Por: David Andersson. 22/05/2025
Los principales medios de comunicación parecen estar esperando un enfrentamiento entre la Presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, y el Presidente estadounidense, Donald Trump. Ambas figuras encarnan visiones muy distintas del momento actual. Sheinbaum, la primera mujer Presidenta de México y autodenominada humanista, goza de un índice de aprobación en torno al 70% y se mantiene en constante tensión con su vecino del norte. Trump, por el contrario, ha adoptado una postura de derechas, machista y discriminatoria, un intento de imponer el dominio sobre el mundo a través del miedo y la intimidación.
La elección de Sheinbaum supone un importante paso adelante para las mujeres, especialmente en un país históricamente definido por el machismo. ¿Quién habría imaginado, incluso hace unas décadas, que México -una sociedad profundamente patriarcal- elegiría a una mujer para su más alto cargo?
Su presidencia no es sólo simbólica; es una declaración de nuevos valores. Durante una conferencia de prensa en Ciudad de México el 31 de enero de 2025, un periodista preguntó a la Presidenta Sheinbaum sobre la importancia histórica de designar 2025 como el Año de las Mujeres Indígenas.
Su respuesta fue impresionante por su claridad y contundencia. Rompió tranquilamente con la retórica política convencional, comenzando con: «¿Por qué no?». Y continuó:
«Las mujeres indígenas representan una reivindicación; son el origen de México, y nunca las habíamos reconocido de la manera en que las estamos reconociendo ahora. La pregunta es: ¿por qué nos parece extraño?».
Cuando la reportera le preguntó si había otra razón detrás de la designación, respondió:
«Por supuesto, hay una razón histórica, una razón de justicia social. Las mujeres indígenas han sido históricamente las más discriminadas y las menos reconocidas. Y ahora estamos reclamando justicia para todas las mujeres, y desde el principio, ¿a quién tenemos que reconocer primero? A las mujeres indígenas, que durante años han sido olvidadas en nuestra historia. Esa es la razón. Así que quizá la verdadera pregunta sea: ¿por qué parece extraño que celebremos 2025 como el Año de las Mujeres Indígenas? No hay ninguna otra razón: es suficiente».
La respuesta de Sheinbaum resume la esencia de la revolución en curso en el papel de la mujer: no sólo romper los techos de cristal, sino también honrar a aquellas cuyas voces han sido olvidadas durante generaciones. No se trata sólo de poder; se trata de reconocimiento, curación y justicia.
Hace apenas cien años, las mujeres de todo el mundo estaban confinadas en gran medida a la esfera doméstica, y a menudo pasaban décadas de su vida dando a luz, criando hijos y, en muchos casos, muriendo poco después de la menopausia. A principios del siglo XX, la esperanza de vida de las mujeres en Estados Unidos era de unos 48,3 años (frente a los 46,3 años de los hombres). En 1950, había aumentado a unos 71 años, y en 2000, a casi 80 años. Estas cifras reflejan no sólo avances en la atención sanitaria, sino un cambio radical en la calidad y autonomía de la vida de las mujeres.
Sin embargo, la verdadera revolución no se produjo en las estadísticas, sino en la vida cotidiana. Las mujeres empezaron a salir de casa y a entrar en la vida pública, no como un movimiento coordinado, sino a través de millones de actos individuales de valentía y determinación. Día tras día, hacían cosas que no habían hecho el día anterior. Superaron los límites, buscando educación, independencia económica y visibilidad en todos los sectores: deportes, entretenimiento, academia, ciencia y política. Abrieron puertas que llevaban mucho tiempo cerradas y se negaron a dar marcha atrás.
Esta transformación se manifiesta de forma diferente según las culturas, pero sigue pautas similares. En la esfera económica, por ejemplo, la industria tecnológica china presume ahora de que el 41% de las empresas tienen al menos una fundadora, superando la representación de muchos países occidentales. En las estructuras familiares, alrededor del 21% de las madres de Estados Unidos serán solteras en 2023, lo que refleja la mayor capacidad de las mujeres para formar familias a su manera. En cuanto a la gobernanza, la Unión Europea exige ahora la paridad de género en sus órganos de gobierno, institucionalizando lo que empezó como aspiraciones políticas individuales de las mujeres.
Quizá lo más revelador sean las pautas migratorias que ponen de manifiesto que las mujeres votan con los pies. ¿Cuántas mujeres, por ejemplo, han emigrado solas desde Sudamérica a ciudades como Nueva York, huyendo del machismo y buscando una vida mejor para ellas y sus hijos? Estos viajes personales representan millones de revoluciones individuales de la conciencia: mujeres que deciden que merecen más de lo que les ofrecen las estructuras tradicionales.
Aunque esta revolución silenciosa ha transformado muchas instituciones, otras siguen resistiéndose al cambio. Las organizaciones religiosas, en particular, han sido a menudo uno de los últimos bastiones de la dominación masculina. Uno de los mayores retos que aguardan al nuevo Papa es la exclusión de la Iglesia Católica de las mujeres del sacerdocio y de los altos cargos. ¿Cómo puede seguir justificándose, en 2025, que a la mitad de la humanidad se le niegue la plena participación en una de las instituciones espirituales más influyentes del mundo?
¿Cómo se ha producido esta transformación, este movimiento imparable hacia la igualdad? Lo importante es que no surgió de los partidos políticos. Tanto la izquierda como la derecha se quedaron rezagadas en materia de derechos de la mujer; durante mucho tiempo, incluso los llamados movimientos progresistas no trataron a las mujeres con el respeto que merecían. Y hoy, las fuerzas políticas y religiosas de muchos países trabajan activamente para revertir este progreso, como se ve en la erosión del derecho al aborto en algunas partes de Estados Unidos.
Lo que hace que esta revolución sea tan extraordinaria es su diferencia con las revoluciones políticas violentas del pasado. No hubo pelotones de fusilamiento, ni gulags, ni exilio masivo de opositores. Las mujeres cambiaron la sociedad transformándose a sí mismas y a su entorno inmediato, paso a paso, generación tras generación, creando nuevas posibilidades de vida, trabajo y comunidad. Y lo hicieron sin tanques, sin amenazas nucleares, sin campos de concentración, sin venganza.
Se trata de una revolución de la conciencia, un cambio profundo en la forma en que la mitad de la humanidad se percibe a sí misma y sus posibilidades. Se ha desarrollado a través de la presencia, la creatividad y la persistencia, más que a través de la dominación. En líderes como Sheinbaum vemos no sólo los frutos de esta revolución, sino su continuación: una visión del poder basada no en el miedo, sino en el reconocimiento, no en la dominación, sino en la justicia. Está forjando un futuro no sólo para las mujeres, sino para toda la humanidad.
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Fotografía: Pressenza. NYC Women March Jan 21, 2017