Por: Hipermediaciones. 26/07/2021
El gran sueño de China. Tecnosocialismo y Capitalismo de Estado es un libro que a muchos nos hubiera gustado escribir. Pero, al menos yo, nunca hubiera podido hacerlo. Para escribir El gran sueño de China tendría que haber vivido en China casi una década, trabajar codo a codo con la gente de Shanghai y conocer por experiencia directa cómo funciona el día a día del explosivo y acelerado ecosistema sociotecnológico de ese país. Pero Claudio F. González lo hizo. Este post presenta una síntesis – escrita gentilmente por el autor – de un libro fundamental para comprender procesos y relaciones que nos cuesta mucho poner a foco desde nuestra mirada occidental.
El Gran Sueño de China (o la pesadilla occidental)
Autor invitado: Claudio F. González
“El Maestro dijo: ‘No te preocupes si la gente no reconoce tus méritos; preocúpate si tú no reconoces los suyos’”
(Confucio, Analectas 1.16, versión de Simon Leys, trad. de C.F. González)
China tiene un plan: un contrato social para proveer de seguridad económica y física a los ciudadanos junto con un mandato celestial para volver a ser el país más relevante del mundo. Un plan que utiliza la tecnología para el desarrollo industrial, dotar de confianza a la sociedad, y ofrecer a los ciudadanos soluciones con una mezcla inseparable de conveniencia y control. Que también promueve una meritocracia donde se valora el esfuerzo y las ventajas competitivas para China, soportado por el poder omnímodo del partido y envuelto en una narrativa nacionalista que entronca con una versión particular del confucianismo. Su mensaje de fondo nos hace preguntarnos: ¿es que no queremos convertirnos en mejores ciudadanos, disfrutar de un entorno más seguro, vivir en un mundo feliz? Nos asusta -y mucho- que una autocracia demuestre ser mejor que nuestras democracias y nuestro respeto por la sociedad civil y los derechos humanos.
Durante el periodo 2014-2020 sucedió el cambio imperceptible que lleva a una nación a transformarse desde economía de gran tamaño, pero aún emergente, hasta un verdadero poder global, potencialmente alternativo y, desde luego, radicalmente diferente al del mundo occidental. Por poner una fecha concreta, el paso decisivo de un camino que ya había comenzado tuvo lugar hacia 2017 cuando una nueva forma de presencia de China en el mundo se hizo patente en el ámbito internacional, cuando la política del partido comunista dio definitivamente un nuevo giro nacionalista, cuando la tecnología adquirida por -y desarrollada en- China se convirtió en parte visible de su plan de liderazgo industrial y, no menos importante, cuando el liderazgo del presidente Xi se consolidó dentro del partido y se quedó sin oposición aparente.
Durante todo el siglo XX, desde el mundo occidental se miró a China con la condescendencia que se le debe a un antiguo imperio venido muy a menos y sumido en el caos, las luchas de poder y la pobreza. Si acaso, y solo en las últimas décadas del siglo, como un mercado de gran potencial y un fabricante barato y de calidad limitada. Por eso, sus ambiciones de comienzos de este siglo para modernizarse, tomar un papel preponderante en el contexto internacional y organizar unos Juegos Olímpicos para presentarse al mundo fueron tomadas con cierta perplejidad, como si el traje le viniera grande aún. Así que ahora, cuando China se ha revelado como un país seguro de sí mismo, central no solo por su propio nombre sino por su influencia en el mundo y con un plan concreto de futuro, no hace sino conectar con su historia milenaria de dominancia, de prosperidad y, por qué no, de envidia para otros.
Del “Hecho en China” al “Creado en China”
El objetivo último del plan de China, y del modelo político y social que lo sustenta, es devolver al Imperio del Centro al lugar que ha mantenido durante la mayor parte de la historia de la humanidad: ser la nación más avanzada social y tecnológicamente y, desde ahí, recuperar el liderazgo mundial, al menos en el ámbito económico, comercial y, bajo su punto de vista, cultural. Para una persona educada en China, el caso es claro. Los altos hornos, el papel, la porcelana, la pólvora o la brújula se originaron en el país. Los países occidentales comenzaron a copiar estos descubrimientos a finales de la Edad Media. Y solo desde el siglo XVIII, las potencias occidentales -a las que hay que sumar a Japón y Rusia- han sido un rival para China. Un rival taimado y odioso que introdujo el opio a sabiendas para equilibrar una balanza comercial muy desfavorable, y que marcó el comienzo de más de un siglo de revueltas y de destrucción de la paz social. Pero la anomalía histórica a 1,400 años de dominancia china y estos últimos años de oprobio han terminado ya. En 2015 el gobierno anunció el primero de sus grandes planes: Made in China 2025, con el objetivo de convertir a China en esta fecha en líder en industrias como la robótica, la fabricación de semiconductores, los vehículos eléctricos, las energías renovables y, por supuesto, la inteligencia artificial. “Made”, que debe entenderse no en la traducción estándar de “hecho en China”, sino en la más apropiada “creado en China”, presente también en los caracteres del nombre original chino (zhizao, 制造).
Los retos derivados de la aparición de un nuevo modelo que se ha convertido en un verdadero competidor de los modos y las formas del Occidente son considerables, tanto internamente como para el resto de los países que lo imitan, lo confrontan o se rozan con él. Dentro de China, el plan es tremendamente ambicioso puesto que pretende transformar -nuevamente- una sociedad entera para llevarla a ser un paradigma de armonía, con beneficios para el conjunto de la ciudadanía por encima de muchos de los derechos individuales a los que estamos acostumbrados. Manteniendo la estabilidad y el crecimiento económico que forma parte del pacto social implícito entre el partido comunista y la sociedad y, al mismo tiempo, enfrentando los gigantescos problemas derivados del desarrollismo previo como la contaminación, la sostenibilidad, o las desigualdades.
Más allá de sus fronteras, y como siempre ha sucedido con cualquier otra potencia emergente, la República Popular China busca también modificar el orden internacional para reflejar sus propios valores e intereses, actuando sobre las instituciones y normas -o creándolas si necesario- para que se acomoden a su propias perspectivas y objetivos. Para los países occidentales, el éxito del modelo de desarrollo de China y su puesta de largo internacional trae de vuelta viejas cuestiones como la eficiencia de la economía planificada, la relación entre gobierno y empresa privada, la forma óptima de impulsar la innovación, la mejor forma de gobernanza social o los límites de la democracia. Pero ahora lo hace bajo una nueva perspectiva, la del uso masivo de la tecnología.
Occidente frente al espejo
De alguna manera, China y su plan nos ponen frente al espejo como modelo de sociedad. Debería ser una llamada de atención. La presencia de China debería servir para que mejoremos y avancemos. En el lado oscuro, también es una excusa para echar la culpa a otro de nuestros fracasos como sociedad. Los retos son considerables. Podría suceder que mientras pensamos en cómo encajar a China en el marco internacional que trabajosamente hemos construido, resulte que es China la que nos encaja en una nueva visión para -al menos- Eurasia.
Precisamente, esta monografía intenta explicar desde dentro -desde China y no desde fuera-, y de una manera lo más ordenada posible, las bases y las teorías económico-políticas que sustentan este nuevo modelo, que hemos denominado tecno-socialismo combinado con capitalismo de estado, comenzando por sus raíces y el contexto económico y social, y continuando, en una segunda parte, por una descripción de las líneas maestras del plan, con sus políticas industriales, tecnológicas, económicas y socioculturales asociadas. La tercera parte se dedica a las contradicciones y dificultades que este modelo tecno-socialista genera y sus posibles consecuencias. A partir de aquí, en una cuarta sección más especulativa, se examinan las implicaciones y la influencia internacional de este nuevo modelo, que es la parte más visible desde fuera de China. A modo de epílogo se presentan algunas consideraciones sobre la necesidad de reinventar la democracia y el modelo social-liberal europeo en vista de esta nueva relación -cuando no confrontación- de sistemas y culturas muy distintos. Al final, describir el sistema de China no deja de ser definir el destino que queremos para Europa.
China y la lucha de narrativas
Todo ello se ha intentado ilustrar mediante evidencias, observaciones, algún conocimiento de la evolución de la tecnología y elementos de teoría económica, política y social. El análisis se pretende lo más objetivo y desapasionado posible cuando uno se halla inmerso en un país y una cultura apasionantes, donde la tradición y la modernidad se cruzan a cada instante en contradicciones manifiestas. Sin embargo, son estas tensiones entre elementos contrapuestos lo que conforma el motor del cambio continuo, lo único que permanece según el viejo libro sapiencial de las mutaciones, el I Ching. También, y probablemente más arriesgado, intentando permanecer objetivo y fiel a las realidades cuando hay una compleja lucha de narrativas: por un lado, las que provienen de China para explicar las bondades de su sistema y su aun mayor buena voluntad global; por otro lado, las que desde el mundo occidental aseguran que China es un peligro internacional y ha desatado la carrera armamentística de las nuevas tecnologías; hasta los que se apuntan a cualquier opinión porque es popular en los medios, pero carecen de información sobre el terreno; e incluso los que trafican con información parcial en interés propio o de terceros.
Algunos me han avisado que elogiar a China en estos tiempos es ir contracorriente. Otros me advierten que en China no se admite bien la crítica, y los más no estarán de acuerdo con alguna de las afirmaciones que se hacen en el texto. Para cada uno de estos y para todos, la realidad que se presenta espero que permita percibir una complejidad bastante mayor que la que encaja en una historia lineal, con grises en lugar de blancos y negros y, a través de ella, reflexionar sobre cómo mejorar las circunstancias propias. Modestamente, pero con firmeza, el momento requiere una discusión profunda sobre los modelos sociales y políticos que deseamos. Creo que esta es en realidad la mayor contribución de la China actual: el país, su sistema y sus experimentos están en algún lugar de un futuro posible y nos deberían servir de referencia para facilitar que reflexionemos y tomemos acciones para el beneficio, esta vez sí, de todos.
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Fotografía: Hipermediaciones