Por: Julia Herce. 03/09/2022
Para tratar de entender cómo hemos llegado hasta aquí, es decir, cómo se ha desvirtuado el feminismo en tan poco tiempo, es preciso analizar críticamente qué está ocurriendo en lo que llamamos “la izquierda” (incluida “la nueva izquierda”) y también con los varones de esa izquierda, que tan bien representan o encarnan a la corriente de las “nuevas masculinidades”, varones supuestamente sensibilizados y comprometidos con la igualdad entre hombres y mujeres pero que, según los/las profesionales feministas expertos/as en el trabajo con hombres, cuando se analiza ese compromiso con un poco de profundidad, la conclusión es que el cambio hacia la igualdad es más aparente que real, al no conectar y reconocer el poder y los privilegios que mantienen, lo que implica que no renuncian a ellos para repartirlos con las mujeres. Es importante, por ello, tratar de comprender qué peso e influencia tienen estos actores a la hora de reforzar el discurso social que está concediendo hegemonía simbólica y cultural al feminismo queer o de la diversidad.
Desde posiciones de izquierda se han analizado e interpretado muy bien cómo nos alineamos con ideas e ideologías según lo que asociamos al marco mental con el que nos identificamos. Como ya nos explicó en su día George Lakoff (No pienses en un elefante, 2007), generalmente, solo construimos dos marcos a través del lenguaje: el que consideramos progresista y el que consideramos conservador. Cada palabra puede relacionarse con un montón de significados (positivos o negativos), por lo tanto, a cada uno de esos marcos mentales le asignamos unos valores y unas creencias y desde ahí, con la emoción que nos han suscitado estos valores y creencias, ya elegimos una posición ideológica (A o B). Justo en un momento en el que las políticas y las sociedades se encuentran tan polarizadas, debido, en gran medida, a la extrema manipulación de la verdad y a las emociones que se generan (de manera inconsciente) con dicha manipulación (con la que se aspira a ganar el discurso social dominante), hoy, más que nunca, debemos analizar qué hay detrás de esas emociones que producen tanta polarización política. Por todo esto, se hace preciso un mínimo análisis para tratar de desvelar algunas trampas con las que, actualmente, un conjunto de fuerzas asociadas a la “izquierda” construye ideología y, por tanto, influencia. Con esta ideología se están promoviendo actualmente importantes alianzas a partir de una serie de palabras y de valores asociados a ella, algo que, en estos momentos, está teniendo o puede tener pésimas consecuencias para los avances en igualdad entre hombres y mujeres.
En los últimos tiempos se viene produciendo una desestabilización de los conceptos de “género” y de “identidad de género”, tal como los venía usando el feminismo. Ahora conviven dos significados bien distintos para cada uno de esos conceptos. Para el feminismo, una sociedad igualitaria es una sociedad sin géneros, ya que tanto hombres como mujeres tendrán una mezcla de rasgos que no se identificarán específicamente con la masculinidad o la feminidad socialmente atribuidas. Por ello, cuando desde el feminismo se habla de la “identidad de género” se está dando por hecho que permanecen el sexismo y los roles de género, lo que supone que el sistema patriarcal conserva plena vigencia y continuidad.
En los últimos tiempos se viene produciendo una desestabilización de los conceptos de “género” y de “identidad de género”, tal como los venía usando el feminismo. Ahora conviven dos significados bien distintos para cada uno de esos conceptos.
Desde los años 90, mientras el concepto de “género” era usado como herramienta de análisis feminista para identificar y denunciar el machismo o la desigualdad entre los sexos, otras fuerzas e ideas estaban también gestándose para contribuir a que este concepto de género se diluyera y fuera cambiando de significado hasta la pretensión de convertirlo –al día de hoy- en una identidad o un sentimiento (de carácter individual, no estructural). También se está usando para desactivar el sexo como realidad biológica y convertirlo en algo que se elige desde el deseo personal, lo que da lugar a que se sustituya sexo por género.
Mientras el feminismo de la Segunda Ola se organizaba en torno a la unidad de todas las mujeres, los “nuevos feminismos”, tal como los definió Silvia L. Gil (Nuevos feminismos. Sentidos comunes en la dispersión, 2011) parten de la diferencia como condición inherente a la práctica política. Esta corriente se inició en los años 80 y 90 del siglo pasado. Dice Nancy Fraser (Fortunas del feminismo, 2015) que, si en un primer momento del feminismo de la Segunda Ola las feministas se unieron a otras corrientes del radicalismo para construir un imaginario socialdemócrata que había ocultado la injusticia de género, a medida que las energías utópicas comenzaban a decaer, los impulsos transformadores del feminismo fueron canalizados hacia un nuevo imaginario político que situaba en primer plano la “diferencia”. Esto coincidió, según ella, con un neoliberalismo ascendente que declaraba la guerra a la igualdad social y al que le venía bien este giro feminista. Esto fue produciendo una transición de las políticas de la redistribución a las políticas del reconocimiento, en línea con el desarrollo del pensamiento posmoderno, que impulsa la centralidad en el “yo” y en el desarrollo de las identidades subjetivas o de grupo.
El problema es que seguimos teniendo un problema estructural, ya que no se ha resuelto el machismo y la desigualdad entre hombres y mujeres. Esto lo sabemos por las múltiples fuentes de conocimiento feminista. El poder dominante o hegemónico sigue estando en manos de los hombres y también sabemos que esto produce ideología (machista, patriarcal) que está orientada, en gran medida, a reproducir y mantener esta desigualdad. Para ello, la ideología dominante recurre a estrategias más sutiles. Tal como nos mostró Foucault, cada sociedad produce su régimen de verdad, es decir, produce tipos de discursos que esa sociedad acoge y que hace funcionar como verdaderos para ejercer el poder. Este poder se ejerce desde la política, la economía, la universidad, la ciencia, las religiones, las grandes corporaciones… y, por tanto, también desde la escritura, es decir, desde los discursos intelectuales que más se valoran o idealizan. Y ahí es donde debemos plantearnos qué hace la “nueva izquierda” con los “nuevos feminismos” y con ese poder que se ejerce desde los discursos, porque esa alianza está produciendo un imaginario y un “régimen de verdad” que debilita y excluye lo que venga del movimiento feminista que defiende la igualdad entre hombres y mujeres.
Vayamos entonces a ver qué está pasando con los hombres que podríamos llamar “progresistas”, muchos de los cuales se identifican con el modelo de las “nuevas masculinidades”. Desde el feminismo se ha cuestionado y criticado mucho a los hombres antifeministas de la derecha y a los especialmente “enfadados” de la extrema derecha, todos esos hombres que han perdido su “lugar” como varones o ese lugar (proveedor, procreador, sujeto del deseo sexual…) se ha debilitado, lo que hace que se revuelvan contra las mujeres y los avances del feminismo porque los viven como una pérdida de derechos naturales. Pero ¿qué pasa con los hombres que están más cercanos a posiciones igualitarias, que han asumido ciertos cambios hacia la igualdad y hasta se “reconocen” feministas, especialmente los hombres que se posicionan con los valores de la izquierda?
El pasado 26 de mayo se celebró en Pamplona la Jornada Intervenciones con hombres: un espacio para la revisión y el ajuste de objetivos, orientada a cuestionar el enfoque de las “nuevas masculinidades” y las prácticas profesionales que lo promueven. La única mujer que participó entre los ponentes fue Susana Covas y lo hizo para hablar de los malestares que sufren las mujeres que se relacionan con estos “hombres nuevos”. Vino a decir que los cambios en su masculinidad son superficiales y aparentes, con lo que ofrecen a sus parejas negociaciones engañosas. Para Covas, la mecánica del micromachismo (violencia cotidiana no identificada como tal) persiste, pero se ejerce de una manera más refinada y con otros contenidos, con lo que cuesta mucho más a las mujeres poder reconocerla como una conducta machista, aunque produce el mismo daño que el que pone en juego la “vieja” masculinidad. Este dolor, desencanto o rabia, dice esta investigadora, es el que llevan las mujeres a los espacios seguros de los grupos terapéuticos o de las terapias individuales, ya que dichos malestares no están reconocidos o legitimados socialmente. Estos “nuevos” hombres han producido cambios y son más igualitarios, es verdad, pero no son cambios que promuevan con sus parejas lo que Covas llama la “equidad existencial”, lo que desconcierta a las mujeres y les produce estos daños emocionales.
En la parte segunda de este artículo trataré de relacionar cómo la alianza de muchas mujeres con los varones de la izquierda que encarnan “las nuevas masculinidades” está dificultando la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, objeto del feminismo radical.
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Fotografía: Tribuna feminista