Por: Luis Lara. 22/06/2023
La competencia electoral por la presidencia de la república comienza a expresarse cuando falta un año para la elección presidencial. En los últimos días se han manifestado ciertas declaraciones públicas que señalan la muy próxima presentación de renuncias por parte de algunos políticos y funcionarios en funciones que buscarán la candidatura de su partido. En este contexto ponemos de relieve tres elementos que requieren mayor visualización o resonancia tanto al interior de la sociedad mexicana como al exterior.
En primer lugar destaca el hecho de que el actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), dispone de una gran legitimidad y aceptación popular como no se había visto en décadas. Esta es la razón por la que desde muy temprano, todos sus adversarios —desde políticos hasta intelectuales— lo acusaron (por temor y de modo apriorístico) de “ambicionar la reelección” para “perpetuarse en el poder”.
Si AMLO compitiera por la presidencia en 2024, muy seguramente obtendría una victoria contundente sobre cualquier candidato o bloque opositor. Esta es una realidad política en el México de hoy. Hasta ahora, el presidente en turno realmente no tiene antagonista; no tiene rival. A ello se añade que el partido político (MORENA) del presidente gobierna en 23 estados (contando una coalición con el Partido Verde), la oposición solo en 5 (PAN), 2 (PRI) y 1 (MC). (Ver la imagen del mapa electoral en México).

Sobre estas condiciones, el simple hecho de que el actual presidente renuncie a competir en la próxima elección —en la que tendría poco más o menos asegurada una victoria electoral—, sin duda alguna refleja un inédito fenómeno político que prefiero compartir con el lector para que acuñe su denominación.
Ahora bien, la cuestión a subrayar puede parecer bastante sorprendente. Al gozar de inmejorables condiciones para obtener nuevamente la presidencia, el actual mandatario (AMLO), desde el inicio de su periodo de gobierno hasta el día de hoy, ha manifestado, de un modo diáfano, que no busca ni buscará la reelección presidencial. ¡Vaya lección de apertura política y democracia! Se trata aquí de otro fenómeno político que requiere su denominación propia.
El segundo elemento a subrayar el mismo AMLO ya lo ha advertido en varias ocasiones. Por primera vez en el régimen político mexicano no habrá en la próxima competencia por la presidencia lo que se conoce como “el tapado”, “el dedazo”, “la cargada”; procesos que abarcaron más de cien años de historia política de México y que representaron el modo autoritario, antidemocrático y unipersonal con el que el presidente (en turno) protegía, apuntalaba e imponía a su sucesor, esto es, sin interés alguno por la ciudadanía y la democracia en el país.
Sin duda, se trata aquí de lecciones políticas de gran trascendencia para la vida del país que deben comprenderse a cabalidad.
A nuestro juicio, la cuestión más significativa consiste en que, de un modo inédito, el presidente de México entrega la carrera política presidencial a la democracia: no sólo él mismo renuncia a la competencia por la presidencia; por primera vez, todo indica que la acción decisiva e institucional del poder ejecutivo en la selección, apoyo e imposición de alguno de los precandidatos y candidatos brillará por su ausencia.
¿Cuál es la razón de quedarse fuera de la carrera presidencial y rechazar la búsqueda de la reelección? O más aún, ¿por qué el presidente ha optado por una decisiva no intervención del poder ejecutivo en los próximos comicios?
La respuesta es muy clara y reside en la obediencia a los principios y valores democráticos. El presidente Andrés Manuel López Obrador otorga una inigualable lección de política y democracia a la historia nacional, lección que incluso puede alcanzar a nuestra América, tan dependiente de liderazgos, y en muchas ocasiones, tan abstraída del movimiento popular.
AMLO cree firmemente en las libertades políticas así como también en el ejercicio de la soberanía del pueblo; con su rechazo a una continuidad política personal, así como con su renuncia a una intervención política autoritaria —en la próxima carrera presidencial—, el presidente de México renuncia completamente al Krátos [poder] y reestablece las bases del Demos [pueblo] como centro de la vida política nacional. “Solo el pueblo puede salvar al pueblo” repite una y otra vez el presidente de México.
Se trata a su vez de una lección para el propio pueblo: AMLO renuncia a intervenir en el proceso de elección presidencial porque el arte de la política le concierne y le compete esencialmente al pueblo en tanto acción, movimiento, condensados en poder popular; ello en la medida exacta en que fue el mismo Demos, con su máximo empoderamiento, el que deliberó democráticamente en la plaza pública —el famoso tsunami electoral de 2018— la designación histórica del poder ejecutivo.
Volver a erigir al Demos como corazón de la democracia no sólo es encomiable. Esto implica —lo que es más importante— un necesario fortalecimiento de la conciencia política en la ciudadanía; supone un rescate del valor de la responsabilidad republicana que tiene el Demos frente a sí y para sí; es una lección política histórica sobre el respeto a las libertades y a los fundamentos de la soberanía y de la democracia.
Vale la pena recordar estas líneas del gran teórico del Estado: “Si la soberanía reside en un solo príncipe, la llamaremos monarquía; si en ella participa todo el pueblo, estado popular; y si la parte menor del pueblo, estado aristocrático” (Jean Bodin). Aún más afinado es Rousseau, para quien la soberanía es el ejercicio de la “voluntad general”, esto es, de la comunidad política, cuyo depositario de ésta (de la soberanía), es el “poder soberano”, el pueblo.
El Demos puede y debe profundizar en la conciencia de estas lecciones de democracia y soberanía en el México actual; es con ellas o a través de ellas que deberá urdir —como lo hizo en 2018, año de la elección a la que arribó a una especie de elevación estelar de su empoderamiento— el entramado histórico de su propio destino.
Por último, ponemos de relieve un tercer elemento: el clarísimo contraste existente entre estas lecciones de soberanía y democracia que siembra el gobierno actual con la mentalidad oligárquica del viejo orden político personificado en el bloque neoliberal-conservador; el mismo “viejo régimen” que al no renovarse sigue perdiendo gubernaturas; que por anquilosarse en privilegios llenos de desprecio a los desposeídos reproduce su divorcio con el Demos; que por erigirse de modo autoritario por encima de éste, continúa su declive.
Cabe aquí recordar el principal proyecto antidemocrático que siempre pretendió el bloque neoliberal-oligárquico: blindar jurídicamente el modelo económico neoliberal contra todo tipo de posibles cambios que se pudieran producir a partir de una (hipotética) llegada de nuevo personal de Estado ajeno a los intereses que representa dicho modelo. Es decir: un proyecto oligárquico que siempre ha buscado asegurar la eternización del modelo neoliberal de tal modo que, llegase quien llegase al ejercicio del gobierno (poder ejecutivo, legislativo o judicial), se encontrase con la imposibilidad fundamentalmente jurídica de modificar siquiera una pieza, un componente o cualquier elemento de las políticas económicas neoliberales, bases de existencia del propio bloque oligárquico-conservador.
Para muestra un botón: en uno de tantos foros que promueve la clase empresarial (México Cumbre de Negocios), el destacado empresario Miguel Alemán Velasco urgió al presidente en turno (año 2017) nada menos que “la necesidad de una reforma para consolidar un entramado legal que garantice la continuidad del modelo de desarrollo [léase neoliberalismo] seguido en el país”, es decir, “una reforma para consolidar un estado de derecho que asegure que nuestro modelo de desarrollo [léase neoliberalismo] no sea sujeto a visiones personales” (La Jornada, 24/10/2017, p. 21).
Sin embargo, perpetuar y aislar el modelo económico respecto de cualquier cambio e intervención política sí logró establecerlo (relativamente) el bloque conservador. Por ejemplo, ese fue precisamente el objetivo de dotar de “autonomía” al Banco de México en 1994. Como señaló el propio Agustín Carstens, ex gobernador del Banco de México: “la filosofía de la propia autonomía es aislar al Banco de México de los ciclos políticos” (La Jornada, 21/11/ 2017, p. 26). En efecto, dicha “autonomía” fue constituida mediante fundamento jurídico constitucional. De este modo, se elevó a “mandato constitucional” la labor del Banco de México consistente en vigilar y reproducir la política económica neoliberal (monetaria), esto es, de manera “independiente” a lo que pudiera ocurrir en la esfera política. Así lo señala Agustín Carstens, guardián del modelo económico neoliberal: “El hecho de que tengamos un mandato constitucional muy claro y que la propia Constitución nos da los instrumentos para cumplirlo, nos permite hacer nuestro trabajo independientemente del ciclo político” (Ibid.).
Ahora bien, el mismo Agustín Carstens, al apreciar como insuficientes los instrumentos “jurídicos” y “constitucionales” para garantizar la continuidad (perpetuidad) del modelo económico neoliberal, y percibiendo las “amenazas” político-electorales que se podrían avecinar a finales de 2017 —en puerta estaba la elección presidencial de 2024—, señaló: “El mejor antídoto ante el populismo es que existan instituciones fuertes como es el caso del Banco Central… un ejemplo para otras instancias […] Las instituciones con mandatos claros y rendición de cuentas ayuda a la gobernabilidad del país y hace que al final del día, las acciones no dependan tanto de las personas, sino de las instituciones (El Economista, 23/03/2017).
En síntesis, con Carstens y Alemán Velasco por delante, el bloque neoliberal-conservador, siempre ha actuado y se ha dirigido políticamente en lo que llamamos la institucionalización constitucional del neoliberalismo, un basamento normativo e institucional que imposibilite modificar, sustituir o transformar el modelo económico neoliberal, de modo tal que pueda “garantizarse” la reproducción y “continuidad” del neoliberalismo sin importar partido político, personal de Estado o mandato popular que pueda detentar las riendas del aparato estatal.
De este modo, puede comprenderse la propia voz de la banca, núcleo vital del bloque conservador: “El tema de izquierda, derecha o centro ya está superado. Las ideologías no tienen peso específico para definir las decisiones que adoptan los partidos […] confiamos en las instituciones” (Luis Robles Miaja, presidente de la Asociación de Bancos de México, La Jornada 23/03/2017, p. 7.).
En resumen: AMLO da dos pasos adelante y renuncia a toda acción política al final de su periodo presidencial, “se retira de la política” y se va a “La chingada”. Respeta (e incluso admira) al Demos como depositario del poder soberano; confía en el Demos y en la plena manifestación de su libertad para la construcción de su destino. En el polo opuesto tenemos al bloque neoliberal-conservador que siempre ha pretendido el blindaje yen esa medida eternización del modelo económico neoliberal mediante una ingeniería jurídico-institucional (“Estado de derecho”) que cercena (a priori) al Demos toda posibilidad de dirimir, e incluso discutir, la viabilidad o no de un modelo económico-social de desarrollo. Democracia versus Estado oligárquico, that is the question.
Fotografía: Presidencia de la República