Por: Luis Armando González. 30/09/2020
Nota del autor
En diferentes momentos de mi ejercicio docente he tenido que impartir la asignatura de Ética. Asimismo, no sólo en razón de ese ejercicio, sino por el gusto que siento por ese campo de la filosofía, no pierdo la oportunidad de leer y meditar sobre contribuciones a la ética que realizan autores recientes, y algunos no tanto. También estoy pendiente, en la medida de mis posibilidades, de las discusiones que sobre los fundamentos biológicos de la moral realizan distintos especialistas en biología evolutiva, psicología evolucionista, paleontología y neurociencias cognitivas. Cuando escucho que alguien habla de ética o
de moral, mi mente, inmediatamente, entra en actividad; y si escucho que alguien llama ética a la moral o cree que puede obtener correctivos morales desde el estudio de la ética, me resulta imposible ser indiferente.
Después de escuchar algunas ideas sobre ética y moral con las que no estoy de acuerdo, fui a revisar algunos apuntes que he hecho para distintos cursos (o materias) sobre ética. De paso, di una mirada a algunos libros que he leído sobre esa rama de la filosofía. Puse orden a esos apuntes y los respaldé con algunas referencias bibliográficas. Los ofrezco como un insumo para la discusión, espero que informada, sobre dos temas vitales para los seres humanos: la ética y la moral.
I
Hay expresiones (o palabras, o nociones) que de tanto circular, lo cual se explica en parte por su larga historia y en parte por lo que evocan en afectos y opciones humanas, terminan siendo usadas de las maneras más diversas, lo cual en no pocas ocasiones da pie a visiones o actitudes poco provechosas. Es el caso de la palabra “ética” que desde finales del siglo XX salió de forma evidente de los ambientes filosóficos y se puso en circulación en los más diversos contextos, desde los empresariales, pasando por los municipales, hasta los político-institucionales.
A estas alturas no es inusual que cuando hay alguna falla en los comportamientos, de individuos o grupos (que pueden ir desde abusos hasta prácticas corruptas), se busque la solución en la “ética”, por ejemplo, implementando procesos formativos (charlas, seminarios o diplomados) que se etiquetan como “Ética general”, “Ética profesional” o “Deontología” (y el campo de atención en el que ésta se centra: “Deontología médica”, “Deontología municipal”, etc.). En fin, la “ética” se ha convertido en una especie de “cajón sastre” en el cual se espera encontrar los correctivos, las orientaciones y los asideros para enderezar
conductas, hábitos y prácticas perniciosas (desde determinados criterios), sin quizás haber meditado sobre si la “ética” es en realidad la mejor herramienta para ello.
II
Lo anotado apunta a un campo problemático interesante, que requiere, antes que nada, de una aclaración de lo que significa “ética” en sentido estricto (es decir, en sentido filosófico, dado que le Ética es una rama de la filosofía). Y es eso precisamente: la Ética (sin comillas y con E mayúscula) es una reflexión-investigación de carácter filosófico sobre, tal
como lo formula en la actualidad Alasdair MacIntyre, los conceptos morales, los juicios morales, los comportamientos morales y las costumbres morales (Cfr., A. MacIntyre, Historia de la ética. Barcelona, Paidós, 2019, pp. 18-27).
Se ha puesto en cursiva la palabra “morales”, porque la moral suele estar ausente en muchos de los planteamientos actuales sobre le “ética”, lo cual no está bien porque lo moral (la mores, las costumbres, los comportamientos orientados por normas morales) son el campo de estudio de la Ética como disciplina de la filosofía. Desde Aristóteles — quien puede ser considerado el fundador, en el siglo IV a. C., de la Ética como rama de la filosofía– la distinción (y relación) entre Ética y moral ha sido permanente en la discusión, enfoques y corrientes filosóficas. Se ha entendido, y se entiende en estas esferas, que la Ética hace referencia a un plano cognoscitivo (reflexivo, sistemático) mientras que lo moral (el objeto de estudio de la Ética) hace referencia a un plano ontológico- humano: el de los conceptos, juicios y prácticas morales que la especie Homo sapiens ha venido cultivando y poniendo en práctica desde tiempos pretéritos, mucho tiempo antes de que se desarrollara una reflexión
filosófica sobre ello. Como lo dijo en su momento Adolfo Sánchez Vázquez en su Ética –asunto que también fue destacado en otro libro clásico sobre ética, el de J.L. López Aranguren, también titulado Ética–, el conocimiento ético es posterior a lo moral, que, ahora sabemos bastante bien, se remonta a los momentos en los que emergió evolutivamente nuestra especie, en África, hace unos 200 mil años, si es que las otras especies humanas que han existido (Homo habilis, Homo erectus, Homo antecessor, Homo neanderthalensis) no tuvieron, especialmente los neandertales, algún tipo de costumbres, normas y prácticas morales (para informarse de las capacidades de esos seres humanos que fueron los nendertales se puede leer el libro del paleontólogo Juan Luis Arsuaga El collar del neandertal. En busca de los primeros pensadores).
Entonces, desde criterios filosóficos estrictos, la Ética es distinta de la moral, aunque tienen una estrecha relación en tanto que la primera hace de lo segundo el objeto de su análisis y reflexión. Por tanto, la Ética es un tipo especial de conocimiento filosófico: el conocimiento se construye examinando/reflexionando sobre lo moral (en el sentido, por ejemplo, en el que lo caracteriza MacIntyre).
III
Un tema que ha ocupado a los filósofos éticos (que se dedican al estudio de lo moral desde la filosofía) ha sido el de las influencias que ese conocimiento filosófico puede ejercer en lo moral, haciéndolo mejor de lo que es, corrigiendo algunos de sus fallas o incluso dando pie a una moral superior. Dedicaremos unas líneas a ese interesante te tema. Antes, sin embargo, se tiene que anotar que la concepción de que “la Ética es la ciencia de la moral” es, en el presente, incorrecta. Esta es la explicación.
Cuando nació la reflexión ética, en la Grecia antigua, no existían las ciencias tal y como se conocieron a partir de 1600, cuando se desarrollaron las primeras bases del conocimiento científico moderno. La “Ciencia de los primeros principios” era la filosofía, que se ocupaba (y se ocupó hasta prácticamente el siglo XIX) de los distintos campos de estudio naturales y humanos. Fue tan duradera la influencia del uso de la expresión “Ciencia” (con mayúscula) que Hegel (1770-1831) llamó a su
magna obra la Ciencia de la lógica, pero no estaba usando la palabra en el sentido que se usa actualmente; tampoco lo hacía con la palabra “lógica”, pues él se refería a la estructura racional (pura) de la Realidad.
Es esta influencia filosófica la que se refleja en la idea de que la ética es la ciencia de lo moral; idea que dejó de tener vigencia una vez que las distintas ramas de lo que se llamaba “Filosofía Natural” (astronomía, física y biología evolutiva, principalmente) comenzaron a denominarse “ciencia” y “científicos” (no filósofos naturales) a sus cultivadores. No existe, pues, ninguna disciplina científica que se ocupe de la moral y de lo moral, que siguen siendo competencia de la filosofía en su
especialización ética. Aunque, se tiene que anotar, para no pecar de desinformados, que algunas disciplinas científicas (neurociencias cognitivas, biología evolutiva, paleontología, psicología evolucionista) están explorando, con sus herramientas teóricas y empíricas, las bases biológicas (neuronales, evolutivas) de la moral y lo moral [entre otras obras, se puede consultar: S. Pinker, La tabla rasa. La negación moderna de la naturaleza humana. Barcelona, Paidós, 2018; y V. Swami (Coord.), Psicología evolucionista. Una introducción crítica. México, FCE,2016].
IV
Volvamos al tema de las influencias del conocimiento ético (de la Ética) sobre lo moral. Antes hay que ampliar un poco más que se entiende, desde la filosofía, por moral. MacIntyre da una pista cuando indica que la Ética se ocupa de los conceptos morales, los juicios morales, los comportamientos morales y las costumbres morales. No se trata de cualesquiera conceptos, juicios, comportamientos y costumbres, sino que todos ellos tienen una cualidad específica: son morales. ¿Qué es, entonces, lo que les da tal cualidad? Probablemente, la mayor parte de filósofos estén de acuerdo en que lo otorga la calidad de morales a conceptos, juicios, comportamientos y costumbres es que apelan, están constreñidos o tienen por horizonte (o marco de referencia) un “deber ser”. El deber ser, en cuanto tal, se opone a lo que “es”, a lo fáctico que — en el caso de los comportamientos humanos– se refiere a lo que éstos hacen efectivamente en sus relaciones con otros y con el entorno social y natural.
Pues bien, lo moral emerge, precisamente, cuando esos comportamientos fácticos son valorados, criticados, comparados, enjuiciados o ponderados desde criterios, normas o valores que apelan a un “deber ser” que se funda en conceptos (o ideales) como la Justicia, la Bondad y la Virtud. El juicio, la valoración o la ponderación morales pueden ser realizados por el propio agente o por otros; asimismo, los criterios, las normas o los valores para tal evaluación o enjuiciamiento pueden estar articulados en códigos y normas morales escritas o ser parte del acervo de las costumbres y sentido común compartido por una comunidad o sociedad.
Pueden ser, y por lo general son, híbridos morales cambiantes en el tiempo (son históricos), en los que se mezclan tradiciones morales del pasado con novedades morales recientes. Y lo inevitable: los individuos los tienen presentes, como marcos orientadores/delimitadores/valorativos de sus conductas, lo cual no quiere decir que sus comportamientos siempre y en todo momento se apeguen a un determinado marco (código, norma, exigencia) moral.
V
Desde tiempos inmemoriales, individuos y grupos Homo sapiens –la especie biológica a la que pertenecemos todos los seres humanos actualmente existentes– inventaron, tal parece que por razones de supervivencia, formas simbólicas (normas, exigencias, valoraciones, enunciados) para corregir conductas (hábitos, prácticas) que eran una amenaza para la armonía, estabilidad y supervivencia de los miembros de la comunidad o grupo a la que pertenecían. Y lo propio de ese simbolismo fue apelar a un deber ser (validado por fuerzas extra o supra humanas): “no se debe hacer esto o aquello, porque lo ordena tal o cual deidad”; “esto y lo otro se debe, e incluso se tiene que, hacer, porque así lo ordena tal o cual deidad”; “tal acción está prohibida” (no se debe hacer); “tal acción es virtuosa, o buena o justa” (se debe hacer); etc. Con ello, surgió la condena moral. También surgió la culpa moral una vez que los individuos interiorizaron los mandatos morales y fueron conscientes de su incumplimiento.
Se constituyó una realidad moral (a la que pertenecen los conceptos morales, los juicios morales, los comportamientos morales y las costumbres morales) sobre la que, miles de años después, los filósofos griegos (los presocráticos, Sócrates, Platón y Aristóteles) se pusieron a reflexionar, haciéndose preguntas acerca de (y tratando de definir) la bondad, la justicia, la virtud, el valor, la moderación, la templanza y la verdad. Así fue como nació, de la mano de Aristóteles, la Ética. En esta
época, no se dejó de lado el “deber ser” como asunto fundamental de la reflexión ética: el deontos, lo que debe ser, lo necesario, tiene que ser objeto de estudio (de logos). Nació la deontología que, sin que sea totalmente claro cómo, terminó siendo entendida como “’ética de las profesiones”.
Principalmente en Platón y Aristóteles está presente la idea de que la reflexión ética sobre la moral ayuda a quienes la realizan a ser mejores, desde un punto de vista moral. Es decir, si alguien tiene un conocimiento cierto del bien, de la justicia o de la virtud, será –así pensaban ellos– más bueno, más justo y más virtuoso que quienes no tienen ese conocimiento.
Hay, pues, un tránsito casi directo de la Ética a la moral, aunque ello no quiere decir que las personas que no filósofas (que no han estudiado Ética) sean inmorales. Tienen una moralidad; lo que no conocen son los conceptos que explican sus fundamentos últimos. Poseer esos conceptos da a los filósofos un plus. Pero un plus intelectual, no normativo: la ética no da normas a nadie. De aquí que para Aristóteles sea un sinsentido hablar de ética médica, ética docente o, en general, ética profesional o de las profesiones. Lo que hay o puede haber, según su criterio y el de muchos filósofos actuales, es una “moral médica”, una “moral docente”, una “moral profesional” o una “moral de las profesiones”.
VI
Los filósofos posteriores, que se dedicaron a la Ética, no pudieron obviar el asunto planteado por Platón y Aristóteles sobre la incidencia del conocimiento ético sobre la moralidad de las personas. Sólo que no aceptaron, especialmente los filósofos éticos modernos, que esa incidencia fuera directa e incluso los hubo (y los hay) que no vieron (o no ven) relación alguna. De hecho, para los filósofos éticos modernos establecer algún tipo de influencia ha sido un asunto trabajoso. Hay quienes son sumamente laxos en su apreciación de esa influencia, limitándose de decir, en forma vaga, que el conocimiento ético puede, de alguna manera, influir en los comportamientos morales.
Otros, siguiendo a Kant, son más tajantes, y creen que la ética (como conocimiento filosófico) tiene poco o nada que ver con la moral, que se define en el terreno de la vida interior y que dicta el deber ser para la práctica moral. Se tiene, también, a pensadores sutiles que han intentado encontrar el lugar de engarce entre el conocimiento ético y los comportamientos morales, a través de los “conceptos morales” de las personas: los conceptos morales, por un lado, influyen directamente en la
conducta moral de los individuos (y en sus juicios, valoraciones y costumbres) y, por otro lado, esos conceptos morales pueden ser influidos por los conocimientos filosóficos (éticos). Es de este modo sutil cómo la filosofía ética influiría en la moral de los individuos. Es la visión de MacIntyre.
Menos sutileza han mostrado autores que han pretendido traducir el conocimiento ético (y sus conquistas conceptuales) en normativas morales directas, que sirvan para crear normas morales donde no las hay o para erradicar morales vigentes. Han pretendido hacer algo así como una “ética práctica”, pero sin darse cuenta (o quizás sí) de que al crear códigos o normas de comportamiento concretos y específicos lo que están haciendo es crear códigos o normas morales; y, aunque usen la palabra
“ética”, eso es un ejercicio moral, no ético. Tal parece que fue J. Bentham (1748-1832) –aunque esto está sujeto a una revisión de sus escritos– uno de los primeros (o quizás el primero) en convertir la “deontología” en una moral de las profesiones, es decir, en una doctrina moral para quienes ejercen una determinada actividad; Bentham se inspiró en la filosofía utilitarista, de la que fue el creador. Según esto, del estudio (Ética) de lo que debería considerarse bueno, justo o virtuoso se derivan una obligaciones morales concretas, que posteriormente fueron etiquetadas como “ética de las profesiones”: ética médica, ética docente, etc., e incluso se calificaron como “código deontológico de la profesión médica”
(o “deontología médica”), “código deontólogico de los profesores” (o “deontología docente”), etc. La palabra “moral”, que es la correcta, se diluyó hasta prácticamente desaparecer, y la palabras “ética”, “deontología” o “deontológico” ocuparon su lugar, dando pie a una confusión innecesaria que llega hasta nosotros.
VII
Está bien crear, proponer, explicar y promover códigos y normas morales ahí donde hacen falta para corregir fallas, generar compromiso o crear estabilidad, pero es incorrecto que se llame a esos esfuerzos Ética. Al hacerlo, además de seguir fomentando una confusión poco sana entre ética y moral, se sigue promoviendo una visión non grata de la moral (que prohíbe incluso mencionar la palabra) y se se continua esperando de la Ética (disciplina de la filosofía) cosas que no puede dar, como por ejemplo hacer que las personas que la estudian sean “buenas” personas.
De tal suerte que si se quieren fomentar determinados comportamientos, hábitos, modos de ser y de relacionarse –y se quiere hacer desde las convicciones y la conciencia, y no la coacción y la obligación (esto lo impone la ley civil)– un curso, charla, taller o diplomado de Ética (disciplina filosófica) no es el mejor camino. Quizás haya que inculcar — desde la primera infancia de ser posible– las normas, códigos, conceptos y costumbres morales que lo hagan posible. Y llamarles por su nombre: normas morales, códigos morales, conceptos morales, costumbres morales. De esa manera, se comenzará a dar a lo moral el lugar que le corresponde como cemento de las relaciones sociales, sin por ello confundirla con moralinas, prejuicios conservadores y reaccionarios, ignorancia, tabúes o religión. Asimismo, como la moral atañe a decisiones y acciones concretas, en las que los individuos deciden a partir de un “deber ser”, nada mejor, nada más necesario, que esos individuos
(médicos, policías, alcaldes, o cualquier persona) conozcan, de la mejor manera posible, la realidad en la que viven y actúan. Sólo así su bagaje moral (sus conocimientos, costumbres y hábitos morales) podrá ser usado con sabiduría, prudencia y realismo.
En fin, las palabras ética y moral se refieren a importantes ámbitos de la realidad humana, ámbitos que son cruciales para la vida de los individuos. La ética, al ámbito del conocimiento (filosófico): el conocimiento es algo vital para la seres humanos. La moral, al ámbito de los comportamientos orientados, regulados y enmarcados por conceptos, normas y costumbres morales: los comportamientos de los individuos y sus consecuencias son vitales para sí mismos y para otros seres humanos.
Fotografía: ABC Color.