Por: Franz Mauro Huanca Bustamante. Iberoamérica Social. 14/05/2018
A veces un árbol con su sombra es mejor amigo que los humanos. A veces un charco de agua sucia refresca más que mil galones de agua dada por los hombres.
De a poco me fui consumiendo entre las sales y las arenas de los días con sus noches. Era la primavera de mi existencia cuando abrí los ojos. La luz para mí era algo desconocido y por ello me hizo daño. De ahí en adelante, ya nunca más pude ver con claridad y eso desde siempre me llenó de tristeza.
Pero a pesar de todo, los dioses no fueron inclementes conmigo. Estando todavía húmedo por mi nacimiento, me vi rodeado de varios amigos que me inundaron con sus sonrisas y con sus alegrías. A ninguno de ellos los conocía, pero por algún motivo su presencia hacía que mi corazón latiera con intensidad. Es triste acordarme de aquella sensación porque aunque casi siempre me llena de alegría, en cuanto esta pasa me deja solo tristeza, porque nunca más volví a sentir aquello y a veces uno no encuentra explicación de por qué las cosas pasan así.
Con el tiempo fui creciendo y con cada día me volvía más lindo y encantador y era el centro de atención de aquellas personas a las que recién estaba conociendo. Vivía con ellos, jugaba y reía también con ellos, y de muchas maneras me hacían sentir especial. Algunas veces se enojaron conmigo, pero fueron solo rabietas de un momento, pues yo sabía cómo disculparme y ellos conocían de mi sinceridad.
Pero ahora he aprendido que no es bueno encariñarse con los hombres, pues estos tienen muchas caras y muchas facetas. Hay veces en que te saben dar felicidad, pero en otras solo saben mostrarte el lado más oscuro de la tormenta. Pensaba yo que esa tormenta cesaría, pero sucedió todo lo contrario, la tormenta aumentó y con ello pude comprender que en los hombres no se puede confiar, porque estos son seres demasiado mezquinos, y si bien conocen la bondad, casi siempre más prefieren la senda del mal, olvidándose que a veces los demás no los podemos enfrentar.
De la noche a la mañana aquellas personas que ayer me querían hoy ya no lo hacen más. Mi existencia no podía comprender la razón de los cambios que pasaban tan rápido. Traté de enamorarlos como antes lo hacía pero a cambio solo recibí maltratos e indiferencias. Los tiempos cambian, las personas cambian y a veces hasta la historia cambia. Así es, mi historia cambio nuevamente, porque ya estando joven y vigoroso, fui exiliado a las catacumbas de otro hogar. Allí el hombre me mostró la peor de sus facetas, no solo no me dio un poco de amor, sino que para colmo de males me destrozó el alma de todas la formas posibles.
Contar las desgracias de uno mismo no siempre es agradable, en especial para el orgullo y la dignidad propia. Resta decir que mi rebeldía hacía insoportable mi vida en aquel lugar y con aquellas personas. Recuerdo los castigos que me propinaban en especial cuando aún quería correr como un loco y de tanta matraca que me dieron me duelen hasta hoy los huesos. Ante esa vida usurpadora de felicidad a cualquiera le nace el odio por los hombres, y yo que soy de lo más común no fui la excepción, odié a los hombres por no saberme comprender y por haber matado en mi lo que me hacía mejor y diferente a ellos.
Hoy el mundo es mi hogar y no hay dolores ni muros, mucho menos cadenas que me detengan en mi camino hacia mi felicidad. La lucha es cada día y ese es el precio de mi libertad. En el día saco a flote mi sagacidad pues no hay un techo que me proteja ni una mano que me ha de alimentar, entonces me la enfrento solo y saco a relucir mis mejores armas de cacería pues robo para comer y la mayoría de las veces debo pelear a muerte con mis camaradas por un pedazo de pan o por un sucio hueso que alguien tiro. La lluvia y el sol no tienen clemencia con los que estamos en las calles y cuando estos nos atacan ahí sí que nos vemos en las de Caín porque solo nos valemos por nosotros mismos y como no tenemos nada, pues con nada nos podemos defender. A veces un árbol con su sombra es mejor amigo que los humanos. A veces un charco de agua sucia refresca más que mil galones de agua dada por los hombres.
Mis ojos con los años se han cansado más, y si de joven ya veía de cuadritos, pues ahora con todo el trajinar, las imágenes de mi vida son más difusas. Pero vengo de buena madre y en mis venas llevo muy buena leche. No pienso rendirme porque mi instinto es más fuerte. Cada día veo como los hombres se derrumban por insignificancias y es por eso que he jurado nunca morir como ellos, ni nunca dejar amainar el fuego que llevo dentro.
Caída la noche siempre me invade la soledad, porque a pesar de ser valiente para la lucha sigo siendo alguien con sentimientos y sensibilidad aunque por mis fachas no lo parezca así. Dicen que la soledad es mala consejera y que saca de uno lo peor y al final lo destruye, pero yo pienso que esas son charlatanerías de los humanos. A mí la soledad me ha enseñado a quererme y cuidarme más y me ha enseñado a valorar la nada que tengo. La soledad y mi instinto siempre me han dado muy buenos consejos y han salvado mi pellejo en más de una oportunidad.
Ahora por las noches cuando el bullicio de los hombres se ha terminado, yo corro y deambulo y soy dueño de todo este lugar. Cuando me canso me detengo donde sea y no le rindo explicaciones a nadie, porque a nadie molesto con mí andar. Creo que eso es a lo que los hombres llaman libertad. Pero creo que también es algo que ellos nunca conocerán porque les han enseñado que la libertad tiene un precio y que siempre se debe perder algo por tenerla.
A veces cualquier noche me siento en cualquier lugar y miro la magnificencia del cielo con sus estrellas y lanzo mis aullidos en señal de reverencia ante tal majestuosidad. Sé que los hombres no crearon aquello y lo sé porque uno solo puede admirar aquellas cosas y no puede apropiarse de ellas.
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Fotografía: Iberoamérica Social