la asesoría, un pago por única vez, es menor que la cuota mensual de las universidades privadas de Brasil. Pero en relación a la carrera lo que se presenta como una ventaja, el ingreso sin examen a diferencia de las públicas en Brasil, puede representar una ilusión que se desmorona con el tiempo.
—No todo son flores, hay que estudiar mucho y es muy duro. Si no se aclara eso qué pasa, caen a Rosario chicos y chicas de 18 o 19 años verdes, verdes, verdes, lejos de la familia. A los seis meses, un año como mucho, regresan a Brasil.
Según el boletín estadístico en 2018 hubo 3208 inscriptos en Medicina y se graduaron 573. La diferencia, más allá de los factores que condicionan, puede sugerir la relación entre expectativa y realidad de la que habla Guilherme. Desde su experiencia cuenta que el porcentaje de deserción en Medicina es alto, en general y sin distinción de nacionalidades. Pero que con las y los estudiantes que llegan de otros países se pone en juego el esfuerzo, individual y familiar, potenciado por los gastos y recursos en juego que implica el proceso. Cree que un factor, además de la complejidad de la carrera, puede ser la dificultad en la adaptación. Por eso durante el año 2018 Guilherme encabezó un proyecto de acompañamiento a ingresantes que llegaron de otros países. Tuvo su foco puesto en el acceso a la universidad pero también en la adaptación. Consistió en que cuarenta estudiantes en curso se ocuparan de cuarenta ingresantes: una tutoría mano a mano. Desde los trámites migratorios y de inscripción hasta la contención que pueden significar unos mates en el parque o un recorrido detallado por la facultad.
Hay otras complicaciones para la adaptación que van más allá de la voluntad, timidez o locuacidad de las y los estudiantes. Son las que dependen de cómo la universidad se predispone, más allá de la condición de libre y gratuita, para quienes llegan de otros países. Un indicador es el idioma: como cuenta Caroline, que una ocasión le cortaron su exposición oral en un examen porque dijo criança en vez de niño. Un contraste muy fuerte con el docente que, cuando notó que es brasilera, le dijo que si no entendía algo se lo dijera, que lo podía repetir doscientas veces. Para Gabriel Ariza, profesor adjunto de la cátedra Medicina y Sociedad, el incremento en la cantidad de estudiantes migrantes tiene que abordarse como un fenómeno complejo con una perspectiva social.
—La interculturalidad académica es un potentísimo elemento de desarrollo científico. Dentro del aula cuando hay personas con distintos marcos culturales, de otros países y regiones de Argentina, las consignas y planteos que se suponen universales dejan de serlo.
Eso, explica Ariza, es lo importante para el desarrollo académico de una universidad pública y libre. Que las y los estudiantes de otros países llegan, se aprovechan y se van sin dar nada a cambio, o que implican un gasto para el Estado, son argumentos que se debilitan en la dinámica propia.
Una vez que se instalan viven, consumen y pagan impuestos como cualquier habitante de Rosario. Es que son habitantes de Rosario; un camino que empezó Caroline, al adoptar la universidad como segundo hogar, y también Guilherme, que amplió su corazón futbolero para abrazar la hinchada de Newells como propia sin dejar de amar al Cruzeiro. Como hacen, y están por hacer, tantos miles más.
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Fotografía: Crónicas-Migrantes.