Por: Jordi Martí. 30/01/2025
Ayer, en uno de esos alardes de bonhomía y paz mental que me surgen en ocasiones, tuve la posibilidad de leer un artículo que se publicó en uno de esos medios que son tan afines y afables con determinadas ideologías y modelos educativos, en el que, siempre sin ningún pudor, seguían añadiendo señalamientos, peticiones de cancelación y críticas mordaces al disidente con un modelo educativo muy poco democrático. Eso sí, siempre yendo de demócratas cuando, como todos sabemos, la democracia solo sirve para ellos cuando ganan los suyos las elecciones. Solo les sirve el populismo cuando es su populismo. Y nadie va a ser suficientemente puro como ellos porque, como todos sabemos, no comulgar con determinadas ideologías educativas te incluye en la lista de «malos». Da igual que tu alumnado te quiera. Da igual que tu alumnado te respete. Da igual que estés difundiendo, de forma altruista, cosas maravillosas en las redes sociales. Te ha tocado ser el malo de la película.
El artículo se titula «Pedagogismo (I): el aire de familia del pedagogismo«. La verdad es que tiene de todo. Bueno, salvo la autocrítica, el respeto a los que piensan diferente y, curiosamente, carece de esos argumentos que pide a los demás. Nada nuevo bajo el sol. Eso sí, un buen artículo para convencidos. El típico speech que haría Lladós en una de sus mentorías, antes de embolsarse una pasta mientras tiene a personas haciendo burpees a las cinco de la mañana.
Pues a diferencia de la persona que ha escrito ese artículo, como sus defensores, ampliamente conocidos por algunos por sus señalamientos, insultos y descalificaciones a quienes tienen, por desgracia, la mala suerte de pertenecer a los «malos», voy a escribir acerca del pedagogismo. Y lo voy a hacer, como siempre, poniendo sobre la mesa, algunas disfunciones de este discurso vacío que consiste, como siempre, en hacer dibujitos riéndose de determinas personas, inventarse investigaciones o, simplemente, jugar la baza de que quienes piensan diferentes de los amantes de estas actuaciones, deberían estar fuera de las aulas. Jamás he visto a nadie con tantas ganas de cancelar al que piensa diferente como estos personajes. Y, el problema, es que si pudieran, estoy convencido de que usarían cualquier estrategia que pudieran tener en sus manos para hacerlo. Ya se ha visto en otros ámbitos. Ya se está viendo en otros ámbitos. Además, si no les compras el pack completo (que es el único que venden), te acusan porque dentro de ese pack iba alguna medida educativa que sí que podías compartir. Pero bueno, creo que toca empezar a desarrollar un poco el artículo de hoy…
Debo reconocer que los defensores del pedagogismo, ilustres paladines de la educación moderna e innovadora, tienen una noble visión: enfrentarse valientemente a las hordas de críticos antipedagogistas. En su cruzada, como todos sabemos, no dudan en emplear, como he dicho antes, la más sofisticada de las estrategias: el ataque ad hominem. Porque, claro, cuando no se tienen argumentos sólidos, siempre es mejor apuntar al mensajero en lugar de al mensaje.
Es fascinante observar cómo, en un despliegue de hipocresía absoluta, estos defensores de la “buena pedagogía” se dedican a señalar personalmente a todos aquellos que se atreven a cuestionar la existencia del pedagogismo como un modelo de charlatanería chabacana. ¡Bravo! Un aplauso para ellos. Porque, ¿qué mejor manera de esconder la crítica a vendehúmos y gurús pedagógicos que perjudican el aprendizaje de los alumnos que desacreditando a quienes los denuncian? Una estrategia sin fisuras.
Estos paladines de la educación, con su falta completa de argumentos, se refugian en la cómoda burbuja de los packs ideológicos. ¿Que alguien señala que las metodologías pedagógicas actuales no están funcionando? Ataquemos su carácter. ¿Que un crítico argumenta que los gurús educativos venden humo? Ridiculicemos su persona. Porque, después de todo, ¿quién necesita argumentos cuando se puede descalificar a los críticos con etiquetas ideológicas?
La ironía de todo esto es casi poética. Aquí tenemos a los defensores de una educación basada en valores y en el respeto, utilizando tácticas de descrédito personal para silenciar a sus detractores. ¡Qué ejemplo tan edificante para nuestro alumnado!
Imaginemos por un momento que estos gurús pedagogistas se tomaran la molestia de escuchar las críticas con una mente abierta. ¡Qué horror! Tendrían que enfrentarse a la posibilidad de que sus métodos no sean infalibles. Tendrían que admitir que, tal vez, solo tal vez, los críticos tienen puntos válidos que merecen ser considerados. Pero no, eso sería demasiado racional. Mejor mantenerse en el cómodo refugio del ataque personal, donde no hay espacio para la autocrítica o la reflexión.
Y así, en un interminable ciclo de hipocresía, continúan lanzando flechas envenenadas hacia cualquier voz disidente. Porque, en el mundo del pedagogismo, no hay espacio para la disidencia. Solo hay un camino, el camino iluminado por los gurús y sus promesas de un futuro educativo utópico. Un camino donde la crítica es silenciada y los críticos son vilipendiados.
Así que, la próxima vez que escuchéis una crítica al antipedagogismo, no os molestéis en buscar argumentos lógicos o datos empíricos. Simplemente prestad atención a los ataques personales y disfrutad del espectáculo de la hipocresía en su máxima expresión. Porque en el mundo del pedagogismo, la mejor defensa siempre será un buen ataque… personal.
Lo sé. No he aportado ningún argumento. No es necesario porque, al menos en este caso, a los que cuestionan conceptos como «pedagogismo» lo único que les interesa es convertir el debate en algo bronco. Si no fuera así buscarían sumar en lugar de restar. Y harían lo que podría realmente mejorar la educación: tender puentes o, simplemente, pensar en el alumnado y sus familias.
Finalmente deciros que, en mi trayectoria profesional, tanto dentro como fuera de las redes, he cuestionado los postulados educativos tanto a unos y a otros. Y, sabéis qué… con los que salen señalados en el artículo que os he enlazado al principio sí que he conseguido establecer debates constructivos. Curioso.
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Fotografía: Xarxatic