Por: Tlachinollan. 14/12/2020
“Acérquense, acérquense, se les va a dar una información importante”. Era la voz de una joven que domina bien el español y cuyo acento no era de la Montaña. Se trataba de una trabajadora social que llegó en representación de la empresa Agrícola Buen Año, asentada en el estado de Sinaloa. Logró juntar a más de 30 jóvenes, la mayoría hombres entre 20 a 25 años. Previamente un joven contratista logró contactarlos a través de su Facebook. Provenían del municipio de Iliatenco y tenían información previa de la empresa que los contrataría. La cita fue en la casa del jornalero agrícola de Tlapa a las 16:00 horas. Como si se tratara de un grupo de jóvenes que salen a excursión, la trabajadora social, les pidió hacer un circulo para pedir que se presentaran. Después de identificarse y hablar bien de la empresa, se centró en el tema que preocupa a las familias: Miren, ahorita por el problema del Covid, la situación está bien difícil. Por eso les pido que si tienen algunos síntomas, como calentura, tos o gripa, por favor díganme. Hay que tomar más conciencia de que tenemos que cuidarnos todos. Estamos previendo de que nadie se vaya a contagiar. Por eso los autobuses se sanitizan, y antes de subirse deben ponerse gel antibacterial y el cubreboca. Aquí les traigo el gel para que se lo apliquen y los cubrebocas para quienes no traigan. Vamos a esperar a que lleguen todos los que están registrados. Por el momento voy a pedir sus datos y sus documentos para formalizar su contrato. Les recomiendo que eviten comer en lugares donde hay mucha gente. Mientras se registran, les van a tomar la temperatura, también les harán la prueba de glucosa, porque nos interesa identificar a las personas más vulnerables. Así si se enferman de Covid, durante el camino o mientras estén allá, podamos hacer algo por ustedes.
Llegando al campo se les dará un catre, su cobija, un tanque de gas lleno. Cuando se les acabe ustedes lo pagan. De regreso también se les pondrá el camión, eso sí, siempre y cuando terminen el contrato de 6 meses, si no ustedes buscan la forma de regresar. Los domingos saldrán de trabajar a las 11 de la mañana y no hay guardería. Si trabajan por tarea no hay descanso. Traten de bajar del autobús lo menos que puedan y mantengan el baño limpio para que no se apeste todo el camión. Son muchas horas de camino y es muy incómodo viajar con el camión apestando. ¿Están convencidos o no? ¿Tienen alguna duda?
Entre los jóvenes hay un silencio largo, algunos se miran y otros prefieren bajar la vista. Nadie pregunta nada. Bueno, vamos a prepararnos para estar listos a la hora que nos diga el chofer. Así finaliza la trabajadora social, quien muestra mucho interés en dejar claro que su empresa garantiza los derechos laborales y que brinda las prestaciones de ley. Argumenta que solo de esa manera pueden exportar sus productos. Tiene conocimiento de los acuerdos internacionales que se han firmado entre México y Estados Unidos y comprende que el camino más seguro para acceder al mercado internacional, es cumpliendo con las leyes laborales. El grave problema es que las autoridades federales están muy distantes de la población jornalera, que sobrevive en sus comunidades y que se ve obligada a contratarse en condiciones sumamente desventajosas. A ejemplo de esta empresa, la Secretaria del Trabajo debería a comisionar a personas para que puedan asesorar a las jornaleras y jornaleros agrícolas, quienes en su mayoría se suben a los autobuses sin saber qué empresa los contrata y bajo qué condiciones laborales trabajará. En este viaje sólo una mujer se registró para emprender esta aventura.
Lucero
Desde Agua Tordillo, municipio de Acatepec, son 6 horas de camino para llegar a Tlapa. Solo hay una pasajera que sale a las 3 de la mañana, para salir de la comunidad. Con trabajo logró juntar 400 pesos para el pasaje y la comida. Se arriesgó a salir, ante la grave situación que enfrenta su familia. Tenía la esperanza de que su papá cosechara algo de maíz y frijol, sin embargo, los ventarrones que han pegado en este último mes, tumbaron su milpa. No hay forma de conseguir un trabajo, solo se puede sobrevivir, con el poco maíz que queda y con los quelites que se recolectan en esta temporada de lluvias o la caza de algunos animales.
Lucero tiene 18 años y viaja sola. Es tímida, además se siente insegura porque no conoce a nadie y no sabe lo que le depara. Es la primera vez que sale de su pueblo, a una región lejana. Tuvo la fortuna de concluir su bachillerato en una escuela de religiosos ubicada en Potoichán, municipio de Copanatoyac. Es el único lugar que conoce además de la cabecera municipal de Acatepec, a pesar de tener una formación académica de nivel medio superior. Su familia tenía que pagar una cooperación de 200 pesos mensuales por la colegiatura, y 600 pesos por el internado. Fue un gran esfuerzo extraordinario de sus papás que, a través de la venta de calabazas y la cosecha del jitomate, pudo sacar adelante a una de sus cuatro hijas.
Por falta de recursos y pese a sus deseos, la joven Lucero no pudo inscribirse este año en la universidad. A su papá le fue imposible seguirla ayudando, porque ya no alcanza el dinero para comprar alimentos. Por eso viajará más de 27 horas junto a personas desconocidas en busca de trabajo. Nunca imaginó que, al concluir su bachillerato, en lugar de buscar algún trabajo en la cabecera municipal, tendría que salir de la región para enrolarse como jornalera agrícola. Es lo que más le entristece a Lucero, porque sus estudios no le han servido de nada, por el contrario, siente que va en retroceso. Vuelve al mismo trabajo que realizó de niña, cuando sus papás la llevaban al cerro para sembrar maíz.
En sus ojos se trasluce la incertidumbre y la tristeza. No sabe si eso que le dice la trabajadora social será cierto. Cuando la escuchaba hablar, ella se imaginaba que así sería si tuviera la oportunidad de ir a la universidad. Con cierto pesar comprendió lo difícil que es para una estudiante indígena, tener otras oportunidades para desenvolverse en las ciudades. Reconoce sus capacidades, pero también sus limitaciones. El hecho mismo de no salir de su región y de no dominar bien el español, le genera miedo para establecer una comunicación fluida u segura con los demás. En los dos costales que lleva, va su equipaje reducido a dos mudas de ropa, unos huaraches, cobijas, petates y totopos. No puede llevar más cosas, porque no tiene nada más en su casa y porque no hay dinero para comprar lo básico.
Lleva papeles, como su credencial de elector, la CURP, su acta de nacimiento y una copia de su certificado de bachillerato, por si algo le puede ayudar. Para ella es una buena oferta de trabajo, al decirle que tendrá una cobija, un catre y un cuarto que compartirá exclusivamente con más mujeres. También un tanque de gas, prestaciones de ley y un pago de $140 pesos al día. Tuvo que conseguir lo que le pidieron: una cobija, una gorra y una sudadera. Ella se enteró del trabajo por internet, podemos decir que esa fue la única ventaja que sacó al estudiar el bachillerato.
Recuerda que su papá también se fue de jornalero agrícola, pero no aguantó. Le dijo que esa vida es muy triste, porque nadie te hace caso y más bien te maltratan y no te pagan lo que dicen los patrones. Tiene muy grabados los momentos de mayor sufrimiento, sobre todo cuando los capataces los van arriando en los surcos, para que saquen pronto las tareas. Comenta que si no se apuraba le llegaban a pegar y lo amenazaban que no le iban a pagar el día. Hubo momentos en que prefería no comer, porque si se salía del surco, le cargaban más el trabajo. En la noche no podía descansar, porque todos dormían amontonados. No había agua para bañarse, ni un lugar para ir al baño. En le tienda de raya, todas las cosas costaban lo doble y en el fin de semana casi ya no les quedaba dinero, porque les cobraban de más. A pesar de esa amarga experiencia, Lucero decidió emprender el camino, que nada bueno le trajo a su papá. Sin embargo, tendrá que recorrer esa vía de la discriminación y del maltrato, porque la pobreza que hoy enfrentan, no da otras opciones. Es muy duro para Lucero cambiar el salón de clases, para irse a los surcos a trabajar a destajo. Es un cambio drástico, sumamente frustrante porque ya ni el estudio le permite librarse de este trabajo que la esclaviza.
Lucero ha subido al autobús llevando la imagen de la trabajadora social, sabe que va a sufrir, pero lleva el sueño de que podrá juntar algo de dinero durante los próximos seis meses. Tiene la ilusión de ahorrar, para regresar a la universidad. No tiene otra alternativa, que cruzar este umbral de la sobrevivencia en estos tiempos de pandemia, para poder materializar su sueño de ser una profesionista, a imagen de la trabajadora social que la acompaña en el autobús.
Centro de Derechos Humanos de la Montaña, Tlachinollan
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Fotografía: Tlachinollan.