Por: Bernardo Gutiérrez. 24/06/2025
El 5 de octubre de 2020, cuando la pandemia de la covid todavía paralizaba el mundo, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) emitió un comunicado titulado “Una montaña en alta mar”. El subcomandante insurgente Moisés explicaba en el texto que “diversas delegaciones zapatistas, hombres, mujeres y otroas del color de nuestra tierra, saldremos a recorrer el mundo, caminaremos o navegaremos hasta suelos, mares y cielos remotos”. Sin dar detalles, Moisés anunciaba que una delegación zapatista zarparía hasta Europa en abril de 2021, para llegar a Madrid el 13 de agosto del 2021, “quinientos años después de la supuesta conquista de lo que hoy es México”. Encriptada en clave zapatista, la expedición de la deconquista estaba anunciada.
Meses después del comunicado, que pasó casi desapercibido, el periodista mexicano Diego Enrique Osorno recibió en su teléfono móvil un mensaje de texto de los zapatistas lleno de suspense: en breve recibiría otra comunicación importante. Cuando estaba a punto de subirse al coche para pasar un fin de semana en la playa con su familia, un segundo mensaje le convocó a una conversación telefónica. En la llamada, su interlocutor zapatista le preguntó a bocajarro por sus planes para los meses de abril, mayo y junio. Osorno, que hasta entonces pensaba que el anuncio de viaje a Europa era “más literario que literal”, recibió la invitación de embarcar en el velero La Montaña junto a cuatro mujeres, dos hombres y unoa otroa zapatistas. Su parte del trato: narrar un viaje que invertía la lógica del “descubrimiento” de América. El comunicado destacaba dos puntos: “Uno: que no nos conquistaron. Que seguimos en resistencia y rebeldía. Dos: que no tienen por qué pedir que les perdonemos nada”. Diego Enrique Osorno canceló todos sus planes para embarcarse en el Stahlratte, “la rata de acero”, un viejo velero holandés rebautizado como La Montaña. Diego Enrique Osorno embarcó en el barco que zarpó el 2 de mayo de 2021 desde Isla Mujeres, en el estado de Quintana Roo, rumbo al puerto de Vigo. Entonces no sabía que acabaría escribiendo un libro y dirigiendo un documental. “El zapatismo es movimiento improbable, oscilación real de una montaña en alta mar”, escribiría después del viaje.
Memoria zapatista
El zapatismo es movimiento improbable, oscilación real de una montaña en alta mar
Desde su casa en Hermosillo, en medio del desierto de Sonora, Osorno explica por videoconferencia los entresijos de su libro En la montaña (Anagrama, 5º premio Anagrama de Crónica / Fundación Giangiacomo Feltrinelli, 2024) y de su documental homónimo. Comienza confesando que todavía se siente muy asombrado de lo que vio cuando llegó “al territorio zapatista de Chiapas por primera vez en 2003”. No tengo cómo no hablar de mí. “Sospecho que coincidimos por allí, estuve en la comunidad zapatista de Dolores Hidalgo en 2005, en los preparativos de La Otra Campaña”, le digo. “Ah, claro, yo estaba allí”, me responde. La complicidad dibuja el tono apropiado para una entrevista que, como el libro En la montaña, no versa exclusivamente sobre una travesía en barco, sino sobre tres décadas de zapatismo. Durante aquellos días de agosto de 2005, los “encapuchados zapatistas”, entre ellos el subcomandante Marcos, debatían sobre La Otra Campaña, que acabaría provocando el divorcio con Manuel Andrés López Obrador, el político que encandilaba a la izquierda mexicana y que ya quería entonces ser presidente. Durante aquellas noches en Dolores Hidalgo, bailábamos al son de la banda Marimba Rebelde, entre barro, un frío húmedo y olor a frijoles. “Yo llegué al zapatismo cuando estaba pasado de moda –afirma Diego Enrique Osorno–. Habían tomado la decisión radical de romper el diálogo con todo lo que implicara grupos de poder político. En 2001, los zapatistas llegan a la ciudad de México, van al Congreso, presentan los argumentos que venían negociando mucho tiempo… La izquierda, que ya había tomado el control político de la capital, en lugar de sumarse al reconocimiento de estos derechos, empieza a mostrar mezquindad, porque hay este cálculo de que si se le da el triunfo a los pueblos originarios se abre paso para que el EZLN se convierta en una fuerza electoral y les dispute el poder. El zapatismo no quería poder”. El periodista destaca que admira la coherencia del movimiento zapatista, que optó por la “construcción de autonomía para no volverse un membrete político de las izquierdas”. Paradójicamente, la idea de la Travesía por la Vida surge durante el mandato de Andrés Manuel López Obrador (2018-2024), que tardó más de lo previsto para conquistar el poder. “Hoy en día, en México gobierna una izquierda con el ejército y con el hombre más rico de México, Carlos Slim, a su lado, con una serie de intereses financieros y con una complacencia por lograr la integración con Estados Unidos que hace treinta años hubiera sido inimaginable”, asegura Osorno.
Algunos de los extractos de discursos del subcomandante Marcos recogidos en En la montaña inciden en la autonomía de los territorios zapatistas de Chiapas: “En lugar de dedicarnos a formar guerrilleros, soldados y escuadrones, preparamos promotores de educación, de salud, y se fueron levantando las bases de la autonomía que hoy maravilla al mundo; en lugar de construir cuarteles, mejorar nuestro armamento, levantar muros y trincheras, se levantaron escuelas, se construyeron hospitales y centros de salud: (…) en lugar de luchar por ocupar un lugar en el Partenón de las muertes individualizadas de abajo, elegimos construir la vida”.
Osorno continúa fascinado por la figura de Marcos, que durante La Otra Campaña se hacía llamar Delegado Zero. En 2014, se transformó en un silencioso y casi invisible Subcomandante Insurgente Galeano. Sus discursos, transformados en novela gráfica por el argentino Ian Debiase, siguen reverberando. “Aquí todo cambia de sentido: norte será el sur y sur será el oeste de una nada, pueblo convulsionado, heredero de una pesadilla imperial”, afirmaba el subcomandante Marcos (cita recogida en el libro). “La persona detrás del pasamontañas de Marcos y los pueblos mayas que lo acogieron crearon a uno de los personajes más fascinantes y enigmáticos del cambio de siglo latinoamericano. Un truco de magia terrible y maravilloso que llamó la atención de una de las causas más legítimas en el México que se pretendía moderno y cosmopolita en medio de un caudal de racismo, desigualdad y autoritarismos. Su visión política, la capacidad estratégica, un potente aliento literario, el sentido de autoironía y el rigor guerrillero hicieron de Marcos una referencia central del movimiento altermundista”, matiza el periodista a CTXT.
Viaje inverso
El viaje interoceánico de La Montaña también fue, para Diego Enrique Osorno, un itinerario narrativo: “Lo literal y lo literario se entrecruzan en el zapatismo. La palabra revolución va siempre ligada a la imaginación, o sea, al crear otra cosa, al sorprender creando algo inesperado, al dejar ir la imaginación por delante del proceso. Esta travesía es hija de esa imaginación política de zapatismo y también de una praxis muy radical”, matiza el mexicano.
Todo en la travesía interoceánica de La Montaña –movimiento improbable, oscilación real– tuvo vocación narrativa. El barco navegó con macetas y flores: tomillo, manzanilla, cilantro, laurel, epazote, ruda, geranios, claveles, tulipanes, rosas y mañanitas, entre otras. La bitácora de a bordo, escrita a muchas manos, voz en off en el documental, emanaba poesía: “La Montaña da el primer paso con un gesto de dolor, ahora le sangran las plantas a esta montaña pequeña, lejana de los mapas, los destinos turísticos y las catástrofes”. Las conversaciones sobre el Atlántico tejían un cuerpo colectivo. Los navegantes hablan de la “madre agua”, inesperado alter ego de la madre tierra. Le zapatiste otre (no binario en género) medita ante la cámara: “Vamos a sembrar, no como Hernán Cortés”. En el libro, Diego Enrique Osorno habla del “gran angular” de las comunidades indígenas: “Entienden que el mundo es amplio (y se supone que ellos son los cerrados) (…) ¿Quién te dice: ‘Te recibo en mi casa y no tienes que dejar de ser lo que eres, seas negro, blanco, amarillo, rojo o gay, lesbiana, transexual’, lo que sea, te acepta como tal y te dice que busques tu lugar?”.
Vamos a sembrar, no como Hernán Cortés
Mientras Europa seguía semiconfinada debido a la pandemia, el zapatismo, como escribe Osorno, “alza velas y extiende horizontes”. Javier Elorriaga, uno de los zapatistas de La Montaña, resumía sus propósitos así: “Tratar de abrir ventanas, decir que no hay una sola, sino muchas posibilidades para resistir”. Antes de zarpar, un periodista lanzó una pregunta al subcomandante Moisés.
–¿Qué significado tiene para ustedes hacer esta travesía que hace quinientos años hicieron los conquistadores?
–Esta es una invasión para sembrar vida. Es una invasión para entender que nos ha invadido el capitalismo en el mundo y que todos debemos despertar, todos, hasta los ricos si quisieran despertar. Hay que luchar por la vida. La vida la tiene la Madre Tierra y hay que organizarse, hay que prepararse, hay que defender, pero juntos, tanto del campo y la ciudad, porque de la Madre Tierra viene lo que comemos. Vivimos del aire, del oxígeno, vivimos del agua para tomar y vivimos de la alimentación. Eso lo da la Madre Tierra, el que no lucha por eso de la vida está perdido (respuesta recogida en La Montaña).
El texto de Diego Enrique Osorno acabó siendo una crónica narrativa, formato defendido por el propio Osorno en sus páginas: “Hay una tormenta de mierda cubriendo todo, aunque seguramente habrá quienes no ven nada. Que tienen el cielo despejado. O que ven una lloviznita de mierda bonita nada más. Quizá por eso es importante la crónica, porque ayuda a mirar tormentas de mierda que no se ven. Una buena crónica puede lograr hasta que huelas lo que te está contando. Y lo que vive el mundo huele mal. En serio. Hay un sistema coprófago que perfuma las historias. El reto que tiene nuestra crónica es contar el olor que oculta la muerte. No es fácil, porque es tanta la mierda que nos inunda y desde hace tanto tiempo que nos hemos acostumbrado a su aroma”.
Vigencia zapatista
En la montaña recuerda una historieta de cómic titulada ¡Ay, qué mundo este!, que los zapatistas repartieron en las comunidades de Chiapas.
–Fíjate, los siete países más ricos están en el Norte y la mayoría de los países pobres quedan al Sur, decía uno de los personajes.
–Ahora el problema no es entre Este y Oeste, sino entre Norte y Sur, contestaba otro personaje.
–¿Qué sucede entre Norte y Sur?
–Los pobres no tienen participación. Son los mirones de lo que otros deciden, hacen y disfrutan.
Los ricos concentran la riqueza, el poder y disfrutan de los bienes. No dejan que los pobres se desarrollen.
Diego Enrique Osorno mantiene su admiración por las estrategias de comunicación popular zapatistas. Mientras ambos observábamos el debate-reflexión de La Otra Campaña en Dolores Hidalgo en 2005, Radio Insurgente emitía desde algún lugar secreto. Desde su frecuencia, Los Leones de la Selva educaban cantando rancheras sobre biogenética: “Los transgénicos producen inquietud y desconfianza. Multinacionales, no nos engatusen con proyectos criminales”.
Desde que el 1 de enero de 1994, cuando el EZLN se alzó en armas en Chiapas, el mundo ha ido asistiendo en diferido a los proféticos discursos del subcomandante Marcos. (Casi) todos sus agüeros sobre el neoliberalismo se cumplieron. “En estos 25 años del siglo XXI, la democracia, en lugar de traernos más libertad nos ha traído más terror. El sistema, a partir de ciertas lógicas criminales, busca imponer sus agendas. Hace un rato que estamos como en una nebulosa. El zapatismo, su discurso y su acción política tienen un asidero mucho más interesante. Son un resorte crítico que permite encarar este momento, este regreso del fascismo, este capitalismo tan arrogante y descarado que tenemos en la caricatura oscura de Trump y Musk”, asegura Diego Enrique Osorno.
El escritor destaca la vigencia absoluta del zapatismo. Si en los años noventa el zapatismo sedujo a los desencantados de todas las ideologías de izquierda de Europa, el Escuadrón 421 (como se bautizó a los tripulantes de La Montaña) y La Extemporánea (170 mujeres, hombres y niños que llegaron posteriormente en avión) desencadenaron, más que una conexión ideológica, un reconocimiento interoceánico de formas de vida comunitarias. La Gira Zapatista se dispersó por Europa sembrando vida. Manifestaciones en Viena, Madrid o París. Debates. Encuentros en espacios autogestionados de Madrid, con algunas de las personas que estuvieron en el II Encuentro Intergaláctico por la Humanidad y contra el Neoliberalismo de 1997, uno de los primeros encuentros internacionales del zapatismo. Algunos delegados zapatistas viajaron incluso hasta el Ártico para encontrarse con el pueblo nómada Sami.
Las generaciones más jóvenes tienen angustia existencial pero quieren algo más
Diego Enrique Osorno destaca que se produjo una conexión fortísima con las generaciones más jóvenes: “Las generaciones más grandes se sentían un poco cansadas, abrumadas, decepcionadas, desilusionadas. Las generaciones más jóvenes tienen angustia existencial pero quieren algo más. La frase ‘otro mundo posible’ no era solo una consigna sino una decisión de construir otra cosa. Lo que ya está no sirve. O sea, estos chicos que están haciendo sus huertos urbanos en Europa y pequeñas resistencias viven encarnadamente esa urgencia de querer hacer otra cosa, aunque no sepan qué es. Sienten la angustia climática, y los discursos de Marcos llevan toda la convicción indígena, y ahí está esa conexión con la tierra”.
Durante el viaje en La Montaña, la delegación zapatista construyó cuatro cayucos que acabarían entrando en la colección Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, como parte de la sala Otro mundo posible. Los cayucos, explica el propio museo, “resumen las particularidades de la cosmovisión del movimiento revolucionario: el imaginario de los pueblos nativos, la resistencia desde la selva Lacandona y la lógica de comunidad”. Tras la irrupción en el mayor museo de arte contemporáneo de España, los zapatistas donaron el dinero obtenido por la venta de los cayucos a Open Arms, la ONG que rescata migrantes en el mar. La frase “un mundo en el que quepan muchos mundos” no es una consigna, sino una invitación a la acción. Un horizonte real más allá de lo posible. El zapatismo, escribe Diego Enrique Osorno, despliega un sistema de vida que es un sistema para la vida: “Teatro-laboratorio para un territorio multitudinario, revelado y mágico, donde convergen presente, pasado y porvenir”. Sin embargo, a pesar de llevar dos décadas escribiendo sobre el zapatismo, Osorno confiesa que aún no acabó de descifrarlo: “¿Qué es el zapatismo? No lo sé, quizá eres tú mismo cuando te quitas un poco de encima toda la mierda que te venden de que eres un ser individual y que tiene que decidir por sí mismo toda su vida, y ya que haces eso, piensas que no eres nada sin los otros, que lo que eres y lo que vas a ser es con los otros y por los otros, escuchando a los demás”, escribe en el libro.
Ante el enigma zapatista, Diego Enrique Osorno se apoya siempre en discursos del subcomandante Marcos. Palabras intergalácticas, vertidas hace décadas hacia la madre tierra, resucitadas tras una inesperada travesía sobre la madre agua. Palabras-semillas de múltiples formas de vivir colectivamente.
“Muchas madrugadas me encontré a mí mismo tratando de digerir las historias que me contaban (los indígenas), los mundos que dibujaban con silencios, manos y miradas, su insistencia en señalar algo más allá. ¿Era un sueño el mundo ese, tan otro, tan lejano, tan ajeno? A veces pensé que se habían adelantado, que las palabras que nos guiaron y guían venían de tiempos para los que no había aún calendarios, perdidos como estaban en geografías imprecisas: siempre el sur digno omnipresente en todos los puntos cardinales”. Entre la luz y la sombra, Subcomandante Marcos. Mayo de 2014.
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Fotografía: CTXT. Diego Enrique Osorno. / Haydee Villarreal