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El 68 mexicano: septiembre, contraataque estudiantil y su represión definitiva

por RedaccionEM junio 26, 2025
junio 26, 2025
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Por: Victor Ortega. 26/06/2025.

Los siguientes extractos (fichas de trabajo) son continuación de El 68 mexicano: agosto, el auge del Movimiento Estudiantil y su represión y se encuentran en el texto Los días y los años de Luis González de Alba.

[…] Las asambleas generales que siguieron a la represión del 27 de agosto y al informe presidencial eran fiel reflejo de la situación reinante, que se resumía en una palabra: confusión. (p. 109)

[…] Toda la primera semana de septiembre, mientras afuera la situación exigía directivas precisas que orientaran a los estudiantes y a toda la población, el Consejo se perdió en largas sesiones inútiles. Las brigadas seguían trabajando sin directrices nuevas. Había un solo camino: resistir. (pp. 109-110)

[…] Ya habíamos ganado el Zócalo, ahora hacía falta volvernos en masa y conquistar la periferia de la ciudad, las fábricas, los talleres, ahí estaba nuestra fuerza futura. (p. 110)

[…] A la fuerza y la demogogia se sumaba ahora una medida que socavaba internamente la unidad del Movimiento: el rector llamó, el 9 de septiembre, a reanudar las actividades académicas el 17 del mismo mes. (p. 112)

***

[…] Antes de pedir a los estudiantes y a todo el pueblo que salieran nuevamente a la calle, el CNH decidió hacer un tanteo con un mitin público que fuera menos expuesto que una manifestación y diera confianza a la gente, pues buena falta nos hacía a todos.

Se propuso la plaza de las Tres Culturas en la unidad habitacional Tlatelolco, por ser una explanada muy amplia y estar cerca de las escuelas politécnicas del Casco de Santo Tomás. Por esta cercanía los vecinos simpatizaban mucho más con el Movimiento y habían llegado a participar en algunas acciones o dado protección a estudiantes. Además, frente a la plaza se encuentra el edificio “Chihuahua” en cuyo tercer piso, una terraza muy amplia en la que se paran los elevadores, se podía instalar el sonido y la tribuna.

Era el primer acto público del Consejo desde la manifestación del 27 de agosto, pero muy temprano ya se veía fluir una gran cantidad de gente hacia la plaza y pronto estuvieron cubiertas por la multitud las ruinas prehispánicas sobre las que se alza la primera iglesia cristiana de América: Santiago de Tlatelolco.

[…] El mitin terminó pacíficamente como había empezado, a pesar de que en todas las calles cercanas había camiones de granaderos y el ejército rondaba en los alrededores. Así sucedía siempre que no intervenían las fuerzas policiacas. La manifestación era posible y se programó para dos días después: el trece de septiembre. (pp. 116-117)

***

[…] A pesar de la presión continuaba la enorme acción del brigadismo, el despliegue de la propaganda masiva, los millares de paredes pintadas noche a noche, los crecientes contactos con la población de la ciudad de México, el lento proceso de aprender un lenguaje perdido en el que podíamos entendernos con el resto del pueblo. Cada vez se veía con mayor frecuencia movimientos de tropa por el interior de la ciudad, cada vez era más difícil la acción masiva, pero aún así se lograba: concentraciones de varias brigadas por sorpresa en las fábricas, en zonas comerciales, manifestaciones relámpago, bloqueos de calles con cuatro brigadas actuando simultáneamente que se convertían en un gran mitin popular. Al movimiento se acercaban nuevos sectores, o al menos sus grupos de vanguardia: maestros de primaria, médicos del hospital general.

Una extraña guerra, movilización represiva contra la agilidad y velocidad de operación. Nuestras bajas eran medio centenar de detenidos todos los días, de los cuales eran liberados tras amenazas, regaños, algunos golpes, más de la mitad, la otra parte engrosaba el creciente número de presos políticos. A esos se les golpeaba, los torturaban. A cambio no podían impedir los dos o tres mil mítines que se realizaban diariamente.

El 13 de septiembre el movimiento se volcó nuevamente a las calles en una manifestación que quedó marcada para siempre en el asfalto mojado de las calles del DF. La famosa marcha del silencio. (68, p. 80-81)

***

[…] en medio de una gran tensión, empezaron a llegar los primeros contingentes al punto de partida: el parque frente al Museo de Antropología, en el Bosque de Chapultepec. Un helicóptero volaba peligrosamente bajo. La asistencia, cercana ya la hora de iniciarse el recorrido, era mucho más escasa que en otras ocasiones. Si no se reunía un contingente mayor, la represión era segura.

[…] se inició la marcha en absoluto silencio… Apenas salidos del Bosque, a unas cuadras de iniciado el recorrido, las columnas empezaron a engrosarse. Todo el paseo de la Reforma, banquetas, camellones, monumentos y hasta árboles, estaba cubierto por una multitud que en cien metros duplicaba el contingente inicial.

Y de aquellas decenas y después cientos de miles sólo se oían los pasos. El silencio era más impresionante que la multitud. Si los gritos, porras y cantos de otras manifestaciones les daban un aspecto de fiesta popular, la austeridad de la silenciosa era semejante a la de una ceremonia solemne. Entonces, ante la imposibilidad de hablar y gritar como en otras ocasiones; al oír por primera vez claramente los aplausos y voces de aliento de las gruesas vallas humanas que luego se unían a nuestro contingente, surgió el símbolo que pronto cubrió la ciudad y aún se coló a los actos públicos, la televisión, las ceremonias oficiales: la “V” de ¡Venceremos!

[…] Cuando nuestro contingente entró al Zócalo ya se había iniciado el mitin. Cada orador trataría un punto del pliego petitorio. Al final, ya de noche, se rompió el silencio con el Himno Nacional. Puestos de pie y con antorchas encendidas en alto finalizamos nuestra manifestación y el mitin.

[…] La manifestación cambiaba por completo el equilibrio de fuerzas.

[…] Ese triunfo lo cambiaba todo.

[…] Una medida, una sola medida había levantado y reestructurado el Movimiento porque no hacía falta sino una cosa: devolver la confianza a nuestras propias fuerzas y encontrar un sentido, un propósito, a las tareas concretas, al trabajo común. Todo esto se logró con la manifestación silenciosa. (pp. 118-120)

***

[…] Durante el mitin final en el Zócalo se recibió con gran alegría la noticia de que, tanto en el IPN como en la Universidad, se celebrarían las fiestas de Independencia el día 15. Bastó ese anunció, apenas dos días antes de llevarse a cabo los festivales, para que el pueblo se volcará en todos los sitios donde se organizaron. (p. 125)

***

[…] Apenas pasados los festivales de la noche del 15, que tanto influyeron en el optimismo de todos, a unos días de la manifestación silenciosa que terminó en una explosión de alegría, el 18 de septiembre, el ejército tomó la Ciudad Universitaria sorpresivamente. (p. 125)

[…] Después de un triunfo magnífico como el del 13 de septiembre, que había hecho pensar en una próxima solución al conflicto y reintegró a la lucha amplios sectores que ahora volvían para ganar confianza, la ocupación militar de la Ciudad Universitaria no quebrantó al Movimiento, por el contrario, lo volvió más agresivo. (p. 127)

[…] Al día siguiente, luego de conocer la noticia, todos los alrededores de la Ciudad Universitaria se vieron invadidos por universitarios que hacían rápidos mítines, hablaban en los cafés, en el cruce de algunas avenidas deteniendo el tráfico; o bien se acercaban a la línea de soldados y tanques formando grandes grupos silenciosos.

[…] El ejército y los granaderos aparecían en cualquier punto donde se informara de la presencia de estudiantes en grupos numerosos. Los encuentros con la policía fueron continuos. En esos encuentro… fueron detenidos centenares de personas… los soldados hacían frecuentes detenciones de jóvenes en las cercanías de Ciudad Universitaria. En varias ocasiones llegaron a sacarlos de restaurantes y cafeterías de esa zona.

En la plaza de la Ciudadela, la misma donde en julio la intervención de los granaderos había suscitado las primeras protestas, los alumnos de vocacionales pintaban camiones exigiendo la desocupación de la Ciudad Universitaria y cuando los granaderos trataron de intervenir fueron repelidos con palos y piedras. Los comercios de la zona céntrica tuvieron que cerrar ante las numerosas escaramuzas.

Posteriormente llegaron refuerzos a los granaderos y los estudiantes fueron dispersados en la Ciudadela, pero volvieron a reunirse en la Alameda Central, donde hicieron un mitin que también se disolvió cuando un agente de la policía, infiltrado en la concurrencia, hizo estallar una bomba lacrimógena. En varias ocasiones los estudiantes trataron de llegar hasta la Procuraduría del Distrito Federal, pero fueron rechazados y cercados.

[…] Frente al monumento a Obregón, a unas cuadras de Ciudad Universitaria, donde la situación era cada vez más grave, hubo otro encuentro con los granaderos y la tropa tuvo que intervenir. En Zacatenco, al extremo norte de ciudad, unas horas antes el ejército había cercado una amplia zona después de que los granaderos la cubrieron de gases lacrimógenos. En cualquier parte surgía una desviación del tráfico y un cordón de granaderos avanzando con cautela. (pp. 131-132)

***

El 20 de septiembre durante la madrugada, policías vestidos de civil hacen centenares de disparos con metralletas y pistolas de grueso calibre contra los edificios de la Preparatoria 4 y el Colegio de México.

[…] En el norte de la ciudad, en la zona de Zacatenco, más de tres mil estudiantes tuvieron numerosas refriegas con destacamentos de granaderos que, en cada ocasión, eran fuertemente reforzados; toda la zona quedó cubierta de piedras, vidrios y gases lacrimógenos. En las azoteas de muchas escuelas se seguían juntando palos y ladrillos. (p. 133)

***

[…] Habían pasado tres días de luchas callejeras en toda la ciudad… Al atardecer del día 21 hubo otro encuentro entre estudiantes y granaderos en las cercanías de la vocacional 7, situada en la Unidad Habitacional Tlatelolco. Se inició un intercambio de piedras y bombas “molotov” contra gases lacrimógenos y armas de fuego. Pronto llegaron nuevos refuerzos para los granaderos y los estudiantes tuvieron que refugiarse en los departamentos cercanos.

La población de Tlatelolco ya en otras ocasiones había prestado ayuda y volvieron a darla. Las balas atravesaban fácilmente las paredes, hechas de material de plástico. Con descargas de gases fueron bombardeando los edificios cercanos hasta que salieron a la calle hombres, mujeres y niños que inmediatamente eran aprehendidos.

Los habitantes de la unidad respondieron a los atacantes: las mujeres calentaban agua que arrojaban hirviendo desde las ventanas, en las calles vecinas varios vehículos del DDF fueron incendiados. Los granaderos, a pesar de todo, lograban penetrar los departamentos rompiendo las puertas.

Ya dentro, golpeaban y aprehendían a todas las personas que encontraban, con mayor razón si eran jóvenes; después destrozaban los muebles, robaban los objetos de valor y salían para empezar otro “cateo” en el siguiente departamento.

[…] Si constantemente llegaban refuerzos a los granaderos, no les faltaban a los estudiantes pues muy cerca de la unidad se encuentran numerosas escuelas politécnicas del Casco de Santo Tomás hasta las que llegaban las detonaciones de las armas de fuego. Había centenares de intoxicados por los gases y muchos heridos de bala, pero los estudiantes y los vecinos de la unidad no se daban por vencidos.

Ya de noche, las señoras seguían calentando agua en sus estufas y buscando botellas de refresco para llenarlas con cualquier líquido inflamable y arrojarlas junto a toda clase de proyectiles.

[…] Los alumnos de las escuelas del Casco rompían el cerco para auxiliar a sus compañeros de la vocacional. Muchos de los numerosos vehículos usados para cercar la zona fueron incendiados con bombas “molotov”. Por ambas partes seguía aumentando el número de participantes.

[…] Toda la noche siguió la refriega y las sirenas de las ambulancias y de las patrullas de la policía no dejaron de escucharse hasta la madrugada, cuando quinientos soldados y nueve carros de asalto del ejército ocuparon la zona. (pp. 134-135)

***

[…] Si la ocupación de la Ciudad Universitaria halló completamente desprevenidos a los universitarios, no sucedió lo mismo en el Casco de Santo Tomás donde, unos días antes de que ocurriera la invasión ya se habían tomado algunas precauciones. La escuela de Enfermería, cuya población es casi exclusivamente femenina, fue desalojada; también se ordenó que en las demás escuelas no hubiera compañeras de guardia después de las ocho de la noche.

Se almacenaron bombas “molotov”, resorteras, palos, piedras y un nuevo invento: cohetones que se dirigían en un tubo recto, como una pequeña bazuka. Aunque no producían ningún daño, el impacto y el fuerte estampido sirvió mucho rato para mantener a raya a los granaderos. Por lo menos hasta la llegada del ejército.

A las seis de la tarde se inició el enfrentamiento con los granaderos y se prolongó hasta el anochecer. Para entonces empezaron a llegar automóviles y otros vehículos oficiales que traían armas de fuego para los granaderos. Con las armas llegaban refuerzos de la policía montada. La refriega se prolongó por varias horas. Los granaderos y demás policías usaban como reducto las escuelas tomadas y desde ellas iniciaban un nuevo ataque contra las que resistían. Los estudiantes llevaban a sus heridos a la Escuela Superior de Medicina, pero poco después Rubén Leñero.

Cuando intervino el ejército los compañeros abandonaron inmediatamente las escuelas. Fueron aprehendidos quienes se vieron imposibilitados para romper el cerco o los que trataron de cruzarlo para rescatar a los heridos.

Se había lanzado gas lacrimógeno hacia las escuelas y aún contra las casas de los vecinos, pues muchos jóvenes buscaban refugio en ellas. En los alrededores del Casco, fuera del cerco, grupos llegados de otras escuelas, fundamentalmente de Zacatenco y la voca 7, empezaron a quemar camiones para distraer la atención de la policía y bloquear la entrada de refuerzos con los vehículos incendiados. Las ambulancias no dejaban de transportar heridos a los hospitales, donde quedaban bajo custodia.

Toda la noche se escucharon las sirenas por las principales avenidas de la ciudad. Las aceras estaban vacías aun en sitios alejados y no se encontraban restaurantes ni cafeterías abiertas. En una amplia zona, la ciudad estaba desierta. El paso de las ambulancias continuó hasta la madrugada.

A estas alturas, la dirección y la organización eran prácticamente nulas. Los compañeros actuaban en grupos de dos o tres buscando la manera de eludir el cerco.

Aproximadamente a las doce de la noche se presentó el ejército para reforzar a las unidades de la policía y los granaderos. El terror y la confusión crecían. Los agentes policiacos comenzaron a usar las ambulancias para acercarse a las escuelas y disparar. También los curiosos que se habían reunido en las cercanías fueron ametrallados desde ambulancias y autos particulares.

Debe señalarse que si las ambulancias fueron utilizadas durante todo el Movimiento por la policía como medios de espionaje, en la toma del Casco de Santo Tomás sirvieron también como “nidos móviles” de ametralladoras.

Una de las últimas escuelas ocupadas fue la de Ciencias Biológicas. Ahí titubearon los atacantes pues temían que los alumnos de la escuela hubieran dispersado los caldos de cultivo con que trabajaban en los laboratorios. Entre la tropa se decía que se había derramado un cultivo de cólera.

A la mañana siguiente, desde muy temprano, una fila de personas caminaba por las calles cercanas al Casco dirigiendo miradas de odio hacia los soldados. Siempre que permitían la entrada a la zona, ahí podían verse hombres, mujeres y niños en silencio, observando las fachadas ennegracidas, los vidrios rotos; las calles cubiertas de piedras, botellas, varillas y toda clase de proyectiles; trozos de piedra y yeso arrancados por las balas. (pp. 146-147)

***

El 30 de septiembre el ejército devolvió las instalaciones universitarias. El gobierno esperaba que el movimiento hubiera aprendido la lección y que la huelga se levantaría. El primero de octubre las asambleas votaron la continuidad de la huelga y que fueran devueltas las escuelas del IPN. El movimiento tenía una tremenda capacidad de recuperación. Había creado en dos meses millares de cuadros, millares de oradores. En cuanto encontraba un espacio donde poder actuar se desplegaba en él, reconstruía sus fuerzas, se reorganizaba, y volvía a la carga de despliegue y propaganda.

El 2 de octubre, el ejército atacó el mitin en Tlatelolco. Es historia conocida. (68, p. 99)

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