Por: Àngel Ferrero. 21/05/2025
El exdiputado de la CUP y abogado laboralista acaba de publicar un libro en catalán en la editorial Tigre de Paper para abordar algunos de los temas de debate de las izquierdas y aportar elementos a la construcción de una propuesta política transformadora.
Pobretariat (Tigre de Paper) no es el primer libro de Vidal Aragonés (Cornellà de Llobregat, 1978), pero quizás sí es uno de los más ambiciosos. “El libro surge de dos necesidades”, explica Aragonés, “una primera es poder hacer un análisis de todos los mecanismos que el neoliberalismo ha implementado en las últimas cuatro décadas y que han provocado que la precariedad laboral pasara de ser reducida a que afecte a la mayoría de personas trabajadoras” y entre los que enumera “contrarreformas laborales, cambios en contrarreformas laborales, cuatro monocultivos y privatizaciones y gestión privada de servicios públicos”. Esta primera necesidad, precisa, es “muy objetiva”, mientras que la segunda es “muy subjetiva”. “Intentar abrir un debate en relación a cuestiones como la clase, la conciencia de clase y la conciencia política” y “la necesidad de analizar la heterogeneidad de la clase, la existencia de baja conciencia de clase y una conciencia política”. Todo ello, matiza, “no por asumir la política del mal menor, sino para construir propuesta política transformadora desde la realidad que tenemos, no la que nos gustaría tener”.
¿Qué significa el pobretariat del título? “En el análisis a través de informes y datos oficiales de cómo la precariedad laboral ya ha llegado al 50,8% de las personas encuentro que hay un importante estrato entre la clase trabajadora mucho más precaria y que cada vez está teniendo más importancia cualitativa” -responde- “las personas trabajadoras con más de seis meses de trabajo al año tienen unos ingresos que no llegan al 60% de la media”. Es decir, “con trabajo en la mayor parte del año y, sin embargo, son lo que se considera materialmente pobres”. Por eso, afirma, “prefiero utilizar la referencia de clase trabajadora empobrecida, que no pobre, explotada y oprimida”. “Profundizar en esto -continúa- me lleva a comprobar que en esta realidad se encuentran 373.000 personas en el 2022, un 11% de las asalariadas que tiene una afectación familiar superior y con una tendencia creciente que puede situarse en el 20%”. “Aparte de ser un concepto descriptivo, trabajadoras empobrecidas, es también una construcción política, un sector de la clase trabajadora sin la que será difícil construir movimientos transformadores”, añade.
Un concepto en disputa
En Pobretariat el autor escribe que “no es extraño encontrarnos, entre la militancia o la afiliación de organizaciones emancipadoras, dudas sobre la significación de clase, en unos casos porque se adscriben a corrientes de pensamiento que no sitúan a la clase como principal vector de conflicto y en otros porque se identifica la falta de luchas con la inexistencia de clases”.
¿Cómo valora Vidal Aragonés el retroceso que se ha producido en los últimos años del concepto de clase social en el discurso político de ciertas izquierdas? “En primer lugar, existe un error recurrente, que es confundir la significación de clase, que es una cuestión objetiva, quien vive de vender su fuerza de trabajo, por un lado; la conciencia de clase, como cuestión subjetiva derivada de una combinación entre la misma existencia y la lucha de clases, por otro; y la conciencia política, una construcción de naturaleza cultural, por un tercer lado”, reflexiona. A este respecto, señala que “la clase trabajadora es cada vez más numerosa, la conciencia de clase, baja, y la conciencia política, volátil”.
Sobre el concepto concreto de la relación entre clase y las izquierdas “hemos tenido de todo”: “Desde aquellos que no quieren que el vector de clase juegue un papel fundamental en el análisis y las luchas hasta quien, reconociéndose permanentemente en la clase, la construye reducida y cerrada, como hombres, blancos, autóctonos y de la industria, pero se autojustifica en el mal menor para no tener propuestas ni luchas transformadoras”. Para Aragonés, “la izquierda institucional, en muchas ocasiones, queda atrapada al creer que hacer poesía obrerista, sobre la explotación y la desigualdad, es un importante posicionamiento, y no entender que, si no se construye entre la clase, sus necesidades y sus luchas, no hay posicionamiento de clase efectivo.”
¿A qué clase social, o clases sociales, deberían, por tanto, dirigirse estas izquierdas teniendo en cuenta los cambios que han ocurrido en las últimas décadas? “Tiene que construir un sujeto amplio y heterogéneo de la clase trabajadora”, contesta, “donde las mujeres son mayoría, las trabajadoras migrantes tienen cada vez más peso, donde las realidades materiales pueden ser muy diferentes, pero con las mismas necesidades sociales.” En este sentido, sigue, “la izquierda, en el reconocimiento de la heterogeneidad y fragmentación de la clase trabajadora, debe tener propuestas de clase para esta diversidad y propuestas unitarias que interpelen al conjunto de la clase: vivienda, coste de la vida, servicios públicos, estabilidad laboral…” El ex diputado de la CUP cree que “las propuestas deben ser de clase, pero el bloque social es más amplio: el pueblo trabajador catalán, los que no viven de la explotación de otros, sino de su trabajo, la clase trabajadora y clases medias cada vez más empobrecidas.”
En su libro, Aragonés critica duramente el concepto de precariado propuesto por Guy Standing. Le pregunto por qué. “Primero, por acientífico”, responde, “se construye en base a premisas falsas”. Según el autor de Pobretrariat, “afirmar que “para el viejo proletariado, la norma era el trabajo estable”, simplemente es falso, porque “era la realidad únicamente durante tres décadas de una parte de la clase trabajadora europea y no del conjunto de la clase trabajadora”. Standing también escribe que “la primera clase de la historia que tiene un nivel educativo más elevado que el que requiere el trabajo remunerado que se le ofrece”, pero Aragonés replica que, “curiosamente, esto en Europa occidental lleva ya entre tres y seis décadas sucediendo entre los hijos y las hijas de la clase trabajadora”. Por último, en referencia a la clase trabajadora actual, Standing sostiene, según cita Aragonés, que ésta “no tiene pensiones, no tiene vacaciones pagadas, no tiene sanidad pagada”, “salta al otro extremo y hace unas afirmaciones genéricas”. Lo que el autor considera “más preocupante” es que Standing “quiere construir como una nueva clase lo que son sectores precarizados de dos clases”. “Él separa y divide cuando lo que necesitamos es unificar”, lamenta.
Cuatro décadas de contrarreformas laborales
Pobretariat dedica un capítulo a las cuatro décadas de contrarreformas laborales en el Reino de España, un tema que Aragonés conoce muy bien como abogado laboralista en el Col·lectiu Ronda. “La promoción formal” de estas reformas, analiza el autor, “es de los Gobiernos de PSOE, PP, PSOE-Unidas Podemos y PSOE-Sumar”, pero detrás de ellas “está la construcción neoliberal de las relaciones laborales convirtiéndolas en una mercancía más y como tales deben comprarse –los contratos precarios–, se han de modificar sin coste -la modificación de condiciones- y se ha de vender –finalizar contratos o despedir a bajo coste–.” En cuanto a su impacto, apunta que “ha sido el de generalizar las relaciones laborales inestables, sea por la contratación temporal o por la facilidad para despedir, aumentar la contratación a tiempo parcial y fija discontinua, donde no se trabaja toda la jornada o todo el año, y desvalorización de los salarios”.
Aragonés se muestra igualmente crítico con “las direcciones de los sindicatos mayoritarios” que “no siempre han tenido el mismo papel en relación a las contrarreformas laborales”: “En unos casos respondieron con huelgas generales”, mientras que “en otros forman parte de grandes acuerdos que justifican las mismas”. En este sentido, “el problema no es llegar a acuerdos, el problema es cuando los acuerdos suponen una pérdida de derechos”. Así, “el gran contrato social lo rompieron entre Estado y patronal, hace décadas”, y “el supuesto diálogo social” es, a la hora de la verdad, “un monólogo”, y si “ellos ya no reconocen derechos”, nosotros “no deberíamos dar paz social”.
El último capítulo de Pobretariat está dedicado a las alternativas. El autor valora tres: la renta básica universal (RBU), el trabajo garantizado (TG) y la reducción de jornada. En cuanto a la RBU, Aragonés cree que “no puede ser la centralidad de la propuesta sociolaboral de la izquierda”, pero sí defiende “que debe ser una propuesta de cierre, como lo han sido las prestaciones y subsidios”. La RBU, agrega, “no interpela ni construye sujeto de clase, no es para todas las personas en la medida en que el fin del trabajo es una farsa, no fortalece la lucha de clases”. En cuanto al TG, subraya que “debe venir acompañado de calidad”: “La izquierda no puede tener un discurso satisfecho por la existencia de trabajo”, continúa, “la discusión no puede ser entre desempleo y trabajo, sino entre trabajo y trabajo de calidad”. También “hay que tener claro que el crecimiento del TG de calidad únicamente vendrá de la mano del sector público, a la vez que el propio capitalismo no permitirá 100% de TG de calidad”.
La reducción de jornada sin reducción de salario es una medida tan buena como necesaria. Es posible y necesario adecuar la jornada al brutal aumento de la productividad, a la par que esta medida puede servir para valorizar salario y repartir el trabajo. Esto con una reducción de jornada a 32 horas en cómputo semanal. La jornada de 37,5 es mejor que la de 40, pero si se aprobara no servirá para repartir trabajo. En el sector público no reduce jornada y no deberíamos olvidar que en el sector privado la media de jornada de convenios firmados en 2023 era de 38,3 horas, por tanto, esta última realidad supone una reducción de 48 minutos semanales, esto no servirá para repartir el trabajo.
La pregunta del millón
En un momento del libro, el autor resume la situación actual como una en la que hay “revolucionarios sin revoluciones, pero también reformistas sin reformas”. Las formas que habíamos conocido de organización política, adquisición de conciencia de clase e incluso socialización, como el partido o el sindicato, han entrado desde hace años en crisis. La pregunta del millón es: ¿a qué sujeto político deben dirigirse o construirse para continuar y hacer realidad un proyecto socialista? ¿Con qué tipo de organizaciones políticas y cómo se integran las perspectivas (ya no tan nuevas) como el ecologismo o el feminismo (y quizás otras)?
“No invento nada nuevo”, replica Aragonés, quien asegura que solo intenta “trasladar las mejores tradiciones de los movimientos de emancipación a la realidad objetiva y subjetiva actual”. Sin embargo, no rehúye la pregunta y manifiesta que “el sujeto a interpelar debe ser amplio, el pueblo trabajador catalán, una alianza entre la clase trabajadora y la pequeña burguesía y campesinado empobrecida, aquellas personas que viven de su trabajo y no de la explotación de otros”. Eso sí, se apresura a decir, “el programa debe ser de clase”, porque, entre otros muchos motivos, “la crisis de subjetividad de clase y la baja conciencia política de una mayoría de la clase trabajadora, unido a la fragmentación de ésta son las premisas desde donde debemos construir”. En cuanto a las organizaciones políticas, afirma que “las instituciones obreras son las mismas de siempre actualizadas: sindicatos, ateneos, cooperativas y partido”.
Aragonés está convencido de que “debemos hacer propias la lucha feminista y ecologista como lucha de clases”, ya que “la lucha de clases no es únicamente lucha laboral o económica”, sino que es, también, “la lucha nacional, la lucha LGTBI, la lucha por el territorio, la lucha por la vivienda, la lucha por los servicios públicos”. “Desde las necesidades más mínimas, a través de luchas, debemos construir victorias y organizaciones”, remacha. Y hacerlo, recuerda, “sin ocultar que nuestro objetivo final es la superación del capitalismo”.
miembro del Comité de Redacción de Sin Permiso
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Fotografía: Sin permiso