Jose Eduardo Celis Ochoa Cordero. 2 de junio de 2025
La democracia, aquel sistema de gobierno instituido en la antigua Grecia del siglo V a.C. y adoptado con el tiempo por numerosas naciones con sus respectivas adecuaciones, dista hoy enormemente de su esencia original en nuestro país. Para el caso de México, sobran los ejemplos de cómo este concepto ha sido tergiversado, transformándose en un engendro cuya base es un pueblo donde, lamentablemente, la pobreza, la falta de educación y la escasez de oportunidades han convertido a muchos de nuestros compatriotas en rehenes. Son cautivos de una clase política (apoyada -en muchos casos- por empresarios inescrupulosos y el clero), quienes les han enseñado que su “derecho a elegir” a quienes nos gobiernan es una garantía de honestidad y de búsqueda del bien común, cuando en realidad se aleja de lo que debería ser una verdadera visión de Estado.
Quienes tenemos el privilegio de ser parte de la generación conocida como Baby Boomers, hemos sido testigos con profunda decepción y enojo de cómo la clase política mexicana ha generado, día tras día, muy malos resultados para el bienestar del pueblo. Existe un ejemplo sumamente ilustrativo y hasta chistoso: la película mexicana de 1948, “Ay Palillo No Te Rajes”, protagonizada por Jesús Martínez “Palillo”, un cómico que hoy calificaríamos de oposición, conocido por su crítica al sistema político. En esta cinta, la esencia del filme radica en una votación “democrática” donde, al realizar el cómputo, se descubren votos de personas ya fallecidas. Ante la perplejidad de un funcionario de casilla, que exclama: “¡Pero si Fulano, Zutano, Mengano y Perengano están muertos!”, el presidente de la casilla responde con cinismo: “También los muertos tienen derecho”.
Este es, precisamente, el talante del régimen democrático en el que la nación mexicana se ha desarrollado durante muchísimos años.
No hace mucho, el gobierno de la mal llamada Cuarta Transformación ideó otro engendro. Bajo la premisa de corregir el sistema judicial, propuso votar por magistrados, jueces y otros servidores públicos, argumentando que la imperante corrupción en la justicia solo así podría solucionarse. Recuerdo que, en mis columnas de “Finanzas Personales”, escribí en más de una ocasión sobre el sistema judicial mexicano y su suprema corte de justicia (así, con minúsculas). Para el primer caso, mencioné: “lo peor que le puede suceder a un mexicano es caer en manos de la justicia, sobre todo si es inocente”. Y para el segundo: “en el momento en que la suprema permitió de alguna manera la práctica del anatocismo, perdió credibilidad; después, cuando no permitió el anatocismo inverso o contraanatocismo, el asunto fue peor”. Si se adentra uno en el entramado legal de ambos sucesos, terminará con dolor de cabeza. Por ello, baste con reconocer que el sistema judicial mexicano necesita un proceso de reingeniería que nos permita acceder a un sistema verdaderamente justo para todos, sin importar la clase social de quien lo requiera.

Ahora bien, en este proceso de elección de parte del sistema judicial que vivimos en los recientes meses y que culminó este domingo 1 de junio con una abstención de alrededor del 85% del padrón electoral, muchas cosas deplorables sucedieron. Para empezar, ¿cómo se puede hablar de democracia cuando se dirige el voto hacia un candidato? Esto es un verdadero atropello. Independientemente de lo publicado en diversos medios, puedo compartir lo que viví ese día en la casilla donde me tocó sufragar: fue evidente cómo a mucha gente, posiblemente o seguramente aprovechándose de su vulnerabilidad, les entregaron “acordeones” para saber por quién votar. El colmo es que gente joven llenaba las boletas posiblemente con este instrumento. Se observó una absoluta falta de privacidad, violando el principio de que “el voto es libre y secreto”.

Pero el colmo de los colmos se presentó en alguna casilla de nuestro México lindo y querido, donde la no-primera dama, a quien el populacho osado bautizó como “la Zopi”, ¡le estaba enseñando cariñosamente a su hijo por quién votar!
Así que, más allá de todo lo que se ha escrito en torno a este vergonzoso proceso, mediante el cual la 4T jura y perjura que gracias a quienes votaron este domingo pasado tienen garantizado un nuevo y honesto sistema judicial, mejor concluyo con aquellas palabras que en alguna de sus rolas nos cantó el filósofo José José: “…pero lo dudoooooooooooo…”.
Fotografias: Eduardo Celis y la de doña zopi tomada de diversas cuentas en X (antes tuiter).