Por: Juan Castellanos. La Izquierda Diario. 29/07/2017
Ernst Bloch fue uno de los pensadores marxistas de tipo “occidental” más “cálidos” de la tradición. Amigo y enemigo al mismo tiempo de W. Benjamin y contemporáneo a M. Buber su eje teórico fue la esperanza. Bloch comenzó su trilogía teórica: El principio de la esperanza en pleno momento utópico, el inicio de la revolución de 1917.
Bloch concibió su Principio de esperanza como un gran compendio de las utopías de la humanidad y fue pensado en medio de la vorágine de la revolución de 1917 en Rusia. Sucedía lo que nadie podría pensar con la cabeza fría: la primera revolución socialista, anticapitalista, de la humanidad, todo gracias a la victoria de los bolcheviques. Aunque estaba sucediendo, realmente, era difícil creerla.
Bloch entonces defendió en su primer tomo del Principio… la idea de que nadie, en sano ejercicio pleno de existencia, puede vivir sin sueños. Pero la utopía, no es sólo el derecho a pensar el mundo mejor que uno quiere, las utopías tienen un fuerte contenido “anticipatorio”. Lo sueños no llegan de la nada, no caen del cielo, se sumergen en medio de lo real y se traspasan a lo posible.
El sueño es una conjugación entre lo posible dentro de lo real, siempre efectivo, con la acción humana. Las grandes utopías del género humano son posibles por la participación de las actividades humanas. Sin esa acción, concreta de los hombres, para Bloch no es posible soñar.
Bloch sostuvo peleas epistolares muy complejas con W. Benjamin debido a una polémica sobre la esperanza y el pesimismo. Benjamin escribe sobre la fuerza del pesimismo, del odio al ser un derrotado más. Mientras, Bloch defiende el sueño: organizar la esperanza. Algo, en realidad mucho, debe a Lenin y los bolcheviques.
Dice Bloch: “el único lugar donde el optimismo militante pueda desarrollarse es aquel que abre la categoría de Frente… esta es la razón por la que la filosofía de la esperanza bien comprendida se encuentra por definición al frente del proceso del mundo” La militancia, curiosamente para un autor del marxismo occidental, era una anticipación del futuro: del sueño.
Entonces Bloch analiza un principio humano, ontológico: la esperanza. Nadie, nunca, deja de soñar. Siempre lo hacemos. Desde el sueño diurno: que haremos mañana, pasado, el año que viene. Hasta los específicos sueños oníricos.
Debemos soñar: Lenin y la sensación onírica
Dicen que los que quieren cambiar el mundo son unos soñadores: que su pensamiento no tiene principio de realidad. Tienen razón: la tensión es el principio de la esperanza. Bloch comienza su tomo primero sobre el principio de la esperanza citando uno de los más bellos párrafos de la historia del bolchevismo. Lenin: en defensa de los sueños. Ampliamente citado, así como el parágrafo del opio escrito por Marx, el texto de Lenin es más complejo de lo que parece.
Soñar en medio de uno de los momentos más oscuros de la humanidad. Imaginar si quiera: en 1914 comenzaba la Primera Guerra Mundial. Decenas de miles de muertos. La Socialdemocracia Alemana, la más fuerte y poderosa organización socialista del planeta en esos tiempos, capitulaba en agosto de ese año a una de las guerras más sanguinarias de la historia a favor de una carnicería imperialista.
Pelear por la revolución socialista en uno de los países menos esperados por cualquier marxista alemán: la primera revolución socialista en el país más atrasado de Europa: en la gigantesca Rusia campesina. Conseguir detener la guerra por medio de las consignas: “paz, pan y tierra”. En el fondo el bolchevismo rompió con todo paradigma de lo posible de sus tiempos. Eso, según Ernst Bloch, es el poder de la esperanza. La cuadratura de la sinfonía es la militancia: la organización de la esperanza, de la certeza de que es posible cambiar más que temprano el mundo.
Dice Lenin, citado por Bloch:
“¿Con qué tenemos que soñar?” Acabo de escribir estas palabras y el pánico me invade. Me imagino que me encuentro en una “conferencia de unificación” y que, frente a mí, se encuentran los redactores y colaboradores del Rabócheie Dielo. Y el camarada Martinov se levanta y se dirige a mí amenazadoramente: «Permítame usted que le pregunte: ¿tiene una redacción autónoma el derecho a soñar, sin preguntar antes al comité del partido?
“Y después se levanta el camarada Krichevski y prosigue (profundizando filosóficamente al camarada Martinov, que ya hacía mucho que había profundizado al camarada Plejánov) en tono aún más amenazador: “Continuo. Pregunto si un marxista tiene el derecho a soñar, a no ser que olvide que, después de Marx, la humanidad solo puede plantearse cometidos que está en su mano resolver, y que la táctica es un proceso del crecimiento de los cometidos, los cuales crecen junto con el partido.
“Es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía.”
Esa cita, es ejemplar, un principio inspirador del texto de Bloch: uno de los más anticipatorios del marxismo alemán del Siglo XX.
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Fotografía: laizquierdadiario