Por: Joan Santacana. 23/06/2025
Joan Santacana escribe sobre la crisis de la era norteamericana, atendiendo a cuatro factores de aquel poder que ahora trastabillan.
Puede que el dólar sea todavía durante una década una moneda dominante, pero, durante el mandato del actual presidente estadounidense, parece que ha entrado en un franco declive, retrocediendo en torno a un diez por ciento. Su cotización respecto a las demás monedas está en una pendiente de caída, de modo que, si hace pocos años dominaba casi el 80% del intercambio monetario del mundo, hoy ya no llega al 60%, mientras el euro se acerca al 30%. Además, los ingresos del Tesoro norteamericano se van a reducir a algo más de cinco billones de dólares a causa de la nueva política fiscal de Trump, sin que los ingresos por aranceles preconizados puedan compensar estas pérdidas.
Todo esto tiene, sin duda alguna, muchas causas, pero la más importante es el déficit comercial de Estados Unidos, que no es contingente como supone el presidente, sino estructural. Por ello la compra de bonos del tesoro a largo plazo —por ejemplo, a treinta años— está mostrando una debilidad que hace tiempo que no se conocía, y no solo debido al entorno macroeconómico actual, sino reflejando tensiones estructurales (inflación, déficit presupuestario, política comercial errática, etcétera).
Por todo ello, los inversores buscan alternativas más seguras y confortables que este tipo de bonos del tesoro yanqui que podrían aprovechar otras monedas como el euro. Quizás hace una década hubiéramos creído que todo este proceso es circunstancial, pero hoy se nos muestra como estructural, y por ello todo el sistema sobre el que se ha apoyado la llamada era norteamericana se tambalea.
Su poder estribaba en primer lugar en el indiscutible dominio en el campo de las ciencias y del saber y la capacidad de innovación de sus universidades y centros de investigación; hoy la política gubernamental es empobrecerlos y combatirlos por todos los medios posibles, atacando a Harvard, que es el buque insignia.
El segundo factor era su poderío en el campo de la producción industrial, capaz de competir con cualquier otro país; hoy claramente vemos que territorios como China e incluso la India están en fases de crecimiento que compiten eficazmente con el sistema productivo norteamericano; frente a esto, la política arancelaria solo puede encarecer las manufacturas nacionales y aumentar el déficit comercial.
Un tercer factor muy importante era su capacidad de integración de población emigrada, con una alta capacidad de trabajo (mano de obra joven, que quiere trabajar y prosperar en una tierra de oportunidades) y que aseguraba bajos salarios para el sector primario y terciario; la política de tierra quemada ante los emigrantes también ha destruido este poder.
Un cuarto factor era el crédito que el llamado «mundo libre» otorgaba a un país al que se le suponía campeón de la democracia, de los derechos civiles, la libertad de prensa y la tolerancia. Se trataba de un valor inmaterial que les hizo triunfar frente a otras propuestas ideológicas. Para muchos, Estados Unidos era el modelo. Ser norteamericano en el pasado era un orgullo; hoy hay la mitad de los habitantes del país siente vergüenza. Y eso es porque ha perdido crédito moral.
Finalmente, lo que hoy vemos es un país cuyo presidente emprende una acción con gran dureza, pero luego ha de retroceder, aceptando su debilidad: es el caso de los aranceles con China, en donde ha tenido que retroceder; es el caso de su promesa de detener una guerra —la de Ucrania— y que ahora tenga tres; es el caso de la predicción de acabar con el programa nuclear iraní, y que hoy pueda estar más lejos que ayer. Empezó apostando por un multimillonario que reduciría el déficit federal y ahora se ha peleado con él y el déficit ha aumentado.
Yo, de todos estos problemas, hoy tan solo quisiera fijarme en la balanza comercial del Tío Sam respecto a China, que, como todo el mundo sabe, está desequilibrada en favor del Celeste Imperio. Este problema, las potencias con pretensiones hegemónicas lo digieren muy mal. Trump tiene una muy mala digestión. Algo parecido ocurría en 1914 entre el Reino Unido y Alemania. En aquel entonces, los británicos eran los dueños del mundo, la indiscutible primera potencia. Sin embargo, el Reino Unido y su rival, el Imperio alemán, tenían balanzas comerciales muy desequilibradas también: los británicos importaban mucho más de lo que exportaban, mientras que en Alemania ocurría lo contrario. Gran Bretaña se enfrentaba a la competencia de la industria alemana y de la norteamericana, que ya era muy importante, aun cuando todavía no se había manifestado. Además, la industria alemana estaba en pleno crecimiento, impulsada por sus inversiones en tecnología y en investigación. Esta situación ya sabemos como acabó. Y es que los imperios, a veces, mueren matando.

Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
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Fotografía: El cuaderno digital